He oído hablar del Fedro tanto que dudo que pueda hacer una lectura tranquila de él. Hay páginas que, ya siendo alumno, me provocaron mucho. Pero me apetece retomar estas lecturas y escrituras diarias sobre Platón y Sócrates, movido sólo por un espíritu filosófico abierto y cordial, con más ganas de reflexionar y dialogar que otra cosa en el mundo. Cuando en la perspectiva socrática se habla precisamente del diálogo, de lo que se trata comúnmente es de una obligación y atención moral esencial que nos constituye como personas. Tanto en el hablar y en el decir, que tiene la capacidad de expresarnos, como en el recibir y el escuchar.
Este diálogo comienza por una intervención de Sócrates, en forma de pregunta dirigida directamente a Fedro, un joven ateniense que ama los discursos y la retórica de su época. El escenario que se describe con cierta profusión nos lleva fuera de las murallas de Atenas, a un paraje que evoca los mitos antiguos, no conocidos por todos.
Σωκράτης
ὦ φίλε Φαῖδρε, ποῖ δὴ καὶ πόθεν;
Se trata de un encuentro casual. Sócrates reconoce y se dirige a Fedro directamente por su nombre. Y le pregunta, como va a ser lo habitual, de dónde viene y a dónde va, de un modo coloquial. Aunque la carga de esta pregunta es enorme, y nunca está de más interpretar en abundancia las palabras de los diálogos, aquí se trata de la pregunta que dará pie a todo lo demás. Por cargar las tintas, se podría decir que aquí Sócrates diferencia y une a la vez el de dónde se viene y a dónde se va a través de una pregunta que nos ayuda a tomar perspectiva. Y quizá el diálogo sea precisamente esto, como la acción filosófica, el punto de conexión que nos libera de la inercia y, ayudando a tomar conciencia del origen, se cuestiona fundamentalmente por nuestras finalidades, nuestros horizontes, nuestros siguientes pasos.
La respuesta de Fedro es de carácter contextual, pero también introduce una diferenciación de gran calado, al situar por un lado el mundo animal y, por otro, el mundo de la ciudad. Los muros separan y diferencian. Los muros ayudan a distinguir. El camino aquí se hace en salida. Sin embargo, los que hablan se llevan consigo un tesoro escondido fruto de la cultura, de la civilización que los muros protegen.
Φαῖδρος
παρὰ Λυσίου, ὦ Σώκρατες, τοῦ Κεφάλου, πορεύομαι δὲ πρὸς περίπατον ἔξω τείχους: συχνὸν γὰρ ἐκεῖ διέτριψα χρόνον καθήμενος ἐξ ἑωθινοῦ. τῷ δὲ σῷ καὶ ἐμῷ ἑταίρῳ πειθόμενος Ἀκουμενῷ κατὰ τὰς ὁδοὺς ποιοῦμαι τοὺς περιπάτους: φησὶ γὰρ ἀκοπωτέρους εἶναι τῶν ἐν τοῖς δρόμοις.
De esta primera aproximación se desprende, a mi modo de ver, la intención clara de hablar de ciertos asuntos de espaldas a la ciudad, de espaldas a las convenciones establecidas y dar pie a una conversación mayor sobre ciertos asuntos. Algo nada sencillo, que requerirá tanto esfuerzo como paz y mucha atención.
Asusta en cierto modo que el joven Fedro hable ya del cansancio del trato con los suyos y sus semejantes, y necesite descanso arropado por el sonido fácil de arroyos, árboles y animales. Es de Acúmeno, y no de Lisias, de quien se fía en este sentido, por quien se deja persuadir con palabra más bellas que comunes.
Como apuntaba arriba, Fedro es un amante de los discursos, alguien enamorado de las palabra que disfruta tanto escuchando como aprendiendo de los sofistas. En concreto, viene de la ciudad de estar con Lisias. Lo que dice querer es alejarse y dar un paseo en solitario, pero sabemos que tiene trampa.

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