miércoles, 17 de septiembre de 2025

FEDRO. Día 11. Platón 230d

Para estudiar a Fedro, además del trato directo y pausado con el texto, que en eso consiste en gran medida la filosofía, también sería oportuno contrastar algunos de los principales estudios. De este modo, en las ambigüedades y nudos gordianos descubrimos que hay numerosos caminos que transitar y detalles que no pueden obviarse rápidamente. De lo contrario, se rompe el hilo invisible que nos conecta íntimamente con la intención que late en él. 

Fedro ha manifestado su opinión sobre Sócrates: "Me pareces un fuera de lugar (atopótatos)", alguien fuera de serie, alguien extraordinario. Y lo es por su forma de hablar, que le hace similar a un extranjero que, al no saber del lugar, se deja llevar para un sitio y para otro. Condición esta que ahora va a retomar Sócrates para mostrar qué le hace ser así: el ir detrás de los discursos, persiguiendo este o aquel, queriendo dialogar con cualquiera que, en la ciudad o fuera de ella, diga que es sabio o que tiene algo de sabiduría. 

Sócrates retoma la palabra. Primero, se excusa. "Compréndeme, tú que eres de lo mejor (ariste)." Segundo, se dice a sí mismo "amante del aprendizaje" (filomathes). Tercero, distingue quién quiere enseñar (didaskein): la naturaleza no quiere enseñar, pero los hombres sí. Está clara la distancia, y es muy notable, entre aprender y enseñar. Y Sócrates aquí la planta, incluso antes de empezar a a escuchar el discurso que ha preparado Fidias. Por un lado, él es amante y buscador del aprendizaje, de la sabiduría, del conocimiento. No le importa hacerse discípulo y seguidor (mathetes) de la sabiduría. Sin embargo, lo que encuentra a su alrededor es paradójico: la naturaleza calla y los hombres hablan con elocuencia, y lo hacen además enseñando a otros con su vida, con su acción y con su palabra. Los hombres, como recuerda algún ilustre filósofo contemporáneo, son ejemplo de vida entre sí, de unos con otros, en una suerte de copertenencia común. De ahí que se vayan enseñando unos a otros. 

Esta enseñanza no sabemos si se da o no, pero sí que es querida. Los "hombres de la ciudad" (astei anthopoi) son aquellos que quedan definidos por la materialidad de la ciudad, no tanto por las relaciones (y la polis). Serían aquellos que han perdido tanto su ser que son partes del sistema que se está construyendo en ellas, ajenos a la posibilidad de pensar por sí mismos, convirtiéndose en la repetición del discurso, aparentemente tan bueno como bello, de los que sí que piensan, sí que hablan realmente. Lo que describe, con mucha sorna e ironía, la posición de Fedro en posesión egoísta y aislada, del discurso de Fidias, que al principio tenía guardado a buen recaudo de la vista o la reclamación de otros. Estos hombres de la ciudad están deseosos de enseñar y convertirse en maestros adorados, revestidos de honores y cubiertos de glorias y riquezas. 

Recogiendo algo de las anteriores palabras de Fedro, Sócrates se ríe de sí mismo y se presenta como alguien doblemente extraño, que sale donde tenga que salir, y camina lo que tenga que caminar, con tal de escuchar "esos discursos escritos". 

Habiendo llegado al sitio concreto, al lugar apropiado, Sócrates coge posición y se tumba, como se está en el "simposio", y le pide a Fedro que lea. 

Σωκράτης

συγγίγνωσκέ μοι ἄριστεφιλομαθὴς γάρ εἰμιτὰ μὲν οὖν χωρία καὶ τὰ δένδρα οὐδέν μ᾽ ἐθέλει διδάσκεινοἱ δ᾽ ἐν τῷ ἄστει ἄνθρωποισὺ μέντοι δοκεῖς μοι τῆς ἐμῆς ἐξόδου τὸ φάρμακον ηὑρηκέναιὥσπερ γὰρ οἱ τὰ πεινῶντα θρέμματα θαλλὸν  τινα καρπὸν προσείοντες ἄγουσινσὺ ἐμοὶ λόγους οὕτω προτείνων ἐν βιβλίοις τήν τε Ἀττικὴν φαίνῃ περιάξειν ἅπασαν καὶ ὅποι ἂν ἄλλοσε βούλῃνῦν δ᾽ οὖν ἐν τῷ παρόντι δεῦρ᾽ ἀφικόμενος ἐγὼ μέν μοι δοκῶ κατακείσεσθαισὺ δ᾽ ἐν ὁποίῳ σχήματι οἴει ῥᾷστα ἀναγνώσεσθαιτοῦθ᾽ ἑλόμενος ἀναγίγνωσκε.

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