domingo, 22 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 21. (Platón, 23a - 23b)

La calumnia tiene dos versiones. La primera, decir que Sócrate es más sabio que nadie porque a todos deja en ridículo, por lo que es normal que se enfaden e indignen contra él. La segunda, que es la que viene a continuación, dice que Sócrates desprecia la sabiduría como algo que no tiene ningún valor humano. Así de siempre. Sócrates sería el escéptico o el cínico mayor del mundo demócrata, pero aquí se adelanta, en sus palabras, a desmentirlo para toda la eternidad. 

Es justo reconocer la exageración para cualquiera que haya seguido su argumentación y discurso mínimamente. La pieza clave está en comprender de qué sabiduría habla Sócrates como aquella que es realmente humana y que tiene por objeto igualmente lo humano, y cómo está sabiduría es distinta de todas las demás. Pero también está el punto en el que se considera que esta sabiduría es tremendamente valiosa y conveniente para los seres humanos, porque no les lleva ni a considerarse dioses entre ellos, ni tampoco piedras insignificantes. Los coloca, por así decir, en la situación precisa para vivir humanamente, tratarse humanamente y decidir humanamente. Por eso tenía tanto que ver con el amor y el misterio. 

En esta parte, además, insiste en que lo que hace lo hace en obediencia al Dios. Y hay que ser sabio para saber eso, que se obra de ese modo y con esta intención y no otra. O es pura ironía, como en otros casos, o es lo más serio de lo más serio que hay en el diálogo que tenemos entre manos. Que Sócrates diga que salía a la vida pública buscando a los que se decían sabios para obedecer al Dios y poco más. Tan poco más que no tiene ningún otro mérito añadido ni en lo político, ni en lo económico, y que se ha quedado empobrecido pudiendo haberse enriquecido como ninguno con semejante aval. 

Esta ha sido su forma de gastar el tiempo. O sea, de empeñar la vida. 

Añado algo más. Mostrarle a alguien que no es sabio es, si el oráculo está en lo cierto, mostrarle que hay sabiduría humana posible, que se puede conocer a sí mismo como ser humano, que este camino es real y que ese conocimiento es real. Y que lo hace otro ser humano como él, no un rayo iluminador, entrando en diálogo capaz y vinculante. Resulta realmente paradójico e irónico que al conocimiento del propio misterio inabarcante le corresponda, como a ninguna otra cosa, la ignorancia radical como fundamento. Decimos demasiado quizá al hablar así, porque todos actuamos comúnmente como si sí supiéramos y todo fuera un juego de situación en relación con otros, unas veces de inferioridad y debilidad, otras de superioridad y poder. Este juego entre iguales, al que se ve reducida tantas veces la vida, hasta llenarse naturalmente de miedo y temblar, es poco en comparación con la hondura de una posible relación con Dios. No con la sabiduría y el conocimiento, sino con Dios. 

Si se lee el discurso con calma se verá que el intelectualismo no es tal, sino una explicación, con lenguaje de la época, de una relación con lo absoluto que busca y obra en favor del ser humano para que sea ser humano y no otra cosa. Si a esto se le quiere llamar sabiduría, adelante. Pero quizá podría recibir otra palabra, igualmente racional y de carácter profundo, como espíritu. Es un espíritu que está presente a sí mismo en tanto que dialoga con otro espíritu. No habla de cosas, sino del espíritu en el mundo. 



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