lunes, 31 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 22. (Platón, 318d - 319a)

Voy a detenerme en una tontería. Como tantas otras que probablemente haya comentado. La irrupción de Sócrates e Hipócrates en la casa de los sofistas ya ha trastocado todo. No diría que por su mera presencia, sino por su lectura de la situación, tal y como se dice en el texto. Empuja a los aislados a reunirse en común y terminan, no por su voluntad precisamente, sino por la de Calias, en una asamblea. Usando aquí términos que son los propios de la democracia ateniense: el consejo de la comunidad. 

Realmente será un elemento narrativo. Convendría no prestarle, por tanto, mucha atención, ya que en él no hay discurso propiamente. O lo contrario. O esto es lo que ocurre porque es socratismo en sí mismo y el lugar al que conduce propiamente. Que en el marco global del diálogo significa un paso de la conversación privada y entre amigos al espacio público, conformando el espacio público como tal, cuando lo que estaba pasando era su disgregación en círculos paralelos. Soy consciente de que fuerzo la interpretación porque seguimos en una casa y no en el ágora. Pero esta casa se ha convertido, y la lista que se ofrece al llegar es brutal, en un marco más propio de lo público que de lo privado. Ahora bien, dando un salto más allá, aparece aquí en este espacio la oportunidad de lo común. 

Lo dicho. Será un detalle insignificante, al que mejor no hay que darle más relevancia que a la del contexto respecto del texto. Aunque precisamente por eso, y la insistencia socrática de la vida según la razón, lo que refleja es justamente que se hace lo que se hace porque se pregunta lo que se pregunta. Y sin la pregunta (valiente siempre, porque no pocas veces mejor callar y adelante si no se quiere nadie separar del grupo y reflejar que está pensando en lugar de escuchar) adecuada no se puede dar el paso siguiente. Lo cual se ve perfectamente "materializado" tras la forma, en la que Sócrates, después de lanzar la piedra, se oculta para ver el desarrollo posterior, de la mano de la disposición afirmativa de Protágoras y la energía de Calias. Y ahí queda todo, e incluso el socratismo, indicado. 

Pero ya digo que esto probablemente no tenga nada que ver con todo lo demás. O sí. Y entonces hará que leer de nuevo estos diálogos en la literalidad de su vida y no en una racionalidad desprovista de cuerpo, de carne, de "forma humana" y no solo "divinamente" filosófica. Por decirlo de forma suave. 

Un amigo me preguntaba por la imagen que tenía de Sócrates. Pues esta. No otra. La de aquí y la de tantos otros momentos igualmente relevantes, pero de la misma línea. Qué diferencia sería entonces la filosofía, si se vieran también como relevantes estas cosas, igualmente escritas, igualmente dichas y vividas. Y no quedara solo en el análisis raquítico de esta u otra palabra, esta u otra afirmación, este u otro juicio. 

Si esto no es filosofía, a lo mejor soy yo quien anda despistado. Que no solo se trata de la investigación de lo que hay, sino de, en lo que hay precisamente en lo más hondo y en origen, lo que debe haber. Especialmente, muy especialmente, en el caso de la persona. Es decir, de toda nuestra realidad. Porque nada hay ajeno que sea, como tal, estrictamente tan otro que no nos deba interesar. Y aquí sí creo que hay filosofía porque la realidad se transforma y reconfigura, con ánimo de dialogar, que quiere decir investigar, esto es, pasar por el campo de la razón aquello que, de suyo, no siempre tiene que llegar tan dentro o tan originalmente. Porque el primer diálogo se establece en la vida y el segundo en la filosofía, que a la postre se llama primera porque va sobre aquello, con la intención de llevarlo a plenitud, que no es más que dejar que sea lo que es. 

La resistencia a esta forma de vida filosófica viene más del lado del academicismo que de la academia. Y me vienen a la mente ahora unos cuantos ejemplos, que no citaré, de aparcamientos radicales por contemporáneos que luego se habrían llevado las manos a la cabeza al ver la relevancia que toman esas individualidades cuando comienzan a rodar como "bolitas" en la nieve hasta arrasarlo todo. Pero en simultáneo no se ve. No capacidad para analizar en el "streaming", sino después de una o dos pasadas. Esto es Platón. La revuelta, la revolución. 

Frente a la cola de seguidores que tienen Protágoras y los de su espectro, la llegada de Sócrates, con un amigo, termina siendo asamblea de todos. Quizá no todos por igual, aunque todos con posibilidad de intervenir. Supongo. No sé. Porque el ánimo está en demostrar el mismo Sócrates a Protágoras que, diga lo que diga, respecto de lo que realmente dice saber no hay saber posible en sus términos. Quizá sí en otros. Particularmente de uno respecto de sí mismo, no tanto respecto de otros. Que el problema es mucho más complejo si se atiende que las cuatro palabras con las que pueden jugar los maestros de cada momento. Y mucho menos compartible. No digamos dialogable. Sobre todo si no se entregan a la conversación y se sacrifican en ella los participantes. El caso es que Sócrates anda sin seguidores al modo como tiene Protágoras los suyos. Pero no juega en campo extraño. El visitante es Protágoras. 

Sigamos con el diálogo. 

Estaba Sócrates preguntando a Protágoras de qué arte (y que concrete) presume tan abiertamente como para suscitar envidia en otros. Ya sabemos lo que les ocurre a los que se separan de los demás, que al exponerse y ser mirados también sufrirán recelos. No solo. Parece que Protágoras tiene también discípulos. ¿En qué y sobre qué mejorará alguien en compañía del sofista? 

Podrían responder los allí presentes. Porque habrán triplicado su grandeza, siguiendo la lógica del maestro. Podrían tomar la palabra y decir si es verdad o no. Pero nadie dice nada. Todos callan inexplicablemente. Este es otro de esos casos en los que el discurso me despista. Porque sería lo esperable y realmente definitivo. Que alguien de entre los muchos que están allí tome la palabra y hable por todos, en defensa del maestro, y no deje caer al maestro en la sospecha de que dice cosas que no se cumplen. Es más, me encantaría saber qué hubieran dicho. Porque desde el primer día debería haber un cambio tan notable de rumbo que sería una persona irreconociblemente buena. 

Nada. Nadie dice nada. 

Habla Protágoras, para defenderse. De primeras, elogiando a Sócrates. Y ponerlo así de su parte. "Qué bien preguntas." "Me alegra que me hagan buenas preguntas." No como tantos otros. Supongo que lo pensó. Porque este es el modo de sacar a alguien del anonimato del grupo y colocarlo por encima de todos los demás. Y a la mayoría le alegrará tanto esto que se creerá grande y cederá ante el sofista, que aplaude antes de saber nada más. Y si da un paso en su dirección y se abandona en el elogio, entonces se acabó. Se dulcificará, se perderá la ocasión de mantenerse en el propósito. Algunos creerán que ya está todo dicho. Y se volverán a casa pensando que qué bueno es Protágoras que reconoce mi sabiduría. Y, aunque no vayan detrás de él por las tardes, se habrán hecho seguidores suyos de por vida. Y por orgullo se lo dirán a todos los demás, para que lo sepan. Y quedar de este modo por encima de todos los demás. 

Pero Sócrates es Sócrates. Ya no es un jovenzuelo. 

Lo segundo, de la intervención de Protágoras, sacudir al otro. O a los otros. A todos los demás sofistas que andan por ahí, presumiendo de ser el mejor entre ellos. Y tenemos aquí otro ejemplo de la buena retórica, que, hecha la alianza, se avalancha sobre el enemigo. "Yo no soy como." Pero hay más. Dada la incapacidad manifiesta de los que escuchan, piensa el sofista, vamos a dejarlo claro para que no tengan que pensar demasiado por ellos mismos. No vaya a ser que se ejerciten en algo diferente de escuchar lo concreto y someterse a la dirección de las palabras. Protágoras no es como esos sofistas que se detienen en bagatelas científicas. Él no. Él va más allá. No pierde el tiempo. Tiene algo más que decir. 

Hay que fijarse bien. Lo de "hacer mejor" ha virado a "no habrá de soportar lo que sufría con otros". Los otros los conducen contra su voluntad en enseñanzas fuertes que les exigen cambiar de mentalidad, casi de cabeza. Protágoras desprestigia las ciencias de la época, las ciencias exactas de su tiempo, las ciencias de lo concreto y particular. ¡Hasta la música! Lo suyo es lo radical absoluto antes que todo eso o que lo engloba, sin tener que hacer esos esfuerzos de voluntad. ¡Tremendo!

