lunes, 30 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 28. (Platón, 25d - 26a)

Sigue el interrogatorio. Por recordar, primera cuestión sobre quién no se preocupa y no busca el bien de los jóvenes. Todos excluidos, menos Sócrates. Añado que tampoco los jóvenes se preocupan por sí mismos según Meleto. Segunda cuestión de calado, sobre dónde queremos vivir, si rodeados de buenos o de malos. Y, de otro modo, si alguien quiere estar rodeado de malos, que perjudican a quienes están cerca. Y Meleto lo tiene claro. Sócrates parece que también. Porque en la teoría, cosas tan complejas como esta, casi imposibles, se ven nítidamente y con una enorme sencillez. 

Sigue Sócrates y vuelve a preguntar: 

Bien. ¿Me has traído aquí porque corrompo a los jóvenes y los hago peores adrede o sin querer?

Adrede. 

Adrede significa con intención y con voluntad, a sabiendas y queriéndolo, con ese fin, con ese objetivo. Luego Meleto dice, ante el tribunal, que Sócrates desea el mal de los jóvenes y que los perjudica y corrompe voluntariamente. Es eso lo que hace y lo hace porque quiere hacer eso y no otra cosa. No su contraria, sino su mal. 

Es un tema de "corrupción", por tanto, de interés personal por encima de todo lo demás. Sócrates, al estar preocupado de sí mismo, descuida la relación con otros, podríamos pensar. Pero la "corrupción" implica de suyo una voluntad consciente de hacer algo "a sabiendas" de que se hace mal, de que se daña. En este caso, a los jóvenes. 

Por otro lado, "corromper" aquí es "empeorar". Son un bien que se destruye. Se ve, de alguna manera, positiva la juventud. Y negativa su relación con Sócrates. 

Sigue Sócrates preguntando. 

¿Cómo es esto, Meleto? Tú, con los años que tienes, ¿eres tanto más sabio que yo, con los que tengo, que sabes que los malos causan siempre daño al que tiene más cerca, mientras los buenos les hacen bien, y en cambio yo llego a tal colmo de ignorancia que no sé que si empeoro a uno de los que están conmigo seguramente recibiré de él daño; con lo que hago todo este mal, según dices, adrede? No me puedes convencer de tal cosa, Meleto, ni creo que puedas convencer de ello a nadie; sino que o yo no los corrompo, o, si los corrompo, lo hago sin querer. En los dos casos, tú dices una falsedad. Y si los corrompo sin querer, por tales faltas la ley no ordena traer a nadie aquí, sino, tomándolo en privado, instruirlo y aconsejarlo, porque es evidente que, al aprender, dejaré de hacer lo que estoy haciendo sin querer. Pero tú rehúyes y no quieres mi compañía ni instruirme, y me traes a donde, por ley, hay que traer a los que precisan castigo, y no enseñanza. 

Más refutaciones encima de Meleto, que se contradice a sí una vez más. Esta intervención de Sócrates comienza por algo que jamás se puede pensar suficientemente, porque cansa darle vueltas. Y es que no es posible llegar al corazón, a la sede de la voluntad de otro. Es imposible saber realmente cuál es la razón que mueve a una acción concreta. O sea, incluso en el caso de que Sócrates haya de hecho sido la causa de la corrupción de los jóvenes, que es mucho afinar ciertamente dada la complejidad de cualquier situación, incluso en ese caso es imposible determinar por una palabra ajena la voluntad que mueve la vida de otro. Se puede estudiar, se puede representar comúnmente, pero no se puede saber absoluta y totalmente. 

Es más, sabiendo que las personas actúan movidas por un criterio, lo común es pensar que ese criterio es dado en el ambiente. Y que muchas de las cosas que se hacen tienen más explicación sociológica que psicológica. Aunque la particularidad de cada persona actúa, su comprensión eleva a la enésima potencia el abanico de posibilidades. 

De ahí que esa distancia sea imposible que se juzgue. Salvo que, efectivamente, alguien avise a otra persona de algo y encuentre que él expresa razones para hacerlo de ese modo y no de otro, salvo que se convierta en lenguaje, salvo que se vuelva humano con su razón. Las personas podemos explorar las razones y hacerlas valer honestamente en el diálogo con el otro. No desde fuera, sino desde dentro. Y comúnmente, el lugar en el que esto hacemos es entre amigos, entre hermanos. No con el enemigo, no en la confrontación. En la solidaridad es donde se dan las palabras más honestas, donde puede brillar mejor el motivo interno que una persona anida. Y, aún así, es difícil y escurridizo. La vida no se deja asir tan sencillamente. Hay mucho que esclarecer de lo cotidiano, indudablemente. 

Por otro lado, esta acción es palmariamente reprochable. Alguien que hace mal de forma evidente, debería ser llamado a dar explicaciones. Sin duda alguna. Pero no es de esperar que alguien que obra mal se comporte honestamente a la primera. Se le puede hacer saber que hace daño, pero difícilmente lo reconoce con sencillez. 

¿Qué está haciendo Sócrates, más allá de lo que está diciendo? ¿No está corrigiendo a Meleto, allí donde lo ha puesto? No para juzgarlo y que lo condenen, que no ha pedido nada de eso, sino como dice que se debe hacer entre amigos, aunque dada la situación, hay público escuchando. El público, también amigo, debería ayudar a Meleto, dado que Sócrates le está avisando y mostrando de qué va el tema. 

El caso es que, tanto en una como en otra dirección, Meleto se refuta a sí mismo en el caso de que Sócrates manifieste que no lo hace con voluntad de hacer tal cosa, que no obra "a sabiendas", "adrede", con determinación, buscando esto y no otra cosa. Si Sócrates manifiesta que busca otra cosa, quizá entonces no sea tanto el mal que hace, como el sufrimiento que sufre quien se somete a su examen por su bien. Porque no pocas veces ciertas cosas se presentan como males sin serlo y cosas buenas se presentan como bienes sin serlo. ¿Hay que juzgar por apariencia o es posible llegar al corazón del tema, al núcleo y la esencia que mueve a Sócrates a hacer lo que hace? Él, por lo que se ve, no ha ocultado el motivo que le ha llevado a salir de un sitio a otro e interrogar a unos y a otros. 




domingo, 29 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 27. (Platón, 25c - 25d)

Con la ligereza de Meleto, Sócrates va a poner en cuestión la democracia ateniense. Sin duda, este texto solo puede ver la luz en una sociedad preocupada por sí misma. Luego las maravillas de la democracia en sus orígenes, aun suponiendo un salto impresionante, aun introduciendo un cambio cualitativo decisivo en la historia, no está exenta de problemas. Este paso adelante significa, entre otras cuestiones de hecho, enfrentarse de lleno con nuevos retos que no se dan en otros sistemas sociales, en otras organizaciones políticas. No es el final que todo lo soluciona, sino solo un medio de organización común que, efectivamente tiene puntos destacados, pero que a la vez sitúa a los ciudadanos en una exigencia particularmente interesante: no se puede llevar a cabo sin su bondad, sin su implicación, sin la consideración del bien del otro más que del bien propio, o ambos a la vez, siendo esto difícil de equilibrar. La democracia es, en el examen de Sócrates, precisamente esto y no otra cuestión. 

Meleto ha llegado a poco menos que buscar salvarse a sí mismo implicando a otros. Al grito de "¡Aquí todos somos iguales!", en el fondo, lo que busca es hablar él y que los demás callen ante Sócrates. O, dicho más claramente, expulsar al bicho raro de la ciudad, al "mejor de los atenienses", para que la balanza se vuelva a equilibrar. Callarlo es el único modo de lograrlo. Para callarlo hay muchas técnicas. Meter medio, por ejemplo. Meter el miedo suficiente para que no siga hablando, con amenazas crecientes. Otra es el desprestigio, para que no sea oído. Otra la calumnia que lo rechace y lo tome por un loco, con el que nadie quiera sentarse. Nada de eso ha sido suficiente y se ha llegado al extremo: matarlo. Para lo cual, en la democracia de entonces, quizá en la nuestra también, haya que dar razones para que se considere bueno. Y el tema es este precisamente: qué uso se puede y debe hacer de la palabra/razón para lograrlo en el diálogo común. ¿Será posible? Meleto va por buen camino, porque implica la "mediocridad" de todos y el impulso de "los muchos" haciendo frente común, como en una batalla de entonces. 

Ahora toca examinar otro asunto. ¿Dónde queremos vivir? ¿Entre gente buena o entre gente mala? Mejor dicho, que me salen ecos de mi siglo, ¿entre conciudadanos hermanos y compañeros, buenos que buscan el bien, o entre malos, que usan malas artes? ¿Alguien sabe la respuesta correcta? Y cualquiera puede preguntar a qué se refiere, así que se adelanta en la misma pregunta lo siguiente: los buenos hacen bien a los que están a su lado, los malos causan mal a los que están a su lado. Estar al lado es la definición precisa de conciudadanos, que en aquel tiempo era considerada como relación solidaria y fraterna, como parte de la misma familia política. Una única familia política es capaz de crear una sociedad. Muchas familias políticas no. Porque la democracia es la fraternidad que asocia a todos como hermanos. No caben más divisiones si se quiere llegar a que todos realmente sean iguales. Y, entre hermanos, cabe esperar que se busque el bien. Las leyes, que fue la primera respuesta de Meleto, ya por entonces temerosa, son las que hacen posible ese común destino, ese común origen, ese común reconocimiento. No otra cosa, sino las leyes. Que, evidentemente, están presentes en el juicio que estamos viviendo. 

Meleto tiene claro que todos son iguales. Quiere que todos sean iguales a él mismo, con su apoyo. No quiere otra cosa. Hay que prestar atención a esto. 

Dicho esto, siendo la respuesta indudablemente clara para cualquiera, se llame como se llame en cualquier lugar del mundo, hemos llegado a una verdad indiscutiblemente cierta, universal y necesaria. Conviene vivir entre gente buena que haga el bien. Todos queremos -atención- recibir bien de los demás y no mal. Si queremos esto, por tanto, deberíamos actuar en consecuencia y reconocer igualmente que, para que esto se dé, es imprescindible obrar el bien personalmente y no otra cosa. Es decir, querer el bien de los que "están siempre a su lado", los próximos, los prójimos. 

Por si hay dudas, para apuntalar bien la respuesta y que sea todavía más evidente, Sócrates vuelve a preguntar lo mismo pero a la inversa. 

¿Hay alguien que prefiera recibir daño, y no beneficio, de la gente con la que está? Responde, querido, que la ley te ordena que respondas. ¿Quiere alguien recibir daño?

No. 

Y hasta aquí. Parece algo vago, sin contenido. Pero es lo esencial, sobre lo que hay que volver una y otra vez. Y quien pregunta qué es hacer el bien, en el fondo, muchas veces lo sabe. Solo que se entretiene por pereza o falta de voluntad, o por egoísmos. Pero hacer el bien, todos, absolutamente todos, sabemos hacerlo. Ser causa, ser motivo de bien para el otro, sabemos qué es. De largo, de sobra. 




viernes, 27 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 26. (Platón, 25b - 25c)

Meleto atribuye, queriendo escapar de la pregunta, a todos los ciudadanos de Atenas, menos a Sócrates, la cualidad de hacer mejores a los jóvenes. No solo la cualidad, sino esa actividad. Según él, todos hacen mejores a los jóvenes. Partiendo de las leyes, pasando por los jueces, la asamblea, etc. 

Algo de lo dicho no se puede negar: todos afectan a los jóvenes, la ciudad los envuelve desde pequeños configurando su mundo; la ciudad son los ciudadanos realmente, que se mueven, o deberían moverse, por las leyes. En esto tiene razón. Pero deja a Sócrates al margen. 

Sin embargo, Sócrates sigue preguntando. Usando ejemplos más concretos, fuera del ámbito de las relaciones interpersonales, ya familiares para los lectores de los diálogos, establece semejanzas, comparaciones. Convendría detenerse en estas analogías en algún momento, si es que se pueden llamar así. Desvelan la estructura interna de la tesis que está siendo cuestionada y hace emerger sus factores decisivos, los que configuran la afirmación central. 

¡Qué mala suerte me atribuyes! Respóndeme: ¿te parece que pasa lo mismo a propósito de los caballos: que todos los hombres los hacen mejores y uno solo es el que los echa a perder? ¿No sucede todo lo contrario: que uno solo es el capaz de hacerlos mejores, o lo son unos pocos, los entendidos en caballos, mientras que la mayoría, si pasan su tiempo con los caballos y hacen uso de ellos, los echan a perder? ¿No sucede esto, Meleto, tanto con los caballos como con todos los animales? Claro que sí, digáis lo que digáis tú y Ánito. A propósito de los jóvenes, ¡qué gran felicidad sería que uno solo los corrompiera y todos los demás los beneficiaran! Con esto, Meleto, has dado muestra bastante de que jamás has pensado en los jóvenes. Has manifestado con tu calidad tu despreocupación. No te han importado nada en absoluto los asuntos por los que me has traído aquí. 

Y Meleto queda refutado contundentemente. Como no se podrá leer prácticamente en ningún sitio. Hay hasta un cierto desprecio. Y no tanto por la suerte de Sócrates, sino por la mentira con la que se presenta ante la asamblea. Dice ser el que más se preocupa por los jóvenes y ni siquiera ha pensado un mínimo en ello con sinceridad. Es duro, pero real. Se puede hablar de temas gravísimos, como el bien y el mal de los jóvenes, con la ligereza más absoluta y, sin embargo, convencer a la ciudadanía de que no es así y que todo es realmente maravilloso. 

Sea como fuere, se descuelga de las respuestas de Meleto algo que ya de primeras contradice su afirmación. El mismo Meleto muestra, al separar a Sócrates, que el hecho de ser ateniense, haber nacido en Atenas y haberla defendido no hace buenos a todos sus ciudadanos. Sócrates es ateniense como el que más y no desea huir de la ciudad de ningún modo. La fuerza de la ciudad, que se podría estudiar en el argumento de Meleto, puede ser poderosa, pero no total. Queda al margen. Si queda al margen, es posible salir de allí. O no recibir la enseñanza. Como mínimo. Luego no es automático, por mucho que se empeñen los más optimistas o los más pesimistas de la libertad humana enfrentada a sus condiciones de vida normales y cotidianas. 

Ojalá, es verdad, fuera cuestión de un solo agente que perjudica a los jóvenes. Cualquiera sabe, en dos segundos, que no es así. Hace falta ser ingenuo o perverso para hablar de ese modo. Pero del ejemplo sacamos algo mayor, más preocupante. La mayor parte de relaciones nos pueden empeorar, porque es como ponernos en manos de personas que no buscarán nuestro bien, ni sabrán cómo hacerlo en el caso de que realmente lo quieran. Sócrates manifiesta una idea de ciudad que reduce la gloria de Atenas al brillo de ciertos edificios y poco más. Y esto convendría pensarlo bien una vez más. Sin dejarse llevar por un supuesto demasiado excelso, sin vigilar con atención lo que realmente ocurre, ante nuestros ojos, ante nuestra mirada palpitante. 

Intervienen en el texto varias palabras que analizar a lo largo de todo el diálogo. Felicidad, excelencia, capacidad y entendimiento... Muy interesantes. Condensan gran parte de lo que Sócrates sabe con firmeza, como igual sabe con la misma seriedad que esto que decimos de las cosas no tiene un paralelo equiparable cuando hablamos de personas, de seres humanos. No hay un poder sobre el ser humano, como ser humano, que permita hablar de esta manera. Luego la educación, para alguien que realmente se preocupe por otro, está situado en otro lugar y de otro modo. No como quien doma, sino como quien acompaña con su palabra viva, siempre en diálogo, la libertad creciente del joven, siempre más allá de las leyes de la ciudad aunque partiendo de ellas. 



jueves, 26 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 25 (Platón, 24e - 25b)

La primera pregunta para Meleto es sencilla. Simplemente si le importa que los jóvenes lleguen a ser buenos. Con un matiz: "lo que más". Y responde que sí, sin dudarlo, sin preguntar, dejándose interrogar y examinar. Sabe que después de esta pregunta vendrá otra. Y otra. Y otra. Empezar es lo de menos, salvo porque sienta las bases de aquello que se va a cuestionar rápidamente. Como ya sabemos, a Sócrates le encanta zarandear las tesis para saber qué aparece dentro, si aparece algo. Y, sin duda, le interesa más la tesis que el mismo Meleto. 

Como ha respondido que es así, continúa. Si es lo que más le preocupa, sabrá por tanto quién los hace mejores, quién los mejora. Lo que normalmente llamamos maestro sería alguien que produce, provoca, causa el bien en los jóvenes. 

Leemos. 

Muy bien; pues di a éstos quién los hace mejores. Evidentemente, lo sabes, ya que te preocupa. Como has dado con el que los corrompe, que, según dices, soy yo, me traes ante ellos y me acusas. Di entonces quién los hace mejores; revélaselo. ¿Te das cuenta, Meleto, de que sigues callado y no sabes qué decir? ¿No te parece que está mal y que es prueba bastante de lo que yo afirmo: que este asunto jamás te ha importado? Vamos, hombre honrado, ¿quién los hace mejores?

Las leyes. 

No te estoy preguntando eso, querido, sino qué hombre, que, ante todo, sabrá efectivamente, las leyes. 

Estos, Sócrates: los jueces. 

¿Cómo dices, Meleto? ¿Que estos hombres son capaces de educar a los jóvenes y hacerlos mejores?

Desde luego. 

¿Todos, o unos sí y otros no?

Todos. 

Hablas bien, por Hera, y afirmas que hay gran abundancia de hombres de provecho. ¿Qué más? ¿Los hacen mejores también estos que están asistiendo al juicio, o no?

Ellos también. 

¿Y qué sucede con los miembros del Consejo?

Los consejeros también. 

¿Serán, entonces, Meleto, los miembros de la Asamblea, los asambleístas, los que corrompen a los jóvenes? ¿O también todos ellos los hacen mejores?

Todos ellos también. 

Parece, entonces, que todos los atenienses, menos yo, los hacen hombres excelentes, mientras que yo soy el único que los corrompo. ¿Es esto lo que afirmas?

Desde luego que es esto lo que afirmo con todas mis fuerzas. 

Realmente, como un juego. Ha dicho que sí para él y con él van todos, menos Sócrates. No es más. No hay más estrategia. Todos compartirán su destino contra Sócrates porque a todos los está haciendo hombres preocupados por la educación de los jóvenes, por su bien, por mejorarlos. Lo cual significa, en primer lugar, que sea capaz de separar muchas cosas. No selecciona absolutamente nada, sino que es una mera antítesis contra Sócrates. Pero él, según va respondiendo, lo que está haciendo es negar precisamente la tesis que ha dicho al principio que está afirmando. No le interesa nada la educación y el bien de los jóvenes, sino que solo está inquieto por condenar a Sócrates y elevarse a sí mismo por encima de los demás restantes, como cabecilla que dirige el grupo. Así de sencillo. Su interés está en la condena a Sócrates, aunque diga todo lo demás. 

Uno y todos. Uno singular y todos en sus cargos.

Conviene detenerse en el arte de educar. Significa, primero de todo, la bondad del joven. El que educa consigue su bondad. Luego piensa que es posible y lo provoca. ¿Pero es que ha desaparecido el joven, con su libertad, voluntad, razón, memoria, biografía? ¿Dónde están los jóvenes que tanto preocupan a Meleto? Nunca repasaremos suficientemente esto. 



miércoles, 25 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 24. (Platón, 24c - 24e)

Comienza el examen de Meleto, el acusador que toma la voz por todos los que callan. No está solo en eso. Hace poco hemos visto que es un príncipe entre los poetas, y esta causa lo elevará, supone él al menos, un poco más todavía. Pero su alianza va más allá, respaldado por Ánito, por artesanos y políticos, y Licón, por oradores. Una tríada curiosa, asentada en la "poi-", que enfatiza la palabra y lo que se puede hacer con la palabra, reflejando el estado en el que se encuentra la democracia en Atenas. Como titular serviría: "Los poetas van a juicio." 

Haría falta comprender qué es un poeta y qué lugar, mítico todavía, ocupa. Una especie de enfrentamiento larvado entre el oráculo y la inspiración, la alteridad del oráculo y la inspiración interior, entre la visibilidad del oráculo de lo divino y la apropiación de ese misterio por los poetas. Pero no entraré en la cuestión, que hoy sería estudiada como una anticipación de lo trascendente y lo inmanente, por no hablar del alma o espíritu y la materia. De hecho, Sócrates ha repetido en diversas ocasiones que lo suyo ha sido un separarse de la investigación de la "physis", aunque no se disponga de palabras precisas para esta región evidentemente presente y tan poco atendida o confundida. El sometimiento del hombre antiguo a la naturaleza hacía ociosa esta otra cuestión y, quizá eso precisamente, fue lo que propició que fuera Atenas la cuna de la filosofía cuando ésta comenzaba a entrever un orden distinto en el mundo, que no se ocultaba tanto en los mitos cuando que había sido velado en ellos. 

La situación, en cualquier caso, pasa a ser un interrogatorio directo de Meleto justo después de desatar la oleada de indignación en la asamblea ante la evidencia de la ignorancia en la que están, en gran medida siendo presas fáciles de un discurso engañoso y diabólico, de una colección de calumnias contra Sócrates. 

Este interrogatorio tiene la forma propia de un diálogo común platónico. Aunque enuncia bien claro qué se va a tratar de esclarecer. Lo primero, sobre la educación de los jóvenes, o su corrupción. Nada más y nada menos que, como un bumerán, la acusación será contra Meleto, no contra Sócrates. Es él, en palabras de quien se defiende, quien verdaderamente corrompe a los jóvenes. No los educa, ni los beneficia. ¿Qué pruebas tiene Sócrates? Que Meleto habla bromeando, como un bufón, sin tomarse en serio lo que dice. De hecho, todo le da igual o nada le preocupa al que dice ser el más preocupado de todos y cabeza de todos ellos. Y pasa a la acción Sócrates.

Ven, Meleto, y dime: lo que más te importa es cómo llegarán a ser buenos los jóvenes, ¿no es así?

Es así. 

Hay que escuchar con claridad lo que ha ocurrido. Tesis y afirmación. Tesis en forma de pregunta y afirmación indubitable. Sócrates se hace pregunta para examinar la tesis que enuncia. Meleto no tiene ninguna pregunta. Luego no ha aprendido nada de Sócrates. Luego no ha aprendido su ignorancia. Si la tuviera presente y a la vista, preguntaría como mínimo algo de lo mucho concentrado en la tesis. Preguntaría por alguna de las partes de ese todo cerrado que suena con tanta contundencia. Qué puede preguntar. Casi cualquier cosa: sobre lo que importa, sobre el modo, sobre el devenir, sobre la bondad, sobre los jóvenes. Cualquier tema de estos está sin definir, pero habla. Habla creyendo que entiende lo que Sócrates quiere decir palabra por palabra. Entiende todo y el todo no le abruma, ni le asusta, ni le retrae. No se para ni un instante. 

Siguiente cuestión. 



martes, 24 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 23. (Platón, 23e - 24c)

Va llegando al final de su defensa general y quiere cerrar completamente la argumentación. Queda claro, en su palabra, que no hay acusación real contra él, sino solo un malestar general fruto de su examen, que denominan "indignación" y que termina en "calumnias" (diabólicas) contra él. Tal es la situación que todo está comprometido. Incluso la misma escucha de los miembros del tribunal, de quienes no se dice nada, salvo que son espectadores, aunque en algún momento han sido interpelados directamente como afectados para convertirse en testigos en el proceso. 

Si todo hubiera terminado aquí, en mostrar quién es en primera persona y por qué hace lo que hace, aunque parezca un juego de mal gusto, creo que el asunto no hubiera llegado más lejos. Sencillamente se ha convertido en alguien incómodo por su capacidad para preguntar. 

Como sus preguntas, cuando ponen al descubierto la ignorancia, provocan una reacción contra él, hay que enfatizar suficientemente que la actitud de Sócrates no parece indignada contra nadie que le haya puesto en esa misma situación. Se da un nuevo paralelo, de fuerte contraste. Los ignorantes que no saben que lo son se indignan, pero Sócrates no. Mejor dicho, ¿se indigna Sócrates aquí y se queja como se quejan los que son examinados por él? Mejor en forma de pregunta. 

Llama la atención que Sócrates diga con tanta contundencia que está es la verdad. No es, ni de lejos, su actitud ordinaria, la que conocemos en otros diálogos. Es como si en esta última intervención se hiciera acusación de todos los demás representándolos en clases, en lugar de defenderse, que debería ser su cometido. Y acusa a Meleto, a Ánito y a Licón, y con ellos a los poetas, artesanos y políticos, y oradores. ¿Por qué este final tan duro, si con lo anterior hubiera sido suficiente? ¿No se ha convertido en este momento en un auténtico peligro para la ciudad, sabiéndolo positivamente, al agitar, si no su fundamento, sí al menos su estructura? Está claro que no ha ido contra la ley, ni los dioses, ¿pero contra los hombres, contra no pocos hombres, contra no pocos hombres poderosos?

¿Es una especie de prueba de hecho, de facto, actual y presente? ¿Los antes testigos amigos ahora se han pasado al lado de la indignación, y la indignación viene en ellos de no aceptar la verdad de lo que está diciendo Sócrates? ¿Es esta su prueba más contundente? ¿El desvelamiento de la ignorancia del otro?

Y termina. Ahora que ha demostrado su situación y su sabiduría, pasa al interrogatorio de Meleto. Que es, a mi entender, una prueba más, efectivamente, de lo que ha hecho en la polis. Tanto en el contenido de lo que va a tratar como en la forma. 



lunes, 23 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 22. (Platón, 23b - 23e)

Habíamos dejado a Sócrates en la miseria de un hombre libre de Atenas. O sea, no del todo miserable, pero sí con un desprecio importante de ciertas cosas que para otros eran fundamentales y en las que medraban con o sin descaro. Esta situación contrasta directamente con esos jóvenes que le siguen y a los que parece hacer gracia. Le siguen porque, como bien indican, son los hijos de los más ricos. Y le siguen como quien juega a tantas otras cosas en la ciudad, porque luego le imitan y dicen de él cosas extrañas, como suelen hacer los jóvenes de todo tiempo.

Lo importante es el choque. Estos jóvenes "disfrutan oyendo" y "suelen imitar". Quizá sin ser conscientes del todo de lo que supone el tema. Pero el caso es que también a ellos les sucede lo que a Sócrates, que suscitan rabia y malestar. Ahora bien, en la imitación de Sócrates el malestar se vuelve contra él y no contra ellos. O sea, todos "sufren el examen" de Sócrates, tanto el auténtico como el sucedáneo. Y todos se molestan con él. 

Una nota interesante que se descuelga en el texto. Estos que son sometidos a preguntas por los jóvenes, impertinentes ellos como son, no se dan cuenta de que no saben ni aunque les pregunte un joven que está jugando. Este es el punto decisivo, que además sorprende en la lectura lenta: 

"...se irritan conmigo, en vez de consigo, y dicen..."

De donde se deduce algo importante. Sócrates no añade nada en el examen que hace de la gente que se dice sabia. Es decir, Sócrates no hace ignorantes a los hombres que examina, no es la causa de su ignorancia. Y esto lo sabemos porque incluso unos niños que juegan a imitarlo con preguntas, ignorando ellos también las respuestas, ponen igualmente en una situación incómoda al hombre interrogado. 

Aunque no suelo hacerlo, pongo un paralelo con la vida actual. Es como cuando en clase se da el caso de que hay alumnos que son preguntones, en el mejor sentido de la palabra, hasta el punto que a algunos profesores les resulta molesto tener que estar una y otra vez atendiendo sus preguntas. Cierto es que algunos jóvenes de estos, aunque les des respuestas, siguen y siguen sin encontrar nada. Pero de vez en cuando, alguna de las preguntas del alumno es tan pertinente que desarma realmente al profesor, que queda sin saber qué decir. Y en ese punto suele haber dos posibilidades: o la humildad, o la soberbia. 

De lo que está hablando el texto socrático es de la soberbia que esconde la ignorancia. No solo de un malestar contra alguien, sino que Sócrates ha pinchado en hueso en la condición humana hasta el punto de desmantelar una situación perjudicial de uno consigo mismo: la "hibris", el orgullo, la soberbia. O dicho de otro modo, la resistencia natural a abajarse, descender, humillarse e, incluso, "humanizarse". Esta es la clave que una y otra vez se repite. No es una ignorancia provocada, causada por la sabiduría de Sócrates, sino la resistencia soberbia y orgullosa de quien no quiere verse descubierto en la vergüenza de vivir sin saber cómo se ha de vivir. Respecto de muchas cosas no nos importa en absoluto decir que no sabemos nada, pero de esta sí que nos avergonzamos seriamente. Nos desnuda esta ignorancia. Nos daña y daña a otros. Pero ahí seguimos, sin bajarnos del carro. 

En el otro lado, los jóvenes que juegan, como argumento socrático. Su acción sin reflexión, como imitación infantil. Es algo que hasta los niños pueden desvelar y que aprenden a esconder como todos los demás. Se dan cuenta de quiénes saben y quiénes no sin necesidad de examen, pero viven inmersos en un mundo que los sistematiza y anula. Hoy juegan, pero años después estarán como tantos otros sentados en el tribunal que juzga a Sócrates. Porque aquellos jóvenes también participan como los demás en el juicio. Ellos saben que era juego, pero ahora callan. Han pasado al otro lado. Y de aquello de entonces les queda poca memoria. 

De esta situación se deriva que, aunque algunos los consideren discípulos, para Sócrates son puros imitadores. Él no es, ni ha querido, ser maestro de nadie. No ha abierto ninguna escuela. No ha participado en ningún grupo reducido de ritos de este o aquel misterio iniciático. Simplemente ha tratado a unos y otros con la amistad que se debe a los conciudadanos y unos ha respondido a esta amistad con un vínculo mayor y otros se han apartado con desprecio de su compañía. Nada más. Pero él no era quién para decir a nadie, ni siquiera a los jóvenes, qué debían o no debían hacer. 

Los jóvenes ignoran todo. Es bueno tenerlo presente. Incluso lo que hacen y por qué hacen lo que hacen. Como después los adultos en gran medida. Pero entre unos y otros se van consolidando las acusaciones contra él, que son tres: decir cosas de la naturaleza de arriba y de abajo, no venerar a los dioses y hacer más fuerte el discurso más débil. De las dos primeras, con su importancia, hoy casi no nos diría nadie nada. Pero la última implica poseer un arte, una capacidad, una competencia, una destreza descomunal, porque sería como decir cualquier cosa y someter a los demás con la palabra. Justo eso, precisamente eso es lo que a los sofistas, y no tanto a Sócrates, se atribuye y él mismo desearía mostrar. De modo que Sócrates parece cargar con ese pecado para redimirlo completamente, aun siendo inocente. 

Llegando ya al final de esta intervención, con solera y muy directamente, Sócrates dice: 

"Creo que es que no quieren decir la verdad: que ha quedado al descubierto que fingen saber, pero no saben nada. Creo que aman su reputación, y son poderosos y muchos, y se esfuerzan en hablar de mí persuasivamente, y os tienen llenos los oídos y me calumnian desde hace mucho cuanto pueden."

Enemigos así nadie los quiere cerca. Pero los hay. 





domingo, 22 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 21. (Platón, 23a - 23b)

La calumnia tiene dos versiones. La primera, decir que Sócrate es más sabio que nadie porque a todos deja en ridículo, por lo que es normal que se enfaden e indignen contra él. La segunda, que es la que viene a continuación, dice que Sócrates desprecia la sabiduría como algo que no tiene ningún valor humano. Así de siempre. Sócrates sería el escéptico o el cínico mayor del mundo demócrata, pero aquí se adelanta, en sus palabras, a desmentirlo para toda la eternidad. 

Es justo reconocer la exageración para cualquiera que haya seguido su argumentación y discurso mínimamente. La pieza clave está en comprender de qué sabiduría habla Sócrates como aquella que es realmente humana y que tiene por objeto igualmente lo humano, y cómo está sabiduría es distinta de todas las demás. Pero también está el punto en el que se considera que esta sabiduría es tremendamente valiosa y conveniente para los seres humanos, porque no les lleva ni a considerarse dioses entre ellos, ni tampoco piedras insignificantes. Los coloca, por así decir, en la situación precisa para vivir humanamente, tratarse humanamente y decidir humanamente. Por eso tenía tanto que ver con el amor y el misterio. 

En esta parte, además, insiste en que lo que hace lo hace en obediencia al Dios. Y hay que ser sabio para saber eso, que se obra de ese modo y con esta intención y no otra. O es pura ironía, como en otros casos, o es lo más serio de lo más serio que hay en el diálogo que tenemos entre manos. Que Sócrates diga que salía a la vida pública buscando a los que se decían sabios para obedecer al Dios y poco más. Tan poco más que no tiene ningún otro mérito añadido ni en lo político, ni en lo económico, y que se ha quedado empobrecido pudiendo haberse enriquecido como ninguno con semejante aval. 

Esta ha sido su forma de gastar el tiempo. O sea, de empeñar la vida. 

Añado algo más. Mostrarle a alguien que no es sabio es, si el oráculo está en lo cierto, mostrarle que hay sabiduría humana posible, que se puede conocer a sí mismo como ser humano, que este camino es real y que ese conocimiento es real. Y que lo hace otro ser humano como él, no un rayo iluminador, entrando en diálogo capaz y vinculante. Resulta realmente paradójico e irónico que al conocimiento del propio misterio inabarcante le corresponda, como a ninguna otra cosa, la ignorancia radical como fundamento. Decimos demasiado quizá al hablar así, porque todos actuamos comúnmente como si sí supiéramos y todo fuera un juego de situación en relación con otros, unas veces de inferioridad y debilidad, otras de superioridad y poder. Este juego entre iguales, al que se ve reducida tantas veces la vida, hasta llenarse naturalmente de miedo y temblar, es poco en comparación con la hondura de una posible relación con Dios. No con la sabiduría y el conocimiento, sino con Dios. 

Si se lee el discurso con calma se verá que el intelectualismo no es tal, sino una explicación, con lenguaje de la época, de una relación con lo absoluto que busca y obra en favor del ser humano para que sea ser humano y no otra cosa. Si a esto se le quiere llamar sabiduría, adelante. Pero quizá podría recibir otra palabra, igualmente racional y de carácter profundo, como espíritu. Es un espíritu que está presente a sí mismo en tanto que dialoga con otro espíritu. No habla de cosas, sino del espíritu en el mundo. 



sábado, 21 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 20. (Platón, 22d - 23a)

Sócrates se queda en la ciudad "como soy", "como respuesta" que en verdad es pregunta, en forma de investigación del oráculo sobre una sabiduría que él no reconoce del todo en sí mismo o que no entiende bien al principio cómo se puede formular. Porque al final, me parece a mí, sí llega a reconocer que sabe de algo y que ese algo recibe la forma de "un saber humano", esto es, "una ignorancia de sí y de su propia condición" o "una sabiduría sobre el misterio como misterio, sobre el misterio indestructible". 

Fruto de esta investigación nacen contra él odios, no amores, ni gratitudes, ni aplausos, ni admiración. De estos odios nacen a su vez hijos nuevos: todo tipo de calumnias. La principal calumnia era usar la palabra "sabio" contra él, con un desprecio que no se usaba en otros casos: ni en el caso de los políticos, ni en el de los poetas, ni en el de los artesanos. Una calumnia fundamental que consistía en no reconocer, no identificar bien su sabiduría e ignorancia, su misterio e investigación. 

Es decir, que se comenzó a decir que era sabio como los demás, pero en grado mayor que los demás. No se comprendió su "diferencia", su "distancia", como tampoco, por tanto, su novedad radical. Simple y llanamente, al refutar a otros, al mostrar su ignorancia, pensaban que lo suyo era por tanto de una sabiduría mayor, en lugar de aceptar, sin más, que su respuesta al oráculo era ser una pura pregunta a quien se mostraba sabio, sin más. Sin tener respuesta para eso mismo en lo que decían ser sabios. De esa última parte, al parecer, no se percataron suficiente. 

Debido a esta investigación, surgieron contra mí, atenienses, muchos odios, durísimos y gravísimos, tanto más cuanto que dieron lugar a muchas calumnias: se me empezó a llamar así, se empezó a decir que soy sabio. Pues siempre los que están presentes piensan que soy sabio en aquellas cosas sobre las que refuto a otro. Lo que debe de ocurrir, atenienses, es que en realidad es sabio el Dios, y con este oráculo quiere decir que la sabiduría del hombre vale poco o nada.  


Esta es la cuestión radical, la radical posibilidad de llamar a algo sabiduría como un conocimiento directo e inmediato de la realidad, que le pertenece solo a Dios. Si hacemos esta precisión, todo lo demás que no sea el conocer divino será o bien algo parecido, pero no idéntico, a la sabiduría, o bien no será sabiduría propiamente, sino otra cosa que deberíamos llamar, como mínimo, de otra manera. Sea como sea, esta precisión conduce en la siguiente dirección: situar, colocar, hacer permanecer o pertenecer al ser humano al orden propio que le correspondería, como mínimo a diferencia de Dios, como mínimo igualmente a la diferencia con aquello que quiere ser conocido. Una situación singular del ser humano en el mundo y en relación también con lo divino. Y este sería propiamente el arte en el que Sócrates sería sabio a diferencia de los demás que dicen que son sabios sin serlo y del Dios, que parece que es sabio aunque no necesite siquiera decirlo. 

Es más, Dios no lo dice de sí, sino que utiliza de algún modo a Sócrates para que se haga notar la diferencia. Sócrates es, de alguna manera y sin identificarse con ello, un modo de hablar de lo divino humanamente en el mundo. Algo que a él solo se le da a conocer en forma de ignorancia de lo humano. No una ignorancia absoluta y total, sobre todo y cualquier cosa, sino sobre lo humano. Lo que él sabe de eso irónicamente se llama ignorancia, pero propiamente se denominaría misterio y haría referencia a la condición humana en dos grandes direcciones: la muerte y la vida; el amor y el odio. Estos dos grandes temas son tratados con frecuencia. Lo que afecta a la Apología podría ser aparentemente la muerte, pero no desvinculada de su factor de unidad con el amor a la vida. O sea, que no es un "conocimiento" como entendimiento, sino un "conocimiento" como vida. Y el hombre está obligado a vivir la vida, incluso cuando quiere distanciarse de ella todo lo posible. 



viernes, 20 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 19. (Platón, 22d)

¿Por qué alguien que suscita indignación puede seguir reiteradamente la misma línea en la que suscita ese rechazo? Lo mismo puedo preguntar a Sócrates que a Jesús de Nazaret en este sentido. Cuestión idéntica para ambos. Más aún siendo ambos personas que son reconocidas como sabias y escuchadas. ¿Cómo es posible reiterarse una y otra vez en la misma dirección? ¿Por qué? 

Hay que detenerse un tiempo suficiente en la expresión con la que culmina el párrafo dedicado al encuentro con los artesanos para comprender la respuesta. En el fondo, se plantea un interrogante sobre el mismo Sócrates, que no está de más atender con calma. El que iba a examinar a otros, en el fondo, y a expensas del oráculo y el dios, se estaba examinando a sí mismo. Su exterioridad aparente y su búsqueda de algo más no era sino el intento de refutación de sí mismo, de su supuesta sabiduría y de su asumida ignorancia. Ni lo que decía el dios era comprensible tal cual, ni lo que él sabía de sí mismo era tal cual. Algo más se revelaba en la incomprensión enigmática del oráculo y en su posición de ignorancia sobre lo humano. Al sabio, dicho sea de paso, siempre le cabe algo más de saber, a diferencia del ignorante que se indigna con lo nuevo. 

Al terminar ese examen de los artesanos, que extrapolan y sacan de quicio su técnica para convertirla en saber del todo, mientras que el saber de lo humano se ignora a sí mismo aunque le quepa algo de saber del mundo y algo de acogida de lo de Dios, a Sócrates le quedan fuerzas para decir que, pese a todo y apoyado en el oráculo, la oportunidad que le queda es ser él mismo en forma de respuesta. Y esto, leído a la ligera, es leer demasiado ligeramente. 

Me respondí a mí mismo, y respondí al oráculo, que más me conviene ser como soy. [Traducción de Gredos: "Me contesté a mí mismo y al oráculo que era ventajoso para mí estar como estoy."]

ἀπεκρινάμην οὖν ἐμαυτῷ καὶ τῷ χρησμῷ ὅτι μοι λυσιτελοῖ ὥσπερ ἔχω ἔχειν. 

Esta frase debería ser grabada a fuego junto con la otra que se ha hecho más famosa y que queda a la interpretación habitual de cualquiera. Porque este "permanecer en lo que soy" (por introducir el otro copulativo español, junto al ser y al estar) puede significar algo mucho mayor que una localización o una esencialidad. Ni es un estar mundano, ni un ser extramundano. Es un permanecer siendo en un ser que está vivo, por tanto, en el mundo. Porque la vida es algo mundano para quien sabe qué es la vida, aunque la vida humanamente vivida sea algo más que mundo y diga de algo más allá del mundo. 

Lo de la "conveniencia" es un tema que no debe ser tratado de primeras, sin hacer el honesto viaje por la ciudad en confrontación con los sabios del tiempo. Y, por supuesto, el "me" conviene, como un "mí mismo" dado por el dios que debe ser interrogado igual que el resto de sabios de Atenas para descubrir qué hay en él y que lo hace propiamente "sabio". 

Esa "ventaja o conveniencia" se establece como "respuesta". La condición propia del sabio no es la del adelantado que tiene la "respuesta antes de la pregunta", sino la de quien vive propiamente la pregunta y se hace él mismo respuesta en la vida siendo esencialmente una pregunta. Se tiene cierta respuesta de algo después de haber vivido, pero no antes. Primeramente se es pregunta. Y se actúa como respuesta. Al ser le corresponde preguntar y al actuar le toca responder. Y no se puede, y esta es la condición humana básica, salirse de la vida sin responder, es decir, sin actuar. Pero se puede actuar, curiosamente, siendo pregunta. Y esto es lo propio del sabio bondadoso enterado de qué es la condición humana y también de que Dios habla y ha hablado a la humanidad. Y ser pregunta requiere alguien que la oiga. Y esto remite al prójimo. Al que encontramos de muchas formas en la vida. Pero que gracias a que tenemos una pregunta hemos ido a encontrarlo. Algunas veces le haremos la pregunta que somos, y otras veces no. Pero estaremos a su lado, porque el Dios nos ha enviado a su lado. 



jueves, 19 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 18. (Platón, 22b - 22d)

Los encuentros que narra en esta parte de su defensa son un perfecto resumen de lo que después serán los diálogos con nombre propio. Es bien interesante descubrir que, conforme se leen, los diálogos no satisfacen al lector en su conclusión, sino que introducen en el diálogo mismo. De hecho, quien vaya directamente al final comprobará cómo terminan. Siempre a salta de mata, interrumpidos por uno u otro asunto, pero no cumpliendo su objetivo, ni culminando su empresa. Terminan a las bravas y sin acuerdo de hecho. Casi sin acuerdo posible, cuando las posiciones ya se ven anquilosadas y cerradas. 

Sobre los poetas, una nota más. Esa que dice que nacieron con una inclinación, con una capacidad. No es que las musas los posean arrebatadoramente en determinadas circunstancias, como ellos dicen. Sino que es algo de la cuna, irrastreable por tanto, pero donde el desarrollo tiene algo serio que ver. Mejor dicho, se puede estudiar el rastro, pero se pierde ahí donde la vida comienza. A eso le llamamos, con mejor o peor sentido, naturaleza humana, condición humana, ser del ser humano. 

Sócrates se va directo, por último, a los artesanos. Esos hombres que son sabios haciendo cosas. No con las palabras, sino con las manos. Artistas en sentido pleno, porque disponen de una buena "areté" que, por si fuera poco, tienen capacidad de dominar, domesticar, utilizar y hasta enseñar. Es un auténtico arte, un arte poseído. Es fácil identificar al buen artista porque el producto de lo que hace lo hace bien. Es útil, práctico, sirve. Es algo que está presente y que ha generado con su acción, con su tiempo, con su sabiduría. Y otros, cuando creen que es fácil y se ponen a ello, descubren que no lo es tanto como pensaban. Es decir, de algún modo desvelan ignorancia y desigualdad real respecto a otros, volviendo su arte necesario para la producción de un bien. 

En el examen con estos últimos, aunque lo de los grupos generales es algo que deberíamos comprender de otro modo más sutil, el problema que se va a dar es que, sabiendo de algo y sabiéndolo bien, creen que de igual modo pueden utilizar su posición y distancia respecto a otros para hablar de otras cuestiones distintas a sus artes concretos. Ni siquiera, por así decir, se comparan con otros artistas que también producen cosas, sino que se atreven con todo. Sea esta cuestión qué pueda significar lo bello, o qué es lo bueno que se debe hacer o evitar, o cómo dirigir la vida social y política de la ciudad. Se atreven con todo utilizando como recurso no su arte, sino precisamente prescindiendo de él. Si el ceramista utilizara realmente sus utensilios, los que auténticamente maneja, para vérselas de frente con otro tipo de temas, como pueda ser el ejército espartano, vería que no sirven de nada. Sin embargo, usa su prestigio en el arte de la cerámica para creer que posee una sabiduría con la que puede enseñar a otros. O sea, no se limitan al arte que poseen, sino que se extralimitan ignorantemente. Alguno, probablemente, se callaría rápidamente. Pero aquí solo se nombra a los que van de sabios y no reconocen abiertamente su ignorancia. La misma que piden a otros para no meterse en los asuntos de su arte propiamente. 

Dicho lo cual, recapitulamos. Los políticos, los poetas y los artesanos son considerados sabios, y poseen cierta sabiduría, pero no lo son realmente en las cuestiones de la sabiduría más básica, allí donde podemos decir sabiduría y no otras cosas como "conocimiento", "pericia" o "producción". Respecto a la sabiduría humana saben poco, pero actúan como sabiendo mucho. 

Los tres destacan por tres asuntos. Los primeros son escuchados con atención y dirigen el destino de la ciudad convenciendo a otros. Son buenos con palabras prácticas. Los segundos cantan lo que las musas les dieron, sin el agradecimiento debido a la cuna en que nacieron, y se creen distintos a los demás precisamente por eso que no han conquistado. Y los terceros extralimitan su arte, pasando de una técnica a una sabiduría sobre la vida, sobre la condición humana, para la cual ni están preparados en tanto que artesanos, ni disponen de un medio o instrumento capaz de tal asunto. 

Y todos los diálogos terminan con indignación ante las preguntas de Sócrates. Todos. No es que terminen mal porque no se llega a acuerdo, sino que terminan mal porque despiertan algún tipo de pasión contenida o rechazo. Y me sigo preguntando por qué no dejaría Sócrates de actuar así sabiendo que una y otra vez se produciría lo mismo. ¿Realmente a esto le podríamos llamar esperanza? ¿Tenía Sócrates cierta esperanza que no confiesa sobre la posibilidad de ver al menos a una persona más sabia que él y por eso seguía y seguía llevando la contraria al Dios? ¿Qué hubiera pasado en la ciudad si Sócrates hubiera aceptado desde el inicio ese oráculo, se hubiera comportado como sabio ante los otros, sin despertar tanta indignación en ellos, y no hubiera sido condenado por Atenas a muerte como sabemos que terminará este diálogo llamado "Defensa"? ¿Por qué? ¿No pudo ser la historia de otro modo, más benévola, más iluminadora? ¿No se podía haber aprovechado mejor su sabiduría? ¡Despierta Sócrates, despierta!



miércoles, 18 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 17. (Platón, 22a - 22b)

Sacadas las primeras conclusiones, y vista la situación en su conjunto, Sócrates va hacia otro grupo, de los tres que identifica como grupo de sabios en la ciudad, y comienza su examen. Matizo. No es un grupo propiamente, porque los diálogos son siempre entre personas. Pero saca ideas como si fuera para un conjunto de personas. Pasados "los políticos" se dirige a "los poetas", a los hombres de palabra que hablan bien, dicen cosas interesantes y encandilan al pueblo. La idea básica es, tomando la palabra dada por el oráculo, examinar a los que consideraban que eran sabios o tenían alguna sabiduría para comprobar qué era exactamente. 

Resalta Sócrates que esto es un viaje. Sin salir de Atenas, pero un viaje. No es que fuera a ningún otro lugar, sino que estaban allí. Este viaje consiste en escuchar lo que tienen que decir sobre su sabiduría y examinarlo con preguntas. Es decir, no solo escuchar, sino escuchar y examinar. Hoy le podríamos fácilmente otro nombre común a esto, pero Sócrates lo llama viaje, con una palabra que recuerda a anteriores sabios, por cierto. Es un viaje que desata indignación, por cierto. 

Qué es lo que hacen los poetas. Componer versos, cuidar el lenguaje, hablar bellamente, narrar historias, entretener a los hombres libres, alabar heroicidades, destacar personalidades, resumir acontecimientos. Su sabiduría está orientada en la dirección, como es fácil reconocer, de la palabra. De un modo distinto a como hablan otros, en un arte difícil de alcanzar. Y fruto del mismo obtienen reconocimiento, gusta la gente de escuchar lo que escriben, lo que cuentan, cómo lo cuentan. En el caso de Atenas, en aquella época, podemos pensar que son dos grandes temas lo que se tratan básicamente. Los asuntos cercanos históricos en los que están implicados, con sus personajes relevantes, y los asuntos de los dioses, míticos y ancestrales, que al mismo tiempo se vierten y actualizan precisamente a propósito de los primeros. Ambos temas son realmente uno solo, si se sabe leer bien. Ambos, además, mediados por las palabras, orientados por ellas. Con un viaje que hoy nos parece mayor en el segundo caso, pero que probablemente fuera más denso y mejor recibido a través de ese conjunto de narraciones constitutivas de la identidad ateniense, precisamente por su simbólica. Y su técnica en el manejo de palabras es poética porque su obra era considerada bella en el ritmo, en la cadencia, en las imágenes que destilaba. La poética es la simbólica, como también la política en cierto modo, pero en una escala mayor. 

Supuesto esto, el poeta es examinado y la conclusión socrática es abrumadora: sus palabras no son suyas, lo que dice no nace de su ser humano, sino de este ser humano abierto a la acción de las musas, inspirado por tanto, inspirador como resultado. Pero no se puede atribuir a estos hombres el trabajo para alcanzar una sabiduría porque esta sabiduría es recibida de los dioses, y no tanto algo que ellos posean y de la que puedan disponer fácil y creativamente. En resumen, no es algo netamente suyo. Si nos limitamos a estudiar la parte que les corresponde, descubrimos además que, pese a toda la gratitud que ofrecen los dioses, no son conscientes de esta realidad y se apropian indebidamente lo que pertenece a los dioses. 

Dicho más suavemente, no son sabios, pero se creen sabios. La sabiduría es de las musas y, sin embargo, desconocen eso y la gratitud debida. Por si fuera poco, además también se indignan. 




martes, 17 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 16. (Platón, 21e - 22a)

Leo que, después de examinar al primero, fue a por otros. Y en ese plural se esconde un "muchos otros", no pocos. No son rarezas. Los que creen que saben y los que se presentan ante los demás sabiendo no son rarezas extrañas. No es que sean muchos, sino que somos muchos. Si no, se notaría. Pero rápidamente notamos que vivimos entre sabios de las cosas relativas al ser humano. Quizá respecto al mundo, callamos. No digamos en lo que se refiere al universo, las matemáticas, los grandes libros, el arte, la cultura y la ciencia, y todos esos ámbitos en los que consideramos casi de modo natural que hay una condensación de conocimiento enorme formado por muchos otros grandes hombres. Pero respecto a lo que se refiere a cómo vivir y a cómo es debe vivir y a qué es el bien, la justicia, el amor, la libertad... todos viven sabiendo. 

No sabiendo porque sean capaces de escribir un libro sobre él que engrose todavía más lo que hay al respecto en ética, política, antropología o ciencias humanistas y sociales, sino respecto a la propia vida. Diría más todavía, sobre todo respecto a lo que otros deben hacer con su vida. De la humanidad del otro hombre sabemos mucho, nos pronunciamos en exceso quizá con la palabra. Y, con respecto a nosotros, igualmente, pero con la acción, con la vida. Andamos por el mundo creyendo que sabemos cómo vivir y cómo se debe vivir. 

Cuando la duda se cierne, aunque sea un poco, todo se detiene. Y vivir en la pregunta seriamente es dolorosísimo. Porque, de alguna manera, es como salir del mundo por un instante, desgarrarse internamente y confiar y confiar y confiar plenamente con una fe que no tenemos claro de dónde viene, ni a dónde va. Dudas y más dudas. O preguntas y más preguntas. Dudas de primeras, que golpean muy seriamente. Quizá tomadas como locura, como cosa de juventud, como una carencia adolescente más entre otras carencias más de su edad que se aplacan con los años y con la sistemática con la que obra el mundo para ser una presa más, una pieza más de su rítmica. Quizá primero como dudas, que pueden pasar ciertamente a ser motivos de investigación seria y de diálogo sincero con el otro. Entonces se vuelven palabra en forma de pregunta. Pregunta densa, transparente y traslúcida. Pero pregunta insoluble. Pregunta para la confianza de la razón más que para las categorías del entendimiento. Pregunta sobre la que se puede decir algo fundamental, por hondo y por fundante, pero no algo cerrado en lo netamente comprensible.

La situación de Sócrates es dramática en sus palabras. Y, de nuevo, por qué no darse la vuelta rápidamente ante la primera y segunda indignación recibida. Por qué no dejar de interrogar a otros según el dios. Por qué no callarse, replegarse a la vida entre amigos, que los tenía. Por qué no dejar el espacio público ateniense, del que no salió, y poner un cartel que replique el oráculo haciendo de él punto de encuentro en el que ser él el centro. Por qué. No lo sé. De verdad, no lo sé. Lo normal, por supuesto, es plegar velas y dejar de navegar. Al menos en lo que a mí se refiere, en lo que veo en muchos otros también muy despiertos, es lo frecuente. Hacerse un hueco en el mundo para, si no disfrutar de placer y comodidad, al menos para no ser incordiado y ser sacudido por la ira y el desconcierto ajenos.

Pues en estas, según sus palabras, el tema se iba caldeando. Al primer enfadado, siguió otro y otro. Y cuanto más sabios se creían, más enfado. Porque, eso es verdad, reconoce que no todas las personas se consideran sabias con el mismo grado, con el mismo orgullo. Pero todas se ofenden al tener que reconocer que no saben lo que dicen que saben o al intuir sus propias contradicciones. Dicho sea de paso, no es que Sócrates fuera a ellos para decirles que él se sabía el más sabio, sino justo para lo contrario. Lo suyo era buscar el encuentro en la ignorancia con otros, para ver si de aquella ignorancia podía salir algo realmente bueno en el diálogo. Quizá en uno mismo no puede hacer la verdad, pero la verdad es posible que sea audible si la dice otro. Es decir, más que crear la verdad, recibirla en común. Y esto es realmente maravilloso. 

Esta parte reconozco que me llama poderosamente la atención. Y no encuentro en Sócrates el "intelectualismo" del que con frecuencia se le acusa. Tampoco sé muy bien cómo explicarlo en clase cuando se tocan estos temas, dada la circunstancia. Porque el socratismo no puede ser impostado en una metodología más entre otras. Nos podemos esforzar en el diálogo, en las preguntas y en las respuestas. Pero los diálogos en los que la vida aparece como sostén de ciertos argumentos y se pueden examinar esas palabras con verdad, esos diálogos no se planifican ni para primera, ni para tercera hora. Se dan con cierta disposición previa. Y a esta disposición previa deberíamos llamarla "libertad" en sí misma, "libertad" de uno mismo. 



lunes, 16 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 15. (Platón, 21d - 21e)

El encuentro con el político no ha sido favorable, sino más bien todo lo contrario. Ni ha conseguido refutar el oráculo de Delfos, ni ha conducido a nada bueno para Sócrates mismo, ni para el político, ni para el pueblo. Es más, se podría incluso pensar que del examen, si surge la indignación, se ha vuelto una situación mucho peor de lo esperado. Ahora convendría empezar a temer. Porque el político, y el pueblo en su conjunto, deciden lo que ocurre en la ciudad. En Atenas se podía expulsar a cualquier ciudadano que no se considerara alineado con la vida común. Y no han sido pocos casos. Por supuesto, también se puede condenar a muerte o hacerle sufrir mucho. Mejor no pensarlo. 

El caso es que si Sócrates ha comprobado que es sabio en algo, al mismo tiempo ha comprobado que ese saber no es "poder", en sentido estricto. No se impone sobre otros. Esto no estaba en lo que el oráculo había dicho. Pero de forma palmaria aparece. Queda en el resumen de lo sucedido. El político, que accedió a dialogar con él, ahora se ha vuelto en su contra. Y con él, porque él sí tiene poder, el pueblo, la opinión general, la opinión pública. En Atenas no había redes sociales, ni medios de comunicación como televisión y periódicos, pero sí había opinión general, opinión pública. La democracia se asienta en la salud o enfermedad de esa opinión, que es, en definitiva, un elemento constituyente de un "sentido común". 

No solo el político, sino otros que también decían saber mucho y ser sabios, también estaban en la misma situación y respondían con el mismo esquema. Tras el diálogo convertido en examen, que en el fondo es examen de la sabiduría de Sócrates por un lado y no solo examen del interlocutor que dice ser sabio, se prueba que, si no se parte de la ignorancia del saber humano, todo se desmorona fácilmente. La evidencia está en que hablan y hablan contradiciéndose a sí mismos y sin querer solventar la contradicción, sin darse cuenta de ella o haciendo "como si" diera igual tal contradicción. Esto es lo trágico, fuera de la teatralidad en la que se pueden leer hoy los diálogos. No es una muestra escrita para ser contemplada, sino el modo habitual y común en el que las personas viven: la contradicción, la paradoja, la tensión. ¿Quién la resuelve? ¿Quién se apoya y cómo en semejante tensión? ¿Qué descanso posible queda?

En este punto se expone muy claramente el asunto. Sócrates no ignora que ignora, no pasa por alto la limitación, la crudeza de su falta de conocimiento, no da un paso más allá haciendo de su débil opinión una opinión fuerte para todos, sino que queda instalado en la pregunta, el misterio y, en cierto modo también, la duda, el paréntesis, la distancia. Si da un paso más adelante, y no queda otra al viviente, será por algo distinto a la seguridad que se atribuye a ciertos conocimientos y sabidurías. Mejor dicho, si da un paso adelante será por cierta sabiduría, que no es la que comúnmente se considera como tal en tanto que certeza total y cerrada. Será, y esto es lo más propio del ser humano, para abrir posibilidades y no solo para realizarlas, será para adelantar algo en la historia y no solo para cumplir un destino impuesto externamente. 

Al irme, pensaba para mí: "Yo soy más sabio que este hombre. Seguramente, ninguno de nosotros sabe nada más que valga la pena, pero él cree que sabe, aunque ignora, y yo, ya que no sé, tampoco creo que sé. Así que, por este matiz, yo soy más sabio que él: porque no creo saber lo que no sé." Me dirigí entonces a otro de los que tenían fama de saber más que aquel hombre, y me pareció lo mismo, y de nuevo él y muchos otros se indignaron conmigo.

Este párrafo es fundamental en la historia de la filosofía. Muestra cómo la vida entera se asienta y sostiene en aquello que sabemos. La persona es racional no porque las ideas, tal y como lo entendemos hoy, en tanto que pensamientos, sean lo decisivo. Sino porque vivimos simbólicamente y actuamos en un mundo repleto de referencias, relaciones, visiones. O vemos, o no vemos. O hay salida, o no hay salida. O hay oportunidad de algo más, o quedaremos con el menos. En este sentido y dirección comprendo yo lo que aquí se dice. No como "intelectualismo", sino como un racionalismo realista, como sujeto inserto en la realidad, no constituido al margen de ella, y, sin embargo, diferente de todo lo demás incapaz de confundirse con un objeto en cualquiera de sus movimientos. 



domingo, 15 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 14. (Platón, 21b - 21d)

Un buen texto tiene citas, que son realmente enlaces y conexiones, para demostrar que se ha tratado de un tema antes de decir por decir, o hablar por hablar. Pero algunos de estos textos, al mismo tiempo, dan importancia a la gratuidad de la palabra por la palabra. Por ejemplo, un examen es sacar de sí lo que hay y dejar en evidencia lo que no hay. Más que citar se trata de mostrar. Y el diálogo socrático es, de suyo propiamente, un examen.  

Hay un salto enorme entre citar al oráculo de Delfos, a la Pitia, aunque en realidad todo queda mediado por el difunto Querofonte y representado por su hermano presente, y el examen que emprende ahora por la ciudad. Una distancia cuyo arco va de la recepción a la experiencia de la propia vida. Se podría decir que Sócrates trata de poner en presente el oráculo, que indica una sabiduría que, en su recepción, Sócrates dice no poseer "en absoluto". Como quien habla en el tribunal es el Sócrates que ha pasado por todo eso y más, se da una paradoja todavía mayor. El oráculo tenía más razón que Sócrates, porque decía que sabía y Sócrates pensaba que no sabía "en absoluto". Lo cual ha demostrado ser, con el tiempo, falso. Sócrates ha descubierto que la sabiduría de la que hablaba la Pitia era una que él no había considerado, quizá llevado por el ambiente general: la sabiduría propia del hombre. En esta página están todas estas consideraciones. Y Sócrates mismo cambia y sale de su "absoluta ignorancia" hacia "otra ignorancia" que le lleva a una sabiduría inesperada. Insisto, "la propia de los hombres". 

Seguimos. Después de ese tiempo de consideración privada del asunto, y suponemos precisamente que es este momento de su vida en sí mismo y con sus amigos el que lleva a esa segunda necesidad por agotamiento. El oráculo decía que era sabio en algo y de una forma concreta. No que fuera el sabio que todo lo sabía, sino que era "más sabio que otros". Y como la sabiduría acepta grados, se trata de comparar sabidurías para ver quién está por encima, quién por debajo. La cuestión socrática está ahí precisamente, en esta paradoja en la que no saber implica más sabiduría que el decir que se sabe de algunos temas. Siempre conviene apostillar que se trata de algún tema, del tema específicamente humano. Por lo que surge es la sabiduría humana sobre el ser humano. 

Se le ocurrió a Sócrates lo que quizá se le puede ocurrir a cualquiera. Consideró sabio, en primer lugar, a aquel que más brillaba en la ciudad, al que más reconocimiento recibía de parte de todos, al más escuchado por los habitantes libres de Atenas. Y este es, sin lugar a dudas fruto de la democracia, quien entonces se llamaba "político" y que no conviene confundir demasiado con los políticos de nuestras sociedades complejas. El político era un ciudadano libre encargado de dirimir y encaminar los asuntos comunes, tomando decisiones. Para ello, por lo tanto, debe conocer muchas cosas. Dos muy importantes: la situación actual y el problema que hay; la situación futura y el modo de dirigirse a ella. 

