sábado, 4 de mayo de 2024

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 32. (Platón, 28a - 28b)

A partir de aquí comienza un largo discurso de Sócrates. Desaparecen, en su juicio, los acusadores. Y se queda él solo hablando en un monólogo que incluye a otros, especialmente a los atenienses presentes en el juicio. En principio, lo que se espera aquí es una defensa extensa de sí mismo. Es lo razonable. Sin embargo, nada más empezar enuncia una condena sobre Atenas y la humanidad entera.

Atenienses, me parece que no se necesita prolongar la defensa respecto de que no he delinquido conforme a la acusación de Meleto, sino que ya basta. A propósito de lo que antes dije, sobre que he suscitado mucho odio, sabed bien que es verdad. Esto es lo que me va a condenar, si me condena, pero no Meleto ni Ánito: la calumnia y la envidia de la gente. Seguro que ya antes ha condenado a muchos otros hombres buenos y seguirá condenándolos. No será nada raro que la cosa no pare en mí. 

ἀλλὰ γάρ ἄνδρες Ἀθηναῖοιὡς μὲν ἐγὼ οὐκ ἀδικῶ κατὰ τὴν Μελήτου γραφήνοὐ πολλῆς μοι δοκεῖ εἶναι ἀπολογίαςἀλλὰ ἱκανὰ καὶ ταῦτα δὲ καὶ ἐν τοῖς ἔμπροσθεν ἔλεγονὅτι πολλή μοι ἀπέχθεια γέγονεν καὶ πρὸς πολλούςεὖ ἴστε ὅτι ἀληθές ἐστινκαὶ τοῦτ᾽ ἔστιν  ἐμὲ αἱρεῖἐάνπερ αἱρῇοὐ Μέλητος οὐδὲ Ἄνυτος ἀλλ᾽  τῶν πολλῶν διαβολή τε καὶ φθόνος δὴ πολλοὺς καὶ ἄλλους καὶ ἀγαθοὺς ἄνδρας ᾕρηκενοἶμαι δὲ καὶ αἱρήσειοὐδὲν δὲ δεινὸν μὴ ἐν ἐμοὶ στῇ.

Como se ve, el tema es delicado. Da por concluido el juico y sentencia doblemente: por un lado, se exculpa; por otro, se condena. Sale inocente de las palabras de Meleto y Ánito, porque con ellos ha podido dialogar. Pero no puede liberarse de la irracional condena que le va a imponer la ciudad, con quien no puede entrar en conversación, ni análisis, ni examen. A ellos no llega porque son entidades que no tienen carne, no tienen huesos, no dialogan. Algo así como los dioses de los que se ha hablado. Están pero no se sabe dónde y es difícil escapar. Según Sócrates, ese "ente" ya ha emitido su juicio y sentencia, que proviene del odio. Y lo sabe, quizá, no por un espíritu especial del que disponga a diferencia de otros allí presentes, sino porque ya ha condenado a muchos otros con antelación. 

Es más, lo que Sócrates defiende es que el odio se ha dividido en dos: la calumnia y la envidia de la gente. En el primer caso se trata de una palabra, de un prejuicio, porque no aparece en el juicio. Y el segundo tema es más bien una disposición hacia el otro en contraste con uno mismo. Ninguna de las dos miden, como podríamos pensar, a Sócrates con la Ley de la ciudad, ni con la piedad debida a los dioses. Más bien son la imposición que sufre quien se singulariza, como bien sabemos. Sin salir de la norma común, aunque sea para cumplir la Ley, no hay condena de la ciudad. 

Lo que sorprende más en el texto, de todos modos, puede ser la definición que hace de sí como "hombre bueno", dentro de un grupo de "hombres buenos" que en la historia han estado presentes de modo parejo y que han sufrido igualmente el odio de la ciudad, o de la comunidad. Sorprende porque no es habitual en la literatura platónica encontrar a un Sócrates tan singular y confesante de la bondad. Al menos con palabras. Quizá recuerda los primeros diálogos, donde la cuestión de la justicia y la injusticia están más presentes que en otros. Y, por si sirve de aviso, aunque él esté ahora en el centro de esa historia está seguro de que seguirá. Se muestra bajo un realismo desesperanzado en el que su propio testimonio será inútil, pues la crueldad continuará a pesar de todo. ¿Qué sentido tiene entonces su muerte, si no tiene un carácter ejemplarizante para otros? Puede que sea este signo, en la literatura platónica, un carácter de su humilde heroicidad. Al menos en él, y por lo que a él corresponde, la injusticia no avanzará en el mundo. Será en otros, pero no en él. 



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