miércoles, 29 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,13 (Día 18)

En lo básico, afrontamos ahora con Aristóteles lo que son las partes del alma. Es decir, probada el alma, o aquello que refiere en nosotros la vida, se encamina de acuerdo a lo recibido a analizarla para descubrir tanto su hondura como su especificidad. Sorprende, cómo no, que no sea tan propia y única del ser humano, sino que al verla y detenerse en ella, como lo hace solo la conciencia de uno mismo y no la conciencia del otro, esta vida en nosotros nos vincule inexorablemente con el resto de la realidad. Sin dejar de ser nosotros simplemente un caso de los muchos posibles, sino únicos, nuestra relación con la realidad es tan potente que su huella en el alma sigue vigente. La de la Vida con mayúsculas a cuya presencia la realidad entera es debida. 

El gancho que ha llevado a la visión del alma y la urgencia que tiene tal tema para toda persona es la felicidad, la búsqueda del bien. Una vez, y quizá no sin esta preocupación, la persona va en busca de algo más que sí misma, entonces siempre tiene que volver para ver qué ocurre "dentro", cómo se recibe todo lo demás, cómo se actúa y piensa y todo lo demás. Entonces, junto a la complejidad del tema, se sorprende al ver la propia complejidad. Que aquí vale casi cualquier otra cosa como someterse ignorantemente en la confusión del primer acercamiento a la realidad y a uno mismo, y conformarse con lo poco que se da en el primer trato directo. El alma está ahí para revelar que lo suyo es, en gran medida, reducción. Y que siendo reducción su capacidad, precisamente en la pequeñez comenzar y afirmar. Porque no siendo capaz de todo, por mucho que se quiera y se tensione todo en esa dirección, lo que nos queda es más bien ir hacia lo esencial, que al menos se roce lo esencial. 

Y lo esencial del alma, quitadas las primeras ataduras y sobrepasadas las primeras estancias del alma en sí misma, del alma entre la vida y del alma en lo animado, entonces se percibe que hay algo original y distinto en el ser humano que se puede decir de muchas maneras pero es razón, palabra, discurso, y, en cuya amplitud, se está como en el paraíso del que se ha sido expulsado. Estamos ahí sabiendo que es lo propio, pero no es nuestro. Así es el alma al volver sobre sí sin miedo a sí misma, sin miedo a encontrarse en Otro. 

Pero bueno, resumiendo, en algo lo dicho, dos serían las tensiones de la constitución y la estructura interna del alma que anhela, lo sepa o no, la virtud, la excelencia, su puesta en acción plenamente. Por un lado, la relación con el otro, la relación en el sentido propio de esta palabra. Por el segundo, que es más bien lo mismo que lo anterior pero dicho de otra manera, la relación con la Palabra, con la Razón, con el Logos. Y, por tanto, no primeramente nuestra acción con el otro y con el Otro, sino de la acción del otro y del Otro en mí, su presencia en forma de debida exigencia y petición de gratuidad. Y así camina Aristóteles, aunque no se atreva a decirlo del todo. 

Se cura el alma a través de la acción. Que es dejarse y expresarse. Y se va construyendo más y más en la medida en que la elevación propia de la persona, que normalmente decimos superioridad, pero lo decimos muy mal dicho, dé forma a todo lo demás y no se viva desgajada y al modo de espiritualismos y animalismos extraños a la unidad de la persona. De modo que la virtud propia de la razón en la persona será primera y urgentemente su apertura y relación con todo lo demás y luego, eso sí, hacerse cargo de todas las formas posibles de esa realidad rescatándolas y siendo rescatado uno mismo en una unidad superior, más grande y mejor. Y situarse por tanto, porque el alma es situación y conciencia de la situación de la persona en la realidad, con su mundo y sus mundos, siendo reflejo de la unidad mayor de la realidad en la que la vida adquiere la prioridad, la superioridad, la grandeza y lo mejor. Dicho queda que, si se ve así, comienza toda ética precisamente en el alma, no fuera de ella. Y su propio perfeccionamiento se enfrenta a lo que hay en el mundo, y no como se piensa normalmente, que es justo al revés, pensando la ética como una colección de soluciones al problema del mundo y sus muchos males. Al revés, en el sentido en que es la propia perfección y bien del alma los que deben expresarse, salir de sí y, por tanto, vencer su ausencia. Y al mostrarse, si es que lo consiguen, entonces se verá el mal que había, el sinsentido de todo lo demás, y se abrirán caminos de auténtica humanización del propio ser humano, en su conjunto. 

Termino el primer libro de este modo y dudo si mañana seguiré con Aristóteles o cambiaré a otro texto mayor. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario