jueves, 30 de septiembre de 2021

Dos párrafos de vida

Dos párrafos de vida. Ayer terminé Ética a Nicómaco, Libro I y no quería empezar con otra lectura de las que voy haciendo. Tengo varios pendientes. Muchos. Estoy con Karamazov, Rosenzweig, Kierkegaard, Balthasar, Chretien, Husserl, Platón, el Evangelio -siempre, claro-... No sé si estoy a tiempo de quitarme de encima otras lecturas que he iniciado para contradecirme a mí mismo y saber si debo atender nuevamente algunas cosas que he pasado, sin duda, por alto. Me encantaría volver a leer todo lo que he leído y ser consciente de la diferencia. Ya no recuerdo los primeros pasos. Se ha hecho un largo camino y al tiempo que unas cosas me parecen ahora sumamente claras y están articuladas entre sí, otras se han vuelto lo contrario, oscuras. Hay más crecimiento en lo segundo, estoy firmemente convencido. Por cierto, que la novela de Karamazov, que es alta teología, se hace muy asequible por que se presenta como encuentro fraterno entre dos personas que, buscando, se comprenden. 

Del otro tema que realmente consume gran parte de mi vitalidad diaria mejor no hablar. Voy afinando lo que busco. No es silencio, sino comunión. No es apartarme, sino vivir muchas cosas con una gran intensidad eclesial, fraterna. No es dejar nada, sino lo contrario en todo. Lo que no me asusta y a lo que no tengo miedo es al conflicto y todo eso, a tomar decisiones y hacerme responsable de ellas, a tener que dar un poco más de lo que doy y listo. Todas esas cosas me parecen superficiales en comparación con lo esencial. Por mucho que haya descripciones adecuadas de las cosas, lo clave es lo esencial. Y lo esencial es visible en tanto que se hace visible, en tanto que se expresa, que se libera, que se entrega, que se muestra, que se encarna. El drama de la invisibilidad, en cada ser humano, tiene una salida que se llama sacrificio y donación. No hay otra. Requiere, eso sí, amor, esperanza y fe. 



miércoles, 29 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,13 (Día 18)

En lo básico, afrontamos ahora con Aristóteles lo que son las partes del alma. Es decir, probada el alma, o aquello que refiere en nosotros la vida, se encamina de acuerdo a lo recibido a analizarla para descubrir tanto su hondura como su especificidad. Sorprende, cómo no, que no sea tan propia y única del ser humano, sino que al verla y detenerse en ella, como lo hace solo la conciencia de uno mismo y no la conciencia del otro, esta vida en nosotros nos vincule inexorablemente con el resto de la realidad. Sin dejar de ser nosotros simplemente un caso de los muchos posibles, sino únicos, nuestra relación con la realidad es tan potente que su huella en el alma sigue vigente. La de la Vida con mayúsculas a cuya presencia la realidad entera es debida. 

El gancho que ha llevado a la visión del alma y la urgencia que tiene tal tema para toda persona es la felicidad, la búsqueda del bien. Una vez, y quizá no sin esta preocupación, la persona va en busca de algo más que sí misma, entonces siempre tiene que volver para ver qué ocurre "dentro", cómo se recibe todo lo demás, cómo se actúa y piensa y todo lo demás. Entonces, junto a la complejidad del tema, se sorprende al ver la propia complejidad. Que aquí vale casi cualquier otra cosa como someterse ignorantemente en la confusión del primer acercamiento a la realidad y a uno mismo, y conformarse con lo poco que se da en el primer trato directo. El alma está ahí para revelar que lo suyo es, en gran medida, reducción. Y que siendo reducción su capacidad, precisamente en la pequeñez comenzar y afirmar. Porque no siendo capaz de todo, por mucho que se quiera y se tensione todo en esa dirección, lo que nos queda es más bien ir hacia lo esencial, que al menos se roce lo esencial. 

Y lo esencial del alma, quitadas las primeras ataduras y sobrepasadas las primeras estancias del alma en sí misma, del alma entre la vida y del alma en lo animado, entonces se percibe que hay algo original y distinto en el ser humano que se puede decir de muchas maneras pero es razón, palabra, discurso, y, en cuya amplitud, se está como en el paraíso del que se ha sido expulsado. Estamos ahí sabiendo que es lo propio, pero no es nuestro. Así es el alma al volver sobre sí sin miedo a sí misma, sin miedo a encontrarse en Otro. 

Pero bueno, resumiendo, en algo lo dicho, dos serían las tensiones de la constitución y la estructura interna del alma que anhela, lo sepa o no, la virtud, la excelencia, su puesta en acción plenamente. Por un lado, la relación con el otro, la relación en el sentido propio de esta palabra. Por el segundo, que es más bien lo mismo que lo anterior pero dicho de otra manera, la relación con la Palabra, con la Razón, con el Logos. Y, por tanto, no primeramente nuestra acción con el otro y con el Otro, sino de la acción del otro y del Otro en mí, su presencia en forma de debida exigencia y petición de gratuidad. Y así camina Aristóteles, aunque no se atreva a decirlo del todo. 

Se cura el alma a través de la acción. Que es dejarse y expresarse. Y se va construyendo más y más en la medida en que la elevación propia de la persona, que normalmente decimos superioridad, pero lo decimos muy mal dicho, dé forma a todo lo demás y no se viva desgajada y al modo de espiritualismos y animalismos extraños a la unidad de la persona. De modo que la virtud propia de la razón en la persona será primera y urgentemente su apertura y relación con todo lo demás y luego, eso sí, hacerse cargo de todas las formas posibles de esa realidad rescatándolas y siendo rescatado uno mismo en una unidad superior, más grande y mejor. Y situarse por tanto, porque el alma es situación y conciencia de la situación de la persona en la realidad, con su mundo y sus mundos, siendo reflejo de la unidad mayor de la realidad en la que la vida adquiere la prioridad, la superioridad, la grandeza y lo mejor. Dicho queda que, si se ve así, comienza toda ética precisamente en el alma, no fuera de ella. Y su propio perfeccionamiento se enfrenta a lo que hay en el mundo, y no como se piensa normalmente, que es justo al revés, pensando la ética como una colección de soluciones al problema del mundo y sus muchos males. Al revés, en el sentido en que es la propia perfección y bien del alma los que deben expresarse, salir de sí y, por tanto, vencer su ausencia. Y al mostrarse, si es que lo consiguen, entonces se verá el mal que había, el sinsentido de todo lo demás, y se abrirán caminos de auténtica humanización del propio ser humano, en su conjunto. 

Termino el primer libro de este modo y dudo si mañana seguiré con Aristóteles o cambiaré a otro texto mayor. 



martes, 28 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 11-12 (Día 17)

Sobre el apartado undécimo no me detengo mucho. Ya bastante tenemos con la propia vida como para, quizá, mirarla tan hondamente. Solo apuntaré que la responsabilidad de la propia acción, por mucho que sea propia acción exclusivamente, afecta tan radicalmente al mundo que sus consecuencias serán alargadas y extensas, casi infinitas, sin que sepamos probablemente jamás a dónde llegan. Eso lo debería saber cualquier maestro, padre o madre, amigo o enemigo. 

De lo siguiente, donde Aristóteles distingue entre lo que es "elogiable o, más bien, digno de honor", simplemente comentar que ojalá fuera así, porque ayudaría mucho. Lo que sucede es que, otra vez, confunde el tiro y se queda en la expresión del puro deseo de una irrealidad inexistente, pues las personas no elogian la virtud que tienen delante, sino que sucede más bien lo contrario. Salvo excepciones. Pero cuando el sabio apunta al cielo, el tonto mira al dedo. Y esto es tan así, tan claramente así, que casi mejor no fiarse en exceso de ciertos elogios y no atender ciertas alabanzas. 

Hablar bien debería ser, y aquí sí que se podría trabajar éticamente mucho, lo común y lo más normal del mundo. Aunque según se ve, también en la Grecia antigua era algo raro y escaso. Tan raro y tan escaso que recibe un nombre casi religioso, próximo a lo divino. Por el contrario, hablar bien de toda persona y destacar su virtud debería ser lo más común, sin que ello supusiera la compraventa de nada y de nadie. Insisto, no sucede. Es lo extraño. Pero dejarse guiar por la alabanza, la generosidad de las palabras frecuentemente interesadas o el deslumbramiento de no sé qué es bien sabido, precisamente para la persona de cierta virtud, que no dice nada realmente valioso, en ocasiones ni siquiera anima y, si se insiste mucho en ello llega a hacer daño. ¡Qué cosas nos pasan!

Nadie termina el camino. Hasta que lo termina. 

Si la alabanza es de tal índole, es claro que de las cosas mejores no hay alabanza, sino algo mayor y mejor. 

Por lo demás, Aristóteles debería repasar lo que está diciendo, otra vez. Porque si el elogio viene de alguien sin virtud, ¿está diciendo que quien no tiene virtud es capaz de reconocer en otros, por sí mismo, la virtud? O eso, o trata de hacer del elogio algo meramente pedagógico, que guíe a quien no sabe, como ocurre en tantos y tantos motivos comunicativos en los que el elogio y el destacar a una persona por encima de todas las demás está al servicio de algo que no se dice: centrar la atención del auditorio, del espectador o del ciudadano para llevarlo por aquí o por allá, sustrayéndole algo que debería ser muy suyo; cuando no, también hay que decirlo, ocultar otras cosas a las que, de este modo, no se prestará jamás atención porque el foco está situado en otro lugar. Algo que, a buen seguro, Aristóteles también pudo pensar, y que hoy resaltaría ante su agudeza analítica. 

En cualquier caso, coincido en que, ojalá, la felicidad perfecta fuera alabada, reconocida y sirviera de faro en la oscuridad, de luz en la tiniebla. Aunque ya se sabe lo que ocurre y qué pasa cuando aparece el sumo bien fuera de los libros y alguien se pone interesado y dedicado a alcanzar la virtud, a no dejarse confundir con otros y a salir de entre los muchos, el gentío o las masas. Ya lo sabemos, pero Aristóteles no lo dice. Para Aristóteles la virtud es, sin más, elogiable. Y él, que tiene buen corazón, seguro que supo conducir así su vida y que todo esto no lo decía para atraer láureas de otros. Lo cual sería indigno. 

