Voy a detenerme en una tontería. Como tantas otras que probablemente haya comentado. La irrupción de Sócrates e Hipócrates en la casa de los sofistas ya ha trastocado todo. No diría que por su mera presencia, sino por su lectura de la situación, tal y como se dice en el texto. Empuja a los aislados a reunirse en común y terminan, no por su voluntad precisamente, sino por la de Calias, en una asamblea. Usando aquí términos que son los propios de la democracia ateniense: el consejo de la comunidad.
Realmente será un elemento narrativo. Convendría no prestarle, por tanto, mucha atención, ya que en él no hay discurso propiamente. O lo contrario. O esto es lo que ocurre porque es socratismo en sí mismo y el lugar al que conduce propiamente. Que en el marco global del diálogo significa un paso de la conversación privada y entre amigos al espacio público, conformando el espacio público como tal, cuando lo que estaba pasando era su disgregación en círculos paralelos. Soy consciente de que fuerzo la interpretación porque seguimos en una casa y no en el ágora. Pero esta casa se ha convertido, y la lista que se ofrece al llegar es brutal, en un marco más propio de lo público que de lo privado. Ahora bien, dando un salto más allá, aparece aquí en este espacio la oportunidad de lo común.
Lo dicho. Será un detalle insignificante, al que mejor no hay que darle más relevancia que a la del contexto respecto del texto. Aunque precisamente por eso, y la insistencia socrática de la vida según la razón, lo que refleja es justamente que se hace lo que se hace porque se pregunta lo que se pregunta. Y sin la pregunta (valiente siempre, porque no pocas veces mejor callar y adelante si no se quiere nadie separar del grupo y reflejar que está pensando en lugar de escuchar) adecuada no se puede dar el paso siguiente. Lo cual se ve perfectamente "materializado" tras la forma, en la que Sócrates, después de lanzar la piedra, se oculta para ver el desarrollo posterior, de la mano de la disposición afirmativa de Protágoras y la energía de Calias. Y ahí queda todo, e incluso el socratismo, indicado.
Pero ya digo que esto probablemente no tenga nada que ver con todo lo demás. O sí. Y entonces hará que leer de nuevo estos diálogos en la literalidad de su vida y no en una racionalidad desprovista de cuerpo, de carne, de "forma humana" y no solo "divinamente" filosófica. Por decirlo de forma suave.
Un amigo me preguntaba por la imagen que tenía de Sócrates. Pues esta. No otra. La de aquí y la de tantos otros momentos igualmente relevantes, pero de la misma línea. Qué diferencia sería entonces la filosofía, si se vieran también como relevantes estas cosas, igualmente escritas, igualmente dichas y vividas. Y no quedara solo en el análisis raquítico de esta u otra palabra, esta u otra afirmación, este u otro juicio.
Si esto no es filosofía, a lo mejor soy yo quien anda despistado. Que no solo se trata de la investigación de lo que hay, sino de, en lo que hay precisamente en lo más hondo y en origen, lo que debe haber. Especialmente, muy especialmente, en el caso de la persona. Es decir, de toda nuestra realidad. Porque nada hay ajeno que sea, como tal, estrictamente tan otro que no nos deba interesar. Y aquí sí creo que hay filosofía porque la realidad se transforma y reconfigura, con ánimo de dialogar, que quiere decir investigar, esto es, pasar por el campo de la razón aquello que, de suyo, no siempre tiene que llegar tan dentro o tan originalmente. Porque el primer diálogo se establece en la vida y el segundo en la filosofía, que a la postre se llama primera porque va sobre aquello, con la intención de llevarlo a plenitud, que no es más que dejar que sea lo que es.
La resistencia a esta forma de vida filosófica viene más del lado del academicismo que de la academia. Y me vienen a la mente ahora unos cuantos ejemplos, que no citaré, de aparcamientos radicales por contemporáneos que luego se habrían llevado las manos a la cabeza al ver la relevancia que toman esas individualidades cuando comienzan a rodar como "bolitas" en la nieve hasta arrasarlo todo. Pero en simultáneo no se ve. No capacidad para analizar en el "streaming", sino después de una o dos pasadas. Esto es Platón. La revuelta, la revolución.
Frente a la cola de seguidores que tienen Protágoras y los de su espectro, la llegada de Sócrates, con un amigo, termina siendo asamblea de todos. Quizá no todos por igual, aunque todos con posibilidad de intervenir. Supongo. No sé. Porque el ánimo está en demostrar el mismo Sócrates a Protágoras que, diga lo que diga, respecto de lo que realmente dice saber no hay saber posible en sus términos. Quizá sí en otros. Particularmente de uno respecto de sí mismo, no tanto respecto de otros. Que el problema es mucho más complejo si se atiende que las cuatro palabras con las que pueden jugar los maestros de cada momento. Y mucho menos compartible. No digamos dialogable. Sobre todo si no se entregan a la conversación y se sacrifican en ella los participantes. El caso es que Sócrates anda sin seguidores al modo como tiene Protágoras los suyos. Pero no juega en campo extraño. El visitante es Protágoras.
