jueves, 14 de julio de 2022

LISIS. Día 69. (Platón, 220e - 221a)

A través del diálogo aparece recurrentemente la cuestión abierta y dinámica de la relación entre aquello que se considera y la verdad y el bien. La amistad, por tanto, debe estar en esa relación para ser, para que se pueda decir que es amistad. El diálogo lo que va haciendo es darle vueltas, curiosamente ya con la honestidad que pide la amistad, hasta ver algo más o menos claro. A eso que se ve, a eso que aparece, a eso que reclama hay que prestarle atención y examinarlo para saber si es tal y como lo hemos recibido. Y este examen se hace lógicamente sacando de ello conclusiones, en una especie de aceleración. Entonces, lo que se da principalmente es que, eso que se considera, si se toma muchas veces aislado y por sí mismo, como desgajado de la matriz de la que ha salido, conduce por caminos que, en la razón, resultan desconcertantes o chocantes con otras cuestiones que se habían tomado previamente como fundamentales. Y aquí se detienen, vuelven otra vez casi al principio, a dar vueltas, y a buscar algo nuevo en lo que agarrarse. Pero la consideración parcial del diálogo tomando solo uno de los temas que trata resulta del todo irresponsable sin mirar a las demás. Sócrates todavía no ha hecho el ejercicio de conjugar algunas partes entre sí, salvo para hacer que se martilleen mutuamente desconcertando a todo precipitado entendedor de estas cuestiones tan radicales. En torno al amor y la amistad parece, y es solo mi impresión, que el mismo amor y la misma amistad se reservan para sí tener la última palabra y no se dejan apretar tanto contra el entendimiento como para entrar en él sin romper los cercos en los que viven sus dueños. Pero tienen vitalidad por sí mismas, independientemente de que se busquen, se quieran entender o se ejercite la razón con ellas. 

Es lo que ocurre en esta parte que voy leyendo y que, a su vez, adelanta el final. Como ya han aparecido muchos, muchos asuntos, se busca de dónde vienen, la fuente, aquello de lo que provienen y en donde terminan todas estas cosas. La amistad ha desaparecido como pregunta directa. Se busca, a través de ella, de dónde y a dónde, su dirección, su sentido. Es decir, cómo se comunica. Quizá también por qué se comunica. 

Qué diferente sería el mundo sin amistad, sin posibilidad de amistad. Cuando digo mundo, digo mejor vida. Aunque popularmente se identifican, sirva este minipárrafo para indicar la diferencia. Mundo y vida no son idénticas, aunque se relacionan. Y la prioridad de una sobre otra es clara y evidente a la razón, es decir, a la misma vida.

Qué se ama por sí mismo y qué se ama por otras cosas. Y esas otras cosas que hay que hacer para amar a otras, por qué se organizan de esta manera. Porque dejados solo para el amor, como almas o espíritus puros, es algo que, aunque lo podamos pensar, no existe en ninguna realidad. En ninguna. Unas veces por relación entre ellas, otras por dar la espalda, que sería lo mejor, al mal, sin mirarlo demasiado de frente. Ya se sabe que aquello que se atiende mucho, afecta de algún modo y nos hace partícipes en algo de lo suyo. Mirar el bien ilusiona, entusiasma, vivifica. Fijarse continuamente en el mal y el problema lo enturbia todo. De toda la realidad, dónde está puesto el horizonte. Es la pregunta que hace la amistad, es la pregunta que provoca eso que decimos amor. Que no es un horizonte imposible, sino una dinámica hacia. 

Ahora llega con la pregunta sobre el mal. Qué ocurriría. ¿Seríamos felices? ¿Diríamos "feliz" de la misma manera que lo decimos ahora, envueltos en tantas dificultades, sufrimientos, intenciones y marañas, cuando no perversidades, odios, rencores y heridas? Si se suprime el mal, ¿siguen existiendo necesidades? ¿Por qué Sócrates aquí mira tan decididamente a cuestiones relacionadas con el cuerpo? ¿Es el cuerpo el "órgano" más sensible al mal del mundo? ¿Es así? ¿Es el cuerpo y su sensibilidad quienes revelan el mal del mundo, el mal que afecta la vida, el mal que quiebra?

Es cierto, más bien, lo que dice después. Que estas afectaciones o bien se transforman en motivaciones, o bien tienen actividad por sí mismas y no son meras pasividades. Y, puesto que ya tiene dinamismo y comporta un cambio, y ese cambio sí depende de la persona y su responsabilidad como respuesta, entonces este cambio puede ser, como decimos habitualmente aunque no sabemos analizarlo igual de sencillamente, hacia el bien o hacia el mal. Esto es, puede ser beneficioso o dañino. No lo que nos ocurre, sino que hacemos después de lo que nos ha cambiado. Y toda la vida es esto. Continuamente. Un flujo constante y permanente bajo el mandato de la acción, el imperativo de la acción. Sea como sea, hay que actuar. 

La meditación se hace obligatoria. 

Estamos continuamente actuando. 

Cómo no hemos pensado hacia dónde. 

Es posible separarse de la inmediatez. 

O, al menos, poner en diálogo la inmediatez con algo más. 

Y también es posible hacerse cargo de lo que nos ocurre. 

Esto es, responsabilidad. 

Con trabajo y con sufrimiento, probablemente, siempre.


 

 



domingo, 3 de julio de 2022

LISIS. Día 68 (Platón, 220b - 220e)

Está dicho en la presentación que normalmente se hace de Platón (Sócrates) en los manuales. Pero lo traigo a colación ahora porque resulta transparente. Si la filosofía comienza en Atenas de mano de este hombre pegajoso es porque no se interesó tanto por la naturaleza como por lo humano en relación. Es decir, singularmente se puso a buscar la particular excelencia de lo humano, bien distinto de todo lo demás del mundo, en las relaciones que hoy decimos sociales y que entonces se gestaban en lo público, que no es exactamente lo mismo. Lo repito: un orden de realidad distinto de lo natural, que se explica por causas y mantiene una rígida necesidad de origen indeterminado, y que en lo humano no puede verse sin atender a lo que no se puede contener, es decir, lo indefinido de la libertad, lo innecesario de la libertad, la imprevisión del fin, de la finalidad de la acción. Espero haber aclarado algo el asunto. 

La amistad, en tanto que humana, no se explica por origen, sino por lo que revela de la finalidad de la humanidad que somos en la singularidad, tan solitaria y tan acompañada. Eso es, en esta vuelta y ya después de muchos mareos, lo que se atisba. Que con otro nombre se puede decir gratuidad, comunidad, co-unidad, co-pertenencia, co-responsabilidad. Lo humano de la amistad no se da en la memoria de la historia, sino en la memoria de lo últimamente fundando en el ser que se es en la acción compartida. No es amistad de causas, sino de metas, de destino abrazado en esta coexistencia que somos. 

Lo repito con sus palabras: en la amistad confluyen y se dan los fines. Y es un fin último que el aglutina todos los demás diferenciándose a su vez de todos ellos. ¿No es esto lo mismo que decir que nos separamos en la amistad de todo el mundo, de todo lo mundano, concentrándonos exclusivamente en lo humano del otro ser humano, que revela a su vez nuestra propia humanidad en su altura singular, quizá incluso o especialmente en la debilidad en la que vemos a quien amamos como otro distinto de mí y a la vez a quien nos vemos indefinidamente unidos? ¿No se trata de un posible imposible, de una locura que hoy, en este siglo tecnológico y mundanizado, se ha oscurecido por la ruptura de vínculos y un terrible y desolador empuje de individualidad carente de todo sentido, altura y profundidad?

Y esto, dándole mayor hondura, no porque se quiera el bien por el mal, sino que se quiere el bien por el bien, aunque en presencia del mal nos sea particularmente evidente el reclamo. No se va en busca del bien huyendo del mal, rehuyéndolo de algún modo, sino que se desea ignorando qué sea hasta que hay un rostro que no revela, que lo da a conocer, que lo contiene como misterio, que se hace portador. No para que seamos "el bien" sino para que en la proximidad nos contagiemos de su presencia. El amor permanece, se dice en otro lugar. Permanece eternamente. Siempre da una oportunidad. Siempre hay ocasión para él. 

Qué mal se puede estar viviendo pese a desear todo bien, a la luz de la amistad. No puede ser otro que el de la separación, que el de la distancia, que el de la deriva del egoísmo que se escoge primero antes que nada y nadie queriéndose así salvar mermando a la vez el sentido e hiriendo su propia humanidad. Qué mal es ese que nos sitúa tan lejos y separados, sin jamás llegar a ser el bien mismo y siempre buscando su protección, aunque se sufra. Qué mal es ese. Y yo diría, pensando en la amistad, que es la separación, la indiferencia del otro. Y no creo que se pueda buscar el bien por vía del mal. Esto es tontería. 