Ahora bien, si nos alejamos un poco de la persona y vemos el bien en sí mismo, entonces, en tanto que meramente posible incluso, diremos que sí, que es ciertamente digno de alabanza y todo lo demás. O más incluso que digno de alabanza y mejor que digno de alabanza. Es más. No son palabras, ni símbolos, ni ritos, ni aplausos. Es de tal manera elogiable que el mismo corazón se entrega sin sacrificio a él. Pero esto es otro cantar. Porque una vez que se ve, claro, todo cambia. Todo lo demás se verá transformado.

Respecto de lo cual me parece que es más digno considerar que el ser humano ético alaba que detenerse en mirar si es o no alabado. Porque ya digo que lo segundo es casi mejor no esperarlo y no decirlo a nadie que quiera emprender camino alguno hacia la virtud. Si ha llegado el momento en el que su compromiso con el bien es alto, mejor irle ya preparando para la prueba, para resistir y disponer de la fuente de la fortaleza en la medida de sus posibilidades. Especialmente de amigos y buena compañía. 



lunes, 27 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,10 (Día 16)

Lo de ayer, que escribí ayer, es importante. Precisamente hoy comienza hablando de eso, del "fin de la vida". Y es que resulta, como todo el mundo sabe, que aquí nada hay asegurado al cien por cien por mucho camino que se haya hecho en alguna dirección con la propia vida. Siempre puede ocurrir justo lo contrario. Lo cual tiene su lado esperanzador y su vertiente desoladora. Y no se reserva a los primeros pasos del día, como si cada día empezara de nuevo, sino en cualquier momento de la jornada, mientras sepamos que estamos despiertos. 

Aristóteles se mete con el tema de la muerte con palabras excesivamente simples, a mi entender. Como para él todo consiste en actividad, según parece da por supuesto que no hay más actividad que la que vemos aquí y ahora, y concluye, en forma de desprecio, que si la felicidad es algo tiene que ser "aquí", aunque no sea del todo ahora. Me permito decir que su precipitación no le deja considerar las cosas bien, ni siquiera se pregunta qué es eso que dice que es nada o la nada. Peor aún, que con la muerte, según él infiere, la vida ahora queda en el recuerdo de los otros pudiendo opinar libremente cualquier cosa, y añadir a lo que vivió entonces incluso mayores males o mayores bienes. ¡Un despropósito! ¿Estoy acaso yo ahora haciendo eso con su memoria? ¿Engrandecerla o empequeñecerla y, por eso mismo, dañándolo o mejorándolo?

Sea como sea, el filósofo se quiere plantear las cosas en el aquí y ahora. Y, entre las múltiples relaciones que puede establecer cualquier persona, se encuentra también con la realidad material, con las cosas como cosas, con eso que llamamos objetos, con capacidad de ser herramientas, instrumentos, utensilios. Son de todo tipo, aunque no lo diga. Se supone que es la persona la que con su acción se hace cargo de alguna manera de ello y lo pone en funcionamiento dotándolo de algún tipo de orientación y finalidad. Es más, es capaz de sintetizar, mezclar o combinar alguno de ellos, los que conoce en sus propiedades, para que surjan otros nuevos instrumentos. Los instrumentos que la humanidad ha creado han ido en todas direcciones. De hecho, vivimos en un mundo instrumental, dotado de herramientas por doquier. Pero se podrían haber inventado otras, podría ser "este mundo" de otro "modo". Algunas personas lo intentan. 

La pregunta surge cuando vemos todas estas cosas y nos cuestionamos, precisamente, sobre su orientación, sobre el trato que tenemos con ellas. Y un tanto sorprendentemente descubrimos que, en no pocas ocasiones, nos orientan a nosotros más que ser nosotros quienes les damos una orientación. Se han emancipado de su origen personal y están ahí liberadas, pero funcionando a lo suyo, quizá bajo la influencia de otros "caminos ocultos", como decimos en la escuela de un cierto "currículo" invisible para la mayoría que, por lo demás, es de lo más eficaz para cincelar y dar forma a las personas. 

Quiere Aristóteles separar la felicidad de las cosas, que a la postre será, si se piensa bien, como desconectar el alma y el cuerpo. El intento es noble, sin duda. Lo que quiere decir es que la persona no puede confiar su "alma" a "esto, eso o aquello", sino hacerse cargo de su propia vida autónomamente y sin confusión alguna con "ello". Pero, aunque parezca que no cedo a ninguna palabra de este grande de la historia del pensamiento, tal ruptura será precisamente una herida incomprensible en el alma misma. 

Es muy interesante lo que anota sobre la estabilidad de la virtud. Y ojalá fuera como describe. Que alguien, por el hecho de repetir y de adquirirlas, es decir, de hacerse a sí mismo a la altura de su propia realidad humana, y no menos que ella, por el hecho de disponerse en semejante altura a ver venir todo lo que tenga que venir y responder de ese modo, lo cierto es que, una vez más, Aristóteles olvida muchos recovecos ensombrecidos del avance hacia la virtud. Porque lo que dicen lo que han procedido así es que, lamentablemente, se oscurece en cierto grado la luz del alma y se deja de ver como se veía, para pasar a confiar como jamás se había confiado. Y para ciertos momentos nadie está preparado, ni ha sido avisado con antelación de lo que va a suceder siendo capaz de comprender así el camino. 

Si la firmeza de la virtud se refiere al aprendizaje esencial de una cierta resistencia, de modo que toda virtud enseña antes que nada a mantenerse en ella, entonces puede que sea así. Como dice al final de este apartado. 

Nosotros creemos, pues, que el hombre verdaderamente bueno y prudente soporta dignamente todas las vicisitudes de la fortuna y actúa siempre de la mejor manera posible, en cualquier circunstancia, como un buen general emplea el ejército de que dispone lo más eficazmente posible para la guerra, y un buen zapatero hace el mejor calzado con el cuero que se le da, y de la misma manera todos los otros artífices. 

Pese a las desafortunadas comparaciones, lo otro lo aprendió de un buen maestro. Y ahí sí que hay virtud, cuando es probada. Y las pruebas no son solo esas cosas negativas negativísimas que todos comparten y coinciden en que restan y restan ánimo al alma y vida a la vida misma, sino también muchas otras cosas que, inundando nuestra realidad, ahogan todo lo demás anegando el futuro y el suelo firme en el que se va pisando. Respecto de lo cual, Aristóteles vuelve otra vez a componérselas para decir, unas líneas más abajo, que esto que él llama felicidad es vérselas rodeado de bienes y cosas agradables, pero poco más. ¿Será acaso esta su propuesta y, por este camino, acercarse a quien sufre o vive pobremente para hacerle ver cómo él, como tiene tan poco, hasta la felicidad y la posibilidad de vida feliz se le resta? Pero Aristóteles, ¿no será mejor hablar de otro modo, e irse a la infelicidad del que más tiene para hacerle ver a ese que su vida es un lamento pese a todo y no posee alegremente lo que a otros no les ha costado nada alcanzar? ¡Ay, Aristóteles! ¡Qué jaleos, cuántos jaleos!



domingo, 26 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,9 (Día 15)

Tema general. Aristóteles usa la palabra "fin" y la recibimos con entera libertad y sin problema. Me pregunto si ocurriría lo mismo si dijera "muerte", es decir, lo que muchos consideran realmente el fin último, más allá del cual nada hay. ¿Se trata de llegar a este fin de una forma y no de otra? ¿Es esto lo que quiere decir Aristóteles? ¿Adelantar la muerte? ¿Vivirla antes de que llegue? Lo dejo ahí, para quien quiera pensarlo. Porque luego vendrán muchos que piensan así sin decir de dónde vienen sus palabras. ¿Será que la vida se planta y, al contarse, revela algo de sí misma que se nos pierde en el primer impacto? ¿Será que la vida indica algo más y por eso necesitamos dos palabras y no una?

El apartado de hoy trata sobre la felicidad, otra vez, y si, siendo esta lo mejor de lo mejor, es fruto de alguna actividad humana. Es decir, ¿se puede conseguir, es objetivable y se puede llegar a alcanzar? ¿O es algo que conocemos porque es un don de la divinidad regalado por algún motivo o sin él? Entraríamos directamente en un campo que -y hay que reconocerle a Aristóteles la libertad de este apunte- emparentaría la ética con muchas otras realidades. Lo cual, a mi modo de ver, cuando se pierde en su amplitud lo que sucede es una reducción que termina afectando de lleno a la idea misma de felicidad, al concepto y lo que se describe. 

De hecho, igual que reconozco el atrevimiento de la pregunta, me resulta ridícula la respuesta que da el mismo filósofo acto seguido, no queriendo seguir por donde el cuerpo le pide avanzar. Y hace lo que mundanamente termina siendo la opción acomodada: elimino la otra parte de la cuestión y me quedo con lo que "a mí mismo" corresponde, lo cual ya es perversión en el caso de que sea algo que no se pueda realizar por sí mismo. Y bastaría que Aristóteles hubiera observado un poco más los inicios de la vida para darse cuenta de que no es algo ajeno a la propia "naturaleza" (sea lo que sea lo que quiera decir al referirse a la condición humana) del ser humano en general y en particular. O hubiera sido suficiente con que se tomara en serio la radical insuficiencia de la humanidad respecto de sí misma, aunque se junte socialmente para imaginar que puede hacer algo de tanto calado. 

Otra cosa son las disyunciones y rupturas que se introducen fácilmente. O de los dioses, o del aprendizaje, la acción, el hábito, la vida virtuosa. Porque una y otra vez se hacen excluyentes, sin más justificación que la de "observar mejor" lo que es, de suyo y radicalmente, inobservable. Pero habiendo descartado "lo inobservable mayor" pareciera a alguno que lo "inobservable pequeño" se haría más evidente, en una especie de competición de invisibilidad en un mismo plano haciendo de unas asumibles para la razón y otras no, en un intento de separación y emancipación que se parece más a las rabietas del niño pequeño que quiere vivir por sí mismo y todos saben que es incapaz, realmente incapaz, de algo así. Por no hablar de lo doloroso. Y es que el niño pequeño no sabe, ignora la complejidad de todo. Como Aristóteles hace aquí. ¡Perdón, compañero!

Por si fuera poco, anota: 

La respuesta a nuestra búsqueda también es evidente por nuestra definición: pues hemos dicho que (la felicidad) es una cierta actividad del alma de acuerdo con la virtud. De los demás bienes, unos son...

O sea, que Aristóteles dice sin más que es una actividad del alma sin preguntar por el alma misma, quedándose con ella como dato inmediato sin fundamento, ni origen, sin descender a por qué está ahí donde dice que está y por qué tiende a donde dice, también sin justificar y por adelantado, que es virtud su perfección y destino. ¿En serio? ¿No tiene nada más que decir y queda oscurecido todo esto? ¿No es ingenuamente precipitado lanzar el alma fuera de sí sin conocerse a sí misma, aunque sea para descubrirse a desalentadamente profunda, con una hondura sin igual en su subjetividad? ¿No habría que empezar por aquí, amigo? Pues no. De esto no quiere decir nada. ¡Detente un poco! ¡Deja que alguien te pregunte algo!

Claro que nos situamos entre "instrumentos" (qué mala fortuna va a tener esta palabra), pero la vida no lo es. Y que haga prueba todo el que quiera. Conocerá entonces lo que es resistencia. ¿De qué o de quién viene esta imposibilidad? En serio, ¿quién resiste así en la vida?

En algo hay que reconocerle a Aristóteles una intuición que, con todo, también hoy quiere oscurecerse. Sea lo que sea la persona, su horizonte no es el horizonte de la naturaleza. A veces lo dice, lo deja caer. Sobre todo por discernimiento, por disección, por separación de unas realidades y otras apurando en lo que se puede el sentido común, lo más evidente de lo evidente. Y es que la conexión con lo real, con lo ajeno se hace siempre en la vida a través de la razón. Y solo la razón que se conoce a sí misma, libre y decididamente, atisba que en ella hay algo que no se ha dado. Mejor dicho, que hay una infinidad de dones previos dados (y aceptados, aunque no siempre ejercidos) en la misma razón, si es esta la forma humana del alma, si es el alma la forma humana de la vida (humana). 





sábado, 25 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,8 (Día 14)

Aristóteles quiere dar una definición completa de felicidad, cerrada y clara, para lo cual se propone partir de la realidad misma. Y establecerla como destino y fin último de la persona, como aquello que toda persona busca cuando toda persona hace algo, lo que sea, y así convencerle de cuál dirección debe tomar en su vida para que su existencia tenga sentido. ¿Y si no fuera esta palabra la más apropiada para entablar esa conversación con la realidad? ¿Y si hoy ya no comprendiéramos lo mismo que entonces?

Con todas sus divisiones, en la realidad y en el alma, y las ligazones que hay entre unas y otras, lo que Aristóteles alcanza es una fragmentación de lo real que acto seguido pide estructuración y jerarquía. Cosas, conocimiento y acción. Cosas en tanto que cosas, que realidades que están ahí, que son descubiertas siendo. Conocimiento como ese descubrir, ese acceder. Y acción en relación a las posibilidades de lo real y del ser, del existir y existirse. Esto último es muy potente en tanto que se contempla lo que no hay, de alguna manera, en atención a la esencia misma de la realidad, que aparece, no callada, sino dialogante. 

Para el filósofo, y lo aclara, la felicidad es por tanto una acción, una virtud, un modo de vivir ajustado y adecuado. Pero no solo una acción de la persona en línea con la virtud, sino algo más curioso. 

Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que la felicidad es la virtud o alguna clase de virtud, pues la actividad conforma a la virtud es una actividad propia de ella. Pero quizás hay no pequeña diferencia en poner el bien supremo en posesión o en un uso, en un modo de ser o en una actividad. 

Si se lee bien, Aristóteles dice que la acción no es solo de la persona misma, sino que la virtud también actúa. Y que hay que saber diferenciar el "modo de ser", en tanto que estable y quieto, con "la acción", que es dinámica y provocadora de algo más que ella. En el modo de ser habría reiteración, repetición, no cambio. Mientras que en la acción, según parece de las palabras tal y como las dice, tiene lugar algo distinto de la acción misma, algo distinto de la historia, y sería por tanto una ruptura, una posible novedad en ella, con algo diferente a lo que hay. No sería conservación sino provocación. Aunque haya acciones, dicho sea de paso, que a mi modo de ver, más me parecen que al obrar suponen una repetición extraordinariamente sana y de continuidad, de mantenimiento y de resistencia a todo que, de nuevo a mi entender, son absolutamente virtuosas, quizá porque realizan lo inesperado, lo extraño en la cadena de conexiones y causalidades del mundo comportando un manifestarse la vida con superioridad respecto a la esclavitud y condena del ser del mundo, de lo fáctico, de lo sistemático, de sus leyes implacables. 

Con todo, el maestro lo que pide es que contemplemos, al modo platónico, que la acción humana puede verse lanzada tan directamente sobre el bien que el bien mismo comience a brillar. A eso le llama "felicidad", en tanto que manifestación concreta, probablemente, de algo mucho mayor y de una extraña plenitud que no parece que sea lo habitual contemplar en la historia y la acción humana. Es una acción, en tanto que se pueda decir feliz, que no se agota en sí misma y queda desbordada. Entiendo que, al menos, para quien la vive. Quizá, y no será nunca lo relevante, para quien la ve, la escucha, la percibe, la recibe como algo ajeno. 

Luego añade a todo el elenco de "matices y modos" de la virtud, que es el bien y la felicidad, la rectitud. El vivir rectamente. Es un "tópico" común, que sin duda habla más de la situación de pobreza del ser humano y sus enredos que de la realidad misma, a la que no cabe atribuir semejante cualidad. 

Así también en la vida los que actúan rectamente alcanzan las cosas buenas y hermosas, y la vida de estos es por sí misma agradable. 

Aquí apunto en otra dirección. Porque cuando dice "en la vida", lo que realmente se podría leer es que la rectitud propia de la persona sería vivirse allí donde lo esencial y lo fundamental y donde tiene su lugar, que no es el mundo por mucho que se repita, sino en la vida misma. Situado en la vida misma la persona puede obrar con rectitud. Todo lo demás, fuera de la vida, es dislate, disparate, dislocación. Con esto, un poco más allá, confundimos permanentemente el término vida con el río del tiempo y cosas así, acompañados tantas veces de metáforas inciertas que luego terminan en comprensiones inasumibles de la realidad. Con todo, la rectitud, reitero, sería vivirse en la vida propiamente. 

Y luego, sobre los placeres. De los que, abierto el melón, seremos incapaces de deshacernos y convertirlos en algo irrelevante para la cuestión ética. Siempre vendrá alguien a preguntar por ellos, sin saber siquiera qué son. Porque realmente quiere preguntar por otra cosa. Más parecida al "otro mundo" que a este cierto que tenemos delante, con el que cuesta "bregar". En el fondo, el placer se apoya en algo incierto, que no se puede repetir, pero que se propone como algo seguro por inmediato, de tal forma que cautiva (la palabra es "cautiva") la inteligencia de quien está ahogado y no sabe por dónde tirar. Ante la duda, lo placentero. Refranes hay muchos. 

Entiendo que el mundo de Aristóteles no es este en el que yo escribo. Que la resistencia del mundo era mucho mayor, más impenetrable, menos dominable. Pero se mantiene lo mismo. Da igual. Aunque se gane suficiente terreno, da lo mismo. Quienes llegan se las ven en algo muy semejante. Y triunfa. Y se quiere realizar un "mundo feliz" cuando felicidad y mundo no tengan nada que ver. 

Y dispuestos a soñar, entonces se concluye normalmente algo así como lo que dice Aristóteles. 

La felicidad, por consiguiente, es lo mejor, lo más hermoso y lo más agradable, y estas cosas no están separadas como en la inscripción de Delos: "Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama."

A lo cual le diría al maestro que no. Que sí están separadas. Que sí están realmente separadas. Y que decir lo contrario, por fácil que sea, es confundirse. Pero bueno. Situar la felicidad "en el marco de lo  concreto", como algo más del mundo de las cosas y de las personas sin distinción alguna, es lo que tiene. ¿Y si la felicidad fuera lo más desconocido, como bien parece que sucede porque todos la buscan y nadie dice tenerla? ¿Y si?

Las carencias. Cuánto ayudan las carencias. Cuánto ayudaría describir qué es una carencia y de qué, y qué clases se viven porque se viven, y cómo se conoce la carencia como carencia y lo carente como carente. 



viernes, 24 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,7 (Día 13)

Aristóteles es como si descubriera cosas importantes, las deja apuntadas, pero no quiere llegar a ellas por prudencia o miedo. Entonces se frena. Además, me está ocurriendo con este diálogo sobre la Ética que me gustaría saber cómo o por qué llega a decir lo que dice, lo que insinúa. ¿Cómo es eso de llegar a las esencias de las cosas y qué camino hay que tomar? ¿Es como un perfeccionamiento del buen juicio, de la buena percepción y del entendimiento? ¿O algo más? Cuando decimos que somos "vida social y racional", ¿hasta dónde llegamos con ello?

Cuál sería la función propia del ser humano, de la persona. Esa es la pregunta que quiere retomar, en continuidad clara con Sócrates. Cuál es, en definitiva, lo mejor de lo mejor. Y aquí, tengo que reconocer, que se pierden de algún modo todo por alcanzar lo definitivo y lo más alto. Y la escalera que han puesto ha dejado en bandeja el rechazo de partes sustanciales del ser humano, consideradas como algo no esencial, no elemental, o excesivamente básico y común. Craso error. Si la persona no va en su conjunto. O se considera, como parece ser el caso, que debe olvidarse de algunas partes de sí mismo para cultivar otras. 

