lunes, 30 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 28. (Platón, 25d - 26a)

Sigue el interrogatorio. Por recordar, primera cuestión sobre quién no se preocupa y no busca el bien de los jóvenes. Todos excluidos, menos Sócrates. Añado que tampoco los jóvenes se preocupan por sí mismos según Meleto. Segunda cuestión de calado, sobre dónde queremos vivir, si rodeados de buenos o de malos. Y, de otro modo, si alguien quiere estar rodeado de malos, que perjudican a quienes están cerca. Y Meleto lo tiene claro. Sócrates parece que también. Porque en la teoría, cosas tan complejas como esta, casi imposibles, se ven nítidamente y con una enorme sencillez. 

Sigue Sócrates y vuelve a preguntar: 

Bien. ¿Me has traído aquí porque corrompo a los jóvenes y los hago peores adrede o sin querer?

Adrede. 

Adrede significa con intención y con voluntad, a sabiendas y queriéndolo, con ese fin, con ese objetivo. Luego Meleto dice, ante el tribunal, que Sócrates desea el mal de los jóvenes y que los perjudica y corrompe voluntariamente. Es eso lo que hace y lo hace porque quiere hacer eso y no otra cosa. No su contraria, sino su mal. 

Es un tema de "corrupción", por tanto, de interés personal por encima de todo lo demás. Sócrates, al estar preocupado de sí mismo, descuida la relación con otros, podríamos pensar. Pero la "corrupción" implica de suyo una voluntad consciente de hacer algo "a sabiendas" de que se hace mal, de que se daña. En este caso, a los jóvenes. 

Por otro lado, "corromper" aquí es "empeorar". Son un bien que se destruye. Se ve, de alguna manera, positiva la juventud. Y negativa su relación con Sócrates. 

Sigue Sócrates preguntando. 

¿Cómo es esto, Meleto? Tú, con los años que tienes, ¿eres tanto más sabio que yo, con los que tengo, que sabes que los malos causan siempre daño al que tiene más cerca, mientras los buenos les hacen bien, y en cambio yo llego a tal colmo de ignorancia que no sé que si empeoro a uno de los que están conmigo seguramente recibiré de él daño; con lo que hago todo este mal, según dices, adrede? No me puedes convencer de tal cosa, Meleto, ni creo que puedas convencer de ello a nadie; sino que o yo no los corrompo, o, si los corrompo, lo hago sin querer. En los dos casos, tú dices una falsedad. Y si los corrompo sin querer, por tales faltas la ley no ordena traer a nadie aquí, sino, tomándolo en privado, instruirlo y aconsejarlo, porque es evidente que, al aprender, dejaré de hacer lo que estoy haciendo sin querer. Pero tú rehúyes y no quieres mi compañía ni instruirme, y me traes a donde, por ley, hay que traer a los que precisan castigo, y no enseñanza. 

Más refutaciones encima de Meleto, que se contradice a sí una vez más. Esta intervención de Sócrates comienza por algo que jamás se puede pensar suficientemente, porque cansa darle vueltas. Y es que no es posible llegar al corazón, a la sede de la voluntad de otro. Es imposible saber realmente cuál es la razón que mueve a una acción concreta. O sea, incluso en el caso de que Sócrates haya de hecho sido la causa de la corrupción de los jóvenes, que es mucho afinar ciertamente dada la complejidad de cualquier situación, incluso en ese caso es imposible determinar por una palabra ajena la voluntad que mueve la vida de otro. Se puede estudiar, se puede representar comúnmente, pero no se puede saber absoluta y totalmente. 

Es más, sabiendo que las personas actúan movidas por un criterio, lo común es pensar que ese criterio es dado en el ambiente. Y que muchas de las cosas que se hacen tienen más explicación sociológica que psicológica. Aunque la particularidad de cada persona actúa, su comprensión eleva a la enésima potencia el abanico de posibilidades. 

De ahí que esa distancia sea imposible que se juzgue. Salvo que, efectivamente, alguien avise a otra persona de algo y encuentre que él expresa razones para hacerlo de ese modo y no de otro, salvo que se convierta en lenguaje, salvo que se vuelva humano con su razón. Las personas podemos explorar las razones y hacerlas valer honestamente en el diálogo con el otro. No desde fuera, sino desde dentro. Y comúnmente, el lugar en el que esto hacemos es entre amigos, entre hermanos. No con el enemigo, no en la confrontación. En la solidaridad es donde se dan las palabras más honestas, donde puede brillar mejor el motivo interno que una persona anida. Y, aún así, es difícil y escurridizo. La vida no se deja asir tan sencillamente. Hay mucho que esclarecer de lo cotidiano, indudablemente. 

Por otro lado, esta acción es palmariamente reprochable. Alguien que hace mal de forma evidente, debería ser llamado a dar explicaciones. Sin duda alguna. Pero no es de esperar que alguien que obra mal se comporte honestamente a la primera. Se le puede hacer saber que hace daño, pero difícilmente lo reconoce con sencillez. 

¿Qué está haciendo Sócrates, más allá de lo que está diciendo? ¿No está corrigiendo a Meleto, allí donde lo ha puesto? No para juzgarlo y que lo condenen, que no ha pedido nada de eso, sino como dice que se debe hacer entre amigos, aunque dada la situación, hay público escuchando. El público, también amigo, debería ayudar a Meleto, dado que Sócrates le está avisando y mostrando de qué va el tema. 

El caso es que, tanto en una como en otra dirección, Meleto se refuta a sí mismo en el caso de que Sócrates manifieste que no lo hace con voluntad de hacer tal cosa, que no obra "a sabiendas", "adrede", con determinación, buscando esto y no otra cosa. Si Sócrates manifiesta que busca otra cosa, quizá entonces no sea tanto el mal que hace, como el sufrimiento que sufre quien se somete a su examen por su bien. Porque no pocas veces ciertas cosas se presentan como males sin serlo y cosas buenas se presentan como bienes sin serlo. ¿Hay que juzgar por apariencia o es posible llegar al corazón del tema, al núcleo y la esencia que mueve a Sócrates a hacer lo que hace? Él, por lo que se ve, no ha ocultado el motivo que le ha llevado a salir de un sitio a otro e interrogar a unos y a otros. 




domingo, 29 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 27. (Platón, 25c - 25d)

Con la ligereza de Meleto, Sócrates va a poner en cuestión la democracia ateniense. Sin duda, este texto solo puede ver la luz en una sociedad preocupada por sí misma. Luego las maravillas de la democracia en sus orígenes, aun suponiendo un salto impresionante, aun introduciendo un cambio cualitativo decisivo en la historia, no está exenta de problemas. Este paso adelante significa, entre otras cuestiones de hecho, enfrentarse de lleno con nuevos retos que no se dan en otros sistemas sociales, en otras organizaciones políticas. No es el final que todo lo soluciona, sino solo un medio de organización común que, efectivamente tiene puntos destacados, pero que a la vez sitúa a los ciudadanos en una exigencia particularmente interesante: no se puede llevar a cabo sin su bondad, sin su implicación, sin la consideración del bien del otro más que del bien propio, o ambos a la vez, siendo esto difícil de equilibrar. La democracia es, en el examen de Sócrates, precisamente esto y no otra cuestión. 

Meleto ha llegado a poco menos que buscar salvarse a sí mismo implicando a otros. Al grito de "¡Aquí todos somos iguales!", en el fondo, lo que busca es hablar él y que los demás callen ante Sócrates. O, dicho más claramente, expulsar al bicho raro de la ciudad, al "mejor de los atenienses", para que la balanza se vuelva a equilibrar. Callarlo es el único modo de lograrlo. Para callarlo hay muchas técnicas. Meter medio, por ejemplo. Meter el miedo suficiente para que no siga hablando, con amenazas crecientes. Otra es el desprestigio, para que no sea oído. Otra la calumnia que lo rechace y lo tome por un loco, con el que nadie quiera sentarse. Nada de eso ha sido suficiente y se ha llegado al extremo: matarlo. Para lo cual, en la democracia de entonces, quizá en la nuestra también, haya que dar razones para que se considere bueno. Y el tema es este precisamente: qué uso se puede y debe hacer de la palabra/razón para lograrlo en el diálogo común. ¿Será posible? Meleto va por buen camino, porque implica la "mediocridad" de todos y el impulso de "los muchos" haciendo frente común, como en una batalla de entonces. 

