sábado, 18 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMADO. Libro I,5 (Día 07)

Ahora que Aristóteles había dicho algo interesantísimo, vuelve a lo de antes y toma lo fundamental como una desviación. ¡Qué larga se me va a hacer la lectura como esto siga así!

Pero sigamos hablando desde el punto en que nos desviamos. No es sin razón el que los hombres parecen entender el bien y la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida.  

Repite lo de antes, efectivamente, para enfatizar los distintos modos de vida. Como si fueran un hecho de partida irrefutable que hay grupos de personas o modos de proceder en la vida diferentes realmente, clasificables y aplicables a personas concretas. Esto no sabemos, por preguntar a Aristóteles algo, si lo hace de manera inductiva o deductiva, o meramente recoge del refranero popular de su región o de Atenas esta idea: hay personas distintas, con distintos modos de vida. La pregunta se las trae. Las respuestas, ¡uy, las respuestas! 

Personas, sí. Realmente hay personas distintas. Me parece que es un dato de partida innegable. Que haya grupos de personas o que las personas sean clasificables me parece de una complejidad y riesgo infinitamente mayor, porque tal investigación nace con alguna intención, supongo, y para hacer asociaciones o separaciones existe algún criterio. Que es, precisamente, lo que muchos tienen claro que debe hacer la ética. Sin embargo, Aristóteles aquí no lo aclara. Solo dice que hay géneros de personas, en modo abstracto, o que existen realmente esas ideas a las cuales responden las personas concretas de carne y hueso. En ambos casos, un problema difícil de resolver. O lo que está queriendo decir es que la persona concreta se relaciona con modos también concretos, por abstractos que se digan, de los cuales recibe o a los cuales se entrega. O algo así. Pero tomados como realidades alcanzables, descriptibles y considerándolas bajo el paraguas de una razón que actúa de ese modo y permite ser descubierta por la razón precisamente viviendo de ese modo. 

Aristóteles parece tener claro que hay tres tipos de personas, tres grupos de personas si llegan a organizarse. El vulgo, los que buscan honores y los contemplativos. Nombrados así, provoca un cierto rechazo. Pero serían, a su parecer, los que identifican el bien con el placer, los que eligen una vida de apariencia y reconocimiento, y los que están frente al bien con una vida, se diría, propia de los dioses. 

Los primeros son la "generalidad", como si se tratara del ambiente natural en el que se nace. Los segundos fundan la política, son mejor dotados y activos y buscan este aplauso y gloria humana. Los terceros, de los que de momento calla, están en otra situación que no es ni la primera, ni la segunda. 

Casi se diría que los primeros tienen ética a semejanza de las cosas y son dominados por las leyes de la naturaleza. Los segundos, por darle la vuelta, se involucran en las leyes que las personas se dan a sí mismas en las sociedades y las dominan a su vez, más que ser dominadas por ellas. Y los terceros, dicho más a las claras, ni viven en lo natural, ni viven realmente entre la gloria de los suyos. 

Esta distinción, cuya radicalidad intenta comentar y matizar a propósito de los comerciantes y gente de negocios, que parecen una mezcla, solo sirve a mi entender para dos cosas. Una es ver la relación de las personas con la realidad en una doble dirección: de lo que la persona recibe y de lo que la persona hace, y la preguntar por dónde está y dónde podría o debería llegar. La otra es mucho más simple y no se ha nombrado: aquí no hay relativismo de ningún tipo, nada da igual y todo se presenta desde un realismo y una objetividad que espanta, sin matiz alguno. 

Evidentemente, respecto de lo último, no es que Aristóteles carezca de prudencia, sino que el combate de relativismo no puede hacerse desde la grosería de las taxonomías fáciles. Lo que hay aquí, tomado tal cual, es un insulto a muchas personas y otorga una excelencia a otras que quizá, a mi entender, tampoco sea para tanto. Una madre que empeña su vida por sacar a sus hijos adelante con sufrimiento y trabajo, aunque no lea ningún libro, ni tenga tiempo para contemplar, es un ejemplo de ética y política de primer orden. Y, sin embargo, fácilmente caemos en no considerar la variedad y riqueza de lo real humano empleando categorías y sistemas cerrados y ordenados que son la antesala del totalitarismo puro y duro. 

No creo que esté en el ánimo de Aristóteles decir algo así directamente, pero su situación de partida es la que es, y está claro que piensa dentro de una sociedad con divisiones marcadas en las que solo hombres libres tienen consideración ética y política en última instancia. Sobre lo cual, a mi humilde entender, habría que estar permanentemente alerta. 



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