Es aquí donde Aristóteles distingue en el alma humana aquello que no es ni propio de rocas, ni de plantas, ni de animales. Situándonos como personas en la razón. La razón, efectivamente, conforma todo lo humano. Su materialidad, su corporalidad, su conexión con la vida, su movimiento, su capacidad para hacerse cargo de todo lo demás y transformarlo. La razón, en el buen sentido, es la auténtica vida del ser humano cuando no hay división en él. Lo propio humano es, en este sentido, la razón. E insistir todo lo que se pueda en su amplitud para no reducirla a inteligencia, a pensamientos modernos o sentimientos posmodernos, y dejarla como lo que es: razón abierta, razón amplia, razón viva y vivificante, razón raíz y razón destino. Que todo en la persona sea razón alude a su esencia abierta, no cerrada, no completa. 

Y un ser que no solo tiene razón sino que, al darse cuenta ella de ella misma, puede por tanto cuidarla igualmente. Y no solo en sí, sino en otros. Y, por tanto, dialogar. 

No toda razón, por otro lado, conduce al bien. Lo siento. Pero es así. La razón puede ser usada como cosa por el ser humano y puesta al servicio de lo que sea, sin darse cuenta de ella misma. Razón inconsciente, razón perdida, razón cosificada, razón usada.

Ojalá fuera de otro modo siempre. Y todo lo que tocase la razón se convirtiera en camino abierto hacia la excelencia. Pero no es así. La razón herida del ser humano, que no se comprende a sí misma, que no se conoce a sí misma, e ignora su profundidad y conexión con la vida, muestra en la historia suficientemente sus carencias, pero no su esencia. La razón capaz del ser humano puede incapacitarse para sí misma hasta el punto de no ser consciente, es decir, no tener conciencia, no tener dirección, pasar a ser reflejo meramente del impulso de la vida que precede a la barbarie en la acción y secunda una peligrosísima voluntad de poder por poder, voluntad bajo el miedo y temerosa, encogida e hiriente a su vez. 

Aristóteles encumbra la razón. No es para menos. Ojalá, insisto, fuera así. Ojalá la razón, que por sí misma no tiene dirección, recibiera tal dirección del bien al que dice Aristóteles que apunta, como si fuera la luz que se busca en la salida de un lugar oscuro y cerrado. La persona, que de por sí está encerrada en sí misma, ensimismada en este sentido, tiene en la razón el arma más poderosa para iluminar en algo un interior acechado por la indiferencia y el miedo. La razón, sin duda, sería lo mejor de lo mejor. Como instrumento, como constitutiva de la persona humana en su conjunto. Tanto en su corporalidad, como en su afectividad, como en su relación, como en su cuestión. 

Nadie se pregunta tanto como el ser humano. Ningún otro ser vive bajo la pregunta, es decir, bajo la razón que primero pregunta y se hace consciente de la pregunta antes que de cualquier otra cuestión, aunque la razón sea siempre debida a palabras, escasas habitualmente, para todo aquello que la razón misma intuye y vislumbra, conoce de antemano y necesita reconocer de otro modo, o volver a ver con más detenimiento y atención. 

Es interesante el respeto que parece alcanzar el mismo Aristóteles por la diferencia de fenómenos que comparecen ante la razón, incluida la razón misma. Y cómo se debe proceder con rigor y método en cada uno de ellos, según aquello que se presenta. Luego la razón está dotada de una amplitud que no hay que justificar, así como pregunta más allá de lo que puede abarcar y acaparar de inmediato. De entre todo, subrayaría hoy por hoy aquello que se alcanza mediante la razón a través de la acción, del hábito, según dice Aristóteles. No es una apertura a la inmediatez, sino una apertura con memoria, con historia, con trayectoria. Esto es sumamente interesante. No es un órgano de lo inmediato, bajo ningún concepto. No es un órgano de lo directo, bajo ningún concepto. La razón que procede no es una razón que pueda decirse sola, ni vacía. Su apertura no es una apertura a la carencia, sin más, ni a la búsqueda por la búsqueda. Sabe, de alguna manera, qué buscar y está preparada para recibir según su amplitud desconocida para quien comienza a conocer y conocerse. 

Mañana más. 






jueves, 23 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,7 (Día 12)

Aristóteles se puso intenso ayer una vez más con los fines en sí mismos y los otros fines que, no siendo tales, pueden tomarse como tales. O sea, que hay un único fin para la persona y el resto deberían ser solo medios ajustados a tal propósito. Todo un programa de vida escrito en pocas líneas y dicho de sopetón. Lo que yo me pregunto, sin mala intención, es cómo se descubre ese fin y por qué camino, porque ese fin es lo que se denomina "sentido de la vida", que por muy personas que seamos todos a nadie resulta fácil encontrarse en semejante sendero. A decir verdad, lo que abunda es la desorientación y, en el mejor de los casos, ir diciendo que hoy se vive feliz y que cabe esperar que mañana también, aunque no se tenga ni idea de lo que se está diciendo. Es decir, el ideal que hoy se propone es el de no despertarse demasiado del plácido adormecimiento de lo inmediato y de las rutinas. 

Continúa el filósofo cuestionando cualquier posible autarquía, que es, dicho de otra manera, autosuficiencia elemental. Un concepto que ha triunfado, triunfa y triunfará porque, en definitiva, lo que encumbra es una vida sin vida, una vida sin nada más que sí misma, una vida donde nada moleste, y, como los seguidores de esta doctrina terminan diciendo, o por donde empiezan realmente todo este desastre, ni uno mismo sea impedimento alguno a la doctrina. Algo que tomado extremadamente, como suele suceder, termina siendo una lucha a muerte. 

Frente a esto, el noble intento de Aristóteles es reconducir la imagen que la persona tiene de sí misma. Y ha calado. Somos seres sociales por naturaleza. Podríamos decir que, con arraigo, nuestra condición es una condición compartida, vivida mutuamente, experimentada en común. Lo cual es un paso de gigante, que sí que tiene fundamento concreto en la cotidianeidad que puede revisar cualquier persona consigo misma, incluso en lo superficial y más básico. Esta condición social la toma, no como fruto de una historia que por tanto generaría una deuda con las relaciones más próximas, sino por naturaleza, es decir, mucho más allá de uno mismo y en mutua dependencia. No es un individuo que se mira a sí mismo y lo más próximo, sino la naturaleza que, como en el Banquete de Platón se insinúa ya, se ha desperdigado, dividido, fragmentado y esparcido por doquier en humanidades particulares, pero insuficientes por sí mismas. Espero que esto se comprenda bien. Para no decir muchas tonterías fáciles. 

El mismo Aristóteles, que intuye que esto va mucho más lejos de lo que conviene a una razón prudente, acto seguido quiere frenar su extensión. Con qué argumento. Pues simplemente anota lo siguiente: 

No obstante, hay que establecer un límite en estas relaciones, pues extendiéndolas a padres, descendientes y amigos de los amigos, se iría hasta el infinito. 

Y, efectivamente, amigo viejo, así es y así debe ser. ¡No pongas puertas de conveniencia y control al amplio campo de la humanidad! Pero sigue con otras cosas. 

Se trata la autarquía, con moderación, en la autosuficiencia de lo básico y elemental, en relación con las cosas más bien. El peligro queda ahí identificado. En una moderación del uso de la realidad y del mundo, en una moderación de la relación finalista con las cosas que nos rodean y en la composición de una salvaguarda para lo fundamental. Es decir, autarquía respecto al mundo y, nuevamente, en nada en relación a la vida. La vida, la persona, el núcleo fundamental de la ética, queda muy al margen de todo esto. Y ahí, está claro, no hay autarquía alguna, sino vinculación, apertura y alianza. 

Repito una vez más la confusión que hay aquí entre más y mejor, entre cosas y vida. Y cómo aplica sin razón alguna, ni explicación, el término felicidad a unas y otras. Porque es manifiesto para él que, con semejante aparato intelectual, termina siendo la felicidad algo perfecto y suficiente, que prefiere entre los bienes el mayor, que presenta el mayor de los bienes -tomados como cosas- como el mejor. Lo cual, para nada es cierto. 

Continúa aclarando Aristóteles qué es eso de felicidad, pese a ser lo más reconocido por todos, lo más evidente, según él. Y engancha con la "función del ser humano". Si se conociera bien ésta, terminaría por ser evidente qué es la felicidad. Como si de una máquina se tratara, como si fuese un reloj, entonces la felicidad sería dar la hora en su justo momento, con acierto y sin desviación alguna. Para conocer lo específico del ser humano, para lo que haría falta una larga investigación de la que no nos puede despistar la afirmación histórica sobre la razón sin más, la razón desvalida y desgajada de lo humano, el mejor camino se ha dicho hasta la saciedad que es el conocimiento de uno mismo. Sin embargo, convendría añadir mucho más a semejante pobreza, aunque la preocupación inicial, eso sí, pueda ser uno mismo. Lo radicalmente humano en alguien que busca lo auténticamente humano con sinceridad no podrá encontrarlo finalmente en sí mismo, sino en el otro. Si no fuera así, no buscaría nada. El principio puede ser el propio conocimiento, en uno mismo. Pero ni de lejos eso será un final en atención al mismo principio de quien busca conocer lo que no sabe. 

Me agrada mucho, y lo digo más que hedonistamente, la expresión "captar esencias". Esa búsqueda es mucho más que la descripción infinita y cambiante de todo lo demás y pretende encontrar, confiadamente, lo que realmente fundamenta y otorga sentido. Ese es el conocimiento de la verdad que la verdad en verdad busca. 

Diría más, por lo que voy entendiendo, que no es lo mismo comprender la esencia de algo que la totalidad. Lo dejo por aquí apuntado, para que nadie se confunda. Que acercarse a la esencia de la realidad, sea cual sea, no es el conocimiento de todo lo que esa realidad es, puede ser y ha sido, es decir, no es el cerramiento y la clausura de la realidad, sino probablemente al revés, la apertura de quien conoce a una novedad no esperada del todo quizá y, también, la apertura de la realidad a sus posibilidades más propias. Conocimiento de esencias y amor tienen mucho que decirse como formas cercanas de una persona responsable en el mundo, inserta en la realidad, real como ellas. 



miércoles, 22 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,7 (Día 11)

Estábamos con los fines (que son, del otro lado, fundamentos y principios del obrar, o sus relaciones más intensas) y Aristóteles pervive en el giro antropológico (qué modernez) de la filosofía antigua griega. Con la necesidad inconfesada de dejar de hablar del mundo y de sus cosas y volverse sobre sí mismo para conocerse en algo más profundamente que la primera intuición o toma de conciencia. Ahora, alardeando de un interés muy profundo, quiere reconducir la conversación -y ya van varias veces que lo repite- a su origen, sin miramientos. 

