domingo, 15 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 14. (Platón, 21b - 21d)

Un buen texto tiene citas, que son realmente enlaces y conexiones, para demostrar que se ha tratado de un tema antes de decir por decir, o hablar por hablar. Pero algunos de estos textos, al mismo tiempo, dan importancia a la gratuidad de la palabra por la palabra. Por ejemplo, un examen es sacar de sí lo que hay y dejar en evidencia lo que no hay. Más que citar se trata de mostrar. Y el diálogo socrático es, de suyo propiamente, un examen.  

Hay un salto enorme entre citar al oráculo de Delfos, a la Pitia, aunque en realidad todo queda mediado por el difunto Querofonte y representado por su hermano presente, y el examen que emprende ahora por la ciudad. Una distancia cuyo arco va de la recepción a la experiencia de la propia vida. Se podría decir que Sócrates trata de poner en presente el oráculo, que indica una sabiduría que, en su recepción, Sócrates dice no poseer "en absoluto". Como quien habla en el tribunal es el Sócrates que ha pasado por todo eso y más, se da una paradoja todavía mayor. El oráculo tenía más razón que Sócrates, porque decía que sabía y Sócrates pensaba que no sabía "en absoluto". Lo cual ha demostrado ser, con el tiempo, falso. Sócrates ha descubierto que la sabiduría de la que hablaba la Pitia era una que él no había considerado, quizá llevado por el ambiente general: la sabiduría propia del hombre. En esta página están todas estas consideraciones. Y Sócrates mismo cambia y sale de su "absoluta ignorancia" hacia "otra ignorancia" que le lleva a una sabiduría inesperada. Insisto, "la propia de los hombres". 

Seguimos. Después de ese tiempo de consideración privada del asunto, y suponemos precisamente que es este momento de su vida en sí mismo y con sus amigos el que lleva a esa segunda necesidad por agotamiento. El oráculo decía que era sabio en algo y de una forma concreta. No que fuera el sabio que todo lo sabía, sino que era "más sabio que otros". Y como la sabiduría acepta grados, se trata de comparar sabidurías para ver quién está por encima, quién por debajo. La cuestión socrática está ahí precisamente, en esta paradoja en la que no saber implica más sabiduría que el decir que se sabe de algunos temas. Siempre conviene apostillar que se trata de algún tema, del tema específicamente humano. Por lo que surge es la sabiduría humana sobre el ser humano. 

Se le ocurrió a Sócrates lo que quizá se le puede ocurrir a cualquiera. Consideró sabio, en primer lugar, a aquel que más brillaba en la ciudad, al que más reconocimiento recibía de parte de todos, al más escuchado por los habitantes libres de Atenas. Y este es, sin lugar a dudas fruto de la democracia, quien entonces se llamaba "político" y que no conviene confundir demasiado con los políticos de nuestras sociedades complejas. El político era un ciudadano libre encargado de dirimir y encaminar los asuntos comunes, tomando decisiones. Para ello, por lo tanto, debe conocer muchas cosas. Dos muy importantes: la situación actual y el problema que hay; la situación futura y el modo de dirigirse a ella. 

De este modo, tomado el político como alguien de sabiduría reconocida por todos en un espacio democrático de elección y aclamación popular (popular como comunidad, no popular por acoger a todos). Dice el texto sabiamente, que "no hace falta decir su nombre", porque bien puede tomarse por una "forma" (rol social, que se dice a veces) que algunas personas encarnan. Este político pasa a ser examinado por Sócrates para que Sócrates pueda refutar el oráculo. 

La intención socrática es la refutación de un oráculo, el llevar la contraria al oráculo, el querer situarse en actitud de negación. No negarlo, sino afirmarlo para ver si se sostiene. No es una palabra negativa respecto del oráculo, sino que el oráculo misteriosamente pasa a guiar su vida. Entonces, conducido de este modo y con esta intención, tomando el oráculo como método, pasa a "examinar" y este "examinar" significa dialogar, colocar ambos logos uno junto al otro. 

La conclusión del examen es paradójica y la saca Sócrates. No saca la conclusión para todos, sino que se muestra que debe ser una conclusión que cada cual debe sacar para sí. Pero a Sócrates "le parecía" que el hombre supuestamente sabio era considerado sabio por muchos y, sobre todo, se creía sabio él mismo sobre ciertos asuntos cruciales relativos al ser humano. No se acentúa tanto la aceptación por la comunidad como la actitud que tiene quien ejerce cierta función social respecto de sí mismo. Sin embargo, la conclusión socrática es "que no era sabio". Decía serlo y actuaba "como si" en función de su responsabilidad y cargo, pero "no lo era". Solo era apariencia, "como si" fuera sabio. 

Y llegado este momento, Sócrates intenta mostrarle que no es sabio y se descubre que el sabio no quiere aprender de él, sino que se ofende. El sabio no quiere ser conducido por otra sabiduría distinta que la suya. Este es, por lo mismo, el inicio de la calumnia contra Sócrates, el motivo de la opinión común en la que Sócrates aparece como un combatiente y crítico destructor frente a otros. No como quien trabaja en positivo, sino como quien conduce al escepticismo del no saber, a la nada. En este momento gira toda la historia, porque continúa interesándose por el político. Mejor dicho, por la persona que puede quedar encerrada en la apariencia del rol que ejerce, sin responsabilidad y sabiduría real alguna respecto de un asunto tan crucial como la orientación decisiva de la comunidad. Diríamos hoy que la sabiduría aquí tiene mucho que ver con la humildad bien entendida y, sobre todo, con una responsabilidad que nos desborda y ante la cual siempre se es pequeño respecto de la misión que se encomienda. 

En resumen, Sócrates despierta pasiones contrarias a él, pasiones contra él al intentar mostrarle que pensaba ser sabio, pero no lo era. Como bien se pregunta el profesor Miguel García-Baró, ¿por qué se quedaba a su lado, si eso no se lo ha pedido el oráculo?




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