Aristóteles es como si descubriera cosas importantes, las deja apuntadas, pero no quiere llegar a ellas por prudencia o miedo. Entonces se frena. Además, me está ocurriendo con este diálogo sobre la Ética que me gustaría saber cómo o por qué llega a decir lo que dice, lo que insinúa. ¿Cómo es eso de llegar a las esencias de las cosas y qué camino hay que tomar? ¿Es como un perfeccionamiento del buen juicio, de la buena percepción y del entendimiento? ¿O algo más? Cuando decimos que somos "vida social y racional", ¿hasta dónde llegamos con ello?
Cuál sería la función propia del ser humano, de la persona. Esa es la pregunta que quiere retomar, en continuidad clara con Sócrates. Cuál es, en definitiva, lo mejor de lo mejor. Y aquí, tengo que reconocer, que se pierden de algún modo todo por alcanzar lo definitivo y lo más alto. Y la escalera que han puesto ha dejado en bandeja el rechazo de partes sustanciales del ser humano, consideradas como algo no esencial, no elemental, o excesivamente básico y común. Craso error. Si la persona no va en su conjunto. O se considera, como parece ser el caso, que debe olvidarse de algunas partes de sí mismo para cultivar otras.
Es aquí donde Aristóteles distingue en el alma humana aquello que no es ni propio de rocas, ni de plantas, ni de animales. Situándonos como personas en la razón. La razón, efectivamente, conforma todo lo humano. Su materialidad, su corporalidad, su conexión con la vida, su movimiento, su capacidad para hacerse cargo de todo lo demás y transformarlo. La razón, en el buen sentido, es la auténtica vida del ser humano cuando no hay división en él. Lo propio humano es, en este sentido, la razón. E insistir todo lo que se pueda en su amplitud para no reducirla a inteligencia, a pensamientos modernos o sentimientos posmodernos, y dejarla como lo que es: razón abierta, razón amplia, razón viva y vivificante, razón raíz y razón destino. Que todo en la persona sea razón alude a su esencia abierta, no cerrada, no completa.
Y un ser que no solo tiene razón sino que, al darse cuenta ella de ella misma, puede por tanto cuidarla igualmente. Y no solo en sí, sino en otros. Y, por tanto, dialogar.
No toda razón, por otro lado, conduce al bien. Lo siento. Pero es así. La razón puede ser usada como cosa por el ser humano y puesta al servicio de lo que sea, sin darse cuenta de ella misma. Razón inconsciente, razón perdida, razón cosificada, razón usada.
Ojalá fuera de otro modo siempre. Y todo lo que tocase la razón se convirtiera en camino abierto hacia la excelencia. Pero no es así. La razón herida del ser humano, que no se comprende a sí misma, que no se conoce a sí misma, e ignora su profundidad y conexión con la vida, muestra en la historia suficientemente sus carencias, pero no su esencia. La razón capaz del ser humano puede incapacitarse para sí misma hasta el punto de no ser consciente, es decir, no tener conciencia, no tener dirección, pasar a ser reflejo meramente del impulso de la vida que precede a la barbarie en la acción y secunda una peligrosísima voluntad de poder por poder, voluntad bajo el miedo y temerosa, encogida e hiriente a su vez.
Aristóteles encumbra la razón. No es para menos. Ojalá, insisto, fuera así. Ojalá la razón, que por sí misma no tiene dirección, recibiera tal dirección del bien al que dice Aristóteles que apunta, como si fuera la luz que se busca en la salida de un lugar oscuro y cerrado. La persona, que de por sí está encerrada en sí misma, ensimismada en este sentido, tiene en la razón el arma más poderosa para iluminar en algo un interior acechado por la indiferencia y el miedo. La razón, sin duda, sería lo mejor de lo mejor. Como instrumento, como constitutiva de la persona humana en su conjunto. Tanto en su corporalidad, como en su afectividad, como en su relación, como en su cuestión.
Nadie se pregunta tanto como el ser humano. Ningún otro ser vive bajo la pregunta, es decir, bajo la razón que primero pregunta y se hace consciente de la pregunta antes que de cualquier otra cuestión, aunque la razón sea siempre debida a palabras, escasas habitualmente, para todo aquello que la razón misma intuye y vislumbra, conoce de antemano y necesita reconocer de otro modo, o volver a ver con más detenimiento y atención.
Es interesante el respeto que parece alcanzar el mismo Aristóteles por la diferencia de fenómenos que comparecen ante la razón, incluida la razón misma. Y cómo se debe proceder con rigor y método en cada uno de ellos, según aquello que se presenta. Luego la razón está dotada de una amplitud que no hay que justificar, así como pregunta más allá de lo que puede abarcar y acaparar de inmediato. De entre todo, subrayaría hoy por hoy aquello que se alcanza mediante la razón a través de la acción, del hábito, según dice Aristóteles. No es una apertura a la inmediatez, sino una apertura con memoria, con historia, con trayectoria. Esto es sumamente interesante. No es un órgano de lo inmediato, bajo ningún concepto. No es un órgano de lo directo, bajo ningún concepto. La razón que procede no es una razón que pueda decirse sola, ni vacía. Su apertura no es una apertura a la carencia, sin más, ni a la búsqueda por la búsqueda. Sabe, de alguna manera, qué buscar y está preparada para recibir según su amplitud desconocida para quien comienza a conocer y conocerse.
Mañana más.
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