domingo, 29 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 27. (Platón, 25c - 25d)

Con la ligereza de Meleto, Sócrates va a poner en cuestión la democracia ateniense. Sin duda, este texto solo puede ver la luz en una sociedad preocupada por sí misma. Luego las maravillas de la democracia en sus orígenes, aun suponiendo un salto impresionante, aun introduciendo un cambio cualitativo decisivo en la historia, no está exenta de problemas. Este paso adelante significa, entre otras cuestiones de hecho, enfrentarse de lleno con nuevos retos que no se dan en otros sistemas sociales, en otras organizaciones políticas. No es el final que todo lo soluciona, sino solo un medio de organización común que, efectivamente tiene puntos destacados, pero que a la vez sitúa a los ciudadanos en una exigencia particularmente interesante: no se puede llevar a cabo sin su bondad, sin su implicación, sin la consideración del bien del otro más que del bien propio, o ambos a la vez, siendo esto difícil de equilibrar. La democracia es, en el examen de Sócrates, precisamente esto y no otra cuestión. 

Meleto ha llegado a poco menos que buscar salvarse a sí mismo implicando a otros. Al grito de "¡Aquí todos somos iguales!", en el fondo, lo que busca es hablar él y que los demás callen ante Sócrates. O, dicho más claramente, expulsar al bicho raro de la ciudad, al "mejor de los atenienses", para que la balanza se vuelva a equilibrar. Callarlo es el único modo de lograrlo. Para callarlo hay muchas técnicas. Meter medio, por ejemplo. Meter el miedo suficiente para que no siga hablando, con amenazas crecientes. Otra es el desprestigio, para que no sea oído. Otra la calumnia que lo rechace y lo tome por un loco, con el que nadie quiera sentarse. Nada de eso ha sido suficiente y se ha llegado al extremo: matarlo. Para lo cual, en la democracia de entonces, quizá en la nuestra también, haya que dar razones para que se considere bueno. Y el tema es este precisamente: qué uso se puede y debe hacer de la palabra/razón para lograrlo en el diálogo común. ¿Será posible? Meleto va por buen camino, porque implica la "mediocridad" de todos y el impulso de "los muchos" haciendo frente común, como en una batalla de entonces. 

Ahora toca examinar otro asunto. ¿Dónde queremos vivir? ¿Entre gente buena o entre gente mala? Mejor dicho, que me salen ecos de mi siglo, ¿entre conciudadanos hermanos y compañeros, buenos que buscan el bien, o entre malos, que usan malas artes? ¿Alguien sabe la respuesta correcta? Y cualquiera puede preguntar a qué se refiere, así que se adelanta en la misma pregunta lo siguiente: los buenos hacen bien a los que están a su lado, los malos causan mal a los que están a su lado. Estar al lado es la definición precisa de conciudadanos, que en aquel tiempo era considerada como relación solidaria y fraterna, como parte de la misma familia política. Una única familia política es capaz de crear una sociedad. Muchas familias políticas no. Porque la democracia es la fraternidad que asocia a todos como hermanos. No caben más divisiones si se quiere llegar a que todos realmente sean iguales. Y, entre hermanos, cabe esperar que se busque el bien. Las leyes, que fue la primera respuesta de Meleto, ya por entonces temerosa, son las que hacen posible ese común destino, ese común origen, ese común reconocimiento. No otra cosa, sino las leyes. Que, evidentemente, están presentes en el juicio que estamos viviendo. 

Meleto tiene claro que todos son iguales. Quiere que todos sean iguales a él mismo, con su apoyo. No quiere otra cosa. Hay que prestar atención a esto. 

Dicho esto, siendo la respuesta indudablemente clara para cualquiera, se llame como se llame en cualquier lugar del mundo, hemos llegado a una verdad indiscutiblemente cierta, universal y necesaria. Conviene vivir entre gente buena que haga el bien. Todos queremos -atención- recibir bien de los demás y no mal. Si queremos esto, por tanto, deberíamos actuar en consecuencia y reconocer igualmente que, para que esto se dé, es imprescindible obrar el bien personalmente y no otra cosa. Es decir, querer el bien de los que "están siempre a su lado", los próximos, los prójimos. 

Por si hay dudas, para apuntalar bien la respuesta y que sea todavía más evidente, Sócrates vuelve a preguntar lo mismo pero a la inversa. 

¿Hay alguien que prefiera recibir daño, y no beneficio, de la gente con la que está? Responde, querido, que la ley te ordena que respondas. ¿Quiere alguien recibir daño?

No. 

Y hasta aquí. Parece algo vago, sin contenido. Pero es lo esencial, sobre lo que hay que volver una y otra vez. Y quien pregunta qué es hacer el bien, en el fondo, muchas veces lo sabe. Solo que se entretiene por pereza o falta de voluntad, o por egoísmos. Pero hacer el bien, todos, absolutamente todos, sabemos hacerlo. Ser causa, ser motivo de bien para el otro, sabemos qué es. De largo, de sobra. 




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