Sócrates -en negativo- no quiere que Hipócrates, este amigo suyo, le dé la razón. No se trata de esto. Lo que está en juego no es su victoria sobre el contrincante. Sócrates -dicho en positivo- hace que su amigo piense y descubra la razón, su propia razón. Confiando en esto, se podrán de acuerdo ambos si ambos son capaces de escucharla. Porque la razón es común y para todos, como la verdad. En caso de que no se dé, algo está desencajado y habrá, por tanto, que revisarlo.
Parece ser que el riesgo ya está reconocido, que se vive tan ignorantemente que ni siquiera se atiende a lo fundamental. Con la expresión "lo más que el cuerpo" se descubre otro orden de realidad que lo resitúa todo. Aunque esto del alma se haya entendido tan mal y se siga entendiendo con tanta deficiencia, pese a ser lo más evidente en cada uno a poco que se examine cualquier a sí mismo, o por el mero hecho de estar continua y permanentemente en ese diálogo interior tan fino y suave, pero tan constante y permanente e inapagable.
Al cambiar de plano, de orden, lo útil y lo perjudicial no se mantienen tampoco en el mismo significado y contenido. Apuntan a algo mayor, como es el hacerse a uno mismo y estar en construcción inacabablemente, incansablemente. Tan exigente es la vida que es así una y otra vez. Tan misericordiosa, por otro lado, que ofrece la tregua y se brinda a la distancia con el mundo y hasta con la propia historia. No cabe duda del peso de lo realizado, pero nunca es tanto que no deje abierta siempre la puerta de la radical novedad y de la libertad casi absoluta en la que el ser humano pueda dar un giro total a su vida. Sin duda, a la hora de realizarlo hacia el bien o hacia el mal, sabemos sobradamente que no estamos solos. Que siendo nuestra libertad esta no se aísla tanto de los otros como pareciera a tantos que solo conocen esto porque están escribiendo en sus papeles un libro y poco más. El peso de la responsabilidad no es más que el aviso permanente de la novedad que viene una y otra y otra vez, y por lo tanto es más libertad que esclavitud cuando se asume como tal.
El compromiso de la libertad en quien es libre es precisamente gastarse, abandonarse y sucumbir. Es decir, dejar de ser libre para elegir, para reducirse, para limitarse, para definirse, para ir haciéndose. Y, sin embargo, nunca del todo ni cerradamente, por fundamental que sea la decisión.
Sócrates plantea a Hipócrates que Protágoras se parece, en tanto que sofista, mucho a un traficante o tendero, a alguien que comercia. Lo que le define en esta tarea es el producto que vende. Y bien sabemos que la comparación no es gratuita, porque el comerciante lo que quiere es que le compren y para ello utiliza artes diversas.
Lo importante, de todos modos, siempre me ha parecido que está antes, en la pregunta radical que hace Hipócrates y que revela que comienza a despertar de su sueño y a entablar un buen diálogo. Lo cierto es que, pasado el primer entusiasmo, rebajada la tensión después de ruborizarse, todo ha venido a ser calma y entendimiento. Ahora se trata de algo importantísimo: del alimento del alma.
La vida se alimenta, se nutre. El alma requiere en la persona de algo diferente de sí y no se sostiene siquiera por sí misma, por importante y grande que parezca. Estamos descubriendo este mundo y, con las referencias de las que se dispone, se aborda con la naturalidad propia de la sinceridad del explorador del mundo nuevo. Siempre en diálogo con lo que se tiene, para no perder pie y tener referencias. De lo contrario, sería un viaje sin retorno. Que es probable, ahora que lo pienso, que se dé de verdad en quienes han dejado de instalarse en cierta cotidianeidad y se les ha vuelto todo roto, como sin el sentido que hasta entonces había recibido y se han quebrado a sí mismos. El niño que jamás volverá a ser niño, la experiencia de no poder revertir la historia, de no ser capaz de frenar el tiempo. La vida se nutre, aquí se dice así. Luego hay algo muy parecido y propio al alma, en lo que el alma se hace a sí misma quizá solo eso, ser para sí misma también y despertar de su silencio, reclamar su sitio y poco más, exigir la atención y cuidado que le corresponden como don.
El caso es que, en este mercadeo, unos saben lo que venden y aún así lo venden aunque sepan que no está a la altura o incluso puede ser nocivo, y otros compran, esta vez sin saber quizá lo que están adquiriendo. Y, a diferencia de lo que ocurre con la exterioridad del cuerpo, reduciendo mucho, el caso es que respecto del alma no se puede exponer un solo un poco, solo a medias o a tientas, sino que se da de plano, de forma directa e irreversiblemente es causa de algo posterior. El impacto es inevitable, no se puede mirar hacia otro lado. Es lo que tiene la interioridad, que para recibir se expone. Y que no está tan cerrada como alguno pueda considerar llevando máscaras e intentado pasar desapercibido en el mundo. Esto, más bien, es al revés o lo contrario incluso. Se engaña quien piense que puede vivir en la apariencia protectora, reservándose para sí mismo, porque no hay tal. Solo hay una forma de vivir, una única persona.
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