Lo que Sócrates está poniendo en juego es que vivimos según lo que llevamos dentro, según el alimento del alma. Y que esto es sumamente delicado, porque nos vemos de este modo, tamizado todo por lo que hoy llamamos ideas, que no siempre se corresponden con la verdad y pueden ocultarla, incluso sin que lo intuyamos. A esto se refiere con las enseñanzas, que realmente aprendemos y hacemos nuestras.
La alusión a los mayores, en tanto que sabios, es muy interesante. No por mayores, sino por sabios. Los mayores ya no pueden escapar, en muchos casos, de la verdad que se impone con la vida. Y, al menos, tienen la capacidad de reflexión con distancia que los jóvenes, por ser jóvenes, desconocen y ni atisban todavía. Los mayores ya están totalmente comprometidos con lo vivido, con lo realizado, con lo pensado.
Si vivimos de opiniones, y no da igual qué opinión recibamos y nos alimente, resulta capital revisarlas cuanto antes. Ojalá se pudiera seleccionar y coger solamente aquellas que lleven a plenitud. Pero lo cierto es que algunas enseñanzas brillan tan hermosamente y parecen tan bonitas y llamativas, que cómo no se les va a dar un mordisco como mínimo, cómo no probarlas algo. Se muestran con encanto, con atractivo, por su lado de bondad dejando en lo negativo y bien oculto su "efecto" secundario, como un presente tan encerrado en el presente que luego ya veremos. Al sofista tendrá tiempo de escapar antes de que se le pueda pedir cuentas.
Si vivimos, como dentro de una especie que no atiende ni a instintos ni a razones fácilmente, sino que busca un cierto sentido de algo en la realidad, entonces las enseñanzas, salvo que contengan la libertad como premisa fundamental y enseñen lo que de verdad se puede enseñar, que es la responsabilidad de cada uno, se convertirán en determinaciones internas confundiéndose con la libertad que dimana interiormente al sujeto. Será difícil desligarse de ellas y verlo de otro modo. Serán enseñanzas que no previenen sobre la fuerza el prejuicio, más que enseñanzas sobre la exigencia de racionalidad en todo ámbito.
De entre las enseñanzas, al igual que respecto de la realidad en su conjunto, se puede hacer diferencia entre unas y otras, según comprometan la persona. No será lo mismo "existencialmente" hablando una suma que la propia filiación. Ahora bien, si hace unos años pensaba que las primeras, esos saberes hoy incluidos dentro de una racionalidad rigurosa y estricta de método propio, eran menos vitales, hoy tiendo a considerarlas como fundamentales, porque afectan por vía de la conformación de la razón en su conjunto, en su disciplina, en su orden, en su alcance, en la aceptación de la contingencia y en la comprensión de la comunidad a la que se pertenece. No son ni mucho menos ajenas a la vida, aunque no sea su ámbito primario y original. No digo con esto que las haya despreciado como conocimiento, porque nunca lo hecho, sino que veía el tema más implicado en la región de alcance que en la conformación de la razón, que ahora me parece importantísimo hacer valer.
Sócrates vive aquí de eso, precisamente. Sócrates vive de esa verdad y con esta distancia y acción prepráctica, con esta precaución. Este es el tema, en el fondo, y lo que mejor se puede aprender leyendo este diálogo.
Se disponen a ir con Protágoras, que no está solo. Hay más sabios. Entre los que se nombran está Hipias y Pródico. ¡Esto va a ser divertido! ¡Menudo diálogo! Sin duda, a la altura de los debates televisivos de nuestra época.
El episodio del camino, sobre el que no se dice nada, se dice realmente todo. Hipócrates y Sócrates se han puesto de acuerdo, han practicado la auténtica filosofía. Hasta que no lo han logrado, agotando el tiempo y posponiendo todo lo demás, no dieron el siguiente paso. Todo un elogio a ese pensamiento que se hace caminando y que queda reservado a quienes lo viven. Más que concordia emotiva, "homología" racional. Y cada vez que aparece algo así en los diálogos socráticos es para subrayar, porque reanima la esperanza frente a lo que se viene y no dejará de llegar.
Llaman a la puerta, pero no les dejan entrar. Está lleno. Con tono displicente, señala Platón, les dejan fuera de la reunión. Demasiados sofistas. Hasta el punto de ponerlos bajo el mismo apelativo. El portero se reserva derecho de admisión y quiere poner fin pronto al espectáculo. Unos dentro, otros fuera. Y queda dicho para todo lo que queda por llegar. Fuera, la homología. Dentro, la discusión. Fuera, la amistad. Dentro, el combate dialéctico. Qué razón habría para insistir, si hasta un esclavo es capaz de despreciar lo que sucede dentro. Debe ser bochornoso.
Pues insisten. Y dan explicaciones. Ni van a ver a Calias, ni el eunuco debe temer porque no son sofistas. Quieren tratar con Protágoras, sin que este les espere, sin cita previa, a la intemperie y con interrupción de lo que esté haciendo. Es como una urgencia.
Las escenas que pinta Platón son bastante graciosas. La procesión cuasireligiosa de Protágoras y el trono de sabiduría de Hipias. Y mucha gente conocida de aquí para allá, con la cohorte de extranjeros y con acaudalados atenienses siguiendo sus voces aquí y allá. Platón apunta: "encantándolos con su voz, como Orfeo" y "atendiendo por turnos y disertando sobre tales cuestiones", refiriéndose al monólogo de Protágoras y al arte de responder preguntas de Hipias. Completa el tríptico Pródico, tumbado como un semidios, rodeado de placer y tranquilamente hablando en una habitación preparada para el momento por la abundancia de gente, que no permitía desde fuera ser escuchado desde fuera finamente.
La cantidad de nombres da muestra de la extensión en Atenas de la sofística. No era un círculo pequeño, aunque sí selecto. En absoluto era para todos. Esto no se había pensado entonces, como sí se piensa ahora. De las artes que se están aprendiendo y recibiendo aquí dependerá la bondad de Atenas y su futuro. La lista de personajes citada da muestra de su impacto.
Esto es lo que hay. Y llegan, por si fueran pocos en la reunión, Alcibíades y Crítias.
Sócrates se dirige, por fin, hacia Protágoras. Comienza la exposición y el diálogo.
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