domingo, 30 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 21. (Platón, 318a - 318d)

Sigo aquí. Teniendo que hacer no pocas cosas. Como una pequeña escuela diaria en la que todo lo demás da bastante igual. Convencido de que esto es más importante de lo que parece a simple vista y no se trata de un libro sin más. Sin tener ritmo, el ritmo ha ido bajando enormemente hasta preocuparme de las palabras y lo que hay entre ellas. Y me encantaría dedicarme con más esfuerzo a los millones de personas que han pasado por aquí ante que yo. Ayer me alegraba, además, de que nuevas personas en el mundo estén descubriendo a Sócrates por primera vez. ¡Cómo no!



Protágoras ayer se situó en lo más alto. En la posición de alguien con cuyo trato las personas mejoran. Ya veremos cómo ocurre tal cosa. Pero si lo hacen, y eso no lo dijo él aunque lo podemos pensar nosotros, es porque Protágoras piensa que las personas necesitan mejorar, quieren mejorar y no dudarían en mejorar su vida en el caso de tener oportunidad para ello. Como todo gran "invento" de nuestro mundo, primero es para los ricos y luego, si acaso, llegarán todos los demás. El mundo tiene esta lógica inserta dentro de la que no se deshace prácticamente nadie. No hablo de las vacunas tan disputadas este año. Simplemente hablo de todo lo que en esta lógica del mundo cae. Y Protágoras pertenece a ella. Con lo que Protágoras tenga se puede comerciar y eso que él llama su propio arte, compartido con tantos otros sabios, se somete a su lógica de tal modo que no es capaz de resistirse al comercio. Lo que Protágoras posee no tiene vida, y si la tiene, se somete al poder de los hombres como una cosa más entre otras. 

Por otro lado, esta condición humana general de maldad necesitada de mejora no es exactamente una humanidad a la intemperie de la existencia, que sin renunciar a su intemperie y fragilidad no tiene por qué estar automáticamente de la parte negativa y sufriente. Puede ser un desconcierto, puede traer consigo muchas preguntas, radicales interrogantes, pero no tiene por qué ser vista necesitada de bien. Es más, quizá decirle eso es la forma más sutil de colocar la conciencia del otro sobre el mal más que sobre el bien, y que ahí termine toda la aventura sobre la verdad de la persona. Es decir, decirle directamente a alguien que sufre porque su vida está mal puede ser una mentira tan grande que, si no se defiende frente a ella, comience a engañarse convencido de que es una verdad enorme, clave de todo lo demás. 

El caso es que Protágoras, el pícaro, pone delante del joven Hipócrates, cuya experiencia de la vida debe ser ridícula si se cree algo así, un eslogan sobre su escuela incomparablemente atractivo: "Conmigo serás mejor, día a día." El amigo Protágoras será admirado entre marketinianos y publicistas modernos, cuya profesión es precisamente esta: hacer brillar con brillo original y atractivo lo que es de por sí de tono apagado. Relucen las palabras de Protágoras de la sencillez de los juegos infantiles en las que todo se resuelve en darse las manos y girar en corro al son de la música que toque otro en ese momento. Y así nos va, cuando no se deja el juego y la existencia se llena del cruel vacío de la ociosidad y sus espejismos, pensando que el aburrimiento no tiene nada serio que aportar a la vida. 

Además, Protágoras no habla del bien. Solo de una dirección hacia algo, mundana e intrapersonal. "Mejorar" es una palabra vacía si bien no significa nada. Solo dice cambiar, pero no qué cambia, ni cuál es la fuerza que mueve el cambio. Este "mejorar" progresa hacia el vacío terrorífico del movimiento que se justifica a sí mismo en su huida de sí mismo. Insisto en que el drama de la humanidad es verse tan pobremente que se cambiaría por otro a la primera de cambios, aunque solo fuera en apariencia, a través de algo que le permita dejar de mirarse y reconocerse. Tan superficial es este primer momento que cuesta hablar con quienes todavía, en su inexperiencia de la vida, se entregan a buscar el sentido del mundo y día sí y día también concluyen lo mismo, y, sin embargo, se levantan al día siguiente creyendo que hoy será su gran día, y tardan en comprender que están del lado en el que solo habrá esa insatisfacción, ese cansancio y la destrucción de sí mismos, sin escuchar lo que tienen que decirse cada noche con seriedad y dar el siguiente salto. 

El sofista calla todo esto. Es solo su aparecer brillante, cargado y repleto de magia y encanto. 

Y Sócrates pregunta. Antes aclara que lo que ha dicho es tan natural que todo el mundo lo sabe. Mejoramos cuando alcanzamos mayor sabiduría. La verdad nos transforma. La sabiduría nos transmuta. Lo más allá de nosotros mismos, en tanto que aceptado como Verdad, nos acerca al Bien. Porque Verdad y Bien están en alianza y comunión. ¡Cómo no va a ser así! Y de igual modo su contrario, como si robara algo, añadiendo otra cosa a cambio de mucho menos valor que la Verdad. Lo dicho, Sócrates pregunta en qué será mejor alguien que se ponga a disposición de Protágoras para tratar con él cada día. 

Para que Protágoras lo entienda, Sócrates acude a ejemplos de personas que parece que están allí reunidas. El pintor Zeuxipo y el músico Ortágoras, por todos reconocidos según parece como excelentes en lo suyo. Si Hipócrates, el jovencito, tratara con ellos mejoraría o bien en pintura o bien en música. Porque sus maestros tienen algo que enseñar. O al menos, pienso yo, se iría con la lección de su capacidad o incapacidad, y de la excelencia de algunos maestros cuyas artes son difícilmente alcanzables con educación, con esfuerzo y con sacrificio. Algunos tienen un don. Pero esto lo digo yo. Sócrates solo pone delante de Protágoras el arte de otros y lo que estos expertos pueden hacer por otras personas para mejorar en algo su vida. ¿Pero la vida se puede mejorar? ¿O solo mejorará algo parcial y limitado en ella? ¿La vida entera, la persona entera puede mejorar? 

¿En qué Protágoras, sobre qué Protágoras? ¿Algo o nada?


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