Ahora toca examinar otro asunto. ¿Dónde queremos vivir? ¿Entre gente buena o entre gente mala? Mejor dicho, que me salen ecos de mi siglo, ¿entre conciudadanos hermanos y compañeros, buenos que buscan el bien, o entre malos, que usan malas artes? ¿Alguien sabe la respuesta correcta? Y cualquiera puede preguntar a qué se refiere, así que se adelanta en la misma pregunta lo siguiente: los buenos hacen bien a los que están a su lado, los malos causan mal a los que están a su lado. Estar al lado es la definición precisa de conciudadanos, que en aquel tiempo era considerada como relación solidaria y fraterna, como parte de la misma familia política. Una única familia política es capaz de crear una sociedad. Muchas familias políticas no. Porque la democracia es la fraternidad que asocia a todos como hermanos. No caben más divisiones si se quiere llegar a que todos realmente sean iguales. Y, entre hermanos, cabe esperar que se busque el bien. Las leyes, que fue la primera respuesta de Meleto, ya por entonces temerosa, son las que hacen posible ese común destino, ese común origen, ese común reconocimiento. No otra cosa, sino las leyes. Que, evidentemente, están presentes en el juicio que estamos viviendo. 

Meleto tiene claro que todos son iguales. Quiere que todos sean iguales a él mismo, con su apoyo. No quiere otra cosa. Hay que prestar atención a esto. 

Dicho esto, siendo la respuesta indudablemente clara para cualquiera, se llame como se llame en cualquier lugar del mundo, hemos llegado a una verdad indiscutiblemente cierta, universal y necesaria. Conviene vivir entre gente buena que haga el bien. Todos queremos -atención- recibir bien de los demás y no mal. Si queremos esto, por tanto, deberíamos actuar en consecuencia y reconocer igualmente que, para que esto se dé, es imprescindible obrar el bien personalmente y no otra cosa. Es decir, querer el bien de los que "están siempre a su lado", los próximos, los prójimos. 

Por si hay dudas, para apuntalar bien la respuesta y que sea todavía más evidente, Sócrates vuelve a preguntar lo mismo pero a la inversa. 

¿Hay alguien que prefiera recibir daño, y no beneficio, de la gente con la que está? Responde, querido, que la ley te ordena que respondas. ¿Quiere alguien recibir daño?

No. 

Y hasta aquí. Parece algo vago, sin contenido. Pero es lo esencial, sobre lo que hay que volver una y otra vez. Y quien pregunta qué es hacer el bien, en el fondo, muchas veces lo sabe. Solo que se entretiene por pereza o falta de voluntad, o por egoísmos. Pero hacer el bien, todos, absolutamente todos, sabemos hacerlo. Ser causa, ser motivo de bien para el otro, sabemos qué es. De largo, de sobra. 




viernes, 27 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 26. (Platón, 25b - 25c)

Meleto atribuye, queriendo escapar de la pregunta, a todos los ciudadanos de Atenas, menos a Sócrates, la cualidad de hacer mejores a los jóvenes. No solo la cualidad, sino esa actividad. Según él, todos hacen mejores a los jóvenes. Partiendo de las leyes, pasando por los jueces, la asamblea, etc. 

Algo de lo dicho no se puede negar: todos afectan a los jóvenes, la ciudad los envuelve desde pequeños configurando su mundo; la ciudad son los ciudadanos realmente, que se mueven, o deberían moverse, por las leyes. En esto tiene razón. Pero deja a Sócrates al margen. 