Protágoras sabe que hay un saber sobre la totalidad, por así decir. Este saber que no se confunde con otros y del que él presume. Lo conoce. Conoce por tanto que esta región tiene una fuerza y poder bien diferente a todos los demás. Y, con sus palabras, eso es lo que desea todo el que quiere aprender y acude a él para mejorar la vida. Eso es lo que busca toda persona. Aunque solo algunas tengan acceso a sus palabras. Eso es lo que desearía cualquiera, aun sin saberlo conscientemente. ¡Poca broma con el amigo! Porque este mundo, que no es de la ciencia, es el que domina la vida de las personas. Tanto la propia, aunque no lo diga, como la de los demás: sean de la familia o sean de la comunidad. Insisto en que ha oscurecido, quizá a propósito, la vida de quien ejerce su arte y ha querido señalar muy evidentemente que se dirige principalmente a gobernar a otros. 



domingo, 30 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 21. (Platón, 318a - 318d)

Sigo aquí. Teniendo que hacer no pocas cosas. Como una pequeña escuela diaria en la que todo lo demás da bastante igual. Convencido de que esto es más importante de lo que parece a simple vista y no se trata de un libro sin más. Sin tener ritmo, el ritmo ha ido bajando enormemente hasta preocuparme de las palabras y lo que hay entre ellas. Y me encantaría dedicarme con más esfuerzo a los millones de personas que han pasado por aquí ante que yo. Ayer me alegraba, además, de que nuevas personas en el mundo estén descubriendo a Sócrates por primera vez. ¡Cómo no!



Protágoras ayer se situó en lo más alto. En la posición de alguien con cuyo trato las personas mejoran. Ya veremos cómo ocurre tal cosa. Pero si lo hacen, y eso no lo dijo él aunque lo podemos pensar nosotros, es porque Protágoras piensa que las personas necesitan mejorar, quieren mejorar y no dudarían en mejorar su vida en el caso de tener oportunidad para ello. Como todo gran "invento" de nuestro mundo, primero es para los ricos y luego, si acaso, llegarán todos los demás. El mundo tiene esta lógica inserta dentro de la que no se deshace prácticamente nadie. No hablo de las vacunas tan disputadas este año. Simplemente hablo de todo lo que en esta lógica del mundo cae. Y Protágoras pertenece a ella. Con lo que Protágoras tenga se puede comerciar y eso que él llama su propio arte, compartido con tantos otros sabios, se somete a su lógica de tal modo que no es capaz de resistirse al comercio. Lo que Protágoras posee no tiene vida, y si la tiene, se somete al poder de los hombres como una cosa más entre otras. 

Por otro lado, esta condición humana general de maldad necesitada de mejora no es exactamente una humanidad a la intemperie de la existencia, que sin renunciar a su intemperie y fragilidad no tiene por qué estar automáticamente de la parte negativa y sufriente. Puede ser un desconcierto, puede traer consigo muchas preguntas, radicales interrogantes, pero no tiene por qué ser vista necesitada de bien. Es más, quizá decirle eso es la forma más sutil de colocar la conciencia del otro sobre el mal más que sobre el bien, y que ahí termine toda la aventura sobre la verdad de la persona. Es decir, decirle directamente a alguien que sufre porque su vida está mal puede ser una mentira tan grande que, si no se defiende frente a ella, comience a engañarse convencido de que es una verdad enorme, clave de todo lo demás. 

El caso es que Protágoras, el pícaro, pone delante del joven Hipócrates, cuya experiencia de la vida debe ser ridícula si se cree algo así, un eslogan sobre su escuela incomparablemente atractivo: "Conmigo serás mejor, día a día." El amigo Protágoras será admirado entre marketinianos y publicistas modernos, cuya profesión es precisamente esta: hacer brillar con brillo original y atractivo lo que es de por sí de tono apagado. Relucen las palabras de Protágoras de la sencillez de los juegos infantiles en las que todo se resuelve en darse las manos y girar en corro al son de la música que toque otro en ese momento. Y así nos va, cuando no se deja el juego y la existencia se llena del cruel vacío de la ociosidad y sus espejismos, pensando que el aburrimiento no tiene nada serio que aportar a la vida. 

Además, Protágoras no habla del bien. Solo de una dirección hacia algo, mundana e intrapersonal. "Mejorar" es una palabra vacía si bien no significa nada. Solo dice cambiar, pero no qué cambia, ni cuál es la fuerza que mueve el cambio. Este "mejorar" progresa hacia el vacío terrorífico del movimiento que se justifica a sí mismo en su huida de sí mismo. Insisto en que el drama de la humanidad es verse tan pobremente que se cambiaría por otro a la primera de cambios, aunque solo fuera en apariencia, a través de algo que le permita dejar de mirarse y reconocerse. Tan superficial es este primer momento que cuesta hablar con quienes todavía, en su inexperiencia de la vida, se entregan a buscar el sentido del mundo y día sí y día también concluyen lo mismo, y, sin embargo, se levantan al día siguiente creyendo que hoy será su gran día, y tardan en comprender que están del lado en el que solo habrá esa insatisfacción, ese cansancio y la destrucción de sí mismos, sin escuchar lo que tienen que decirse cada noche con seriedad y dar el siguiente salto. 

El sofista calla todo esto. Es solo su aparecer brillante, cargado y repleto de magia y encanto. 

Y Sócrates pregunta. Antes aclara que lo que ha dicho es tan natural que todo el mundo lo sabe. Mejoramos cuando alcanzamos mayor sabiduría. La verdad nos transforma. La sabiduría nos transmuta. Lo más allá de nosotros mismos, en tanto que aceptado como Verdad, nos acerca al Bien. Porque Verdad y Bien están en alianza y comunión. ¡Cómo no va a ser así! Y de igual modo su contrario, como si robara algo, añadiendo otra cosa a cambio de mucho menos valor que la Verdad. Lo dicho, Sócrates pregunta en qué será mejor alguien que se ponga a disposición de Protágoras para tratar con él cada día. 

Para que Protágoras lo entienda, Sócrates acude a ejemplos de personas que parece que están allí reunidas. El pintor Zeuxipo y el músico Ortágoras, por todos reconocidos según parece como excelentes en lo suyo. Si Hipócrates, el jovencito, tratara con ellos mejoraría o bien en pintura o bien en música. Porque sus maestros tienen algo que enseñar. O al menos, pienso yo, se iría con la lección de su capacidad o incapacidad, y de la excelencia de algunos maestros cuyas artes son difícilmente alcanzables con educación, con esfuerzo y con sacrificio. Algunos tienen un don. Pero esto lo digo yo. Sócrates solo pone delante de Protágoras el arte de otros y lo que estos expertos pueden hacer por otras personas para mejorar en algo su vida. ¿Pero la vida se puede mejorar? ¿O solo mejorará algo parcial y limitado en ella? ¿La vida entera, la persona entera puede mejorar? 

¿En qué Protágoras, sobre qué Protágoras? ¿Algo o nada?


sábado, 29 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 20. (Platón, 317e - 318a)

La pintoresca escena tiene algo confuso. Sócrates invitó a Protágoras a dar una lección de sabiduría, porque intuía que hablaba más para otros que para él, formando una asamblea. Es Calias, mejor dicho, quien decide la forma de asamblea y no Sócrates: sentados todos junto a los dialogantes. 

Lo que no me cuadra del todo es la intención con la que Sócrates lee a Protágoras en su interior, trayendo "el amor con que habían acudido a él"; un "eros" supuestamente mueve a Sócrates al encuentro con Protágoras, un "eros" hacia él mismo, según Protágoras. Del que Sócrates no ha dicho nada. 

Sobre el conocimiento del amor, podríamos hablar en algún momento. También sobre las confusiones, que casi son más cuando se intentan dilucidar y esclarecer, tanto las que provienen del mundo en el que estamos, como las de nuestra propia razón cuando intenta hacerse con ellas. Platón reservó esto para otro diálogo mucho más intenso, aunque aquí comparten casi hábitat para su desarrollo. 

Por otro lado, la reunión es para que otros, sin embargo, simplemente escuchen, no para que participen, ni tampoco para ver nada. Y es después Sócrates, quien narrando, dice alegrarse porque iban a oír a hombres sabios. Luego, ¿Sócrates se toma por sabio junto a Protágoras y son motivo de la alegría de todos los demás?

A Pródico tienen que traerlo medio dormido. 

Sigo. 

Una vez sentados, Protágoras toma la palabra para pedirle a Sócrates que exponga de nuevo, para todos, el tema sobre el que "trataba ante" Protágoras. El verbo es "hacer", como quien hace una vasija. Nada le pide, por ahora, sobre la intención. Salvo que Sócrates, según Protágoras, habla en favor de Hipócrates, el muchacho. 

A las bravas, muy bravas Sócrates lo dice con palabras condensadas. 

καὶ ἐγὼ εἶπον ὅτι ἡ αὐτή μοι ἀρχή ἐστιν, ὦ Πρωταγόρα, ἥπερ ἄρτι, περὶ ὧν ἀφικόμην. Ἱπποκράτης γὰρ ὅδε τυγχάνει ἐν ἐπιθυμίᾳ ὢν τῆς σῆς συνουσίας: ὅτι οὖν αὐτῷ ἀποβήσεται, ἐάν σοι συνῇ, ἡδέως ἄν φησι πυθέσθαι. τοσοῦτος ὅ γε ἡμέτερος λόγος.

Lo dicho. Sócrates quiere repetirse, aunque no del todo. Primero, el origen, el motivo, la fuerza, el poder que les ha traído ahí. Que no es otro que el ímpetu y deseo de Hipócrates. No el suyo. Esto está del lado de Hipócrates. Y también la pregunta, que al estar "homologada" ya no es de Hipócrates solo, sino de ambos. Hay una pregunta en la que sí están de acuerdo. El auténtico motivo. Saber, ahora, qué es lo provechoso, lo que produce y provoca de bello, bueno y verdadero estar en compañía de Protágoras, bajo su trato. Y "de los dos" es esta "razón". Demasiado dicho y muy rápidamente. Menos mal que son preguntas, para empezar. A la altura de todo lo que se espera después. 

Según Sócrates, se trata solo de un deseo de cantidad irresistible. El deseo de la compañía, de estar con Protágoras. Aunque ya sabemos que no es estar con él simplemente lo que desea. Que no se trata de eros, sino de provecho, de interés. No es por él directamente, sino algo que él tiene y que se quiere recibir. No se trata de Protágoras por tanto, sino de si encarna algo superior a él y que merece la pena buscar y encontrar, dando a cambio lo que tuviera que hacerse por lograrlo. Y, así puesta en asamblea la razón, comienza la indagación. 

De una pregunta, a la indagación. No quedarse en la pregunta, pero sí centrarse en ella. Reconducirse para no divagar. 

Tratar con otros, en general, no es provechoso. Ya quedó dicho hace poco, que no queremos una cuestión general, sino una individualización tal y sin miedo a los demás, que sea diferente a todo lo conocido hasta el momento. Al menos así se entendía Protágoras a sí mismo y se vendía como mercancía notable y deseosa. 

Protágoras redunda, también sintéticamente, su propuesta como eslogan comercial que se puede poner en lo más alto del frontispicio de su templo. 

 νεανίσκεἔσται τοίνυν σοιἐὰν ἐμοὶ συνῇς ἂν ἡμέρᾳ ἐμοὶ συγγένῃἀπιέναι οἴκαδε βελτίονι γεγονότικαὶ ἐν τῇ ὑστεραίᾳ ταὐτὰ ταῦτακαὶ ἑκάστης ἡμέρας ἀεὶ ἐπὶ τὸ βέλτιον ἐπιδιδόναι.

Joven, si me acompañas, te sucederá que, cada día que estés conmigo, regresarás a tu casa hecho mejor, y al siguiente, lo mismo. Y cada día, continuamente, progresarás hacia lo mejor. 


 

¿Quién no quisiera algo así?

Ahora ya, no queda otra. Protágoras debe explicarse. 

Lo que está diciendo, por si alguien no se ha dado cuenta, es que, incluso nosotros que lo leemos con dos milenios de diferencia, estamos mejorando por el mero hecho de estar con él. Y que estar con Protágoras es una especie de acción que nos mejora pasivamente, como quien mejora mirando o escuchando sin más un cuadro, sin hacer nada, imbuido por la realidad, metido en una máquina de mejora automática, que nada exige salvo estar, que nada pide. Un bien, por tanto, que no cuenta para nada con la persona, que no reclama más acción que la de venir aquí y ya está, y deja a la persona en la pura pasividad, en la mera recepción, anulado y vaciado hasta de sí mismo. Y perdón por la exageración. 

¡Qué bien tan bueno y generoso, aparentemente! ¡Qué bien tan pura gratuidad, salvo al final, claro, cuando se vaya de su lado, que se llevará consigo lo más de lo imaginado! ¡Qué bien...! ¿Qué bien? ¿Eso es el bien? 

Si uno se para a pensar, a lo mejor lo mejor es no quererlo. 

Cada día, nada más y nada menos. Y cada día será mejor, lo note o no. Da igual. Volverá a casa mejorado. Porque el arte que tiene Protágoras es el de mejorar las personas, nada más y nada menos. No una cosita entre otras, no algo singular, no algo de una región concreta, de un aspecto fundamental siquiera. No, la persona. Mejor persona. ¡Es para pensarlo!

Y también para pensar si algo así no es más que humo y engaño. 


viernes, 28 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 19. (Platón, 317a - 317e)

La muchedumbre es un "topos" tan común y tan antiguo que antecede a Sócrates, a los sofistas y a lo filosófico. La persona está en la naturaleza sin ser naturaleza. Decir eso es tan básico que no necesita ni explicación. Se conoce de modo directo. Se sabe intuitivamente. Sin embargo, la persona puede buscar refugio a su intemperie en su especie, como una especie de retorno y negación de su condición en aras de una tranquilidad que le proteja de su propia responsabilidad para consigo mismo. Y poco más. En este sentido, "la muchedumbre no comprende nada, sino que corea." 

Es una imagen explotadísima. Curiosamente, suelen ser los otros los que están en la masa. Solo algún filósofo en la larga historia que tiene ya habla de formar grupos de gente que funcionen precisamente de este modo, con una conciencia única. Pero insisto en que siempre serán los otros los amasados, siempre se verá a los otros de ese modo. Es difícil verse a uno mismo de ese modo, porque nuestra conciencia inmediata lo niega. Lo que sabemos directamente es que no somos ningún grupo de personas, ni pertenecemos realmente a ninguna especie, sino que somos únicos. Y por eso nos queremos comprender así. Otra cosa es nuestra sutil capacidad para ver a los demás, insisto, sin su personalidad propia, comportándose como "gente" y poco más. 

Creo que el sofista así lo ve y así lo proclama. Quizá porque ni siquiera se ha examinado un poco a sí mismo. Quiere defenderse de la especie dominándola, no respetando por tanto su peculiar "originalidad". En otros términos diríamos que se sitúa en el lugar del dios. Aunque a alguno no le guste demasiado este lenguaje, es lo que está en juego. El sofista opta por salir de la humanidad para mirarla por encima del hombro y ejercer un poder que no le corresponde empequeñeciendo a los demás. 

Frente al sofista, Sócrates como resistente. Resiste del lado de la humanidad que no obedece, que no sucumbe a las palabras bonitas de los que dicen cualquier cosa. Resiste del lado de quien tiene conciencia de sí misma, de no ser de una especie de hombres en general, y examina que no pertenezca por tanto a ningún grupo hasta el punto de perecer con él. Una cosa es relacionarse, otra es participar, otra muy diferente someterse. Ahí está Sócrates presentando sus credenciales a Protágoras. 

El desprecio de Protágoras hacia sus semejantes es notorio y palmario. En una sociedad dividida entre libres y esclavos, se da cuenta que los libres son también requeridos por una libertad que no se hereda de otros, y que, por lo tanto, también hay libres esclavizados y libres liberados. La masa, por otro lado, responde casi incondicionalmente a lo dicho por otros, haciéndose eco, como un coro de teatro que no ocupa lugar relevante en la escena dramática. 

Ahora bien, si ha despertado a una auténtica verdad, lo que hace es traición a la verdad misma. En el ejemplo cavernario, según él, sería una especie de hombre incompasivo que, habiendo visto algo auténtico bajo la luz del mismo sol, vuelve dentro de la caverna para cultivar aún más el dulce letargo de sus contemporáneos. Algo que, si se me permite el comentario, es realmente imposible. Nadie que haya visto la Verdad vuelve al prójimo para esclavizarlo. Habrá visto otra cosa, pero no la Verdad, no el Bien, no la Belleza. Y no me puedo explicar mucho más aquí de momento. Pero queda dicho. Desde el principio se puede notar que algo falla realmente en toda la sabiduría que Protágoras esgrime como original y propia. ¿Qué es eso que no cuadra? Su vida. Nada más que eso. Nada menos. Alguien de cara a la Verdad y el Bien no puede vivir como Él vive. 

Protágoras, el valiente, dice exponerse al peligro que los demás suponen para su vida, porque al verle todos le envidiarán, todos querrán lo que tiene, se volcará sobre él su ira, rencor y mediocridad. En lugar de desear ser como él, muchos, la mayoría, la muchedumbre no intentará siquiera esa cota y acabarán con él. Un profeta, o algo así. Algo muy parecido a un profeta, pero de sí mismo. 

Lo que Protágoras parece haber descubierto es el arte que le permite ser diferente a los demás, pero de tal modo que no provoque solo rencor, sino con un arte que los controle y aplaque, convirtiendo a los demás en sus seguidores, discípulos dóciles. 

En su razonamiento, para la muchedumbre el que se distingue obra un mal al grupo. Así lo vive, y no creo que hasta aquí haya nada nuevo tampoco. Está dicho de mucho antes. El grupo, como mejor se organiza normalmente, es expulsando de sí al otro, al diferente. La común costumbre de querer encontrar un enemigo sobre el que volcarse. Porque el miedo al diferente, al otro, al de verdad extranjero o que no quiere negarse a sí mismo como persona única en un cúmulo de relaciones que lo plieguen a dejar de ser, termina en su expulsión en el mejor de los casos. E insisto en que esto se ve siempre mejor en otros que en uno mismo. Para reconocerlo en sí mismo, ahí donde comienza la filosofía socrática bajo la máxima del crucial "Conócete a ti mismo", hace falta algo más que la desconsideración de los demás por la consideración de uno mismo. Hay algo de amor hacia los demás en todo esto que no puede olvidarse en defensa de una subjetividad muy completa y una personalidad muy elaborada y cultivada. 

El suyo es un camino de una supuesta grandeza: ser él mismo. No ocultarse y presentarse a los demás como sofista, pese a lo que pueda pasar. Y contar precisamente esto. Mejor, según él, no ocultarse. Y tomar precauciones. Curiosamente, para que los otros no le hagan mal, para no sufrir. ¡Al amparo de los dioses!

Y como se presenta ya casi como un anciano educador de jóvenes, Sócrates invita a Pródico e Hipias, porque parece que está hablando para que también ellos, que siguen este camino por su cuenta, reconozcan su superioridad no solo entre los hombres y la muchedumbre, sino también entre el grupo de los que se dicen sofistas. 

Inmediatamente Sócrates ha creado una asamblea. Nada más y nada menos. Lejos del privatismo. Pero en el lugar que había dispuesto Hipias para sí. Toda una cátedra para escuchar a hombres sabios. 



jueves, 27 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 18. (Platón, 317a )

Estaba ya hablando Protágoras, que ha cogido la palabra para expresar su situación. Él, como sofista, a diferencia de otros agraciados con ese arte, no se ha ocultado detrás de ningún disfraz poético, físico o musical, sino que se ha presentado con lo que es. Sin embargo, reconoce que muchos otros antes se han disfrazado por envidia. No por la suya, sino por la de otros. Y por el miedo a las consecuencias. 



Voy a detenerme un poco. Explorando aquí y allá, sin más. 

La envidia, de la que no suele hablarse en exceso, sobre todo cuando se tiene, no tiene fácil freno. Siempre me ha parecido interesante recordar a Hesíodo, porque le dedica una especial mención entre lo poco que ha llegado. La hay de dos tipos: de la admiración que mata a quien la tiene y del odio que mata a quien se envidia. En cualquier caso, apunta hacia la desaparición de alguien. Se da entre personas, no con las cosas. Aunque las cosas puedan ser motivo. Pero se focaliza en las personas. 

Es difícil hablar de ella largo tiempo. Alguna vez lo he intentado. Por un lado, es una pasión y se presenta como tal. Por otro, sin dominio, mueve a la persona a hacer algo. De momento, lo primero, es el oscurecimiento de la razón y la inteligencia, casi del alma en su conjunto. Que ni es capaz de ver otras cosas, ni se despista con su atención. Queda anclado. Secuestra a quien la vive. De tal manera que se desprecia a sí mismo o desprecia a otro. Pero queda atrapado, sin mucha más salida que ofrecer. 

El contrario de la envidia, que sigo buscando, apareció ya en otro comentario al blog. Creo que lo mejor que he visto hasta el momento es el buen deseo hacia los demás. Buen deseo. No tengo palabra clara por el momento. Igualmente, como decía en otra ocasión, la envidia no suele engañar a nadie, no se trata de una mentira, sino de una verdad mal vivida, retorcida, aislada del conjunto. Lo cual me ha llevado a pensar que la verdad no está simplemente en meras proposiciones o juicios, cuando se eleva sobre realidades complejas, sino que es propia de la razón en sentido amplio con su dinámica propia. De modo que la envidia se instala ahí, en la capacidad para el juicio sobre otros, que tomados como similares, de pertenencia a un género común, de repente se presentan como enemigos de la propia vida o felicidad, rompiendo la propia concordia, lanzándose contra los demás. 

La envidia es esa verdad incómoda sobre los juicios complejos que atrapan al otro sin dejarlo vivir, hasta desear la muerte, sin ver más salida que la rivalidad, sin alegría alguna, sin reconocimiento. La envidia siempre es la reducción en la complejidad de la persona haciendo una síntesis inapropiada e inadecuada tanto de quien piensa como de quien se piensa. Y supera con creces cualquier límite fácilmente previsto, asediando. 

En la envidia hay un componente afectivo fuerte, pero también de juicio en tanto que percibe ya con una orientación de la propia vida hacia el otro, que es más que un análisis de situación propia respecto de la ajena, e involucra el querer y el deseo, lo volitivo. Oscuramente vinculado. Pero sin que se pueda adentrar fácilmente en el entorno y en su origen. Queda ahí, como error de la percepción, como una percepción de la mentira tomada como verdad. 

Sin duda, la envidia es personal y social al mismo tiempo. Hay envidias colectivas, compartidas, que no rivalizan entre sí sino con otro, que sufre esa mirada general sobre su propia existencia. Pero debe tener origen en algo. 

Pienso en el relato de Adán y Eva, por ejemplo, o en otros mitos paralelos del mundo babilónico-asirio. Hay una desigualdad ontológica vivida como rivalidad epistemológica. La desigualdad es real y patente, manifiesta desde el inicio. La percepción está ajustada, hasta que se quiebra. Y es condición previa para todo lo demás. Entre lo cual participa la sospecha, el pensamiento sobre una injusticia que no hay, el engaño del otro sin percibir el propio engaño. Y la persona que lo vive, a medida lo que vive y sin ser capaz de dominarlo, va permitiendo que la envidia tenga progresivamente más voz y más voz. Carcomiendo todo, resquebrajando progresivamente la relación establecida. 

Es duro ver la envidia de este modo, como pretensión de llegar a ser lo que no se es, deseándolo, y estando dispuesto a matar a otro creyendo que así se podrá o bien ocupar su lugar, o bien alcanzar la paz de nuevo. Es desear regresar al Edén cuando se está en él, pero habiendo salido de él racionalmente. 

Una y otra vez. 

Protágoras se queja de la existencia de la envidia de modo generalizado. Es ante el don del otro. Queda, por tanto, justificada. No es vacía, no es un sinsentido. Sino una forma de mal comprensible y merecida que, en el fondo, cualquiera que posee un arte como la sofística deberá aprender a padecer de parte de la masa. O eso, o dejarse matar, que es lo mismo más o menos que ocultarse en vida. 

Según Protágoras, él es un valiente. Porque le ha plantado cara a la envidia de los demás y sigue adelante. Aunque con precauciones, claro. Que es, como bien dice, extranjero en tierra extraña. 

De la envidia, a la muchedumbre que corea. Y, en esto, también acierta. Y el arte de Protágoras es que, conociendo que la envidia tiene dos caras, la de la admiración al otro hasta la muerte de sí mismo y la del instinto asesino para privar al otro de su don y arte, ha querido aprovechar su ventaja con las palabras para dar a la masa lo que realmente quiere, de tal manera que ya no tendrá que vivir del miedo a su envidia, sino solo disfrutar del provecho de su admiración. Aunque la envidia les haya causado la muerte, como el peor de los males. Están muertos en vida, así es, porque en lugar de hablar por sí mismos son simple eco, simple redundancia de lo ajeno, simple vacío lleno de la voluntad de los sofistas. 

La sofística no cura la envidia, sino que la aprovecha. Y lo hace en masa. ¡Esta es la clave!


miércoles, 26 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 17. (Platón, 316b - 317a)

Poco a poco. Ayer ya giró el diálogo hacia el encuentro directo con Protágoras, aunque el escenario sea bien diferente al patio o el camino en el que hasta ahora han permanecido tanto Sócrates como su amigo Hipócrates. Entraron en la casa y, para sorpresa de cualquiera, aquello se parece más a un escenario con varias escenas simultáneas y multitud de gente. Agobia la mera descripción. Y en todas esas conversaciones paralelas siempre hay un maestro y un corrillo organizado. A diferencia de la simple amistad de Sócrates con Hipócrates, que llegan en concordia y simetría, por decirlo de algún modo. Queda patente que están ellos frente a todo lo demás. 

Sócrates se acerca a Protágoras y se presentan ambos. Insisto, amistad por delante. Y se va aclarando el asunto. El sofista está interesado en saber si es "consulta" privada o puede ser pública. Supongo que costará diferente. Lo cual es interesante, incluso desde fuera. Porque va directo a la conversación y nada tiene que ver con las personas que han llegado a su presencia. A pesar de que Sócrates, vuelvo a repetirlo, pone la amistad por delante de todo lo demás. 

La respuesta es la indiferencia y, no sin cierta ironía, ya le ha dicho a Protágoras que no se ha enterado de nada, porque eso no es ni importante, ni relevante, ni lo que le ha preguntado. Así que, como de costumbre, se empieza por la discordia más evidente. Es que Protágoras ni se ha enterado, ni ha preguntado el tema. El contenido le da exactamente igual, lo suyo son los modos. Intento reservar últimamente la palabra "forma" para otros usos. Hablar de "modos" tampoco creo que sea lo mejor. Espero que se entienda. Que Sócrates circunda un asunto con el empeño de definirlo, mientras Protágoras está en lo superficial, en el género, en lo genérico. Quizá porque todavía ignora de qué va todo aquello que pone en marcha el discípulo preguntón. 

Da igual el género. Así que Sócrates le pide que primero se detenga en el tema y lo comprenda bien. Que luego decida él cuál es la mejor modalidad para todo aquello, si es que hay una que sea mejor que otra o no. Así que Sócrates aborda el motivo de la visita a Protágoras, que es el siguiente: (1) Hipócrates, que es su amigo y es rico y le precede el prestigio de los suyos y su casa, (2) posee una "disposición natural" que es "capaz de rivalizar" con "sus coetáneos". (3) Desea llegar a ser "ilustre" en la ciudad. (4) Cree que lo lograría mejor (5) si tratara con Protágoras. (6) Considera, Protágoras, cómo tratamos esto, si solos o en compañía. 

Rápidamente, para quien no lo vea, Sócrates presenta algo sobre lo que detenerse y que a él parece de una forma, sobre la que quiere investigar si es verdad o no. Y son varias las veces que se escribe en estos términos. Sobre el parecer y la creencia. Presenta directamente, no su opinión general, sino el tema que hay que tratar. Lo único que sabe es sobre Hipócrates, pero nada más. Lo cual es más que relevante. Porque la educación elevada de Protágoras está ignorando por completo a Sócrates y mostrando un verdadero desprecio por todo lo demás que no sea él mismo. Espero que el buen lector lo note, sobre todo en lo que llega a continuación. 

Una vez toma la palabra, se acabó todo lo demás. Eso sí, él se presenta emparentado en arte con las raíces más profundas de la Grecia Clásica (perdonad las mayúsculas). Nada más y nada menos. Por muy precaria que sea, casi victimistamente expuesto, que si extranjero, que si sufre las envidias de otros, que si viene mucha gente a hablar con él... Lo dicho, que uno sin presentarse y otro hablando de sí como héroe ajeno a toda mundanidad y conectado casi con la divinidad. ¡Pues veamos! 

Protágoras es, según él, "un extranjero que va a grandes ciudades y, en ellas, persuade a los mejores jóvenes para dejarlo todo y reunirse con él para hacerse mejores a través de su trato." Algo para lo cual tiene que "tomar precauciones" y saber defenderse de "la envidia" de los demás. ¡Poca cosa!

Luego afirma que el arte de la sofística es antiguo. Y en esto, al menos, coincidimos plenamente con él. Dependiendo de qué sea la sofística. Lo cual habrá que ir viendo. Pero que es antigua, seguro. Tanto vista de una manera como de otra. Ahora bien, para Protágoras es sabiduría, que se escondió para protegerse de las envidias de los demás, en la poesía o, incluso, en la gimnasia y otras artes posiblemente. Ocultándose ellos y su arte, por tanto. 

La envidia era el mal del que se protegían. ¡Tomemos nota! Creo que hay que dedicarle un rato más largo. 



martes, 25 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 16 (Platón, 314a - 316b)

Lo que Sócrates está poniendo en juego es que vivimos según lo que llevamos dentro, según el alimento del alma. Y que esto es sumamente delicado, porque nos vemos de este modo, tamizado todo por lo que hoy llamamos ideas, que no siempre se corresponden con la verdad y pueden ocultarla, incluso sin que lo intuyamos. A esto se refiere con las enseñanzas, que realmente aprendemos y hacemos nuestras. 

La alusión a los mayores, en tanto que sabios, es muy interesante. No por mayores, sino por sabios. Los mayores ya no pueden escapar, en muchos casos, de la verdad que se impone con la vida. Y, al menos, tienen la capacidad de reflexión con distancia que los jóvenes, por ser jóvenes, desconocen y ni atisban todavía. Los mayores ya están totalmente comprometidos con lo vivido, con lo realizado, con lo pensado. 

Si vivimos de opiniones, y no da igual qué opinión recibamos y nos alimente, resulta capital revisarlas cuanto antes. Ojalá se pudiera seleccionar y coger solamente aquellas que lleven a plenitud. Pero lo cierto es que algunas enseñanzas brillan tan hermosamente y parecen tan bonitas y llamativas, que cómo no se les va a dar un mordisco como mínimo, cómo no probarlas algo. Se muestran con encanto, con atractivo, por su lado de bondad dejando en lo negativo y bien oculto su "efecto" secundario, como un presente tan encerrado en el presente que luego ya veremos. Al sofista tendrá tiempo de escapar antes de que se le pueda pedir cuentas. 

Si vivimos, como dentro de una especie que no atiende ni a instintos ni a razones fácilmente, sino que busca un cierto sentido de algo en la realidad, entonces las enseñanzas, salvo que contengan la libertad como premisa fundamental y enseñen lo que de verdad se puede enseñar, que es la responsabilidad de cada uno, se convertirán en determinaciones internas confundiéndose con la libertad que dimana interiormente al sujeto. Será difícil desligarse de ellas y verlo de otro modo. Serán enseñanzas que no previenen sobre la fuerza el prejuicio, más que enseñanzas sobre la exigencia de racionalidad en todo ámbito. 

De entre las enseñanzas, al igual que respecto de la realidad en su conjunto, se puede hacer diferencia entre unas y otras, según comprometan la persona. No será lo mismo "existencialmente" hablando una suma que la propia filiación. Ahora bien, si hace unos años pensaba que las primeras, esos saberes hoy incluidos dentro de una racionalidad rigurosa y estricta de método propio, eran menos vitales, hoy tiendo a considerarlas como fundamentales, porque afectan por vía de la conformación de la razón en su conjunto, en su disciplina, en su orden, en su alcance, en la aceptación de la contingencia y en la comprensión de la comunidad a la que se pertenece. No son ni mucho menos ajenas a la vida, aunque no sea su ámbito primario y original. No digo con esto que las haya despreciado como conocimiento, porque nunca lo hecho, sino que veía el tema más implicado en la región de alcance que en la conformación de la razón, que ahora me parece importantísimo hacer valer. 

Sócrates vive aquí de eso, precisamente. Sócrates vive de esa verdad y con esta distancia y acción prepráctica, con esta precaución. Este es el tema, en el fondo, y lo que mejor se puede aprender leyendo este diálogo. 

Se disponen a ir con Protágoras, que no está solo. Hay más sabios. Entre los que se nombran está Hipias y Pródico. ¡Esto va a ser divertido! ¡Menudo diálogo! Sin duda, a la altura de los debates televisivos de nuestra época. 

El episodio del camino, sobre el que no se dice nada, se dice realmente todo. Hipócrates y Sócrates se han puesto de acuerdo, han practicado la auténtica filosofía. Hasta que no lo han logrado, agotando el tiempo y posponiendo todo lo demás, no dieron el siguiente paso. Todo un elogio a ese pensamiento que se hace caminando y que queda reservado a quienes lo viven. Más que concordia emotiva, "homología" racional. Y cada vez que aparece algo así en los diálogos socráticos es para subrayar, porque reanima la esperanza frente a lo que se viene y no dejará de llegar. 

Llaman a la puerta, pero no les dejan entrar. Está lleno. Con tono displicente, señala Platón, les dejan fuera de la reunión. Demasiados sofistas. Hasta el punto de ponerlos bajo el mismo apelativo. El portero se reserva derecho de admisión y quiere poner fin pronto al espectáculo. Unos dentro, otros fuera. Y queda dicho para todo lo que queda por llegar. Fuera, la homología. Dentro, la discusión. Fuera, la amistad. Dentro, el combate dialéctico. Qué razón habría para insistir, si hasta un esclavo es capaz de despreciar lo que sucede dentro. Debe ser bochornoso. 

Pues insisten. Y dan explicaciones. Ni van a ver a Calias, ni el eunuco debe temer porque no son sofistas. Quieren tratar con Protágoras, sin que este les espere, sin cita previa, a la intemperie y con interrupción de lo que esté haciendo. Es como una urgencia.

Las escenas que pinta Platón son bastante graciosas. La procesión cuasireligiosa de Protágoras y el trono de sabiduría de Hipias. Y mucha gente conocida de aquí para allá, con la cohorte de extranjeros y con acaudalados atenienses siguiendo sus voces aquí y allá. Platón apunta: "encantándolos con su voz, como Orfeo" y "atendiendo por turnos y disertando sobre tales cuestiones", refiriéndose al monólogo de Protágoras y al arte de responder preguntas de Hipias. Completa el tríptico Pródico, tumbado como un semidios, rodeado de placer y tranquilamente hablando en una habitación preparada para el momento por la abundancia de gente, que no permitía desde fuera ser escuchado desde fuera finamente. 

La cantidad de nombres da muestra de la extensión en Atenas de la sofística. No era un círculo pequeño, aunque sí selecto. En absoluto era para todos. Esto no se había pensado entonces, como sí se piensa ahora. De las artes que se están aprendiendo y recibiendo aquí dependerá la bondad de Atenas y su futuro. La lista de personajes citada da muestra de su impacto. 

Esto es lo que hay. Y llegan, por si fueran pocos en la reunión, Alcibíades y Crítias.  

Sócrates se dirige, por fin, hacia Protágoras. Comienza la exposición y el diálogo. 




lunes, 24 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 15 (Platón, 313d - 314a)

Se reconoce a un sofista, en gran medida, porque siempre vende ideas que busca que otros compren. Este es su negocio. Situarse como maestro, ante la ignorancia e ingenuidad repartida por doquier. Porque, como ya he dicho, no es Sócrates el único que sabe sobre la ignorancia. También los sofistas conocen la ignorancia y la precariedad en la que queda situada la vida. Pero unos y otros se diferencian en algo fundamental: uno considera que hay salida para la ignorancia, mientras el otro sabe que no la puede abandonar definitivamente nunca; uno ve en la ignorancia el momento de debilidad que hace sufrir, sobre todo ante los otros, mientras que el otro ve en la ignorancia el punto clave en el que la humanidad puede encontrarse y emprender un verdadero camino. 

Para Sócrates, no se trata de vivir aprisionado por el miedo frente a los discursos, frente a las enseñanzas de los demás que ponen en riesgo el alma, sino de vivir en la ignorancia de tal modo que siempre quede tiempo para la distancia prudente, para no dar de primeras la razón a nadie que no esté dispuesto a examinarla, revisarla, pensarla de nuevo. O sea, nadie que no coma en común, como si esto fuera un banquete, de la misma idea. Si realmente es buena, si realmente alimenta al alma, entonces quien la enseña estará dispuesto a vivirla en sí mismo y no solo la dirá a otros. El giro es lo suficientemente fuerte como para pasar de las palabras, sin más, a las razones vividas, al fundamento en el que se apoya quien las dice. Y ahí sí hay fortaleza. 

No solo eso, no solo es un modo de enfrentarse a los otros, sino que fundamentalmente es el modo de verse y conocerse. Requiere, si se entiende, vivirlo. Luego no iremos a otros, sino que nos quedaremos primero con nosotros mismos para ver hasta dónde llega el examen. Si no, entonces no estaremos viviendo lo que realmente se está diciendo, es decir, no hay verdad en nosotros y seguimos postrado en la ignorancia de la ignorancia, o nos habremos convertido en sofistas que prueban en otros lo que deberían probar en sí mismos. Y punto. Y Sócrates es esto. Y el encuentro con los otros no será probar a los otros, sino el modo de probarse a uno mismo, esto es, el deseo de refutarse a uno mismo para purificar el alma y dale el alimento que, ahora sí, le dé la suficiente fuerza. 

No es posible recoger enseñanzas fuera, como en la bolsa de la compra. Toda enseñanza se recibe dentro. Hay, por tanto, comunicación radical posible y más que posible. Es posible el peligro y también el acierto, la verdad. Es posible, por tanto, vivir de verdades. Las heridas no las ahorra nadie, por otro lado. 

Semejante "subjetividad" descubierta nada tiene que ver con el aislamiento, ni con el relativismo moderno. Estamos en otro mundo inmersos. En este mundo es posible y más que posible el diálogo con los mayores, con los ancianos, con los que, en principio, han vivido tanto que es imposible que no hayan aprendido algo. Más aún en vistas de que están ya en otra inquietud instalados. Porque los mayores, a diferencia de los jóvenes que creen tener todo por delante, se examinan continuamente a sí mismos y repasan con frecuencia lo que han vivido, y lo recuerdan. Y en este natural recuerdo, que suelen contar a otros, se descuelgan aprendizajes, cuando los mayores son lo suficientemente vivos como para haberse olvidado en algo de sí mismos y prestar una atención ya desinteresada a su camino, con la perspectiva y amplitud que da algo más que el tiempo. Siendo jóvenes, y siendo jóvenes siempre imprudentes, qué mejor que, como mínimo, acudir a los que van delante, por si de ellos cabe aprender algo, ya que están examinando y examinando lo que ha pasado y podría no haber pasado, es decir, su responsabilidad y lo que va dejando. 

Algo muy agradable es la comunidad que se construye con Sócrates en torno a preguntas y diálogos. Hay amigos antes, hay amigos después. Hay algo más, de lo que no se habla normalmente, en la sólida comunión de estos inquietos ciudadanos que, dentro de la ciudad en general, han construido un universo propio en el que no se entra, ni del que se participa de cualquier manera. Sin embargo, aparece y acogedor con cualquiera que esté dispuesto a participar en él honestamente, es decir, sin interés particular y velar por el bien del grupo. Esta comunidad, que se ve claramente en torno a la muerte de Sócrates, porque Sócrates no muere solo, sino arropado por el dolor de los amigos, a los que no ha conseguido convencer con sus argumentos y tiene que hacerlo con los hechos. 





domingo, 23 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 14. (Platón, 313a - 313d)

Sócrates -en negativo- no quiere que Hipócrates, este amigo suyo, le dé la razón. No se trata de esto. Lo que está en juego no es su victoria sobre el contrincante. Sócrates -dicho en positivo- hace que su amigo piense y descubra la razón, su propia razón. Confiando en esto, se podrán de acuerdo ambos si ambos son capaces de escucharla. Porque la razón es común y para todos, como la verdad. En caso de que no se dé, algo está desencajado y habrá, por tanto, que revisarlo. 

Parece ser que el riesgo ya está reconocido, que se vive tan ignorantemente que ni siquiera se atiende a lo fundamental. Con la expresión "lo más que el cuerpo" se descubre otro orden de realidad que lo resitúa todo. Aunque esto del alma se haya entendido tan mal y se siga entendiendo con tanta deficiencia, pese a ser lo más evidente en cada uno a poco que se examine cualquier a sí mismo, o por el mero hecho de estar continua y permanentemente en ese diálogo interior tan fino y suave, pero tan constante y permanente e inapagable. 

Al cambiar de plano, de orden, lo útil y lo perjudicial no se mantienen tampoco en el mismo significado y contenido. Apuntan a algo mayor, como es el hacerse a uno mismo y estar en construcción inacabablemente, incansablemente. Tan exigente es la vida que es así una y otra vez. Tan misericordiosa, por otro lado, que ofrece la tregua y se brinda a la distancia con el mundo y hasta con la propia historia. No cabe duda del peso de lo realizado, pero nunca es tanto que no deje abierta siempre la puerta de la radical novedad y de la libertad casi absoluta en la que el ser humano pueda dar un giro total a su vida. Sin duda, a la hora de realizarlo hacia el bien o hacia el mal, sabemos sobradamente que no estamos solos. Que siendo nuestra libertad esta no se aísla tanto de los otros como pareciera a tantos que solo conocen esto porque están escribiendo en sus papeles un libro y poco más. El peso de la responsabilidad no es más que el aviso permanente de la novedad que viene una y otra y otra vez, y por lo tanto es más libertad que esclavitud cuando se asume como tal. 

El compromiso de la libertad en quien es libre es precisamente gastarse, abandonarse y sucumbir. Es decir, dejar de ser libre para elegir, para reducirse, para limitarse, para definirse, para ir haciéndose. Y, sin embargo, nunca del todo ni cerradamente, por fundamental que sea la decisión. 

Sócrates plantea a Hipócrates que Protágoras se parece, en tanto que sofista, mucho a un traficante o tendero, a alguien que comercia. Lo que le define en esta tarea es el producto que vende. Y bien sabemos que la comparación no es gratuita, porque el comerciante lo que quiere es que le compren y para ello utiliza artes diversas. 

Lo importante, de todos modos, siempre me ha parecido que está antes, en la pregunta radical que hace Hipócrates y que revela que comienza a despertar de su sueño y a entablar un buen diálogo. Lo cierto es que, pasado el primer entusiasmo, rebajada la tensión después de ruborizarse, todo ha venido a ser calma y entendimiento. Ahora se trata de algo importantísimo: del alimento del alma. 

La vida se alimenta, se nutre. El alma requiere en la persona de algo diferente de sí y no se sostiene siquiera por sí misma, por importante y grande que parezca. Estamos descubriendo este mundo y, con las referencias de las que se dispone, se aborda con la naturalidad propia de la sinceridad del explorador del mundo nuevo. Siempre en diálogo con lo que se tiene, para no perder pie y tener referencias. De lo contrario, sería un viaje sin retorno. Que es probable, ahora que lo pienso, que se dé de verdad en quienes han dejado de instalarse en cierta cotidianeidad y se les ha vuelto todo roto, como sin el sentido que hasta entonces había recibido y se han quebrado a sí mismos. El niño que jamás volverá a ser niño, la experiencia de no poder revertir la historia, de no ser capaz de frenar el tiempo. La vida se nutre, aquí se dice así. Luego hay algo muy parecido y propio al alma, en lo que el alma se hace a sí misma quizá solo eso, ser para sí misma también y despertar de su silencio, reclamar su sitio y poco más, exigir la atención y cuidado que le corresponden como don. 

El caso es que, en este mercadeo, unos saben lo que venden y aún así lo venden aunque sepan que no está a la altura o incluso puede ser nocivo, y otros compran, esta vez sin saber quizá lo que están adquiriendo. Y, a diferencia de lo que ocurre con la exterioridad del cuerpo, reduciendo mucho, el caso es que respecto del alma no se puede exponer un solo un poco, solo a medias o a tientas, sino que se da de plano, de forma directa e irreversiblemente es causa de algo posterior. El impacto es inevitable, no se puede mirar hacia otro lado. Es lo que tiene la interioridad, que para recibir se expone. Y que no está tan cerrada como alguno pueda considerar llevando máscaras e intentado pasar desapercibido en el mundo. Esto, más bien, es al revés o lo contrario incluso. Se engaña quien piense que puede vivir en la apariencia protectora, reservándose para sí mismo, porque no hay tal. Solo hay una forma de vivir, una única persona. 




 

sábado, 22 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 13. (Platón, 313a)

Cuando Sócrates pone en este diálogo con Hipócrates "lo que estimas más que el cuerpo", que puede entenderse como "dualismo" (y entonces usamos una palabra que nada tiene que ver con todo esto y nos vamos de aquí para allá), creo que está señalando precisamente lo que está más allá de lo que habitualmente tratamos. Y que cada cual estima en sí mismo, valora en sí mismo, percibe por tanto en sí mismo y lo percibe de una forma distinta a como se ven los árboles o los colores, o como se reciben -incluso- otras afecciones, otros compromisos, otros golpes. 

De eso precisamente depende lo feliz y lo desgraciado, el rumbo y el camino hacia ellos, la comprensión de sí mismo y la valoración de todo lo demás, confusamente generalizada. De modo que es un "hacerse" a sí mismo. Y cuando aquí vuelve a repetir palabras, "útil" o "malvado", ya no se refiere a lo idéntico que antes. Porque no quiere hablar de algo usable, porque no lo es, porque se ha situado en otro orden. Y lo que quiere decir es que ha habido en la propia comprensión de sí mismo, y de lo que en uno mismo es más que uno mismo, una modificación, un cambio, una transformación, un dinamismo. Que puede decirse en términos de empobrecimiento o enriquecimiento, o mejor dicho, de mayor presencia o de mayor olvido de sí y de lo más que uno mismo en uno mismo. Porque de lo que trata este diálogo en gran medida es de ese descubrimiento, de la incapacidad de tratar todo de igual modo y de, en la medida de lo posible, hacer presente siempre el alma, la conciencia de sí y en sí de algo mayor que uno mismo, y del cuidado de eso mismo para que siempre sea recordado, nunca olvidado, nunca equiparado al resto sin singularidad y generalizándolo. 

Y, seguimos, porque eso tan valioso se pone en diálogo con los demás y se puede acordar con otros, que tampoco son cosas, y cuyo valor principal se descubre por el camino de la relación y del amor, del vínculo y el cuidado mutuo. Y porque no se acude, para ciertos temas, a expertos en materias diversas, sino a los que se aman, aún sabiendo que ellos no son tampoco los más sabios. Pero ese impulso que aboca al diálogo y la conversación exigirá también de parte de todos un mayor recuerdo. Y Sócrates aquí retoma una costumbre cotidiana que igualmente debe ser elevada a lo filosófico. Y que no se da porque tampoco se recurre a ella. 

Sócrates vuelve a insistir en el peligro, que es la ignorancia, cuando la ignorancia se pone en marcha para arriesgar la vida de la persona confiando la vida y lo que hay que es más que vida en manos de otros sin calcular el impacto que tendrá. Es más, sin saber siquiera que todo trato con otros es impacto en el alma. Porque la relación con los demás se distingue de la relación con las cosas, por decirlo rápidamente, en que en el trato con el otro siempre el alma está en riesgo, lo que no pasa entre cosas, donde tenemos la capacidad de dominar y ser quienes dan sentido. Pero en el trato con otros se recibe enormemente. En el trato con el alma, entre almas, se da una transformación de otro orden por medio de las palabras, sean o no útiles y buenas o lo contrario. Y Protágoras, que es experto en palabras, todavía no sabe Hipócrates para qué y cómo las dice y qué busca hablando con otros mientras otros, situados en una pasividad enorme, escuchan viéndose progresivamente privados de capacidad de respuesta, admirados y sometidos al dictamen de este dictador de la retórica aparentemente benevolente con sus discípulos, a los que solo dice restar parte de su hacienda y riqueza, ocultado o ignorando todo lo demás. Si Protágoras tampoco sabe lo que hace, de algún modo sería inocente. Veremos si sabe o no lo que está haciendo y qué supone. Más adelante en el diálogo. 




"Lo más que el cuerpo" es poco menos que un enorme misterio, en el que todos vivimos cotidianamente. 

viernes, 21 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 12. (Platón, 313a)

Ayer dije lo que dije, escribí lo que escribí, pero muy deficientemente. Como siempre, a la carrera. Justo lo contrario de lo que debería aprender con estas lecturas. Pero la vida no da tanto cuartel como el papel soporta. Y se vuelve exigente, cuando no es fácil recibirla como caprichosa, aleatoria y brusca, sin que atienda a deseos, a pareceres, a importancias. Será el tiempo más bien, que se tiene aunque a medias. 

El caso es que, respecto de lo útil provechoso y lo no útil por perjudicial y dañino, quedaba un flanco no cubierto que es toda esa parte de la realidad que no responde a estas categorías y ante las cuales la fuerza de nuestra capacidad para dar sentido o reconocer el sinsentido quedan ridiculizadas. Porque sería algo así como intentar tratar de mover una persona de sitio como se mueve una piedra, cargando con ella sin querer atender a su pataleta, protesta o agradecimiento, es decir, su revelación. 

Vuelvo a lo anterior, cuando intentamos dar sentido a algo de lo mucho que tenemos a disposición, en ocasión ese algo se revela, se muestra, nos devuelve una expresión y nos confronta. Y no se deja atrapar por la razón corta y torpe que en otros casos posee, manipula, domina y aprehende, sino que simple y llanamente se muestra y lo hace con la cualidad especialísima del dar noticia sin darse por entero. Y para que nadie piense que esto es algo ajeno, se trata de una experiencia tan personal como aquella que se da en el conocimiento propio, salvando la enorme distancia del acceso que tenemos a regiones de nosotros mismo que están cegadas radicalmente para cualquier otra mirada. 

De lo que se trata es de esto, respecto de lo útil y lo no útil, de lo provechoso y lo no provechoso, y su carga opuesta de realidad que nos arrebata, resta y aleja del sentido quebrando la vida, en ciertos momentos con una enorme violencia y vaciamiento de uno mismo, soledad y pérdida. 

Por si hay que aclararlo, este campo -no pequeño- que no abarca la distinción socrática lo es igualmente respecto del bien y del mal, nunca a partes iguales. Hay un bien al que no cabe preguntar por su utilidad y sentido. De hecho, estamos tan acostumbrados a él, a convivir con él, a que permanezcamos en él que es posible incluso vivir ajenos a su presencia y solo preguntarnos por aquella realidad que parece estorbarnos. Incluso es posible que, para proteger aún más ese bien, la cultura se haya envuelto a su alrededor y haya sido adornado estéticamente tan continuamente a lo largo de los siglos que lo que recibamos sea más la cultura que su realidad, o solo despejando un poco los rodeos seamos capaces de percibir sus entresijos y recibirlo de primera mano. Pero esto es otro cantar, en el que ahora no entraré. 

Sócrates advierte de algo, además de esto. Si supiéramos del riesgo en el que está el alma, viviríamos de otro modo. Y esa otra forma de estar se llama examen, que es en el fondo distancia racional, que es la prudencia educada que no se deja llevar ni por el miedo de primera mano, ni de la ingenuidad de quien no ha aprendido la diferencia entre lo que ser aparenta y lo que el ser engañoso aparenta ser. Y ser aquí no se dice de muchas maneras, con esta frase, aunque se insinúa. Y alguna forma en nuestro empleo cotidiano de la palabra ser termina por ser su ausencia, su vacío, su engaño. Y, con ello además, se cuela algo diferente de lo que hubiéramos aceptado o incluso algo que hubiéramos rechazado, si supiéramos. 

Por eso decía al principio que todo esto está muy relacionado con el saber. Y que no todo se sabe de igual manera, ni por el mismo camino. Y que la uniformidad de los métodos es un error, salvo que por método entendamos búsqueda de la verdad y descubrimiento del ser y del bien. Porque está claro que, y espero que no haga falta repetirlo mucho, hay no pocas realidades que no se conocen hasta que no se viven y se aman. Y hasta que no se viven y no se aman todo es de oídas, pero no es saber en pleno sentido. Es decir, el saber -y yo diría de lo fundamental en este ámbito- requiere la persona entera con su razón a pleno rendimiento, y no una mera parte de la razón dedicada a atrapar, usar y coser la realidad que se presenta a otros universos simbólicos de sentido para copiarlos finalmente en mapas conceptuales estructurados, ordenados y cerrados. El saber de la libertad, la razón práctica y algo más que la razón práctica, está puesta de otro modo ante la complejidad de la vida. 

[En ocasiones pienso que sin saber una persona de sí misma, es imposible que conozca nada más realmente. Pero lo digo entre corchetes.]

El caso es que la razón está puesta ahí para dar o no el siguiente paso, esto es, para confiar o retirarse, para entregarse o defenderse. Y racional será aquella persona, por tanto, que se maneja en estos niveles de aceptación o protección. Pero racionalmente, es decir, de primeras y desde el principio racionalmente. 

Por supuesto, se ve entonces que uno de los movimientos iniciales es la búsqueda del prójimo, la guía del amor. Preguntar a cualquiera sobre la propia indigencia y carencia, sobre la propia ignorancia y precariedad es una auténtica locura. Exponerse de tal manera, donde el sofista agarrará para someter para siempre el alma ajena a sus adornadas palabras, es locura. Y a esto sí que habría que temer, a la propia ignorancia y debilidad, y a la falta de buenas compañías. 

Sócrates piensa que ante una decisión en la que nos jugásemos la vida estaríamos meditando durante días. Si lo supiéramos, claro. Otra cosa es que no lo sepamos, que vivamos sin saber qué es vivir, que vivamos siempre a medias. A lo mejor, como pensará alguno, es la única manera de vivir y todo esto son palabras bonitas, verdaderas locuras, sueños imaginarios. O no. Porque esta puede ser la auténtica verdad y lo que busca el dormido adormecido es que otros yazcan con él en su oscuro alojamiento pasajero, y dejen de estorbar los que dicen algo que no sea como en su mundo está imaginando y sufriendo. 

Pienso mucho últimamente, a raíz de todo tipo de noticias generales y acontecimientos cercanos, sobre las relaciones que se construyen despellejando a otros, hiriendo a otros, agrediendo a otros, expulsando a otros, machacando a otros. ¡Cuántas! ¡Cuántas relaciones impiden la bondad y quieren impedir la bondad en otros!




jueves, 20 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 11. (Platón, 313a)

Sócrates divide la realidad en algo que siempre me llamó la atención: lo útil y lo nocivo. Como si todo, a diferencia de uno mismo, pudiera ser considerado como medio para algo o como realidad que se viene sobre quien puede. Es decir, aprovechable para algo más o no, como si la vida fueran esa especie de -también- matemática incalculable de doble dirección, vectorial; y en cada realidad la indicación la marcara, no la propia realidad, sino la persona que la vive. Y esa fuera, de algún modo, su fuerza o no, su sabiduría o su carencia, su sentido o el daño. Y que estuviera más de este lado que de aquel inclinada la realidad en su conjunto, hacia la vida. Y que fuera tan personal y única, como intransferible y sostenible en su amplitud. Y la razón fuera el instrumento para ello, no para instrumentalizar sino para vivir. Y que sin razón todo fuera anclado exclusivamente en el ámbito del ser vivido más que del vivir, del ser desconocido más que del conocerse. 

Son dos palabras que, en serio y bien pensadas, siempre me han dejado con la duda del hueco que dejan. Porque me parece odioso considerar el mundo así, tan vacío y seco de sentido, tan silencioso y sin palabra. Siempre he pensado que esta diferencia está hecha para marcar precisamente lo que no dice, en otro plano distinto al que está hablando. Es decir, aquello que no entra dentro del campo del provecho útil y egoísta, ni del victimismo que todo lo padece. 

Me explico, la distinción que Sócrates hace, queriendo abarcar todo el mundo y toda realidad, deja entrever aquello que no se someta a ninguna de las dos características que cita. Y que dé lugar por tanto a lo que ni es una, ni es la otra. Y que, además, se rebele a ser considerada así, con palabra propia, con sentido propio. Y alguien puede estar pensando en el otro, en la ética del rostro del otro, en la relación que la persona puede establecer con el otro. Y no es solo eso. No es solo que aparezca otro, sino que es posible encontrarse de bruces con el fin, con la finalidad, con lo absoluto. Y que el fin sea fin, sin dejarse atrapar como medio, y que la finalidad nos diga que nos estaba esperando sin que haya más vuelta atrás o situación intermedia, y que lo absoluto vuelta todo relativo respecto de sí y revele, por tanto, el sentido último, ahora sí, de la cercanía mediadora y la distancia idolátrica respecto de él mismo. Y que a la persona no le quepa arte alguno para apearse en ese momento y darse un tiempo. Y esto, en cierto modo, sea el cumplimiento extremo y definitivo de aquello por lo que ha ido eligiendo en su día a día con más o menos acierto, y siendo un riesgo como es, y siempre lo ha sido, también exija de la persona algo más que un paso entre otros pasos y toque entonces dar un salto sin ser posible compararlo con ningún otro. 

Antes he dicho "me explico" y no lo he logrado. Estoy seguro de que no lo he logrado, porque ni yo mismo lo entiendo. Pero intuyo que es algo así, que hay más allá de toda utilidad y daño, quedando ambos del lado del sentido recibido, a pesar del riesgo de no medir suficientemente las fuerzas, y que el sentido también habla por sí mismo como vida, y no es juego en manos de niños pequeños que quitan y ponen a capricho. Porque si fuera posible entonces tal fortaleza, y la persona es débil por antonomasia y sin necesitar a nadie para ser débil, la persona se bastaría a sí misma e incluso podría considerarse ilusoriamente dueña de lo que no es más que administradora, y no siempre buena administradora. 




miércoles, 19 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 10. (Platón, 313a)

Lo más personal e íntimo, la máxima soledad posible del ser humano, esa decisión que solo uno puede tomar y nadie más tomará por uno, no tiene por qué rechazar de plano a los demás, más bien al contrario. La máxima responsabilidad de uno consigo mismo ante el bien y la verdad, ante el mal y la mentira, también puede recurrir al auxilio de los otros. Es algo que continuamente hacemos, aunque luego sea tan nuestro que no se pueda imputar a nadie. Y nuestra culpa sea solo nuestra, y lo sepamos bien. Y nuestro mérito sea no solo nuestro, lo tengamos igualmente claro. Uno solo no sobrevive. Esa infancia en la que, en precario y desprovistos de la capacidad de darnos el ser a nosotros mismos y sostenernos en él, somos acogidos y cuidados se prolonga indefinidamente. Y, aunque cambia el modo, permanece definiéndonos sin que nada esté en nuestra mano para salir de ahí y valernos absolutamente por nosotros mismos en todo y para todo, y mucho menos aún frente al bien y la verdad. De hecho, serán precisamente el bien y la verdad la que hagan no pocas veces retroceder el camino, frenar la marcha y pedir el auxilio necesario. Y cuanto antes se vea esto, mejor. Y cuanto antes se acepte, incluso se ame, mejor. 

Hipócrates, el afanado, quiere ir a ver a Protágoras. Él mismo y por sí mismo, y ponerse en sus manos. Sabe que necesita, aunque no sea exactamente qué necesita. Y aquí el amigo Sócrates evidencia que es la persona entera la que, en alma como en cuerpo, expone precisamente por su precariedad la vida permanentemente en lo cotidiano. Lo que ocurre es que no hemos cuidado suficientemente bien de la vida en sí misma, es decir, del alma, tanto como parece que atendemos y cuidamos del cuerpo, de lo físico, de lo material. Y el olvido en el que hemos caído es olvido, por así decir, de nosotros mismos, creyendo que somos las circunstancias, la concreción de los elementos, el conjunto resultante de la suma de unas partes, y dejando a un lado aquello que en nosotros vive de tal modo que nos dice que estamos vivos, nos lo hace sentir, no hace pensar realmente, nos preocupa, nos lanza, nos sobrecoge. Etcétera, etcétera. 

La pregunta de Sócrates es aquí más irónica que nunca: "¿Pues qué? ¿Sabes a qué clase de peligro vas a exponer tu alma?" Es decir, ¿sabes a qué abismo te vas a asomar, sabes a qué lugar mirarás de frente, sabes lo que dejarás entrar en ti mismo, sabes...? Porque si no sabes de eso, tampoco sabrás de qué fuerzas dispones para hacerle frente o si sucumbirás o si te perjudicará tanto que morirás allí mismo para ti mismo, o para el bien y la verdad. Y serás desde entonces un vagante inútil y enfermo en su mismo ser. 

Se trata de ver, aunque sea una vez en la vida, que nuestra condición se debate entre lo útil y beneficioso de un lado, y lo peor qué inútil, es decir, lo maleficioso del otro. Y vérnoslas ahí, ahora sí, teniendo que elegir, siendo libres y preguntando a la libertad cuánto de libres somos realmente para alcanzar aquello que la libertad empuja desde siempre en nosotros mismos, esto es, el deseo, del que es presa y poco más Hipócrates y al que no se ha dignado ni por un momento preguntar a fondo, confundiéndolo de este modo con mero impulso y no con lo más hondo y radical del alma humana, que es, en verdad, el auténtico lenguaje y palabra con los que la persona dispone para vivir sin más. Un tiempo de paréntesis, un tiempo de quietud para conocer la verdadera inquietud y riesgo. 

Era esto, en cierto modo, lo que el mismo Sócrates experimentaba, según él decía. Un diálogo interior que alertaba, al que prestó atención tanto que se hizo familiar y cotidiano hasta sentir que no dejaba de estar presente y que acompañaría a perpetuidad. Más fino cuanto más se aprendía a estar con él. Y que, sin embargo, dando voz de alarma, rechazando como la sensibilidad aborrece la fealdad, impulsaba hacia algo distinto y posible con complacencia, alimentado y en silencio, acrecentándose progresivamente en esta estancia. Es lo que pedagógicamente Sócrates busca que Hipócrates también escuche, no en él sino en sí mismo y por sí mismo, dándole de este modo origen a lo que vive inquietamente más allá de su misma inquietud y temeridad. 

La pregunta socrática es, por tanto, fortaleza y resistencia, que ni calma el riesgo, ni puede evitarlo. Lo confronta, lo pone de manifiesto previamente, cuando todavía no hay lamento, por así decir. Y  esto no se le puede llamar soledad aplastante, aunque solo la persona pueda vivirlo por sí misma. 

En este párrafo me quedaré unos días, porque siempre me ha parecido especialmente luminoso e importante. Desde 313a.