viernes, 6 de diciembre de 2024

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 35. (Platón, 28d - 29b)

Estamos en un momento crucial del diálogo. Probablemente el corazón de la Defensa de Sócrates. Una intervención extensa que se puede dividir en puntos fundamentales: estar situado donde se elige o donde hemos sido colocados, especialmente por la divinidad, pero también por los que mandan; el quedarse en el lugar implica una misión, un servicio, una razón, que en el caso de Sócrates es la filosofía; la filosofía no es algo separado de lo demás, ni del Dios, ni de la comunidad, sino que sirve a ambos en obediencia; la pregunta de la filosofía transforma la cuestión de la vergüenza, porque lo vergonzoso es realmente no ocuparse primero de lo esencial, que es la vida, el alma; el cuidado del alma es la excelencia humana que no puede pasarse por alto, salvo que se viva sin "vergüenza", que es, en definitiva, una forma de piedad radical. 

En primer lugar, habla Sócrates de una posición, de un lugar que es variable. Puede cambiar. Pero ha sido recibido, en cualquier caso, o por el bien mismo, porque hemos considerado que era "lo mejor", o por haber sido colocados en él por obediencia, por alguien que nos manda. En esta posición escribe Sócrates una situación paradójica: habiendo elegido, hemos elegido obedecer en cualquiera de los dos casos, incluso cuando decimos que nos obedecemos a nosotros mismos, en realidad queremos decir que hemos creído escuchar el bien interiormente; si no, queda escuchar la opinión de otro, del que manda. 

Sobre esta situación apunta que lo suyo, lo que debería movernos es permanecer en ese bien, pase lo que pase. Aguantar, resistir, soportar. Se diga como se diga. No desplazarnos, no cambiar. Seguir estando, quedarse fijos, sin retroceder ni avanzar. Simplemente estar y continuar estando. No huir, sino quedarse en la situación a la espera de ver algo más, a la espera del bien que nos ha conducido ahí, por si acaso se revelara del todo, o de una providencia singular que seríamos capaces de acoger como ya hemos acogido el primer mandato. Sin embargo, de lo que habla el texto es de un peligro que se adelanta. Pues esa situación comportará siempre un combate, tanto más auténtico cuanto bien esté en juego. 

Una vez más, Sócrates no habla de oídas. Se refiere a la guerra vivida por él mismo. No una, sino varias veces. Así se muestra obediente a la "comunidad" y sus leyes desde joven. No es una cuestión de la edad, ni le ha venido un aire enrarecido que le ha despertado de ningún sueño de juventud. Su obediencia no es fruto de la ignorancia, sino de un cierto saber y confianza, pues ambos van de l mano en las relaciones sociales hasta el extremo. De este modo, se refiere a "mi puesto" como "el lugar, la situación" que le fue donada, que le fue impuesta por una voluntad con la que es capaz de dialogar en aceptación o rechazo. Y que comportaba incomodidad, riesgo y enfrentamiento. 

Una posición que, nuevamente, no es individual, sino singular y personal. Dirigida a Sócrates, efectivamente, pero en el conjunto de un ejército, como parte de un destino común que le une al resto de sus conciudadanos. Su posición defendía a otros y otros defendían su posición. Es un entramado de relaciones, un tejido o armazón no subjetivo. No habla Sócrates de que su posición es su conciencia, sino su cuerpo. Se escucha de un modo y se obedece de otro. 

Así es en verdad, atenienses. Cuando uno se ha situado en un lugar porque ha pensado que era el mejor, o porque le ha colocado en él quien le manda, me parece que es preciso afrontar ahí el peligro, sin calcular ni la muerte ni ninguna otra cosa que no sea el mal. Yo  habría hecho cosas terribles, atenienses, si cuando quienes me mandaban me asignaron mi puesto, los jefes que vosotros habíais escogido para que mandaran sobre mí, tanto en Potidea como en Anfípolis y en Delión, me quedé donde me ordenaron, como los demás, y arrostré el riesgo de morir. 