Sin embargo, Sócrates sigue preguntando. Usando ejemplos más concretos, fuera del ámbito de las relaciones interpersonales, ya familiares para los lectores de los diálogos, establece semejanzas, comparaciones. Convendría detenerse en estas analogías en algún momento, si es que se pueden llamar así. Desvelan la estructura interna de la tesis que está siendo cuestionada y hace emerger sus factores decisivos, los que configuran la afirmación central. 

¡Qué mala suerte me atribuyes! Respóndeme: ¿te parece que pasa lo mismo a propósito de los caballos: que todos los hombres los hacen mejores y uno solo es el que los echa a perder? ¿No sucede todo lo contrario: que uno solo es el capaz de hacerlos mejores, o lo son unos pocos, los entendidos en caballos, mientras que la mayoría, si pasan su tiempo con los caballos y hacen uso de ellos, los echan a perder? ¿No sucede esto, Meleto, tanto con los caballos como con todos los animales? Claro que sí, digáis lo que digáis tú y Ánito. A propósito de los jóvenes, ¡qué gran felicidad sería que uno solo los corrompiera y todos los demás los beneficiaran! Con esto, Meleto, has dado muestra bastante de que jamás has pensado en los jóvenes. Has manifestado con tu calidad tu despreocupación. No te han importado nada en absoluto los asuntos por los que me has traído aquí. 

Y Meleto queda refutado contundentemente. Como no se podrá leer prácticamente en ningún sitio. Hay hasta un cierto desprecio. Y no tanto por la suerte de Sócrates, sino por la mentira con la que se presenta ante la asamblea. Dice ser el que más se preocupa por los jóvenes y ni siquiera ha pensado un mínimo en ello con sinceridad. Es duro, pero real. Se puede hablar de temas gravísimos, como el bien y el mal de los jóvenes, con la ligereza más absoluta y, sin embargo, convencer a la ciudadanía de que no es así y que todo es realmente maravilloso. 

Sea como fuere, se descuelga de las respuestas de Meleto algo que ya de primeras contradice su afirmación. El mismo Meleto muestra, al separar a Sócrates, que el hecho de ser ateniense, haber nacido en Atenas y haberla defendido no hace buenos a todos sus ciudadanos. Sócrates es ateniense como el que más y no desea huir de la ciudad de ningún modo. La fuerza de la ciudad, que se podría estudiar en el argumento de Meleto, puede ser poderosa, pero no total. Queda al margen. Si queda al margen, es posible salir de allí. O no recibir la enseñanza. Como mínimo. Luego no es automático, por mucho que se empeñen los más optimistas o los más pesimistas de la libertad humana enfrentada a sus condiciones de vida normales y cotidianas. 

Ojalá, es verdad, fuera cuestión de un solo agente que perjudica a los jóvenes. Cualquiera sabe, en dos segundos, que no es así. Hace falta ser ingenuo o perverso para hablar de ese modo. Pero del ejemplo sacamos algo mayor, más preocupante. La mayor parte de relaciones nos pueden empeorar, porque es como ponernos en manos de personas que no buscarán nuestro bien, ni sabrán cómo hacerlo en el caso de que realmente lo quieran. Sócrates manifiesta una idea de ciudad que reduce la gloria de Atenas al brillo de ciertos edificios y poco más. Y esto convendría pensarlo bien una vez más. Sin dejarse llevar por un supuesto demasiado excelso, sin vigilar con atención lo que realmente ocurre, ante nuestros ojos, ante nuestra mirada palpitante. 

Intervienen en el texto varias palabras que analizar a lo largo de todo el diálogo. Felicidad, excelencia, capacidad y entendimiento... Muy interesantes. Condensan gran parte de lo que Sócrates sabe con firmeza, como igual sabe con la misma seriedad que esto que decimos de las cosas no tiene un paralelo equiparable cuando hablamos de personas, de seres humanos. No hay un poder sobre el ser humano, como ser humano, que permita hablar de esta manera. Luego la educación, para alguien que realmente se preocupe por otro, está situado en otro lugar y de otro modo. No como quien doma, sino como quien acompaña con su palabra viva, siempre en diálogo, la libertad creciente del joven, siempre más allá de las leyes de la ciudad aunque partiendo de ellas. 