De este modo, tomado el político como alguien de sabiduría reconocida por todos en un espacio democrático de elección y aclamación popular (popular como comunidad, no popular por acoger a todos). Dice el texto sabiamente, que "no hace falta decir su nombre", porque bien puede tomarse por una "forma" (rol social, que se dice a veces) que algunas personas encarnan. Este político pasa a ser examinado por Sócrates para que Sócrates pueda refutar el oráculo. 

La intención socrática es la refutación de un oráculo, el llevar la contraria al oráculo, el querer situarse en actitud de negación. No negarlo, sino afirmarlo para ver si se sostiene. No es una palabra negativa respecto del oráculo, sino que el oráculo misteriosamente pasa a guiar su vida. Entonces, conducido de este modo y con esta intención, tomando el oráculo como método, pasa a "examinar" y este "examinar" significa dialogar, colocar ambos logos uno junto al otro. 

La conclusión del examen es paradójica y la saca Sócrates. No saca la conclusión para todos, sino que se muestra que debe ser una conclusión que cada cual debe sacar para sí. Pero a Sócrates "le parecía" que el hombre supuestamente sabio era considerado sabio por muchos y, sobre todo, se creía sabio él mismo sobre ciertos asuntos cruciales relativos al ser humano. No se acentúa tanto la aceptación por la comunidad como la actitud que tiene quien ejerce cierta función social respecto de sí mismo. Sin embargo, la conclusión socrática es "que no era sabio". Decía serlo y actuaba "como si" en función de su responsabilidad y cargo, pero "no lo era". Solo era apariencia, "como si" fuera sabio. 

Y llegado este momento, Sócrates intenta mostrarle que no es sabio y se descubre que el sabio no quiere aprender de él, sino que se ofende. El sabio no quiere ser conducido por otra sabiduría distinta que la suya. Este es, por lo mismo, el inicio de la calumnia contra Sócrates, el motivo de la opinión común en la que Sócrates aparece como un combatiente y crítico destructor frente a otros. No como quien trabaja en positivo, sino como quien conduce al escepticismo del no saber, a la nada. En este momento gira toda la historia, porque continúa interesándose por el político. Mejor dicho, por la persona que puede quedar encerrada en la apariencia del rol que ejerce, sin responsabilidad y sabiduría real alguna respecto de un asunto tan crucial como la orientación decisiva de la comunidad. Diríamos hoy que la sabiduría aquí tiene mucho que ver con la humildad bien entendida y, sobre todo, con una responsabilidad que nos desborda y ante la cual siempre se es pequeño respecto de la misión que se encomienda. 

En resumen, Sócrates despierta pasiones contrarias a él, pasiones contra él al intentar mostrarle que pensaba ser sabio, pero no lo era. Como bien se pregunta el profesor Miguel García-Baró, ¿por qué se quedaba a su lado, si eso no se lo ha pedido el oráculo?




sábado, 14 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 13. (Platón, 21a - 21b)

Si nos entendiéramos con palabras y hablando, todo sería mucho más fácil. Comunicamos cosas que no siempre se oyen, se entienden. Las palabras no son tan transparentes. Hay polisemias, sinonimias, relaciones internas y externas entre palabras y cosas, entre lenguaje y mundo. 

Como en otras ocasiones, si al ser humano se le pidiera vivir en un único "mundo", en una única "realidad", todo sería más fácil y estaría integrado. Pero la complejidad deriva en tensión y requiere tensión para su expansión. Así, por ejemplo, la palabra propia tiene que vérselas con la palabra ajena, la palabra propia que es palabra del corazón tiene que exponerse y salir de su hogar cómodo y placentero donde encaja para ir al encuentro posible con el otro, llamando a la puerta y quedando a la espera de ser recibida. En ese tiempo que va de una a otra, en ese "entre" tan profundo, la palabra se ha vuelto donación y se hace también llamada. No es ni de uno, ni de otro propiamente hablando. O de los dos. Ambos quedan al margen de ella, en cierto sentido. Y los dos quedan implicados por ella, en cierto sentido. Alguien dirá que esa palabra es de quien la dice siempre, pero en tanto que el oyente puede hacer con ella lo que quiera es evidente que hay una separación. No diría absoluta y radical, pero hay una separación que comprender y entender para que pueda llegar a ser palabra oída por otro. 

El caso es que Sócrates está ante el tribunal. Ha expuesto su sabiduría, que es lo importante, como sabiduría meramente humana. Sin el meramente: sabiduría humana, propia del ser humano. Hay otras sabidurías ya citadas. La primera, la del domador. Segunda, la de los sofistas. Pero en la ciudad hay más sabidurías. Así que ahora lo que toca es ponerse a ello y comprobar si la Pitia, después de que Querofonte "se atreviera a preguntar", tiene razón en lo que enigmáticamente dice o no. Sócrates dice o piensa que él no es sabio, pero eso haría que todo entrara en colapso y absurdo. Luego la Pitia debe haber querido decir algo que Sócrates quizá no comprenda del todo. A lo mejor Querefonte sabe más de esto que Sócrates, quién sabe. 

El caso es que Sócrates ahora se va a pasear por la ciudad investigando su saber y el saber de otros. Esto es lo que narra al principio de 21b, con más sencillez incluso. 

Considerad por qué os refiero esto, ya que voy a instruiros sobre el origen de la calumnia contra mí. Cuando oí aquello, me quedé pensando: "¿Qué dice el Dios? ¿Qué enigma me ofrece? Yo tengo plena conciencia de no ser sabio en absoluto. ¿Qué quiere decir, entonces, al afirmar que soy el más sabio? No puede decir algo falso, porque no le es lícito." Permanecí perplejo por mucho tiempo sobre lo que quería decir. Luego, a duras penas, me puse a investigar su significado de la siguiente manera. Me dirigí a uno con fama de sabio... 

σκέψασθε δὴ ὧν ἕνεκα ταῦτα λέγω: μέλλω γὰρ ὑμᾶς διδάξειν ὅθεν μοι ἡ διαβολὴ γέγονεν. ταῦτα γὰρ ἐγὼ ἀκούσας ἐνεθυμούμην οὑτωσί: ‘τί ποτε λέγει ὁ θεός, καὶ τί ποτε αἰνίττεται; ἐγὼ γὰρ δὴ οὔτε μέγα οὔτε σμικρὸν σύνοιδα ἐμαυτῷ σοφὸς ὤν: τί οὖν ποτε λέγει φάσκων ἐμὲ σοφώτατον εἶναι; οὐ γὰρ δήπου ψεύδεταί γε: οὐ γὰρ θέμις αὐτῷ.’ καὶ πολὺν μὲν χρόνον ἠπόρουν τί ποτε λέγει: ἔπειτα μόγις πάνυ ἐπὶ ζήτησιν αὐτοῦ τοιαύτην τινὰ ἐτραπόμην. ἦλθον ἐπί τινα τῶν δοκούντων σοφῶν εἶναι 

Tres cuestiones sobre este tema, a considerar brevemente. Primero, que quien ahora habla se ha situado antes a la escucha. Una escucha no comprensiva, sino interrogativa. Cuando oye lo que el oráculo ha dicho, lo que hace es preguntar. No darse por enterado y conforme, sino preguntar qué quiere decir. Porque en su sencillez hay enigma. Olvidar que las palabras son enigma, que no siempre se entienden a la primera, como las cosas a su modo y las personas en su misterio, es ya iniciar un camino. Ese camino se puede quedar en uno mismo o volverse pregunta sobre ello, que, además, en esta circunstancia es volverse pregunta uno mismo por el contenido mismo, tan directo, del oráculo. Quién soy. Dicho brevemente esta es la pregunta del oyente de la vida y del enigma. Quién soy. Y se da una confrontación entre lo previo y lo recibido. Un choque, un golpe, una oposición. Yo sé que no sé mientras el oráculo dice que sé. ¿Qué es lo que pasa aquí?

En segundo lugar, llama la atención el mundo afectivo, el mundo pasivo. "Permanecí perplejo mucho tiempo." No es tampoco cualquier experiencia. Se puede decir que la claridad aquí convoca la oscuridad, que la palabra llama al silencio, que la luz ennegrece la apacible existencia previa. Qué ha pasado. Y de ahí no se sale sin un trabajo duro, sin "a duras penas" ponerse a examinar, a investigar, a reflexionar, a pensar, a razonar, a darle vueltas, a considerar con atención qué quiere decir aquello y qué pasa aquí. Quién tiene más razón: o yo, o el oráculo. Con la salvedad de la confianza puesta, no demostrada, de que el oráculo no tiene legalmente la ocasión de mentir, decir algo falso. Así que, el cambio está servido en otra dirección más. Que es reconsiderar el propio pensamiento. 

Y, tercero, la alteridad más próxima. El oráculo está lejos, pero el prójimo está cerca. Así que solo queda recuperar la alteridad del "más que" en diálogo, precisamente en diálogo, con el otro más cercano que dice ser sabio. O sea, intentar refutar al oráculo. Y la sabiduría trata del diálogo. Es sabio quien dialoga, se ve la sabiduría en el diálogo. No en la soledad, sino en el diálogo, en el encuentro con el otro. Allí es donde emerge posiblemente esto que llamamos sabiduría. 

Quedan siempre muchas cosas por decir, pero quien escribe sabe poco. Ojalá pudiésemos dialogar más sobre estos temas, que nos harían, pienso yo, mejores en muchos sentidos.