sábado, 25 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,8 (Día 14)

Aristóteles quiere dar una definición completa de felicidad, cerrada y clara, para lo cual se propone partir de la realidad misma. Y establecerla como destino y fin último de la persona, como aquello que toda persona busca cuando toda persona hace algo, lo que sea, y así convencerle de cuál dirección debe tomar en su vida para que su existencia tenga sentido. ¿Y si no fuera esta palabra la más apropiada para entablar esa conversación con la realidad? ¿Y si hoy ya no comprendiéramos lo mismo que entonces?

Con todas sus divisiones, en la realidad y en el alma, y las ligazones que hay entre unas y otras, lo que Aristóteles alcanza es una fragmentación de lo real que acto seguido pide estructuración y jerarquía. Cosas, conocimiento y acción. Cosas en tanto que cosas, que realidades que están ahí, que son descubiertas siendo. Conocimiento como ese descubrir, ese acceder. Y acción en relación a las posibilidades de lo real y del ser, del existir y existirse. Esto último es muy potente en tanto que se contempla lo que no hay, de alguna manera, en atención a la esencia misma de la realidad, que aparece, no callada, sino dialogante. 

Para el filósofo, y lo aclara, la felicidad es por tanto una acción, una virtud, un modo de vivir ajustado y adecuado. Pero no solo una acción de la persona en línea con la virtud, sino algo más curioso. 

Nuestro razonamiento está de acuerdo con los que dicen que la felicidad es la virtud o alguna clase de virtud, pues la actividad conforma a la virtud es una actividad propia de ella. Pero quizás hay no pequeña diferencia en poner el bien supremo en posesión o en un uso, en un modo de ser o en una actividad. 

Si se lee bien, Aristóteles dice que la acción no es solo de la persona misma, sino que la virtud también actúa. Y que hay que saber diferenciar el "modo de ser", en tanto que estable y quieto, con "la acción", que es dinámica y provocadora de algo más que ella. En el modo de ser habría reiteración, repetición, no cambio. Mientras que en la acción, según parece de las palabras tal y como las dice, tiene lugar algo distinto de la acción misma, algo distinto de la historia, y sería por tanto una ruptura, una posible novedad en ella, con algo diferente a lo que hay. No sería conservación sino provocación. Aunque haya acciones, dicho sea de paso, que a mi modo de ver, más me parecen que al obrar suponen una repetición extraordinariamente sana y de continuidad, de mantenimiento y de resistencia a todo que, de nuevo a mi entender, son absolutamente virtuosas, quizá porque realizan lo inesperado, lo extraño en la cadena de conexiones y causalidades del mundo comportando un manifestarse la vida con superioridad respecto a la esclavitud y condena del ser del mundo, de lo fáctico, de lo sistemático, de sus leyes implacables. 

Con todo, el maestro lo que pide es que contemplemos, al modo platónico, que la acción humana puede verse lanzada tan directamente sobre el bien que el bien mismo comience a brillar. A eso le llama "felicidad", en tanto que manifestación concreta, probablemente, de algo mucho mayor y de una extraña plenitud que no parece que sea lo habitual contemplar en la historia y la acción humana. Es una acción, en tanto que se pueda decir feliz, que no se agota en sí misma y queda desbordada. Entiendo que, al menos, para quien la vive. Quizá, y no será nunca lo relevante, para quien la ve, la escucha, la percibe, la recibe como algo ajeno. 

Luego añade a todo el elenco de "matices y modos" de la virtud, que es el bien y la felicidad, la rectitud. El vivir rectamente. Es un "tópico" común, que sin duda habla más de la situación de pobreza del ser humano y sus enredos que de la realidad misma, a la que no cabe atribuir semejante cualidad. 

Así también en la vida los que actúan rectamente alcanzan las cosas buenas y hermosas, y la vida de estos es por sí misma agradable. 

Aquí apunto en otra dirección. Porque cuando dice "en la vida", lo que realmente se podría leer es que la rectitud propia de la persona sería vivirse allí donde lo esencial y lo fundamental y donde tiene su lugar, que no es el mundo por mucho que se repita, sino en la vida misma. Situado en la vida misma la persona puede obrar con rectitud. Todo lo demás, fuera de la vida, es dislate, disparate, dislocación. Con esto, un poco más allá, confundimos permanentemente el término vida con el río del tiempo y cosas así, acompañados tantas veces de metáforas inciertas que luego terminan en comprensiones inasumibles de la realidad. Con todo, la rectitud, reitero, sería vivirse en la vida propiamente. 