jueves, 26 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 25 (Platón, 24e - 25b)

La primera pregunta para Meleto es sencilla. Simplemente si le importa que los jóvenes lleguen a ser buenos. Con un matiz: "lo que más". Y responde que sí, sin dudarlo, sin preguntar, dejándose interrogar y examinar. Sabe que después de esta pregunta vendrá otra. Y otra. Y otra. Empezar es lo de menos, salvo porque sienta las bases de aquello que se va a cuestionar rápidamente. Como ya sabemos, a Sócrates le encanta zarandear las tesis para saber qué aparece dentro, si aparece algo. Y, sin duda, le interesa más la tesis que el mismo Meleto. 

Como ha respondido que es así, continúa. Si es lo que más le preocupa, sabrá por tanto quién los hace mejores, quién los mejora. Lo que normalmente llamamos maestro sería alguien que produce, provoca, causa el bien en los jóvenes. 

Leemos. 

Muy bien; pues di a éstos quién los hace mejores. Evidentemente, lo sabes, ya que te preocupa. Como has dado con el que los corrompe, que, según dices, soy yo, me traes ante ellos y me acusas. Di entonces quién los hace mejores; revélaselo. ¿Te das cuenta, Meleto, de que sigues callado y no sabes qué decir? ¿No te parece que está mal y que es prueba bastante de lo que yo afirmo: que este asunto jamás te ha importado? Vamos, hombre honrado, ¿quién los hace mejores?

Las leyes. 

No te estoy preguntando eso, querido, sino qué hombre, que, ante todo, sabrá efectivamente, las leyes. 

Estos, Sócrates: los jueces. 

¿Cómo dices, Meleto? ¿Que estos hombres son capaces de educar a los jóvenes y hacerlos mejores?

Desde luego. 

¿Todos, o unos sí y otros no?

Todos. 

Hablas bien, por Hera, y afirmas que hay gran abundancia de hombres de provecho. ¿Qué más? ¿Los hacen mejores también estos que están asistiendo al juicio, o no?

Ellos también. 

¿Y qué sucede con los miembros del Consejo?

Los consejeros también. 

¿Serán, entonces, Meleto, los miembros de la Asamblea, los asambleístas, los que corrompen a los jóvenes? ¿O también todos ellos los hacen mejores?

Todos ellos también. 

Parece, entonces, que todos los atenienses, menos yo, los hacen hombres excelentes, mientras que yo soy el único que los corrompo. ¿Es esto lo que afirmas?

Desde luego que es esto lo que afirmo con todas mis fuerzas. 

Realmente, como un juego. Ha dicho que sí para él y con él van todos, menos Sócrates. No es más. No hay más estrategia. Todos compartirán su destino contra Sócrates porque a todos los está haciendo hombres preocupados por la educación de los jóvenes, por su bien, por mejorarlos. Lo cual significa, en primer lugar, que sea capaz de separar muchas cosas. No selecciona absolutamente nada, sino que es una mera antítesis contra Sócrates. Pero él, según va respondiendo, lo que está haciendo es negar precisamente la tesis que ha dicho al principio que está afirmando. No le interesa nada la educación y el bien de los jóvenes, sino que solo está inquieto por condenar a Sócrates y elevarse a sí mismo por encima de los demás restantes, como cabecilla que dirige el grupo. Así de sencillo. Su interés está en la condena a Sócrates, aunque diga todo lo demás. 

Uno y todos. Uno singular y todos en sus cargos.

Conviene detenerse en el arte de educar. Significa, primero de todo, la bondad del joven. El que educa consigue su bondad. Luego piensa que es posible y lo provoca. ¿Pero es que ha desaparecido el joven, con su libertad, voluntad, razón, memoria, biografía? ¿Dónde están los jóvenes que tanto preocupan a Meleto? Nunca repasaremos suficientemente esto. 



miércoles, 25 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 24. (Platón, 24c - 24e)

Comienza el examen de Meleto, el acusador que toma la voz por todos los que callan. No está solo en eso. Hace poco hemos visto que es un príncipe entre los poetas, y esta causa lo elevará, supone él al menos, un poco más todavía. Pero su alianza va más allá, respaldado por Ánito, por artesanos y políticos, y Licón, por oradores. Una tríada curiosa, asentada en la "poi-", que enfatiza la palabra y lo que se puede hacer con la palabra, reflejando el estado en el que se encuentra la democracia en Atenas. Como titular serviría: "Los poetas van a juicio." 