Sigamos con el diálogo.
Estaba Sócrates preguntando a Protágoras de qué arte (y que concrete) presume tan abiertamente como para suscitar envidia en otros. Ya sabemos lo que les ocurre a los que se separan de los demás, que al exponerse y ser mirados también sufrirán recelos. No solo. Parece que Protágoras tiene también discípulos. ¿En qué y sobre qué mejorará alguien en compañía del sofista?
Podrían responder los allí presentes. Porque habrán triplicado su grandeza, siguiendo la lógica del maestro. Podrían tomar la palabra y decir si es verdad o no. Pero nadie dice nada. Todos callan inexplicablemente. Este es otro de esos casos en los que el discurso me despista. Porque sería lo esperable y realmente definitivo. Que alguien de entre los muchos que están allí tome la palabra y hable por todos, en defensa del maestro, y no deje caer al maestro en la sospecha de que dice cosas que no se cumplen. Es más, me encantaría saber qué hubieran dicho. Porque desde el primer día debería haber un cambio tan notable de rumbo que sería una persona irreconociblemente buena.
Nada. Nadie dice nada.
Habla Protágoras, para defenderse. De primeras, elogiando a Sócrates. Y ponerlo así de su parte. "Qué bien preguntas." "Me alegra que me hagan buenas preguntas." No como tantos otros. Supongo que lo pensó. Porque este es el modo de sacar a alguien del anonimato del grupo y colocarlo por encima de todos los demás. Y a la mayoría le alegrará tanto esto que se creerá grande y cederá ante el sofista, que aplaude antes de saber nada más. Y si da un paso en su dirección y se abandona en el elogio, entonces se acabó. Se dulcificará, se perderá la ocasión de mantenerse en el propósito. Algunos creerán que ya está todo dicho. Y se volverán a casa pensando que qué bueno es Protágoras que reconoce mi sabiduría. Y, aunque no vayan detrás de él por las tardes, se habrán hecho seguidores suyos de por vida. Y por orgullo se lo dirán a todos los demás, para que lo sepan. Y quedar de este modo por encima de todos los demás.
Pero Sócrates es Sócrates. Ya no es un jovenzuelo.
Lo segundo, de la intervención de Protágoras, sacudir al otro. O a los otros. A todos los demás sofistas que andan por ahí, presumiendo de ser el mejor entre ellos. Y tenemos aquí otro ejemplo de la buena retórica, que, hecha la alianza, se avalancha sobre el enemigo. "Yo no soy como." Pero hay más. Dada la incapacidad manifiesta de los que escuchan, piensa el sofista, vamos a dejarlo claro para que no tengan que pensar demasiado por ellos mismos. No vaya a ser que se ejerciten en algo diferente de escuchar lo concreto y someterse a la dirección de las palabras. Protágoras no es como esos sofistas que se detienen en bagatelas científicas. Él no. Él va más allá. No pierde el tiempo. Tiene algo más que decir.
Hay que fijarse bien. Lo de "hacer mejor" ha virado a "no habrá de soportar lo que sufría con otros". Los otros los conducen contra su voluntad en enseñanzas fuertes que les exigen cambiar de mentalidad, casi de cabeza. Protágoras desprestigia las ciencias de la época, las ciencias exactas de su tiempo, las ciencias de lo concreto y particular. ¡Hasta la música! Lo suyo es lo radical absoluto antes que todo eso o que lo engloba, sin tener que hacer esos esfuerzos de voluntad. ¡Tremendo!
Protágoras sabe que hay un saber sobre la totalidad, por así decir. Este saber que no se confunde con otros y del que él presume. Lo conoce. Conoce por tanto que esta región tiene una fuerza y poder bien diferente a todos los demás. Y, con sus palabras, eso es lo que desea todo el que quiere aprender y acude a él para mejorar la vida. Eso es lo que busca toda persona. Aunque solo algunas tengan acceso a sus palabras. Eso es lo que desearía cualquiera, aun sin saberlo conscientemente. ¡Poca broma con el amigo! Porque este mundo, que no es de la ciencia, es el que domina la vida de las personas. Tanto la propia, aunque no lo diga, como la de los demás: sean de la familia o sean de la comunidad. Insisto en que ha oscurecido, quizá a propósito, la vida de quien ejerce su arte y ha querido señalar muy evidentemente que se dirige principalmente a gobernar a otros.