martes, 17 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 16. (Platón, 21e - 22a)

Leo que, después de examinar al primero, fue a por otros. Y en ese plural se esconde un "muchos otros", no pocos. No son rarezas. Los que creen que saben y los que se presentan ante los demás sabiendo no son rarezas extrañas. No es que sean muchos, sino que somos muchos. Si no, se notaría. Pero rápidamente notamos que vivimos entre sabios de las cosas relativas al ser humano. Quizá respecto al mundo, callamos. No digamos en lo que se refiere al universo, las matemáticas, los grandes libros, el arte, la cultura y la ciencia, y todos esos ámbitos en los que consideramos casi de modo natural que hay una condensación de conocimiento enorme formado por muchos otros grandes hombres. Pero respecto a lo que se refiere a cómo vivir y a cómo es debe vivir y a qué es el bien, la justicia, el amor, la libertad... todos viven sabiendo. 

No sabiendo porque sean capaces de escribir un libro sobre él que engrose todavía más lo que hay al respecto en ética, política, antropología o ciencias humanistas y sociales, sino respecto a la propia vida. Diría más todavía, sobre todo respecto a lo que otros deben hacer con su vida. De la humanidad del otro hombre sabemos mucho, nos pronunciamos en exceso quizá con la palabra. Y, con respecto a nosotros, igualmente, pero con la acción, con la vida. Andamos por el mundo creyendo que sabemos cómo vivir y cómo se debe vivir. 

Cuando la duda se cierne, aunque sea un poco, todo se detiene. Y vivir en la pregunta seriamente es dolorosísimo. Porque, de alguna manera, es como salir del mundo por un instante, desgarrarse internamente y confiar y confiar y confiar plenamente con una fe que no tenemos claro de dónde viene, ni a dónde va. Dudas y más dudas. O preguntas y más preguntas. Dudas de primeras, que golpean muy seriamente. Quizá tomadas como locura, como cosa de juventud, como una carencia adolescente más entre otras carencias más de su edad que se aplacan con los años y con la sistemática con la que obra el mundo para ser una presa más, una pieza más de su rítmica. Quizá primero como dudas, que pueden pasar ciertamente a ser motivos de investigación seria y de diálogo sincero con el otro. Entonces se vuelven palabra en forma de pregunta. Pregunta densa, transparente y traslúcida. Pero pregunta insoluble. Pregunta para la confianza de la razón más que para las categorías del entendimiento. Pregunta sobre la que se puede decir algo fundamental, por hondo y por fundante, pero no algo cerrado en lo netamente comprensible.

La situación de Sócrates es dramática en sus palabras. Y, de nuevo, por qué no darse la vuelta rápidamente ante la primera y segunda indignación recibida. Por qué no dejar de interrogar a otros según el dios. Por qué no callarse, replegarse a la vida entre amigos, que los tenía. Por qué no dejar el espacio público ateniense, del que no salió, y poner un cartel que replique el oráculo haciendo de él punto de encuentro en el que ser él el centro. Por qué. No lo sé. De verdad, no lo sé. Lo normal, por supuesto, es plegar velas y dejar de navegar. Al menos en lo que a mí se refiere, en lo que veo en muchos otros también muy despiertos, es lo frecuente. Hacerse un hueco en el mundo para, si no disfrutar de placer y comodidad, al menos para no ser incordiado y ser sacudido por la ira y el desconcierto ajenos.

Pues en estas, según sus palabras, el tema se iba caldeando. Al primer enfadado, siguió otro y otro. Y cuanto más sabios se creían, más enfado. Porque, eso es verdad, reconoce que no todas las personas se consideran sabias con el mismo grado, con el mismo orgullo. Pero todas se ofenden al tener que reconocer que no saben lo que dicen que saben o al intuir sus propias contradicciones. Dicho sea de paso, no es que Sócrates fuera a ellos para decirles que él se sabía el más sabio, sino justo para lo contrario. Lo suyo era buscar el encuentro en la ignorancia con otros, para ver si de aquella ignorancia podía salir algo realmente bueno en el diálogo. Quizá en uno mismo no puede hacer la verdad, pero la verdad es posible que sea audible si la dice otro. Es decir, más que crear la verdad, recibirla en común. Y esto es realmente maravilloso. 

Esta parte reconozco que me llama poderosamente la atención. Y no encuentro en Sócrates el "intelectualismo" del que con frecuencia se le acusa. Tampoco sé muy bien cómo explicarlo en clase cuando se tocan estos temas, dada la circunstancia. Porque el socratismo no puede ser impostado en una metodología más entre otras. Nos podemos esforzar en el diálogo, en las preguntas y en las respuestas. Pero los diálogos en los que la vida aparece como sostén de ciertos argumentos y se pueden examinar esas palabras con verdad, esos diálogos no se planifican ni para primera, ni para tercera hora. Se dan con cierta disposición previa. Y a esta disposición previa deberíamos llamarla "libertad" en sí misma, "libertad" de uno mismo. 



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