Haría falta comprender qué es un poeta y qué lugar, mítico todavía, ocupa. Una especie de enfrentamiento larvado entre el oráculo y la inspiración, la alteridad del oráculo y la inspiración interior, entre la visibilidad del oráculo de lo divino y la apropiación de ese misterio por los poetas. Pero no entraré en la cuestión, que hoy sería estudiada como una anticipación de lo trascendente y lo inmanente, por no hablar del alma o espíritu y la materia. De hecho, Sócrates ha repetido en diversas ocasiones que lo suyo ha sido un separarse de la investigación de la "physis", aunque no se disponga de palabras precisas para esta región evidentemente presente y tan poco atendida o confundida. El sometimiento del hombre antiguo a la naturaleza hacía ociosa esta otra cuestión y, quizá eso precisamente, fue lo que propició que fuera Atenas la cuna de la filosofía cuando ésta comenzaba a entrever un orden distinto en el mundo, que no se ocultaba tanto en los mitos cuando que había sido velado en ellos. 

La situación, en cualquier caso, pasa a ser un interrogatorio directo de Meleto justo después de desatar la oleada de indignación en la asamblea ante la evidencia de la ignorancia en la que están, en gran medida siendo presas fáciles de un discurso engañoso y diabólico, de una colección de calumnias contra Sócrates. 

Este interrogatorio tiene la forma propia de un diálogo común platónico. Aunque enuncia bien claro qué se va a tratar de esclarecer. Lo primero, sobre la educación de los jóvenes, o su corrupción. Nada más y nada menos que, como un bumerán, la acusación será contra Meleto, no contra Sócrates. Es él, en palabras de quien se defiende, quien verdaderamente corrompe a los jóvenes. No los educa, ni los beneficia. ¿Qué pruebas tiene Sócrates? Que Meleto habla bromeando, como un bufón, sin tomarse en serio lo que dice. De hecho, todo le da igual o nada le preocupa al que dice ser el más preocupado de todos y cabeza de todos ellos. Y pasa a la acción Sócrates.

Ven, Meleto, y dime: lo que más te importa es cómo llegarán a ser buenos los jóvenes, ¿no es así?

Es así. 

Hay que escuchar con claridad lo que ha ocurrido. Tesis y afirmación. Tesis en forma de pregunta y afirmación indubitable. Sócrates se hace pregunta para examinar la tesis que enuncia. Meleto no tiene ninguna pregunta. Luego no ha aprendido nada de Sócrates. Luego no ha aprendido su ignorancia. Si la tuviera presente y a la vista, preguntaría como mínimo algo de lo mucho concentrado en la tesis. Preguntaría por alguna de las partes de ese todo cerrado que suena con tanta contundencia. Qué puede preguntar. Casi cualquier cosa: sobre lo que importa, sobre el modo, sobre el devenir, sobre la bondad, sobre los jóvenes. Cualquier tema de estos está sin definir, pero habla. Habla creyendo que entiende lo que Sócrates quiere decir palabra por palabra. Entiende todo y el todo no le abruma, ni le asusta, ni le retrae. No se para ni un instante. 

Siguiente cuestión. 



martes, 24 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 23. (Platón, 23e - 24c)

Va llegando al final de su defensa general y quiere cerrar completamente la argumentación. Queda claro, en su palabra, que no hay acusación real contra él, sino solo un malestar general fruto de su examen, que denominan "indignación" y que termina en "calumnias" (diabólicas) contra él. Tal es la situación que todo está comprometido. Incluso la misma escucha de los miembros del tribunal, de quienes no se dice nada, salvo que son espectadores, aunque en algún momento han sido interpelados directamente como afectados para convertirse en testigos en el proceso. 

