jueves, 16 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 4 (Día 05)

En el final del punto anterior, si quisiéramos, estaríamos una vida completa. ¿Adultos para la ética? ¿Adultos de carácter para la política y la ética? Si nos dejamos llevar por los sabios de la descripción natural, no dejaríamos de encontrar problemas. Pero parece que Aristóteles lo tiene más claro que muchos otros. Y sabe ver a la legua quién sí y quién no. Aquel paréntesis termina así: 

Y baste esto como introducción sobre el discípulo, el modo de recibir nuestras enseñanzas y lo que nos proponemos. 

καὶ περὶ μὲν ἀκροατοῦ, καὶ πῶς ἀποδεκτέον, καὶ τί προτιθέμεθα, πεφροιμιάσθω ταῦτα. 

Se sabe creando escuela de "escuchantes", de jóvenes que van a prestar atención a las enseñanzas. Y los pone en camino. Este es el modo en que se debe recibir una enseñanza. Lo cual es sorprendentemente interesante. Porque, y es una gran verdad, con el hecho de estar resulta insuficiente, con la propia exposición a la enseñanza no se consigue gran cosa. 

Algo que, como he dicho ya anteriormente, deberíamos considerar mejor. No versa sobre el "trato con las cosas", sino de la persona que trata con ellas. Algo moderno, pensará alguno. Y sin embargo es viejo. El caso es que el maestro tiene una intención con la que el discípulo debe alinearse. Idea pedagógicamente potente, si es que fuera posible hacer tal cosa, si es que fuera imputable el esfuerzo al alumno y no al profesor. O no tiene cada uno que hacer esfuerzo: quien enseña, ser claro y trasparentar la verdad, en la que se supone que vive, más que poseerla; y quien recibe, mostrarse disponible. ¿Cómo puede conocer el alumno la disposición en la que debe estar, el método, si no conoce todavía qué debe saber? ¿O sí lo sabe y lo único que tiene que hacer el maestro es clarificar el camino? 

Lo dejamos para Aristóteles, cuando pueda responder. 

Volviendo al tema, el maestro quiere mostrar rápidamente el horizonte hacia el que tiende la Política, el bien que persigue por tanto. Afirmando que 

todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien

ἐπειδὴ πᾶσα γνῶσις καὶ προαίρεσις ἀγαθοῦ τινὸς ὀρέγεται 

deja claro una vez más que vincula muy especialmente a la persona con el bien, y no cualquier cosa, como una piedra o un árbol. De verdad, que ojalá fuera así. Que la acción por sí misma y la acción por sí misma respondieran tan automáticamente a la cercanía del bien. Y no estuvieran tan enredados, sin saber, entre fines y medios, sobre todo cuando los medios suplantan fines y condenan toda posibilidad de racionalidad por vía de la acción rutinaria y esclavizada dentro del tiempo.

Sigamos. Para Aristóteles, la "Política", que es una palabra cercana y que todos conocen, por lo que les afecta fundamentalmente, es de sobra sabida a qué se dedica. Es más, todos están de acuerdo en ello, en la "Palabra": felicidad. Por supuesto, todos admiten además que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. 

ὀνόματι μὲν οὖν σχεδὸν ὑπὸ τῶν πλείστων ὁμολογεῖταιτὴν γὰρ εὐδαιμονίαν καὶ οἱ πολλοὶ καὶ οἱ χαρίεντες λέγουσιντὸ δ᾽ εὖ ζῆν καὶ τὸ εὖ πράττειν ταὐτὸν ὑπολαμβάνουσι τῷ εὐδαιμονεῖν:

Julián Marías traduce: "Casi todo el mundo está de acuerdo." Tanto entre la "multitud" como entre "refinados", parece que hay una proporción similar. Y la mayoría, salvo excepciones, tiene clara la palabra a la que últimamente se dirige la política y la ética, por lo mismo. Y el nombre es "felicidad". Me quedo con ganas de ver qué pasaría si nos colocásemos entre los que niegan que esto sea así y que dudasen sobre la vinculación entre política y felicidad. Pero está claro, y comparto algo más importante con Aristóteles: toda acción tiene una dirección. Lo cual revela que hay una intención. Y, cómo no, esa atracción, sea conocida o no, no se la da la persona a sí misma. De tal forma que todos podemos comprendernos unos a otros, no solo a través de la palabra, sino también de la acción. Lo que se hace, se hace por una razón. Y esa razón ve más por ella misma que lo que muestra en su actuar concreto. La inmediatez es la gran enemiga del horizonte, porque lo desvirtúa, hace perder la referencia. 

