viernes, 17 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO, Libro I,4 (Día 06)

Quedan cosas por decir siempre. Una razón capaz de, leyendo, llegar a las cosas en compañía de quien las escribió es una razón amplísima. De alguna manera, mientras se lee, cabe en ella esa relación tan inmensa. Una razón estrecha se quedará pensando en la explicación de tal o cual palabra, en este giro o en aquel otro, sin rozar siquiera la realidad. Hay quienes leen saliendo fuera, hay quienes leen esclavizándose dentro. La virtud de quien lee restringiéndose es el máximo respeto por el escritor. Aunque no sé si al escritor de cosas serias le hubiera agradado realmente esa actitud. 

Ojo a la distinción, y no seamos precipitados en ponerle palabras que hayamos creído comprender antes tan rápidamente. Puede parecer muy evidente y no serlo. Si lo fuera, supongo que cualquier persona en su día a día, en lo más cotidiano, procedería con exquisita pulcritud en ello. Y no es difícil mostrar lo contrario. Es más, dando por supuesto que exista un auténtico razonamiento, que muchas veces no lo hay, luego llega además la confusión sobre la forma de razonar de tal o cual persona. 

La distinción es sencilla. Unos razonan para llegar a los principios, que se supone que no tienen, precisamente para alcanzarlos, y otros razonan desde los principios ya adquiridos, extrayendo conclusiones de ellos. Nuestra razón puede proceder de esos dos modos y habitualmente lo hace, casi sin preguntar. Aunque también sabemos, porque hemos ido más allá de Aristóteles, que quizá lo más común sea una especie de síntesis de ambos. Lo destacable, en lo que ahora concierte al texto y al interés de partida del filósofo, es la existencia de principios. Algo en lo que, si es posible detenerse un poco, invitaría a todos a considerar bajo la pregunta que más se adecúe a su situación. ¿Hay principios realmente? ¿Cómo se llega a ellos? ¿Qué dicen los principios de sí mismos, si pueden decir algo? ¿Qué relación tiene ese principio con las "cosas concretas" y prácticas de cada día? ¿Cambian o no? ¿Se cogen y se dejan? ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?

Alguno puede considerar que esto es una broma de mal gusto y que se exagera. Pero entonces abres los ojos, ves lo que ocurre en "el mundo" y con tantas personas de un lado a otro, con los millones y millones de habitantes del mundo, y, a lo mejor, lo mejor es darle una vuelta. No he preguntado antes, pero sería igualmente interesantísimo reflexionar sobre si es posible tomar por principio algo que no es tal o si es posible torcer un principio a placer y domesticarlo para que se acomode a uno mismo. Y más preguntas de este tipo. 

Hasta ahora, sin citar a Platón, aunque estando el maestro del maestro más que presente, se ha dedicado a exponer los fines y el fin de los fines y los medios para el fin y la confusión entre ambos, etc. Hasta ahora, nada de Platón. Pero ahora sí. Y lo dice claramente. Como si fuera con él con quien aprendió algo tan intenso y claro, una vez que se repara en ello. Este problema se lo debe a Platón. 

Platón suscitaba, con razón, este problema e inquiría si la investigación ha de partir de principios o remontarse hacia ellos, así como si en un estadio, uno ha de correr desde los jueces hacia la meta o al revés.  

La comparación es extraordinariamente buena. Así como el lenguaje en imágenes, igualmente platónico. La deuda con el maestro no termina de pagarse nunca. El caso es que, lo que hacía Platón, era causar problemas. Algo que puede chocarle a más de uno y no debería ser así. Sócrates, por donde se inició todo, era así. Un tábano, una mosca molesta y burro preguntón e incansable amante del prójimo, al que veía sumido en una ignorancia que el propio amigo ignoraba. Y era algo tan fundamental como lo que se está exponiendo aquí, porque hasta este punto llega la confusión: cuál es la dirección y sentido del razonamiento, si es que hay tal razonamiento. 

Un camino eleva y otro desciende. Uno universaliza y otro concreta. Uno busca y el otro ya ha encontrado. Y no sabemos bien, de todas estas metáforas, qué hace cada cual. Porque un razonamiento hacia el principio puede ser elevarse o profundizar. Porque un razonamiento desde el principio, lo mismo. Y así con todos. Siguiendo al mismo maestro de Aristóteles, donde tendríamos que parar un rato es en no dar por supuesto de primeras que hay tales principios, sin más. E intentar definir qué son. Insisto. Porque puede ser que no los haya, y trabajemos aquí con la razón mientras está entre nubes de nada y menos. 

No olvidemos, sin embargo, que los razonamientos que parten de los principios difieren de los que conducen a ellos.

