Se reconoce a un sofista, en gran medida, porque siempre vende ideas que busca que otros compren. Este es su negocio. Situarse como maestro, ante la ignorancia e ingenuidad repartida por doquier. Porque, como ya he dicho, no es Sócrates el único que sabe sobre la ignorancia. También los sofistas conocen la ignorancia y la precariedad en la que queda situada la vida. Pero unos y otros se diferencian en algo fundamental: uno considera que hay salida para la ignorancia, mientras el otro sabe que no la puede abandonar definitivamente nunca; uno ve en la ignorancia el momento de debilidad que hace sufrir, sobre todo ante los otros, mientras que el otro ve en la ignorancia el punto clave en el que la humanidad puede encontrarse y emprender un verdadero camino.
Para Sócrates, no se trata de vivir aprisionado por el miedo frente a los discursos, frente a las enseñanzas de los demás que ponen en riesgo el alma, sino de vivir en la ignorancia de tal modo que siempre quede tiempo para la distancia prudente, para no dar de primeras la razón a nadie que no esté dispuesto a examinarla, revisarla, pensarla de nuevo. O sea, nadie que no coma en común, como si esto fuera un banquete, de la misma idea. Si realmente es buena, si realmente alimenta al alma, entonces quien la enseña estará dispuesto a vivirla en sí mismo y no solo la dirá a otros. El giro es lo suficientemente fuerte como para pasar de las palabras, sin más, a las razones vividas, al fundamento en el que se apoya quien las dice. Y ahí sí hay fortaleza.
No solo eso, no solo es un modo de enfrentarse a los otros, sino que fundamentalmente es el modo de verse y conocerse. Requiere, si se entiende, vivirlo. Luego no iremos a otros, sino que nos quedaremos primero con nosotros mismos para ver hasta dónde llega el examen. Si no, entonces no estaremos viviendo lo que realmente se está diciendo, es decir, no hay verdad en nosotros y seguimos postrado en la ignorancia de la ignorancia, o nos habremos convertido en sofistas que prueban en otros lo que deberían probar en sí mismos. Y punto. Y Sócrates es esto. Y el encuentro con los otros no será probar a los otros, sino el modo de probarse a uno mismo, esto es, el deseo de refutarse a uno mismo para purificar el alma y dale el alimento que, ahora sí, le dé la suficiente fuerza.
No es posible recoger enseñanzas fuera, como en la bolsa de la compra. Toda enseñanza se recibe dentro. Hay, por tanto, comunicación radical posible y más que posible. Es posible el peligro y también el acierto, la verdad. Es posible, por tanto, vivir de verdades. Las heridas no las ahorra nadie, por otro lado.
Semejante "subjetividad" descubierta nada tiene que ver con el aislamiento, ni con el relativismo moderno. Estamos en otro mundo inmersos. En este mundo es posible y más que posible el diálogo con los mayores, con los ancianos, con los que, en principio, han vivido tanto que es imposible que no hayan aprendido algo. Más aún en vistas de que están ya en otra inquietud instalados. Porque los mayores, a diferencia de los jóvenes que creen tener todo por delante, se examinan continuamente a sí mismos y repasan con frecuencia lo que han vivido, y lo recuerdan. Y en este natural recuerdo, que suelen contar a otros, se descuelgan aprendizajes, cuando los mayores son lo suficientemente vivos como para haberse olvidado en algo de sí mismos y prestar una atención ya desinteresada a su camino, con la perspectiva y amplitud que da algo más que el tiempo. Siendo jóvenes, y siendo jóvenes siempre imprudentes, qué mejor que, como mínimo, acudir a los que van delante, por si de ellos cabe aprender algo, ya que están examinando y examinando lo que ha pasado y podría no haber pasado, es decir, su responsabilidad y lo que va dejando.
Algo muy agradable es la comunidad que se construye con Sócrates en torno a preguntas y diálogos. Hay amigos antes, hay amigos después. Hay algo más, de lo que no se habla normalmente, en la sólida comunión de estos inquietos ciudadanos que, dentro de la ciudad en general, han construido un universo propio en el que no se entra, ni del que se participa de cualquier manera. Sin embargo, aparece y acogedor con cualquiera que esté dispuesto a participar en él honestamente, es decir, sin interés particular y velar por el bien del grupo. Esta comunidad, que se ve claramente en torno a la muerte de Sócrates, porque Sócrates no muere solo, sino arropado por el dolor de los amigos, a los que no ha conseguido convencer con sus argumentos y tiene que hacerlo con los hechos.
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