Ayer dije lo que dije, escribí lo que escribí, pero muy deficientemente. Como siempre, a la carrera. Justo lo contrario de lo que debería aprender con estas lecturas. Pero la vida no da tanto cuartel como el papel soporta. Y se vuelve exigente, cuando no es fácil recibirla como caprichosa, aleatoria y brusca, sin que atienda a deseos, a pareceres, a importancias. Será el tiempo más bien, que se tiene aunque a medias.
El caso es que, respecto de lo útil provechoso y lo no útil por perjudicial y dañino, quedaba un flanco no cubierto que es toda esa parte de la realidad que no responde a estas categorías y ante las cuales la fuerza de nuestra capacidad para dar sentido o reconocer el sinsentido quedan ridiculizadas. Porque sería algo así como intentar tratar de mover una persona de sitio como se mueve una piedra, cargando con ella sin querer atender a su pataleta, protesta o agradecimiento, es decir, su revelación.
Vuelvo a lo anterior, cuando intentamos dar sentido a algo de lo mucho que tenemos a disposición, en ocasión ese algo se revela, se muestra, nos devuelve una expresión y nos confronta. Y no se deja atrapar por la razón corta y torpe que en otros casos posee, manipula, domina y aprehende, sino que simple y llanamente se muestra y lo hace con la cualidad especialísima del dar noticia sin darse por entero. Y para que nadie piense que esto es algo ajeno, se trata de una experiencia tan personal como aquella que se da en el conocimiento propio, salvando la enorme distancia del acceso que tenemos a regiones de nosotros mismo que están cegadas radicalmente para cualquier otra mirada.
De lo que se trata es de esto, respecto de lo útil y lo no útil, de lo provechoso y lo no provechoso, y su carga opuesta de realidad que nos arrebata, resta y aleja del sentido quebrando la vida, en ciertos momentos con una enorme violencia y vaciamiento de uno mismo, soledad y pérdida.
Por si hay que aclararlo, este campo -no pequeño- que no abarca la distinción socrática lo es igualmente respecto del bien y del mal, nunca a partes iguales. Hay un bien al que no cabe preguntar por su utilidad y sentido. De hecho, estamos tan acostumbrados a él, a convivir con él, a que permanezcamos en él que es posible incluso vivir ajenos a su presencia y solo preguntarnos por aquella realidad que parece estorbarnos. Incluso es posible que, para proteger aún más ese bien, la cultura se haya envuelto a su alrededor y haya sido adornado estéticamente tan continuamente a lo largo de los siglos que lo que recibamos sea más la cultura que su realidad, o solo despejando un poco los rodeos seamos capaces de percibir sus entresijos y recibirlo de primera mano. Pero esto es otro cantar, en el que ahora no entraré.
Sócrates advierte de algo, además de esto. Si supiéramos del riesgo en el que está el alma, viviríamos de otro modo. Y esa otra forma de estar se llama examen, que es en el fondo distancia racional, que es la prudencia educada que no se deja llevar ni por el miedo de primera mano, ni de la ingenuidad de quien no ha aprendido la diferencia entre lo que ser aparenta y lo que el ser engañoso aparenta ser. Y ser aquí no se dice de muchas maneras, con esta frase, aunque se insinúa. Y alguna forma en nuestro empleo cotidiano de la palabra ser termina por ser su ausencia, su vacío, su engaño. Y, con ello además, se cuela algo diferente de lo que hubiéramos aceptado o incluso algo que hubiéramos rechazado, si supiéramos.
Por eso decía al principio que todo esto está muy relacionado con el saber. Y que no todo se sabe de igual manera, ni por el mismo camino. Y que la uniformidad de los métodos es un error, salvo que por método entendamos búsqueda de la verdad y descubrimiento del ser y del bien. Porque está claro que, y espero que no haga falta repetirlo mucho, hay no pocas realidades que no se conocen hasta que no se viven y se aman. Y hasta que no se viven y no se aman todo es de oídas, pero no es saber en pleno sentido. Es decir, el saber -y yo diría de lo fundamental en este ámbito- requiere la persona entera con su razón a pleno rendimiento, y no una mera parte de la razón dedicada a atrapar, usar y coser la realidad que se presenta a otros universos simbólicos de sentido para copiarlos finalmente en mapas conceptuales estructurados, ordenados y cerrados. El saber de la libertad, la razón práctica y algo más que la razón práctica, está puesta de otro modo ante la complejidad de la vida.
[En ocasiones pienso que sin saber una persona de sí misma, es imposible que conozca nada más realmente. Pero lo digo entre corchetes.]
El caso es que la razón está puesta ahí para dar o no el siguiente paso, esto es, para confiar o retirarse, para entregarse o defenderse. Y racional será aquella persona, por tanto, que se maneja en estos niveles de aceptación o protección. Pero racionalmente, es decir, de primeras y desde el principio racionalmente.
Por supuesto, se ve entonces que uno de los movimientos iniciales es la búsqueda del prójimo, la guía del amor. Preguntar a cualquiera sobre la propia indigencia y carencia, sobre la propia ignorancia y precariedad es una auténtica locura. Exponerse de tal manera, donde el sofista agarrará para someter para siempre el alma ajena a sus adornadas palabras, es locura. Y a esto sí que habría que temer, a la propia ignorancia y debilidad, y a la falta de buenas compañías.
Sócrates piensa que ante una decisión en la que nos jugásemos la vida estaríamos meditando durante días. Si lo supiéramos, claro. Otra cosa es que no lo sepamos, que vivamos sin saber qué es vivir, que vivamos siempre a medias. A lo mejor, como pensará alguno, es la única manera de vivir y todo esto son palabras bonitas, verdaderas locuras, sueños imaginarios. O no. Porque esta puede ser la auténtica verdad y lo que busca el dormido adormecido es que otros yazcan con él en su oscuro alojamiento pasajero, y dejen de estorbar los que dicen algo que no sea como en su mundo está imaginando y sufriendo.
Pienso mucho últimamente, a raíz de todo tipo de noticias generales y acontecimientos cercanos, sobre las relaciones que se construyen despellejando a otros, hiriendo a otros, agrediendo a otros, expulsando a otros, machacando a otros. ¡Cuántas! ¡Cuántas relaciones impiden la bondad y quieren impedir la bondad en otros!
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