Pero volvamos de nuevo al bien objeto de nuestra investigación e indiquemos qué es. 

Tal forma de expresarse merecería terminar con un "chimpún" sonoro, acústicamente equilibrado, a la par que denso. Hay que intentarlo, al menos intentarlo. Definir qué es el bien. Antes, si es posible, decir cómo se pretende llegar a él. Y, lo que es más importante todavía, no sustraerlo con la reflexión, como un ladrón en la noche, de la experiencia de las personas concretas de carne y hueso. No sea que las palabras provoquen una distancia y división inadecuada. 

Lo primero, que es diverso en cada arte. Hay un "bien" para cada una de ellas. Una perfección, por tanto. Algo que hace que lo que es sea lo que realmente es. Y, por lo que se ve, ya que requiere de nuestra participación y tarea, no se da por sí mismo automáticamente, directamente. ¿No será entonces algo que "se pone" más que algo que "se desvela"? En tanto que cabe preguntarse por el bien de cada una, ¿se tratan por separado o hay algún modo de proceder sobre sobre todas las formas de bien a la vez, como en su raíz o destino?

Lo que señala Aristóteles como diversidad es la diversidad de las acciones humanas. Todas ellas, que son muchas, se puede decir si son buenas o no, si son mejores o no, si se realizan acorde a lo que dicen ser y su objetivo o no. Y así sucesivamente. Aristóteles distingue, lo subrayo, las acciones humanas. Quizá porque es el tema de la Ética. Ya sabemos que Aristóteles dirá después que, como nada le parece uno, salvo el fin, las acciones serán también distintas unas de otras. Lo cual es muy razonable, evidentemente. 

Lo segundo, que lo mejor parece ser lo perfecto. Lo cual es evidente solo a la razón que se piensa y repiensa. Porque nada en lo concreto me lo dirá jamás, salvo como reclamo, como exigencia, como grito o como lamento. Pero queda ahí. Lo mejor será lo perfecto implica, a mi entender, más una tensión, y por eso se llama finalidad en cierto modo y lenguaje, que algo definido. Su fin precisamente es de una indefinición tal que queda siempre abierto. Lo cual choca, dicho sea de paso, con el totalitarismo de la razón que solo encuentra fenómenos de los que puede hacerse cargo y todo lo demás lo deja pasto baldío del que dice no querer nutrirse. Aristóteles, al menos aquí, es más honesto. Existe la posibilidad de refundarse en fuentes inagotables de sentido. Lo perfecto, el fin será uno como bien. Y eso es lo que buscamos. ¡Toda una confesión! 

Lo tercero, que buscamos algo por sí mismo y no por otra realidad. A ese bien, que es el más perfecto de todas las otras perfecciones, como fin último, lo elegimos por sí mismo sin dudar. Y aquí, que alguien me perdone, pero Aristóteles se vuelve ya un ser de una hondura grande, que ojalá no abandonase jamás. Y ya que ha llegado aquí, lo que tendría que decirnos es, no especulativamente sino muy claramente, cómo es llega. ¿Cómo es Aristóteles que has hecho el largo recorrido que separa lo concreto de los bienes alrededor de los cuales decimos vivir y ese otro más bien deseado que poseído? ¿Cómo lo has hecho, por qué vía?

Un fin último. Lo deja ahí. Más allá del cual no cabe pasar. Estaría colmada esta vida y todas las posibles. Lo de ahora y lo de siempre. Finiquitada toda existencia. O sea, ese fin último se presenta al modo de un destructor de todo lo demás, a cuya sombra todo se vuelve insignificante, ridículo y poco o nada. De modo que, encontrado lo que se busca sin encontrarlo realmente, hay que ponerle nombre: felicidad. ¿Entonces, ya que lo conoces, no lo tienes? ¿Dónde lo has visto y no lo has atrapado para siempre? ¿No se deja coger, pero no nos lo dices? ¿Y cómo decir entonces a quien busca la felicidad sin tenerla, sabiendo que la hay y no puede alcanzarla? Nada. Sobre eso, nada. Solo el fin: felicidad. 

Pero bueno, Aristóteles, amigo y compañero. ¿Qué pasa con las personas que alcanzando honores, placeres y todo lo demás dejan de buscar más allá de todo eso? ¿Y qué pasa con tantas y tantas personas que dicen que son felices y a la mañana siguiente siguen buscando y buscando? ¿Qué fin último se alcanza el viernes para reiniciarse el sábado, o el lunes para volver a estar perdido el martes? ¡Ay, Aristóteles, amigo!

Dice que muchas cosas (honores, virtudes, placeres) los deseamos doblemente, por sí mismos y por otra cosa. ¿Acaso todos ellos hablan? O, vuelvo a decirlo, ¿no será la persona la que habla al tratar con todo ello, si es que habla, si es que piensa, si es que es reflexiva? Porque, insisto, conozco no pocos cuya vida se ve colmada con todo esto y, en principio, ni buscan, ni quieren buscar más. Por mucho que les diga y se les insista en que es algo frágil y perecedero, o que es todavía un peldaño para algo más. Peor aún, incluso si eres de lo más sincero y le dices que por ahí, probablemente por ahí, no hay fin último sino camino amplio donde cabe ya de todo, hasta el extremo de la mundanidad, y que no se cansarán de más y más olvidando toda posibilidad de algo distinto cualitativamente y mejor. Cualquiera va hoy y le dice a alguien así que todo eso no vale nada, aunque crea lo contrario. Cualquiera. Ya sabes lo que espera a quien quiera intentarlo. 

Lo último, con la autarquía, con la autosuficiencia, con el autopoder, con el autoprincipio-en-sí-mismo... etc. Difícil de traducir, lo comprendemos mejor casi en griego. Cuidado con el "sí mismo", que se dirá muy acertadamente, con hacerse a uno mismo como referencia de todo (lo demás y los demás). Cuidado, cuidado. Y, sin embargo, aquí esta filosofía y también la de su maestro y maestro, como se encaje bien, termina aquí. En creerse tan suficientes, tan poderosos, tan gloriosos que se oscurezca en las tinieblas toda otra realidad, esperanza y salvación. Así de claro. Autarquía que nos vuelve solitarios, encerrados y mezquinos, olvidadizos y encorvados. Autarquía que lleva el sello inconfundible del gran pecado, leído incluso desde fuera de la Biblia, porque es tan evidente a la humanidad que es deshumanizante que ningún despierto podrá negar la barbarie. Autarquía, sin nadie. Solo ante el peligro, como vida que se absolutiza. Eso, evidentemente, de felicidad tiene poco. Se consumirá a sí misma, consumiendo a otros. 



martes, 21 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,6 (Día 10)

Aristóteles ha comprendido algo bien, bastante bien de los platónicos. 

"Se puede suscitar una duda acerca de lo dicho, porque los argumentos (de los platónicos) no incluyen todos los bienes, sino que se dicen según una sola especie los que se buscan y aman por sí mismos, mientras que los bienes que los producen o los defienden de algún modo o impiden sus contrarios se dicen por referencia a éstos y de otra manera. Es evidente, pues, que los bienes pueden decirse de dos modos: unos por sí mismos y los otros por éstos."

La cuestión es tan amplísima que es imposible hacerse cargo de golpe de ello. Digamos, resumiendo mucho, que podríamos tratarlo como algo absoluto y algo relativo. Y lo relativo ya sabemos que puede ser de muchas maneras, otra vez. Lo absoluto, en principio, no. Y pide ser por sí mismo, independientemente de todo lo demás, aunque quepa relación con todo lo demás. Pero si es absoluto, lo debe ser por sí mismo. Si no, cae dentro de lo propiamente imperfecto en tanto que debe una parte de sí a otro. La búsqueda de lo absoluto, dado que nos encontramos tan familiarmente rodeados de todo lo relativo, es una pregunta clave para toda la filosofía. Si es posible, dicho en otros términos, frenar la cadena de relaciones y derivaciones, de deudas del ser de uno concreto en otro concreto pero absoluto. 

Tomando en serio lo que dice Aristóteles, sería algo así como: hay muchos bienes y, empiece casi por donde empiece, me llevarán a otros, no me dejarán quedarme en ellos, porque internamente, esencialmente, o bien derivan o bien relativizan su posición en la propia experiencia de quien lo vive. Es hermoso contemplar el mundo así. Como tanto movimiento. Porque serían, y esto ya sabemos que es uno de los grandes problemas de todo lo que dirán, sus esencias son dinámicas obligatoriamente, diga lo que diga a la hora de escribir.  

Fuera de Aristóteles. Como días atrás. ¿Qué es lo que realmente ocurre? ¿Qué muestra eso que vivimos inmediatamente? ¿Se trata de bienes? ¿Se trata de bienes que van más allá de sí mismos? ¿Refieren, piden ir hacia algo más? 

Es sorprendente la conexión, y no me canso de repetirlo, entre cosas del mundo y fines, que son bienes. Eso Aristóteles tiene que mirárselo bien. Y me encantaría disfrutar de su contemplación de lo bello. Puede estar más en lo cierto que yo mismo o decir algo sobre la relación entre mirar y mirada, que no deja por escrito y a lo que está incitando. A lo mejor su Ética es precisamente esta. La de lee, lee y que vaya calando. 

Continúa en la diferencia entre los bienes por sí mismos y por otros. Si hubiera muchos bienes "por sí mismos" se perdería el encanto, creo yo, de buscar entre los que van más allá, al ganar inmediatez. Lo que planteo a mis alumnos en clase, por decirlo claramente, es la conexión real de la persona con el bien más allá de todo lo demás y frente a todo lo demás. Es eso lo que empuja, en verdad, creo yo, a buscar bienes donde a lo mejor ni los hay, en un primer momento. Y albergar así la esperanza de algo mayor, de la posibilidad real de ese bien. Pero en esa búsqueda también sorprende lo contrario. El engaño y todo lo demás. 

