jueves, 20 de mayo de 2021

PROTÁGORAS. Día 11. (Platón, 313a)

Sócrates divide la realidad en algo que siempre me llamó la atención: lo útil y lo nocivo. Como si todo, a diferencia de uno mismo, pudiera ser considerado como medio para algo o como realidad que se viene sobre quien puede. Es decir, aprovechable para algo más o no, como si la vida fueran esa especie de -también- matemática incalculable de doble dirección, vectorial; y en cada realidad la indicación la marcara, no la propia realidad, sino la persona que la vive. Y esa fuera, de algún modo, su fuerza o no, su sabiduría o su carencia, su sentido o el daño. Y que estuviera más de este lado que de aquel inclinada la realidad en su conjunto, hacia la vida. Y que fuera tan personal y única, como intransferible y sostenible en su amplitud. Y la razón fuera el instrumento para ello, no para instrumentalizar sino para vivir. Y que sin razón todo fuera anclado exclusivamente en el ámbito del ser vivido más que del vivir, del ser desconocido más que del conocerse. 

Son dos palabras que, en serio y bien pensadas, siempre me han dejado con la duda del hueco que dejan. Porque me parece odioso considerar el mundo así, tan vacío y seco de sentido, tan silencioso y sin palabra. Siempre he pensado que esta diferencia está hecha para marcar precisamente lo que no dice, en otro plano distinto al que está hablando. Es decir, aquello que no entra dentro del campo del provecho útil y egoísta, ni del victimismo que todo lo padece. 

Me explico, la distinción que Sócrates hace, queriendo abarcar todo el mundo y toda realidad, deja entrever aquello que no se someta a ninguna de las dos características que cita. Y que dé lugar por tanto a lo que ni es una, ni es la otra. Y que, además, se rebele a ser considerada así, con palabra propia, con sentido propio. Y alguien puede estar pensando en el otro, en la ética del rostro del otro, en la relación que la persona puede establecer con el otro. Y no es solo eso. No es solo que aparezca otro, sino que es posible encontrarse de bruces con el fin, con la finalidad, con lo absoluto. Y que el fin sea fin, sin dejarse atrapar como medio, y que la finalidad nos diga que nos estaba esperando sin que haya más vuelta atrás o situación intermedia, y que lo absoluto vuelta todo relativo respecto de sí y revele, por tanto, el sentido último, ahora sí, de la cercanía mediadora y la distancia idolátrica respecto de él mismo. Y que a la persona no le quepa arte alguno para apearse en ese momento y darse un tiempo. Y esto, en cierto modo, sea el cumplimiento extremo y definitivo de aquello por lo que ha ido eligiendo en su día a día con más o menos acierto, y siendo un riesgo como es, y siempre lo ha sido, también exija de la persona algo más que un paso entre otros pasos y toque entonces dar un salto sin ser posible compararlo con ningún otro. 

Antes he dicho "me explico" y no lo he logrado. Estoy seguro de que no lo he logrado, porque ni yo mismo lo entiendo. Pero intuyo que es algo así, que hay más allá de toda utilidad y daño, quedando ambos del lado del sentido recibido, a pesar del riesgo de no medir suficientemente las fuerzas, y que el sentido también habla por sí mismo como vida, y no es juego en manos de niños pequeños que quitan y ponen a capricho. Porque si fuera posible entonces tal fortaleza, y la persona es débil por antonomasia y sin necesitar a nadie para ser débil, la persona se bastaría a sí misma e incluso podría considerarse ilusoriamente dueña de lo que no es más que administradora, y no siempre buena administradora. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario