lunes, 30 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 28. (Platón, 25d - 26a)

Sigue el interrogatorio. Por recordar, primera cuestión sobre quién no se preocupa y no busca el bien de los jóvenes. Todos excluidos, menos Sócrates. Añado que tampoco los jóvenes se preocupan por sí mismos según Meleto. Segunda cuestión de calado, sobre dónde queremos vivir, si rodeados de buenos o de malos. Y, de otro modo, si alguien quiere estar rodeado de malos, que perjudican a quienes están cerca. Y Meleto lo tiene claro. Sócrates parece que también. Porque en la teoría, cosas tan complejas como esta, casi imposibles, se ven nítidamente y con una enorme sencillez. 

Sigue Sócrates y vuelve a preguntar: 

Bien. ¿Me has traído aquí porque corrompo a los jóvenes y los hago peores adrede o sin querer?

Adrede. 

Adrede significa con intención y con voluntad, a sabiendas y queriéndolo, con ese fin, con ese objetivo. Luego Meleto dice, ante el tribunal, que Sócrates desea el mal de los jóvenes y que los perjudica y corrompe voluntariamente. Es eso lo que hace y lo hace porque quiere hacer eso y no otra cosa. No su contraria, sino su mal. 

Es un tema de "corrupción", por tanto, de interés personal por encima de todo lo demás. Sócrates, al estar preocupado de sí mismo, descuida la relación con otros, podríamos pensar. Pero la "corrupción" implica de suyo una voluntad consciente de hacer algo "a sabiendas" de que se hace mal, de que se daña. En este caso, a los jóvenes. 

Por otro lado, "corromper" aquí es "empeorar". Son un bien que se destruye. Se ve, de alguna manera, positiva la juventud. Y negativa su relación con Sócrates. 

Sigue Sócrates preguntando. 

¿Cómo es esto, Meleto? Tú, con los años que tienes, ¿eres tanto más sabio que yo, con los que tengo, que sabes que los malos causan siempre daño al que tiene más cerca, mientras los buenos les hacen bien, y en cambio yo llego a tal colmo de ignorancia que no sé que si empeoro a uno de los que están conmigo seguramente recibiré de él daño; con lo que hago todo este mal, según dices, adrede? No me puedes convencer de tal cosa, Meleto, ni creo que puedas convencer de ello a nadie; sino que o yo no los corrompo, o, si los corrompo, lo hago sin querer. En los dos casos, tú dices una falsedad. Y si los corrompo sin querer, por tales faltas la ley no ordena traer a nadie aquí, sino, tomándolo en privado, instruirlo y aconsejarlo, porque es evidente que, al aprender, dejaré de hacer lo que estoy haciendo sin querer. Pero tú rehúyes y no quieres mi compañía ni instruirme, y me traes a donde, por ley, hay que traer a los que precisan castigo, y no enseñanza. 

Más refutaciones encima de Meleto, que se contradice a sí una vez más. Esta intervención de Sócrates comienza por algo que jamás se puede pensar suficientemente, porque cansa darle vueltas. Y es que no es posible llegar al corazón, a la sede de la voluntad de otro. Es imposible saber realmente cuál es la razón que mueve a una acción concreta. O sea, incluso en el caso de que Sócrates haya de hecho sido la causa de la corrupción de los jóvenes, que es mucho afinar ciertamente dada la complejidad de cualquier situación, incluso en ese caso es imposible determinar por una palabra ajena la voluntad que mueve la vida de otro. Se puede estudiar, se puede representar comúnmente, pero no se puede saber absoluta y totalmente. 

Es más, sabiendo que las personas actúan movidas por un criterio, lo común es pensar que ese criterio es dado en el ambiente. Y que muchas de las cosas que se hacen tienen más explicación sociológica que psicológica. Aunque la particularidad de cada persona actúa, su comprensión eleva a la enésima potencia el abanico de posibilidades. 

De ahí que esa distancia sea imposible que se juzgue. Salvo que, efectivamente, alguien avise a otra persona de algo y encuentre que él expresa razones para hacerlo de ese modo y no de otro, salvo que se convierta en lenguaje, salvo que se vuelva humano con su razón. Las personas podemos explorar las razones y hacerlas valer honestamente en el diálogo con el otro. No desde fuera, sino desde dentro. Y comúnmente, el lugar en el que esto hacemos es entre amigos, entre hermanos. No con el enemigo, no en la confrontación. En la solidaridad es donde se dan las palabras más honestas, donde puede brillar mejor el motivo interno que una persona anida. Y, aún así, es difícil y escurridizo. La vida no se deja asir tan sencillamente. Hay mucho que esclarecer de lo cotidiano, indudablemente. 

Por otro lado, esta acción es palmariamente reprochable. Alguien que hace mal de forma evidente, debería ser llamado a dar explicaciones. Sin duda alguna. Pero no es de esperar que alguien que obra mal se comporte honestamente a la primera. Se le puede hacer saber que hace daño, pero difícilmente lo reconoce con sencillez. 

¿Qué está haciendo Sócrates, más allá de lo que está diciendo? ¿No está corrigiendo a Meleto, allí donde lo ha puesto? No para juzgarlo y que lo condenen, que no ha pedido nada de eso, sino como dice que se debe hacer entre amigos, aunque dada la situación, hay público escuchando. El público, también amigo, debería ayudar a Meleto, dado que Sócrates le está avisando y mostrando de qué va el tema. 

El caso es que, tanto en una como en otra dirección, Meleto se refuta a sí mismo en el caso de que Sócrates manifieste que no lo hace con voluntad de hacer tal cosa, que no obra "a sabiendas", "adrede", con determinación, buscando esto y no otra cosa. Si Sócrates manifiesta que busca otra cosa, quizá entonces no sea tanto el mal que hace, como el sufrimiento que sufre quien se somete a su examen por su bien. Porque no pocas veces ciertas cosas se presentan como males sin serlo y cosas buenas se presentan como bienes sin serlo. ¿Hay que juzgar por apariencia o es posible llegar al corazón del tema, al núcleo y la esencia que mueve a Sócrates a hacer lo que hace? Él, por lo que se ve, no ha ocultado el motivo que le ha llevado a salir de un sitio a otro e interrogar a unos y a otros. 




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