οὕτω γὰρ ἔχει ἄνδρες Ἀθηναῖοιτῇ ἀληθείᾳοὗ ἄν τις ἑαυτὸν τάξῃ ἡγησάμενος βέλτιστον εἶναι  ὑπ᾽ ἄρχοντος ταχθῇἐνταῦθα δεῖὡς ἐμοὶ δοκεῖμένοντα κινδυνεύεινμηδὲν ὑπολογιζόμενον μήτε θάνατον μήτε ἄλλο μηδὲν πρὸ τοῦ αἰσχροῦἐγὼ οὖν δεινὰ ἂν εἴην εἰργασμένος ἄνδρες Ἀθηναῖοιεἰ ὅτε μέν με οἱ ἄρχοντες ἔταττονοὓς ὑμεῖς εἵλεσθε ἄρχειν μουκαὶ ἐν Ποτειδαίᾳ καὶ ἐν Ἀμφιπόλει καὶ ἐπὶ Δηλίῳτότε μὲν οὗ ἐκεῖνοι ἔταττον ἔμενον ὥσπερ καὶ ἄλλος τις καὶ ἐκινδύνευον ἀποθανεῖν,

Un apunte final. Adelanta Sócrates que aquí la muerte es preferible a vivir de otros modos. Por responsabilidad, que siempre es algo colectivo, y por su propia libertad, que va a ejercer en diálogo con otros. La situación no es, con todo, lo peligroso, sino los enemigos que hay en esa batalla. El lugar físico casi es indiferente. Hay algo que no es físico, que es lo que en verdad agita todo lo demás. 

Continúa haciendo su propia interpretación sobre lo que está ocurriendo en el mismo momento de hablar. Es entonces cuando revela a otros que él considera que es Dios quien le ha traído al juicio. Mejor dicho, le ha conducido a la filosofía. Y por ello, porque es el Dios mismo quien dirige su vida, no debe abandonar la situación en la que se encuentra.

Pero cuando es el Dios el que me ordena, como pensé y acepté, que yo debo vivir como filósofo y debo examinarme a mí y examinar a los demás, entonces, por miedo a la muerte o a cualquier otra cosa, abandonara mi puesto. Esto sí que sería terrible, y con mucha verdad y justicia me hubiera debido en tal caso traer cualquiera ante el tribunal, porque sería que no creo que existen los dioses, ya que no hago caso de su oráculo, y temo la muerte y pienso que soy sabio sin serlo. Porque temer la muerte, atenienses, no es sino creer ser sabio no siéndolo, ya que es creer que se sabe lo que no se sabe. Nadie conoce la muerte ni sabe si no resultará ser el mejor de todos los bienes para el hombre, pero todos la temen como si supieran muy bien que es el mayor de los males. ¿Cómo no va a ser ésta la ignorancia más vituperable: creer saber lo que no se sabe?

τοῦ δὲ θεοῦ τάττοντοςὡς ἐγὼ ᾠήθην τε καὶ ὑπέλαβονφιλοσοφοῦντά με δεῖν ζῆν καὶ ἐξετάζοντα ἐμαυτὸν καὶ τοὺς ἄλλουςἐνταῦθα δὲ φοβηθεὶς  θάνατον  ἄλλ᾽ ὁτιοῦν πρᾶγμα λίποιμι τὴν τάξινδεινόν τἂν εἴηκαὶ ὡς ἀληθῶς τότ᾽ ἄν με δικαίως εἰσάγοι τις εἰς δικαστήριονὅτι οὐ νομίζω θεοὺς εἶναι ἀπειθῶν τῇ μαντείᾳ καὶ δεδιὼς θάνατον καὶ οἰόμενος σοφὸς εἶναι οὐκ ὤντὸ γάρ τοι θάνατον δεδιέναι ἄνδρεςοὐδὲν ἄλλο ἐστὶν  δοκεῖν σοφὸν εἶναι μὴ ὄνταδοκεῖν γὰρ εἰδέναι ἐστὶν  οὐκ οἶδενοἶδε μὲν γὰρ οὐδεὶς τὸν θάνατον οὐδ᾽ εἰ τυγχάνει τῷ ἀνθρώπῳ πάντων μέγιστον ὂν τῶν ἀγαθῶνδεδίασι δ᾽ ὡς εὖ εἰδότες ὅτι μέγιστον τῶν κακῶν ἐστικαίτοι πῶς οὐκ ἀμαθία ἐστὶν αὕτη  ἐπονείδιστος τοῦ οἴεσθαι εἰδέναι  οὐκ οἶδεν;

Si lo que nos sitúa es la escucha del Dios, la toma de conciencia y respuesta a un mandato, y no una sabiduría personal de lo excelso por encima de nadie, aquello que nos cambia de posición es la desobediencia. ¿Por qué alguien puede desobedecer el bien? Y responde Sócrates: por miedo a la muerte, que es, en verdad, por ignorancia, por confusión, por error, por extravío. 

Se pierde aquel que deja de oír bien el Bien. Y comienza prestar excesiva atención al mal, al sufrimiento, al dolor. 



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