Si todo hubiera terminado aquí, en mostrar quién es en primera persona y por qué hace lo que hace, aunque parezca un juego de mal gusto, creo que el asunto no hubiera llegado más lejos. Sencillamente se ha convertido en alguien incómodo por su capacidad para preguntar. 

Como sus preguntas, cuando ponen al descubierto la ignorancia, provocan una reacción contra él, hay que enfatizar suficientemente que la actitud de Sócrates no parece indignada contra nadie que le haya puesto en esa misma situación. Se da un nuevo paralelo, de fuerte contraste. Los ignorantes que no saben que lo son se indignan, pero Sócrates no. Mejor dicho, ¿se indigna Sócrates aquí y se queja como se quejan los que son examinados por él? Mejor en forma de pregunta. 

Llama la atención que Sócrates diga con tanta contundencia que está es la verdad. No es, ni de lejos, su actitud ordinaria, la que conocemos en otros diálogos. Es como si en esta última intervención se hiciera acusación de todos los demás representándolos en clases, en lugar de defenderse, que debería ser su cometido. Y acusa a Meleto, a Ánito y a Licón, y con ellos a los poetas, artesanos y políticos, y oradores. ¿Por qué este final tan duro, si con lo anterior hubiera sido suficiente? ¿No se ha convertido en este momento en un auténtico peligro para la ciudad, sabiéndolo positivamente, al agitar, si no su fundamento, sí al menos su estructura? Está claro que no ha ido contra la ley, ni los dioses, ¿pero contra los hombres, contra no pocos hombres, contra no pocos hombres poderosos?

¿Es una especie de prueba de hecho, de facto, actual y presente? ¿Los antes testigos amigos ahora se han pasado al lado de la indignación, y la indignación viene en ellos de no aceptar la verdad de lo que está diciendo Sócrates? ¿Es esta su prueba más contundente? ¿El desvelamiento de la ignorancia del otro?

Y termina. Ahora que ha demostrado su situación y su sabiduría, pasa al interrogatorio de Meleto. Que es, a mi entender, una prueba más, efectivamente, de lo que ha hecho en la polis. Tanto en el contenido de lo que va a tratar como en la forma. 



lunes, 23 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 22. (Platón, 23b - 23e)

Habíamos dejado a Sócrates en la miseria de un hombre libre de Atenas. O sea, no del todo miserable, pero sí con un desprecio importante de ciertas cosas que para otros eran fundamentales y en las que medraban con o sin descaro. Esta situación contrasta directamente con esos jóvenes que le siguen y a los que parece hacer gracia. Le siguen porque, como bien indican, son los hijos de los más ricos. Y le siguen como quien juega a tantas otras cosas en la ciudad, porque luego le imitan y dicen de él cosas extrañas, como suelen hacer los jóvenes de todo tiempo.

Lo importante es el choque. Estos jóvenes "disfrutan oyendo" y "suelen imitar". Quizá sin ser conscientes del todo de lo que supone el tema. Pero el caso es que también a ellos les sucede lo que a Sócrates, que suscitan rabia y malestar. Ahora bien, en la imitación de Sócrates el malestar se vuelve contra él y no contra ellos. O sea, todos "sufren el examen" de Sócrates, tanto el auténtico como el sucedáneo. Y todos se molestan con él. 

Una nota interesante que se descuelga en el texto. Estos que son sometidos a preguntas por los jóvenes, impertinentes ellos como son, no se dan cuenta de que no saben ni aunque les pregunte un joven que está jugando. Este es el punto decisivo, que además sorprende en la lectura lenta: 

"...se irritan conmigo, en vez de consigo, y dicen..."

De donde se deduce algo importante. Sócrates no añade nada en el examen que hace de la gente que se dice sabia. Es decir, Sócrates no hace ignorantes a los hombres que examina, no es la causa de su ignorancia. Y esto lo sabemos porque incluso unos niños que juegan a imitarlo con preguntas, ignorando ellos también las respuestas, ponen igualmente en una situación incómoda al hombre interrogado. 