Y vuelvo a decir que el hecho de decir que hay bienes, sin explicar qué es el bien, me parece una trampa de niños pequeños. Y si bien se decir como "ajuste" o "adecuación", es decir, como mera relación sin nada más, entonces creo que es todavía más perezosa la expresión del sabio antiguo que quiere separarse tanto tanto de su maestro que termina por darle la razón girando sobre la realidad. No puede ser algo, en verdad, de este mundo. Por mucho que quiera mundanizarlo. 




lunes, 20 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,6 (Día 09)

Vamos a criticar a Platón. Para Aristóteles, Platón y los suyos no han hablado ordenadamente y todo lo han mezclado. Y como lo han dicho todo "como dialogando" no han establecido una prioridad de lo fundamental respecto de todo lo demás. Y como "el bien" vale para todo y se aplica a todo, hay que tener claro de qué se está hablando. Porque no será lo mismo hablar del bien en sí mismo, que del bien en cuanto a cualidad de otra cosa en sí misma considerada, que de la relación entre otras cosas establecidas. Es más, hay que tener claro, bien claro, que una cuestión es relativa a la sustancia y otra muy diferente a la relación, que será como "accidente" en ella. Y, para Aristóteles, no es común, no se dice de la misma manera, no comparten nada. 

Lo dicho, que la palabra "bien" se dice de muchos sentidos (se dice de muchas maneras), por lo tanto es flexible. Y aquí el filósofo, ya que hay confusión, lo que prefiere es, en lugar de esclarecerla con rigor, casi negar su realidad en alguno de los modos en los que se dice. Pero, como conviene ver, lo que está haciendo es aplicar un criterio. Criterio que, a la postre, niega. No sé bien por qué motivo, porque parece aplicarlo y negar, de ese modo, la existencia de una "noción común universal y única". 

Es más, como conocimiento y realidad van unidas, de una única realidad deriva un único conocimiento. Y esta es su forma de comprender, de modo reducido la realidad, pues al hablar de modo oscuro de la participación o no entender la prioridad del bien sobre todo lo demás, a los diferentes conocimientos de las diferentes realidades no aplica una idea mayor de bien, porque ha quedado desarmado frente a su investigación, que a buen seguro hubiera podido adquirir por la vía por la que comienza su conocimiento con un poco más de finura. Con todo, Aristóteles está tan al inicio de ciertas investigaciones que es asumible que sus primeros pasos no puedan llegar más lejos. Pese a que los hubiera podido adquirir y profundizar en la Academia. 

Vuelve sobre aquello que es "considerado en sí mismo", la "cosa misma" para criticar que sea posible porque no tiene duración, o algo así, o no puede encontrar la relación entre lo universal y lo concreto, lo general y lo individual. Ahí, en ese viaje, se pierde. Porque prefiere andar al revés. Como si los platónicos partieran precisamente de eso, tal y como seguimos explicando hoy, aunque eso no sea filosofía platónica. 

A los pitagóricos sí les da mayor credibilidad por su teoría de los números y tener el uno como prioridad y establecer el uno como origen. No el uno de la totalidad, sino el uno concreto, lo concreto que parte de los sentidos como noticia de que "algo hay". Sin embargo, sobre esto, es tan escaso lo que dice que solo los alaba en comparación con los platónicos. Poco más. ¿No eran los platónicos suficientemente estrictos? ¿Qué vivió el joven Aristóteles junto a su maestro?





domingo, 19 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,6 (Día 08)

Ahora vamos a comprobar cómo ha comprendido Aristóteles a su maestro Platón. El que ha escrito el título nos avisa de la refutación del platonismo. Y a mí me da por pensar, sin más, en la distancia que ya hay respecto de Sócrates, a quien el macedonio ya ni nombra. El olvido parece ser grande y grave. Ha quedado como mero horizonte de realidad dentro de las posibilidades otorgadas a Aristóteles para que diga algo con cierto sentido. Y, sin embargo, Aristóteles cree pensar por sí mismo más que todos los demás. ¡Veremos! 

Lo dice así (traducción Gredos): 

Quizá sea mejor examinar la noción del bien universal y preguntarnos qué quiere decir este concepto, aunque esta investigación nos resulte difícil por ser amigos nuestros los que han introducido las ideas. Parece, sin embargo, que es mejor y que debemos sacrificar incluso lo que nos es propio, cuando se trata de la verdad, especialmente siendo filósofos; pues, siendo ambas cosas queridas, es justo preferir la verdad. 

Evidentemente, estos amigos tan queridos son los primeros filósofos, Platón y los suyos, que hacen de esta tarea una especie de escuela u oficio. Y, por lo que se ve, lo hacen bien. Pues no temen salirse de la tradición en la que han crecido para buscar alternativas mayores. Estamos solo en los albores y el despertar y ya los cimientos parecen ser sólidos. Lejos de la repetición idolátrica tratan de preferir la verdad a cualquier otra opción. Y si fuera realmente así, sería verdaderamente maravilloso y una escalera hacia la vida plena firme como ninguna otra. 

Esta actitud honrosa, por la que Aristóteles se separa de los más cercanos, con todo lo que hubo detrás de su salida del círculo platónico a la muerte de Platón, es precisamente una forma de homenaje a su maestro. Probablemente el mejor. Sea como sea, preferir la verdad. Éste es el destino de los filósofos. Y no por ello dejar de considerar amigos e incluso familia a los amigos. 

Quiere ir directamente a examinar la noción de bien universal y preguntarse qué significa eso. La noción de bien universal. La de "lo mejor" de lo mejor, más allá de lo cual no se puede pensar ningún bien. Sin más, el bien en sí mismo. Y se llama -puede que malamente- "universal", porque está vinculado con todo lo real, con la totalidad y cada parte, pero no de igual modo. 

Curiosamente, se invierte el planteamiento respecto de su maestro. Y quien parece que es un idealista se vuelve un realista y a la inversa. Ahora Aristóteles quiere examinar partiendo de la idea de "lo mejor", del "bien en sí mismo", porque es, en verdad, lo más atractivo que puede hacer de entre todo lo que ha aprendido en la Academia probablemente respecto de todas las cuestiones tratadas. Todo termina en ello. Y no digamos si lo que quiere es investigar la ética y la política. Pero, hago notar, Sócrates no hacía eso. No se plantaba aquí o allá con este o aquel sabio para preguntarle por el bien perfecto, sino que conversando sobre asuntos del todo diversos llegaba, porque siempre llegaba allí, a la pregunta por el bien. 

Me parece que Aristóteles, que comprendió realmente bien algunas cosas, aquí va a "patinar", por querer vivir sin tener ideas de las cosas y reconocer al mismo tiempo que las tenemos aún sin saber de dónde vienen realmente. Pero eso para mañana. 




sábado, 18 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMADO. Libro I,5 (Día 07)

Ahora que Aristóteles había dicho algo interesantísimo, vuelve a lo de antes y toma lo fundamental como una desviación. ¡Qué larga se me va a hacer la lectura como esto siga así!

Pero sigamos hablando desde el punto en que nos desviamos. No es sin razón el que los hombres parecen entender el bien y la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida.  

Repite lo de antes, efectivamente, para enfatizar los distintos modos de vida. Como si fueran un hecho de partida irrefutable que hay grupos de personas o modos de proceder en la vida diferentes realmente, clasificables y aplicables a personas concretas. Esto no sabemos, por preguntar a Aristóteles algo, si lo hace de manera inductiva o deductiva, o meramente recoge del refranero popular de su región o de Atenas esta idea: hay personas distintas, con distintos modos de vida. La pregunta se las trae. Las respuestas, ¡uy, las respuestas! 

Personas, sí. Realmente hay personas distintas. Me parece que es un dato de partida innegable. Que haya grupos de personas o que las personas sean clasificables me parece de una complejidad y riesgo infinitamente mayor, porque tal investigación nace con alguna intención, supongo, y para hacer asociaciones o separaciones existe algún criterio. Que es, precisamente, lo que muchos tienen claro que debe hacer la ética. Sin embargo, Aristóteles aquí no lo aclara. Solo dice que hay géneros de personas, en modo abstracto, o que existen realmente esas ideas a las cuales responden las personas concretas de carne y hueso. En ambos casos, un problema difícil de resolver. O lo que está queriendo decir es que la persona concreta se relaciona con modos también concretos, por abstractos que se digan, de los cuales recibe o a los cuales se entrega. O algo así. Pero tomados como realidades alcanzables, descriptibles y considerándolas bajo el paraguas de una razón que actúa de ese modo y permite ser descubierta por la razón precisamente viviendo de ese modo. 

Aristóteles parece tener claro que hay tres tipos de personas, tres grupos de personas si llegan a organizarse. El vulgo, los que buscan honores y los contemplativos. Nombrados así, provoca un cierto rechazo. Pero serían, a su parecer, los que identifican el bien con el placer, los que eligen una vida de apariencia y reconocimiento, y los que están frente al bien con una vida, se diría, propia de los dioses. 

Los primeros son la "generalidad", como si se tratara del ambiente natural en el que se nace. Los segundos fundan la política, son mejor dotados y activos y buscan este aplauso y gloria humana. Los terceros, de los que de momento calla, están en otra situación que no es ni la primera, ni la segunda. 

Casi se diría que los primeros tienen ética a semejanza de las cosas y son dominados por las leyes de la naturaleza. Los segundos, por darle la vuelta, se involucran en las leyes que las personas se dan a sí mismas en las sociedades y las dominan a su vez, más que ser dominadas por ellas. Y los terceros, dicho más a las claras, ni viven en lo natural, ni viven realmente entre la gloria de los suyos. 

Esta distinción, cuya radicalidad intenta comentar y matizar a propósito de los comerciantes y gente de negocios, que parecen una mezcla, solo sirve a mi entender para dos cosas. Una es ver la relación de las personas con la realidad en una doble dirección: de lo que la persona recibe y de lo que la persona hace, y la preguntar por dónde está y dónde podría o debería llegar. La otra es mucho más simple y no se ha nombrado: aquí no hay relativismo de ningún tipo, nada da igual y todo se presenta desde un realismo y una objetividad que espanta, sin matiz alguno. 