Decir que el bien no tiene utilidad alguna es decir de un modo oscuro que el bien no se quiere nada más que por sí mismo. Quizá incluso que no se pueda dar una explicación más allá de esta, de la simple y sencilla voluntad que está conectada con él en el corazón, en lo profundo de toda persona, en su alma. Como si el alma mostrara en la amistad que igualmente pertenece al bien, como desearía pertenecer y ser para el amigo. Algo así. Pero no porque no "valga", porque no sea "eficaz" la presencia del bien. Aquí decir que no es útil es decir lo mismo que es querida por sí, sin más finalidad que ella misma. El amor se busca, como el bien, por sí mismos. Porque son lo mismo. 

Amado y bueno son idénticos. Míralo así, a ver si a ti también te salen las cuentas y todo cobra mayor sentido y fuerza, vitalidad y entereza. No es coherencia, es unidad, comunión, pertenencia. O algo así. Esto es metafísica, si quiere decir así, con palabras más nuevas de las que Sócrates empleaba. Pero es su búsqueda. Descubrió en la persona algo que la separaba, no solo de la naturaleza común, sino de los demás, pero que al mismo tiempo a la luz de la razón y el amor la vinculaba con el mismo destino de la humanidad entera. Es definitivo. Es la acción. Es la palabra. 




viernes, 1 de julio de 2022

LISIS. Día 67. (Platón, 220b)

Ayer terminó el tema con la diversidad y amplitud de las amistades, que es fácil reconocer, con mucha sencillez y sin excesiva reflexión, que son muchas. No hay dos amistades iguales. Se me antoja decir que ni siquiera hay "una amistad" porque toda amistad es plural, como mínimo dual, comporta en sí misma alteridad indiscutiblemente. Ha sido durante el diálogo reconocido abiertamente, en tanto que gratuidad sin búsqueda de reciprocidad. Es decir, no solo es de origen histórico diverso, sino que en su amor culminan y están cumplidas de algún modo las finalidades.

Me imagino a muchas personas -algunas conocidas y reconocidas- pasando tiempo entre estos párrafos, como queriendo participar del diálogo. Se me antoja que Sócrates podría haber parado aquí toda conversación y formular preguntas en otra dirección, no tan lineal. Pero algo que sí me gustaría notar es que la escritura del diálogo, es decir, participar de él recibiéndolo de este modo, obliga a una linealidad que no se da en el tiempo presente del diálogo en sí mismo considerado. En el diálogo no hay nada preestablecido propiamente, sin embargo aquí puedo ir adelante y atrás, estudiar una palabra tras otra con un detenimiento mortecino, aunque fecundo en otro orden. Aquí hay más reflexión que diálogo. 

De hecho, sería curiosísimo saber cuáles fueron las amistades de Sócrates. En quiénes estaría pensando al pensar esta diversidad de amores. Yo tengo mis opciones. El próximo lector las suyas. Y cuesta, en nuestro tiempo, dejarse detener y pararse excesivamente en una sobre otras, en una relación sobre otras. Como siempre, creo que es indiscutiblemente evidente que sabemos muy bien lo que no son amigos y sería fácil poner en duda muchos amores que en un tiempo lo prometían todo a cambio de nada. Sin embargo, el amor se da, está presente. Incluso alguien sin amigos sabe que hay rastros de amistad en la historia y es fácil que piense que otros sí han hallado lo que a él se le hurtó por la razón que fuera. Nunca una, sin duda. Nunca simple, nunca sin más, nunca esto y no lo otro. Porque cabe tener dudas sobre todo y al mismo tiempo resiste la certeza de la amistad y del amor como tal. Se puede, como mínimo, pensar. Y la persona se puede recrear en la amistad hasta sin tener amigos. Aunque no sea más que como deseo. 

Un problema, que ya ha aparecido y que ha hecho temblar a más de uno, es empezar a darse cuenta de que no describimos, ni definimos bien lo que vivimos. Sabemos lo que vivimos, pero no reflexivamente, sino intuitivamente. Y toda intuición es confianza en alguno de sus flancos o pretende alcanzar una amplitud cuyo punto y origen, tan contingente y finito como la persona misma, sabe que se da más por una fuerza y vitalidad que nace de sí que por una constatación a prueba de todo reto y crisol. Mejor, en verdad, no querer filtrar demasiado pronto, mucho menos encasillar entre el todo y la nada. La palabra "algo" es sabia.