Aunque no suelo hacerlo, pongo un paralelo con la vida actual. Es como cuando en clase se da el caso de que hay alumnos que son preguntones, en el mejor sentido de la palabra, hasta el punto que a algunos profesores les resulta molesto tener que estar una y otra vez atendiendo sus preguntas. Cierto es que algunos jóvenes de estos, aunque les des respuestas, siguen y siguen sin encontrar nada. Pero de vez en cuando, alguna de las preguntas del alumno es tan pertinente que desarma realmente al profesor, que queda sin saber qué decir. Y en ese punto suele haber dos posibilidades: o la humildad, o la soberbia. 

De lo que está hablando el texto socrático es de la soberbia que esconde la ignorancia. No solo de un malestar contra alguien, sino que Sócrates ha pinchado en hueso en la condición humana hasta el punto de desmantelar una situación perjudicial de uno consigo mismo: la "hibris", el orgullo, la soberbia. O dicho de otro modo, la resistencia natural a abajarse, descender, humillarse e, incluso, "humanizarse". Esta es la clave que una y otra vez se repite. No es una ignorancia provocada, causada por la sabiduría de Sócrates, sino la resistencia soberbia y orgullosa de quien no quiere verse descubierto en la vergüenza de vivir sin saber cómo se ha de vivir. Respecto de muchas cosas no nos importa en absoluto decir que no sabemos nada, pero de esta sí que nos avergonzamos seriamente. Nos desnuda esta ignorancia. Nos daña y daña a otros. Pero ahí seguimos, sin bajarnos del carro. 

En el otro lado, los jóvenes que juegan, como argumento socrático. Su acción sin reflexión, como imitación infantil. Es algo que hasta los niños pueden desvelar y que aprenden a esconder como todos los demás. Se dan cuenta de quiénes saben y quiénes no sin necesidad de examen, pero viven inmersos en un mundo que los sistematiza y anula. Hoy juegan, pero años después estarán como tantos otros sentados en el tribunal que juzga a Sócrates. Porque aquellos jóvenes también participan como los demás en el juicio. Ellos saben que era juego, pero ahora callan. Han pasado al otro lado. Y de aquello de entonces les queda poca memoria. 

De esta situación se deriva que, aunque algunos los consideren discípulos, para Sócrates son puros imitadores. Él no es, ni ha querido, ser maestro de nadie. No ha abierto ninguna escuela. No ha participado en ningún grupo reducido de ritos de este o aquel misterio iniciático. Simplemente ha tratado a unos y otros con la amistad que se debe a los conciudadanos y unos ha respondido a esta amistad con un vínculo mayor y otros se han apartado con desprecio de su compañía. Nada más. Pero él no era quién para decir a nadie, ni siquiera a los jóvenes, qué debían o no debían hacer. 

Los jóvenes ignoran todo. Es bueno tenerlo presente. Incluso lo que hacen y por qué hacen lo que hacen. Como después los adultos en gran medida. Pero entre unos y otros se van consolidando las acusaciones contra él, que son tres: decir cosas de la naturaleza de arriba y de abajo, no venerar a los dioses y hacer más fuerte el discurso más débil. De las dos primeras, con su importancia, hoy casi no nos diría nadie nada. Pero la última implica poseer un arte, una capacidad, una competencia, una destreza descomunal, porque sería como decir cualquier cosa y someter a los demás con la palabra. Justo eso, precisamente eso es lo que a los sofistas, y no tanto a Sócrates, se atribuye y él mismo desearía mostrar. De modo que Sócrates parece cargar con ese pecado para redimirlo completamente, aun siendo inocente. 

Llegando ya al final de esta intervención, con solera y muy directamente, Sócrates dice: 

"Creo que es que no quieren decir la verdad: que ha quedado al descubierto que fingen saber, pero no saben nada. Creo que aman su reputación, y son poderosos y muchos, y se esfuerzan en hablar de mí persuasivamente, y os tienen llenos los oídos y me calumnian desde hace mucho cuanto pueden."

Enemigos así nadie los quiere cerca. Pero los hay.