Evidentemente, respecto de lo último, no es que Aristóteles carezca de prudencia, sino que el combate de relativismo no puede hacerse desde la grosería de las taxonomías fáciles. Lo que hay aquí, tomado tal cual, es un insulto a muchas personas y otorga una excelencia a otras que quizá, a mi entender, tampoco sea para tanto. Una madre que empeña su vida por sacar a sus hijos adelante con sufrimiento y trabajo, aunque no lea ningún libro, ni tenga tiempo para contemplar, es un ejemplo de ética y política de primer orden. Y, sin embargo, fácilmente caemos en no considerar la variedad y riqueza de lo real humano empleando categorías y sistemas cerrados y ordenados que son la antesala del totalitarismo puro y duro. 

No creo que esté en el ánimo de Aristóteles decir algo así directamente, pero su situación de partida es la que es, y está claro que piensa dentro de una sociedad con divisiones marcadas en las que solo hombres libres tienen consideración ética y política en última instancia. Sobre lo cual, a mi humilde entender, habría que estar permanentemente alerta. 



viernes, 17 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO, Libro I,4 (Día 06)

Quedan cosas por decir siempre. Una razón capaz de, leyendo, llegar a las cosas en compañía de quien las escribió es una razón amplísima. De alguna manera, mientras se lee, cabe en ella esa relación tan inmensa. Una razón estrecha se quedará pensando en la explicación de tal o cual palabra, en este giro o en aquel otro, sin rozar siquiera la realidad. Hay quienes leen saliendo fuera, hay quienes leen esclavizándose dentro. La virtud de quien lee restringiéndose es el máximo respeto por el escritor. Aunque no sé si al escritor de cosas serias le hubiera agradado realmente esa actitud. 

Ojo a la distinción, y no seamos precipitados en ponerle palabras que hayamos creído comprender antes tan rápidamente. Puede parecer muy evidente y no serlo. Si lo fuera, supongo que cualquier persona en su día a día, en lo más cotidiano, procedería con exquisita pulcritud en ello. Y no es difícil mostrar lo contrario. Es más, dando por supuesto que exista un auténtico razonamiento, que muchas veces no lo hay, luego llega además la confusión sobre la forma de razonar de tal o cual persona. 

La distinción es sencilla. Unos razonan para llegar a los principios, que se supone que no tienen, precisamente para alcanzarlos, y otros razonan desde los principios ya adquiridos, extrayendo conclusiones de ellos. Nuestra razón puede proceder de esos dos modos y habitualmente lo hace, casi sin preguntar. Aunque también sabemos, porque hemos ido más allá de Aristóteles, que quizá lo más común sea una especie de síntesis de ambos. Lo destacable, en lo que ahora concierte al texto y al interés de partida del filósofo, es la existencia de principios. Algo en lo que, si es posible detenerse un poco, invitaría a todos a considerar bajo la pregunta que más se adecúe a su situación. ¿Hay principios realmente? ¿Cómo se llega a ellos? ¿Qué dicen los principios de sí mismos, si pueden decir algo? ¿Qué relación tiene ese principio con las "cosas concretas" y prácticas de cada día? ¿Cambian o no? ¿Se cogen y se dejan? ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?

Alguno puede considerar que esto es una broma de mal gusto y que se exagera. Pero entonces abres los ojos, ves lo que ocurre en "el mundo" y con tantas personas de un lado a otro, con los millones y millones de habitantes del mundo, y, a lo mejor, lo mejor es darle una vuelta. No he preguntado antes, pero sería igualmente interesantísimo reflexionar sobre si es posible tomar por principio algo que no es tal o si es posible torcer un principio a placer y domesticarlo para que se acomode a uno mismo. Y más preguntas de este tipo. 

Hasta ahora, sin citar a Platón, aunque estando el maestro del maestro más que presente, se ha dedicado a exponer los fines y el fin de los fines y los medios para el fin y la confusión entre ambos, etc. Hasta ahora, nada de Platón. Pero ahora sí. Y lo dice claramente. Como si fuera con él con quien aprendió algo tan intenso y claro, una vez que se repara en ello. Este problema se lo debe a Platón. 

Platón suscitaba, con razón, este problema e inquiría si la investigación ha de partir de principios o remontarse hacia ellos, así como si en un estadio, uno ha de correr desde los jueces hacia la meta o al revés.  

La comparación es extraordinariamente buena. Así como el lenguaje en imágenes, igualmente platónico. La deuda con el maestro no termina de pagarse nunca. El caso es que, lo que hacía Platón, era causar problemas. Algo que puede chocarle a más de uno y no debería ser así. Sócrates, por donde se inició todo, era así. Un tábano, una mosca molesta y burro preguntón e incansable amante del prójimo, al que veía sumido en una ignorancia que el propio amigo ignoraba. Y era algo tan fundamental como lo que se está exponiendo aquí, porque hasta este punto llega la confusión: cuál es la dirección y sentido del razonamiento, si es que hay tal razonamiento. 

Un camino eleva y otro desciende. Uno universaliza y otro concreta. Uno busca y el otro ya ha encontrado. Y no sabemos bien, de todas estas metáforas, qué hace cada cual. Porque un razonamiento hacia el principio puede ser elevarse o profundizar. Porque un razonamiento desde el principio, lo mismo. Y así con todos. Siguiendo al mismo maestro de Aristóteles, donde tendríamos que parar un rato es en no dar por supuesto de primeras que hay tales principios, sin más. E intentar definir qué son. Insisto. Porque puede ser que no los haya, y trabajemos aquí con la razón mientras está entre nubes de nada y menos. 

No olvidemos, sin embargo, que los razonamientos que parten de los principios difieren de los que conducen a ellos.

Por ahora, vamos a fiarnos de Aristóteles y a no olvidar esto. Como tampoco olvidemos la pregunta por los mismos principios. Y como tampoco hay que olvidar que sabemos, porque lo sabemos, que lo más probable es que el camino puro de subida y descenso solo sirva para una primera clarificación teórica, mientras que la realidad enseña que, en su complejidad, vivimos a la vez de ambos, sin saber bien en qué medida trabajamos con uno y otro. Como tampoco olvidemos, por el hecho de llamarse "principios", de dónde pueden venir tales principios, si se sostienen a sí mismos o si son sostenidos, etc. etc. etc.

A renglón seguido, Aristóteles pide calma y comenzar pedagógicamente por lo más simple, por lo fácil, por aquello que no ofrece dificultad alguna y es directamente visto y compartido, casi tocado. Si es que esto existe. 

No hay duda de que se ha de empezar por las cosas más fáciles de conocer; pero éstas lo son en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras, en absoluto. Debemos, pues, quizás, empezar por las más fáciles de conocer para nosotros. Por esto, para ser capaz de ser un competente discípulo de las cosas buenas y justas y, en suma, de la política, es menester que haya sido bien conducido por sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, y si esto está suficientemente claro no habrá ninguna necesidad del porqué. Un hombre así tiene ya o puede fácilmente adquirir los principios. (Y luego cita a Hesíodo, que viene a decir que "pienses por ti mismo" o te dejes aconsejar bien, aunque lo segundo es peligroso porque no piensas por ti mismo.)

Yo no soy muy listo, pero Aristóteles aquí dice algo que se retuerce tan hacia sí mismo que es tautología de Perogrullo o un principio en sí mismo que se justifica por sí mismo y nada más. Porque expone lo siguiente: quien quiera aprender, que venga aprendido de casa. Y tan hondamente ha calado esto que llega hasta nuestros días y los profesores se lo creen a pie juntillas y protestan cuando no se da. O sea, que lo que hay que hacer es, por decirlo como su maestro lo dijo, "dar a luz" la verdad en quien ya la posee. ¿O no está diciendo esto Aristóteles, pese a que todo lo que luego diga querrá ser negarlo?

En algo le doy la razón. Para entrar en determinados asuntos hay que venir de casa aprendido y es mejor no enseñar cosas de mucho calado a quien no tiene un fundamento ético que asegure con qué dirección va a usar todo lo que va a recibir. Algo que, pese a ser la madre de muchas verdades, y el posible secreto mejor guardado de la educación, no se dice jamás, por pudor o por no contradecir a la masa: es mejor no enseñar nada al egoísta, al injusto, al cruel, al enemigo de la humanidad del otro. Si lo cumpliéramos, la educación, ahora sí, sería un auténtico motor del verdadero progreso social. No dar conocimientos a quien no está éticamente fundamentado en la verdad y el bien, porque, de lo contrario, los usará para conducir a la humanidad entera a mayores cotas de egoísmo, de sufrimiento y de sinsentido. Pero no lo diremos. Porque no queremos esto. Y no lo queremos porque no distinguimos nada de nada, pero nada en absoluto, entre el conocimiento práctico y el conocimiento teórico, y creemos que van de la mano cuando, en verdad, esto jamás se ha dado, ni se dará. 

Pero Aristóteles lo dice y hay que agradecerle, pese a que lo hace a escondidas y como niño pequeño detrás de su maestro, que así haya quedado por los siglos de los siglos. Hasta que lleguen los bárbaros y quemen todo su nombre, toda su historia y jamás nadie tenga ocasión de volver a leer lo que dijo. 

Y creo, sinceramente, que, en Ética, esta cuestión no se plantea honestamente, porque no se entiende siquiera. O porque el profesor de turno recibirá un exceso de preguntas para las que no tenga respuestas, y se verá que, por el camino que sea o de forma muy directa y evidente, ha llegado a un principio -precisamente a un principio- del cual ha extraído una conclusión práctica que habría que valorar, cogiendo el camino de regreso a ese principio para, si hubiere posibilidad real de ello, comprobar que llega tan lejos y no se queda a medio camino de nada. Lo cual ya es pedir que alguien haga el esfuerzo de llegar a un principio que no había considerado y que juzgue si es bueno o malo, para lo cual debería volver sobre el bien y el mal, que están más allá, y considerar a su vez si de el bien y el mal proceden tales principios y se generan tales decisiones, siendo buenas para todos y no para unos pocos. 

