jueves, 19 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 18. (Platón, 22b - 22d)

Los encuentros que narra en esta parte de su defensa son un perfecto resumen de lo que después serán los diálogos con nombre propio. Es bien interesante descubrir que, conforme se leen, los diálogos no satisfacen al lector en su conclusión, sino que introducen en el diálogo mismo. De hecho, quien vaya directamente al final comprobará cómo terminan. Siempre a salta de mata, interrumpidos por uno u otro asunto, pero no cumpliendo su objetivo, ni culminando su empresa. Terminan a las bravas y sin acuerdo de hecho. Casi sin acuerdo posible, cuando las posiciones ya se ven anquilosadas y cerradas. 

Sobre los poetas, una nota más. Esa que dice que nacieron con una inclinación, con una capacidad. No es que las musas los posean arrebatadoramente en determinadas circunstancias, como ellos dicen. Sino que es algo de la cuna, irrastreable por tanto, pero donde el desarrollo tiene algo serio que ver. Mejor dicho, se puede estudiar el rastro, pero se pierde ahí donde la vida comienza. A eso le llamamos, con mejor o peor sentido, naturaleza humana, condición humana, ser del ser humano. 

Sócrates se va directo, por último, a los artesanos. Esos hombres que son sabios haciendo cosas. No con las palabras, sino con las manos. Artistas en sentido pleno, porque disponen de una buena "areté" que, por si fuera poco, tienen capacidad de dominar, domesticar, utilizar y hasta enseñar. Es un auténtico arte, un arte poseído. Es fácil identificar al buen artista porque el producto de lo que hace lo hace bien. Es útil, práctico, sirve. Es algo que está presente y que ha generado con su acción, con su tiempo, con su sabiduría. Y otros, cuando creen que es fácil y se ponen a ello, descubren que no lo es tanto como pensaban. Es decir, de algún modo desvelan ignorancia y desigualdad real respecto a otros, volviendo su arte necesario para la producción de un bien. 

En el examen con estos últimos, aunque lo de los grupos generales es algo que deberíamos comprender de otro modo más sutil, el problema que se va a dar es que, sabiendo de algo y sabiéndolo bien, creen que de igual modo pueden utilizar su posición y distancia respecto a otros para hablar de otras cuestiones distintas a sus artes concretos. Ni siquiera, por así decir, se comparan con otros artistas que también producen cosas, sino que se atreven con todo. Sea esta cuestión qué pueda significar lo bello, o qué es lo bueno que se debe hacer o evitar, o cómo dirigir la vida social y política de la ciudad. Se atreven con todo utilizando como recurso no su arte, sino precisamente prescindiendo de él. Si el ceramista utilizara realmente sus utensilios, los que auténticamente maneja, para vérselas de frente con otro tipo de temas, como pueda ser el ejército espartano, vería que no sirven de nada. Sin embargo, usa su prestigio en el arte de la cerámica para creer que posee una sabiduría con la que puede enseñar a otros. O sea, no se limitan al arte que poseen, sino que se extralimitan ignorantemente. Alguno, probablemente, se callaría rápidamente. Pero aquí solo se nombra a los que van de sabios y no reconocen abiertamente su ignorancia. La misma que piden a otros para no meterse en los asuntos de su arte propiamente. 

Dicho lo cual, recapitulamos. Los políticos, los poetas y los artesanos son considerados sabios, y poseen cierta sabiduría, pero no lo son realmente en las cuestiones de la sabiduría más básica, allí donde podemos decir sabiduría y no otras cosas como "conocimiento", "pericia" o "producción". Respecto a la sabiduría humana saben poco, pero actúan como sabiendo mucho. 

Los tres destacan por tres asuntos. Los primeros son escuchados con atención y dirigen el destino de la ciudad convenciendo a otros. Son buenos con palabras prácticas. Los segundos cantan lo que las musas les dieron, sin el agradecimiento debido a la cuna en que nacieron, y se creen distintos a los demás precisamente por eso que no han conquistado. Y los terceros extralimitan su arte, pasando de una técnica a una sabiduría sobre la vida, sobre la condición humana, para la cual ni están preparados en tanto que artesanos, ni disponen de un medio o instrumento capaz de tal asunto. 

Y todos los diálogos terminan con indignación ante las preguntas de Sócrates. Todos. No es que terminen mal porque no se llega a acuerdo, sino que terminan mal porque despiertan algún tipo de pasión contenida o rechazo. Y me sigo preguntando por qué no dejaría Sócrates de actuar así sabiendo que una y otra vez se produciría lo mismo. ¿Realmente a esto le podríamos llamar esperanza? ¿Tenía Sócrates cierta esperanza que no confiesa sobre la posibilidad de ver al menos a una persona más sabia que él y por eso seguía y seguía llevando la contraria al Dios? ¿Qué hubiera pasado en la ciudad si Sócrates hubiera aceptado desde el inicio ese oráculo, se hubiera comportado como sabio ante los otros, sin despertar tanta indignación en ellos, y no hubiera sido condenado por Atenas a muerte como sabemos que terminará este diálogo llamado "Defensa"? ¿Por qué? ¿No pudo ser la historia de otro modo, más benévola, más iluminadora? ¿No se podía haber aprovechado mejor su sabiduría? ¡Despierta Sócrates, despierta!



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