Por ahora, vamos a fiarnos de Aristóteles y a no olvidar esto. Como tampoco olvidemos la pregunta por los mismos principios. Y como tampoco hay que olvidar que sabemos, porque lo sabemos, que lo más probable es que el camino puro de subida y descenso solo sirva para una primera clarificación teórica, mientras que la realidad enseña que, en su complejidad, vivimos a la vez de ambos, sin saber bien en qué medida trabajamos con uno y otro. Como tampoco olvidemos, por el hecho de llamarse "principios", de dónde pueden venir tales principios, si se sostienen a sí mismos o si son sostenidos, etc. etc. etc.

A renglón seguido, Aristóteles pide calma y comenzar pedagógicamente por lo más simple, por lo fácil, por aquello que no ofrece dificultad alguna y es directamente visto y compartido, casi tocado. Si es que esto existe. 

No hay duda de que se ha de empezar por las cosas más fáciles de conocer; pero éstas lo son en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras, en absoluto. Debemos, pues, quizás, empezar por las más fáciles de conocer para nosotros. Por esto, para ser capaz de ser un competente discípulo de las cosas buenas y justas y, en suma, de la política, es menester que haya sido bien conducido por sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, y si esto está suficientemente claro no habrá ninguna necesidad del porqué. Un hombre así tiene ya o puede fácilmente adquirir los principios. (Y luego cita a Hesíodo, que viene a decir que "pienses por ti mismo" o te dejes aconsejar bien, aunque lo segundo es peligroso porque no piensas por ti mismo.)

Yo no soy muy listo, pero Aristóteles aquí dice algo que se retuerce tan hacia sí mismo que es tautología de Perogrullo o un principio en sí mismo que se justifica por sí mismo y nada más. Porque expone lo siguiente: quien quiera aprender, que venga aprendido de casa. Y tan hondamente ha calado esto que llega hasta nuestros días y los profesores se lo creen a pie juntillas y protestan cuando no se da. O sea, que lo que hay que hacer es, por decirlo como su maestro lo dijo, "dar a luz" la verdad en quien ya la posee. ¿O no está diciendo esto Aristóteles, pese a que todo lo que luego diga querrá ser negarlo?

En algo le doy la razón. Para entrar en determinados asuntos hay que venir de casa aprendido y es mejor no enseñar cosas de mucho calado a quien no tiene un fundamento ético que asegure con qué dirección va a usar todo lo que va a recibir. Algo que, pese a ser la madre de muchas verdades, y el posible secreto mejor guardado de la educación, no se dice jamás, por pudor o por no contradecir a la masa: es mejor no enseñar nada al egoísta, al injusto, al cruel, al enemigo de la humanidad del otro. Si lo cumpliéramos, la educación, ahora sí, sería un auténtico motor del verdadero progreso social. No dar conocimientos a quien no está éticamente fundamentado en la verdad y el bien, porque, de lo contrario, los usará para conducir a la humanidad entera a mayores cotas de egoísmo, de sufrimiento y de sinsentido. Pero no lo diremos. Porque no queremos esto. Y no lo queremos porque no distinguimos nada de nada, pero nada en absoluto, entre el conocimiento práctico y el conocimiento teórico, y creemos que van de la mano cuando, en verdad, esto jamás se ha dado, ni se dará. 

Pero Aristóteles lo dice y hay que agradecerle, pese a que lo hace a escondidas y como niño pequeño detrás de su maestro, que así haya quedado por los siglos de los siglos. Hasta que lleguen los bárbaros y quemen todo su nombre, toda su historia y jamás nadie tenga ocasión de volver a leer lo que dijo. 

Y creo, sinceramente, que, en Ética, esta cuestión no se plantea honestamente, porque no se entiende siquiera. O porque el profesor de turno recibirá un exceso de preguntas para las que no tenga respuestas, y se verá que, por el camino que sea o de forma muy directa y evidente, ha llegado a un principio -precisamente a un principio- del cual ha extraído una conclusión práctica que habría que valorar, cogiendo el camino de regreso a ese principio para, si hubiere posibilidad real de ello, comprobar que llega tan lejos y no se queda a medio camino de nada. Lo cual ya es pedir que alguien haga el esfuerzo de llegar a un principio que no había considerado y que juzgue si es bueno o malo, para lo cual debería volver sobre el bien y el mal, que están más allá, y considerar a su vez si de el bien y el mal proceden tales principios y se generan tales decisiones, siendo buenas para todos y no para unos pocos. 

Esto es realmente la Ética. Y comienza con Sócrates. Hasta Aristóteles lo sabe. 

Y uno no sabe, lo digo para terminar, si quiere encontrarse por la vida a personas con principio o sin ellos, sobre todo cuando no tienen ni un ápice de revisión de sí mismos, cuando se desconocen o no se preguntan nada de nada en absoluto. Porque si dicen tener principios y obran en consecuencia, quizá puede ser lo peor de lo peor. Y si no los tienen, cabe esperar cualquier cosa.  En esto suelo, sinceramente, preferir a su maestro, siempre. Y que principios-principios, pocos, y mucha revisión y conocimiento de sí mismo, en una actitud de verdad absoluta. 





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