Ojalá, dicho lo anterior, la reflexión sobre el horizonte fuera más profunda. Y no se hablara de la "felicidad" de modo tan ligero como dándola por supuesta o creyendo que sabemos de qué hablamos. Se lo debemos, en parte, a Aristóteles, que intenta hacer tema de ello, pese a que se revele escurridiza e inapropiada cualquier definición que se dé con intención de llegar a poseerla más que a captar la esencia. Sigamos ahí. En la búsqueda de lo suyo esencial. 

La tensión hacia la "felicidad" revela, al mismo tiempo, no solo dónde están puestos "los ojos", por así decir, sino los ojos mismos. Los pone en marcha, los excita, los despierta. Y, siendo fin último de la persona, por tanto nos habla de la persona en primera instancia. Queriendo, ya que el otro polo del hilo que lanza la intención es imposible clarificar, al menos conociendo este primero, que parte, según parece, de la persona misma y que está presente ante sí misma cuando busca la felicidad, cuando la tematiza. ¿Qué ocurre en la persona cuando se habla de "felicidad"? Sería una pregunta adecuada. Porque la misma palabra, no desconectada o vaciada de realidad, trae consigo contenido. 

Mucho más, ¿por qué alguien, y con qué derecho, dice estar buscando "felicidad"? ¿Ha hecho algo para ello? ¿Es neutral? ¿Es simple destino, como el rayo que escupe su fulgor o el trueno que revienta? 

Aristóteles ha metido a toda la humanidad en el mismo saco. Mejor dicho, a casi toda la humanidad. Daría igual la condición, menos en esos casos raros que viven de otra manera, al margen de la felicidad o aceptando la infelicidad. Pero bueno. Algunos seguro que se han quedado aquí en la lectura de la Ética, como en el debate entre la razón y la irracionalidad, para luego descubrirse los irracionales pensando como los racionales. ¿Infelicidad querida? Estupidez suma. Sea lo que sea, al menos saber lo que no deseamos por sí mismo. 

Por lo siguiente, Aristóteles bien puede entrar en el grupo de clasistas. Si alguien lo protesta es que no se conoce a sí mismo y su historia, o que carece de todo amor al prójimo. 

Pero acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. 

Es preciosa esta observación. Entre palabras, que despejan el camino, y realidades que, como tales, se quiere alcanzar, no siempre -o casi nunca- hay conexión total. Al menos en determinadas cuestiones, determinados ámbitos, determinados aspectos, determinados conjuntos. En la escritura se ve claramente que hay ya niveles de relación y semejanza, en cómo reflejan la comunicación usando letras o símbolos. Hay planos diferentes a los que cuesta dar coherencia sistemática. La verdad sería la medida de su proximidad. Una palabra dicha puede no indicar lo mismo. Las palabras son dudosas. En todo. En esto también. 

Habría dos clases, rápidamente dichas: los muchos y los sabios. ¡Qué rápido ha olvidado el discípulo al maestro! Los genéricos y los específicos respecto a la humanidad. Unos más toscos, todavía entre masas. Otros más separados de esa inmediatez de la vida. Y lo secunda con ejemplos, que a buen seguro muchos pueden criticar. Porque los segundos de Aristóteles viven, o bien despreocupados de todo ello y como locos, o bien lo tienen ya asegurado y, con ello, tendrían que justificar que pueden alcanzar algún tipo de bien -en sus palabras, felicidad-. 

Cuando se ponen ejemplos tan claros y directos, como queriendo enseñar, comienzan los problemas. Dudo pronto de las dudas de Aristóteles. Aquello visible y manifiesto, que es precisamente su asentamiento más fuerte en el realismo, ahora se desprecia del lado de los de vida trazada gruesamente. Como si a los segundos no les tuviera que preocupar, porque son más finos que ninguno de ellos. Y, perdonad que haga la pregunta, yo pensaba que los finos eran precisamente los que más se podían ocupar de los detalles de la vida en atención a algo mayor, y no meramente por las cosas mismas. Pero no porque no traten con ellas o por no darlas importancia, sino porque son consideradas relativamente y siempre en atención a algo mayor. Si no, de la propuesta de Aristóteles, se puede desprender perfectamente el desprecio de toda la realidad, porque la virtud es mayor y no tiene carne. 

Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de bienes, hay algún otro que es bueno por sí mismo y que es la causa de que todos aquellos sean bienes. 

ἔνιοι δ᾽ ᾤοντο παρὰ τὰ πολλὰ ταῦτα ἀγαθὰ ἄλλο τι καθ᾽ αὑτὸ εἶναι, ὃ καὶ τούτοις πᾶσιν αἴτιόν ἐστι τοῦ εἶναι ἀγαθά. 

Perdón por el jaleo del día. Había que problematizar. Si no, pienso que no se comprenderá nada de Aristóteles. Sin discutir con él, haciendo esquemas, no se comprende nada de lo realmente importante. Que está en conexión bastante clara en muchos puntos con su maestro. A quien ha tardado en citar. Sin duda, para querer continuarlo, es decir, creyendo superarlo. 










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