Esto es realmente la Ética. Y comienza con Sócrates. Hasta Aristóteles lo sabe. 

Y uno no sabe, lo digo para terminar, si quiere encontrarse por la vida a personas con principio o sin ellos, sobre todo cuando no tienen ni un ápice de revisión de sí mismos, cuando se desconocen o no se preguntan nada de nada en absoluto. Porque si dicen tener principios y obran en consecuencia, quizá puede ser lo peor de lo peor. Y si no los tienen, cabe esperar cualquier cosa.  En esto suelo, sinceramente, preferir a su maestro, siempre. Y que principios-principios, pocos, y mucha revisión y conocimiento de sí mismo, en una actitud de verdad absoluta. 





jueves, 16 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 4 (Día 05)

En el final del punto anterior, si quisiéramos, estaríamos una vida completa. ¿Adultos para la ética? ¿Adultos de carácter para la política y la ética? Si nos dejamos llevar por los sabios de la descripción natural, no dejaríamos de encontrar problemas. Pero parece que Aristóteles lo tiene más claro que muchos otros. Y sabe ver a la legua quién sí y quién no. Aquel paréntesis termina así: 

Y baste esto como introducción sobre el discípulo, el modo de recibir nuestras enseñanzas y lo que nos proponemos. 

καὶ περὶ μὲν ἀκροατοῦ, καὶ πῶς ἀποδεκτέον, καὶ τί προτιθέμεθα, πεφροιμιάσθω ταῦτα. 

Se sabe creando escuela de "escuchantes", de jóvenes que van a prestar atención a las enseñanzas. Y los pone en camino. Este es el modo en que se debe recibir una enseñanza. Lo cual es sorprendentemente interesante. Porque, y es una gran verdad, con el hecho de estar resulta insuficiente, con la propia exposición a la enseñanza no se consigue gran cosa. 

Algo que, como he dicho ya anteriormente, deberíamos considerar mejor. No versa sobre el "trato con las cosas", sino de la persona que trata con ellas. Algo moderno, pensará alguno. Y sin embargo es viejo. El caso es que el maestro tiene una intención con la que el discípulo debe alinearse. Idea pedagógicamente potente, si es que fuera posible hacer tal cosa, si es que fuera imputable el esfuerzo al alumno y no al profesor. O no tiene cada uno que hacer esfuerzo: quien enseña, ser claro y trasparentar la verdad, en la que se supone que vive, más que poseerla; y quien recibe, mostrarse disponible. ¿Cómo puede conocer el alumno la disposición en la que debe estar, el método, si no conoce todavía qué debe saber? ¿O sí lo sabe y lo único que tiene que hacer el maestro es clarificar el camino? 

Lo dejamos para Aristóteles, cuando pueda responder. 

Volviendo al tema, el maestro quiere mostrar rápidamente el horizonte hacia el que tiende la Política, el bien que persigue por tanto. Afirmando que 

todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien

ἐπειδὴ πᾶσα γνῶσις καὶ προαίρεσις ἀγαθοῦ τινὸς ὀρέγεται 

deja claro una vez más que vincula muy especialmente a la persona con el bien, y no cualquier cosa, como una piedra o un árbol. De verdad, que ojalá fuera así. Que la acción por sí misma y la acción por sí misma respondieran tan automáticamente a la cercanía del bien. Y no estuvieran tan enredados, sin saber, entre fines y medios, sobre todo cuando los medios suplantan fines y condenan toda posibilidad de racionalidad por vía de la acción rutinaria y esclavizada dentro del tiempo.

Sigamos. Para Aristóteles, la "Política", que es una palabra cercana y que todos conocen, por lo que les afecta fundamentalmente, es de sobra sabida a qué se dedica. Es más, todos están de acuerdo en ello, en la "Palabra": felicidad. Por supuesto, todos admiten además que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. 

ὀνόματι μὲν οὖν σχεδὸν ὑπὸ τῶν πλείστων ὁμολογεῖταιτὴν γὰρ εὐδαιμονίαν καὶ οἱ πολλοὶ καὶ οἱ χαρίεντες λέγουσιντὸ δ᾽ εὖ ζῆν καὶ τὸ εὖ πράττειν ταὐτὸν ὑπολαμβάνουσι τῷ εὐδαιμονεῖν:

Julián Marías traduce: "Casi todo el mundo está de acuerdo." Tanto entre la "multitud" como entre "refinados", parece que hay una proporción similar. Y la mayoría, salvo excepciones, tiene clara la palabra a la que últimamente se dirige la política y la ética, por lo mismo. Y el nombre es "felicidad". Me quedo con ganas de ver qué pasaría si nos colocásemos entre los que niegan que esto sea así y que dudasen sobre la vinculación entre política y felicidad. Pero está claro, y comparto algo más importante con Aristóteles: toda acción tiene una dirección. Lo cual revela que hay una intención. Y, cómo no, esa atracción, sea conocida o no, no se la da la persona a sí misma. De tal forma que todos podemos comprendernos unos a otros, no solo a través de la palabra, sino también de la acción. Lo que se hace, se hace por una razón. Y esa razón ve más por ella misma que lo que muestra en su actuar concreto. La inmediatez es la gran enemiga del horizonte, porque lo desvirtúa, hace perder la referencia. 

Ojalá, dicho lo anterior, la reflexión sobre el horizonte fuera más profunda. Y no se hablara de la "felicidad" de modo tan ligero como dándola por supuesta o creyendo que sabemos de qué hablamos. Se lo debemos, en parte, a Aristóteles, que intenta hacer tema de ello, pese a que se revele escurridiza e inapropiada cualquier definición que se dé con intención de llegar a poseerla más que a captar la esencia. Sigamos ahí. En la búsqueda de lo suyo esencial. 

La tensión hacia la "felicidad" revela, al mismo tiempo, no solo dónde están puestos "los ojos", por así decir, sino los ojos mismos. Los pone en marcha, los excita, los despierta. Y, siendo fin último de la persona, por tanto nos habla de la persona en primera instancia. Queriendo, ya que el otro polo del hilo que lanza la intención es imposible clarificar, al menos conociendo este primero, que parte, según parece, de la persona misma y que está presente ante sí misma cuando busca la felicidad, cuando la tematiza. ¿Qué ocurre en la persona cuando se habla de "felicidad"? Sería una pregunta adecuada. Porque la misma palabra, no desconectada o vaciada de realidad, trae consigo contenido. 

Mucho más, ¿por qué alguien, y con qué derecho, dice estar buscando "felicidad"? ¿Ha hecho algo para ello? ¿Es neutral? ¿Es simple destino, como el rayo que escupe su fulgor o el trueno que revienta? 

Aristóteles ha metido a toda la humanidad en el mismo saco. Mejor dicho, a casi toda la humanidad. Daría igual la condición, menos en esos casos raros que viven de otra manera, al margen de la felicidad o aceptando la infelicidad. Pero bueno. Algunos seguro que se han quedado aquí en la lectura de la Ética, como en el debate entre la razón y la irracionalidad, para luego descubrirse los irracionales pensando como los racionales. ¿Infelicidad querida? Estupidez suma. Sea lo que sea, al menos saber lo que no deseamos por sí mismo. 

Por lo siguiente, Aristóteles bien puede entrar en el grupo de clasistas. Si alguien lo protesta es que no se conoce a sí mismo y su historia, o que carece de todo amor al prójimo. 

Pero acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. 

Es preciosa esta observación. Entre palabras, que despejan el camino, y realidades que, como tales, se quiere alcanzar, no siempre -o casi nunca- hay conexión total. Al menos en determinadas cuestiones, determinados ámbitos, determinados aspectos, determinados conjuntos. En la escritura se ve claramente que hay ya niveles de relación y semejanza, en cómo reflejan la comunicación usando letras o símbolos. Hay planos diferentes a los que cuesta dar coherencia sistemática. La verdad sería la medida de su proximidad. Una palabra dicha puede no indicar lo mismo. Las palabras son dudosas. En todo. En esto también. 

Habría dos clases, rápidamente dichas: los muchos y los sabios. ¡Qué rápido ha olvidado el discípulo al maestro! Los genéricos y los específicos respecto a la humanidad. Unos más toscos, todavía entre masas. Otros más separados de esa inmediatez de la vida. Y lo secunda con ejemplos, que a buen seguro muchos pueden criticar. Porque los segundos de Aristóteles viven, o bien despreocupados de todo ello y como locos, o bien lo tienen ya asegurado y, con ello, tendrían que justificar que pueden alcanzar algún tipo de bien -en sus palabras, felicidad-. 

Cuando se ponen ejemplos tan claros y directos, como queriendo enseñar, comienzan los problemas. Dudo pronto de las dudas de Aristóteles. Aquello visible y manifiesto, que es precisamente su asentamiento más fuerte en el realismo, ahora se desprecia del lado de los de vida trazada gruesamente. Como si a los segundos no les tuviera que preocupar, porque son más finos que ninguno de ellos. Y, perdonad que haga la pregunta, yo pensaba que los finos eran precisamente los que más se podían ocupar de los detalles de la vida en atención a algo mayor, y no meramente por las cosas mismas. Pero no porque no traten con ellas o por no darlas importancia, sino porque son consideradas relativamente y siempre en atención a algo mayor. Si no, de la propuesta de Aristóteles, se puede desprender perfectamente el desprecio de toda la realidad, porque la virtud es mayor y no tiene carne. 

Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de bienes, hay algún otro que es bueno por sí mismo y que es la causa de que todos aquellos sean bienes. 

ἔνιοι δ᾽ ᾤοντο παρὰ τὰ πολλὰ ταῦτα ἀγαθὰ ἄλλο τι καθ᾽ αὑτὸ εἶναι, ὃ καὶ τούτοις πᾶσιν αἴτιόν ἐστι τοῦ εἶναι ἀγαθά. 

Perdón por el jaleo del día. Había que problematizar. Si no, pienso que no se comprenderá nada de Aristóteles. Sin discutir con él, haciendo esquemas, no se comprende nada de lo realmente importante. Que está en conexión bastante clara en muchos puntos con su maestro. A quien ha tardado en citar. Sin duda, para querer continuarlo, es decir, creyendo superarlo.