Y luego, sobre los placeres. De los que, abierto el melón, seremos incapaces de deshacernos y convertirlos en algo irrelevante para la cuestión ética. Siempre vendrá alguien a preguntar por ellos, sin saber siquiera qué son. Porque realmente quiere preguntar por otra cosa. Más parecida al "otro mundo" que a este cierto que tenemos delante, con el que cuesta "bregar". En el fondo, el placer se apoya en algo incierto, que no se puede repetir, pero que se propone como algo seguro por inmediato, de tal forma que cautiva (la palabra es "cautiva") la inteligencia de quien está ahogado y no sabe por dónde tirar. Ante la duda, lo placentero. Refranes hay muchos. 

Entiendo que el mundo de Aristóteles no es este en el que yo escribo. Que la resistencia del mundo era mucho mayor, más impenetrable, menos dominable. Pero se mantiene lo mismo. Da igual. Aunque se gane suficiente terreno, da lo mismo. Quienes llegan se las ven en algo muy semejante. Y triunfa. Y se quiere realizar un "mundo feliz" cuando felicidad y mundo no tengan nada que ver. 

Y dispuestos a soñar, entonces se concluye normalmente algo así como lo que dice Aristóteles. 

La felicidad, por consiguiente, es lo mejor, lo más hermoso y lo más agradable, y estas cosas no están separadas como en la inscripción de Delos: "Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la salud; pero lo más agradable es lograr lo que uno ama."

A lo cual le diría al maestro que no. Que sí están separadas. Que sí están realmente separadas. Y que decir lo contrario, por fácil que sea, es confundirse. Pero bueno. Situar la felicidad "en el marco de lo  concreto", como algo más del mundo de las cosas y de las personas sin distinción alguna, es lo que tiene. ¿Y si la felicidad fuera lo más desconocido, como bien parece que sucede porque todos la buscan y nadie dice tenerla? ¿Y si?

Las carencias. Cuánto ayudan las carencias. Cuánto ayudaría describir qué es una carencia y de qué, y qué clases se viven porque se viven, y cómo se conoce la carencia como carencia y lo carente como carente. 



viernes, 24 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,7 (Día 13)

Aristóteles es como si descubriera cosas importantes, las deja apuntadas, pero no quiere llegar a ellas por prudencia o miedo. Entonces se frena. Además, me está ocurriendo con este diálogo sobre la Ética que me gustaría saber cómo o por qué llega a decir lo que dice, lo que insinúa. ¿Cómo es eso de llegar a las esencias de las cosas y qué camino hay que tomar? ¿Es como un perfeccionamiento del buen juicio, de la buena percepción y del entendimiento? ¿O algo más? Cuando decimos que somos "vida social y racional", ¿hasta dónde llegamos con ello?

Cuál sería la función propia del ser humano, de la persona. Esa es la pregunta que quiere retomar, en continuidad clara con Sócrates. Cuál es, en definitiva, lo mejor de lo mejor. Y aquí, tengo que reconocer, que se pierden de algún modo todo por alcanzar lo definitivo y lo más alto. Y la escalera que han puesto ha dejado en bandeja el rechazo de partes sustanciales del ser humano, consideradas como algo no esencial, no elemental, o excesivamente básico y común. Craso error. Si la persona no va en su conjunto. O se considera, como parece ser el caso, que debe olvidarse de algunas partes de sí mismo para cultivar otras. 

Es aquí donde Aristóteles distingue en el alma humana aquello que no es ni propio de rocas, ni de plantas, ni de animales. Situándonos como personas en la razón. La razón, efectivamente, conforma todo lo humano. Su materialidad, su corporalidad, su conexión con la vida, su movimiento, su capacidad para hacerse cargo de todo lo demás y transformarlo. La razón, en el buen sentido, es la auténtica vida del ser humano cuando no hay división en él. Lo propio humano es, en este sentido, la razón. E insistir todo lo que se pueda en su amplitud para no reducirla a inteligencia, a pensamientos modernos o sentimientos posmodernos, y dejarla como lo que es: razón abierta, razón amplia, razón viva y vivificante, razón raíz y razón destino. Que todo en la persona sea razón alude a su esencia abierta, no cerrada, no completa. 

Y un ser que no solo tiene razón sino que, al darse cuenta ella de ella misma, puede por tanto cuidarla igualmente. Y no solo en sí, sino en otros. Y, por tanto, dialogar. 

No toda razón, por otro lado, conduce al bien. Lo siento. Pero es así. La razón puede ser usada como cosa por el ser humano y puesta al servicio de lo que sea, sin darse cuenta de ella misma. Razón inconsciente, razón perdida, razón cosificada, razón usada.

Ojalá fuera de otro modo siempre. Y todo lo que tocase la razón se convirtiera en camino abierto hacia la excelencia. Pero no es así. La razón herida del ser humano, que no se comprende a sí misma, que no se conoce a sí misma, e ignora su profundidad y conexión con la vida, muestra en la historia suficientemente sus carencias, pero no su esencia. La razón capaz del ser humano puede incapacitarse para sí misma hasta el punto de no ser consciente, es decir, no tener conciencia, no tener dirección, pasar a ser reflejo meramente del impulso de la vida que precede a la barbarie en la acción y secunda una peligrosísima voluntad de poder por poder, voluntad bajo el miedo y temerosa, encogida e hiriente a su vez. 

Aristóteles encumbra la razón. No es para menos. Ojalá, insisto, fuera así. Ojalá la razón, que por sí misma no tiene dirección, recibiera tal dirección del bien al que dice Aristóteles que apunta, como si fuera la luz que se busca en la salida de un lugar oscuro y cerrado. La persona, que de por sí está encerrada en sí misma, ensimismada en este sentido, tiene en la razón el arma más poderosa para iluminar en algo un interior acechado por la indiferencia y el miedo. La razón, sin duda, sería lo mejor de lo mejor. Como instrumento, como constitutiva de la persona humana en su conjunto. Tanto en su corporalidad, como en su afectividad, como en su relación, como en su cuestión. 

Nadie se pregunta tanto como el ser humano. Ningún otro ser vive bajo la pregunta, es decir, bajo la razón que primero pregunta y se hace consciente de la pregunta antes que de cualquier otra cuestión, aunque la razón sea siempre debida a palabras, escasas habitualmente, para todo aquello que la razón misma intuye y vislumbra, conoce de antemano y necesita reconocer de otro modo, o volver a ver con más detenimiento y atención. 

Es interesante el respeto que parece alcanzar el mismo Aristóteles por la diferencia de fenómenos que comparecen ante la razón, incluida la razón misma. Y cómo se debe proceder con rigor y método en cada uno de ellos, según aquello que se presenta. Luego la razón está dotada de una amplitud que no hay que justificar, así como pregunta más allá de lo que puede abarcar y acaparar de inmediato. De entre todo, subrayaría hoy por hoy aquello que se alcanza mediante la razón a través de la acción, del hábito, según dice Aristóteles. No es una apertura a la inmediatez, sino una apertura con memoria, con historia, con trayectoria. Esto es sumamente interesante. No es un órgano de lo inmediato, bajo ningún concepto. No es un órgano de lo directo, bajo ningún concepto. La razón que procede no es una razón que pueda decirse sola, ni vacía. Su apertura no es una apertura a la carencia, sin más, ni a la búsqueda por la búsqueda. Sabe, de alguna manera, qué buscar y está preparada para recibir según su amplitud desconocida para quien comienza a conocer y conocerse. 

Mañana más. 






jueves, 23 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,7 (Día 12)

Aristóteles se puso intenso ayer una vez más con los fines en sí mismos y los otros fines que, no siendo tales, pueden tomarse como tales. O sea, que hay un único fin para la persona y el resto deberían ser solo medios ajustados a tal propósito. Todo un programa de vida escrito en pocas líneas y dicho de sopetón. Lo que yo me pregunto, sin mala intención, es cómo se descubre ese fin y por qué camino, porque ese fin es lo que se denomina "sentido de la vida", que por muy personas que seamos todos a nadie resulta fácil encontrarse en semejante sendero. A decir verdad, lo que abunda es la desorientación y, en el mejor de los casos, ir diciendo que hoy se vive feliz y que cabe esperar que mañana también, aunque no se tenga ni idea de lo que se está diciendo. Es decir, el ideal que hoy se propone es el de no despertarse demasiado del plácido adormecimiento de lo inmediato y de las rutinas. 

Continúa el filósofo cuestionando cualquier posible autarquía, que es, dicho de otra manera, autosuficiencia elemental. Un concepto que ha triunfado, triunfa y triunfará porque, en definitiva, lo que encumbra es una vida sin vida, una vida sin nada más que sí misma, una vida donde nada moleste, y, como los seguidores de esta doctrina terminan diciendo, o por donde empiezan realmente todo este desastre, ni uno mismo sea impedimento alguno a la doctrina. Algo que tomado extremadamente, como suele suceder, termina siendo una lucha a muerte. 

Frente a esto, el noble intento de Aristóteles es reconducir la imagen que la persona tiene de sí misma. Y ha calado. Somos seres sociales por naturaleza. Podríamos decir que, con arraigo, nuestra condición es una condición compartida, vivida mutuamente, experimentada en común. Lo cual es un paso de gigante, que sí que tiene fundamento concreto en la cotidianeidad que puede revisar cualquier persona consigo misma, incluso en lo superficial y más básico. Esta condición social la toma, no como fruto de una historia que por tanto generaría una deuda con las relaciones más próximas, sino por naturaleza, es decir, mucho más allá de uno mismo y en mutua dependencia. No es un individuo que se mira a sí mismo y lo más próximo, sino la naturaleza que, como en el Banquete de Platón se insinúa ya, se ha desperdigado, dividido, fragmentado y esparcido por doquier en humanidades particulares, pero insuficientes por sí mismas. Espero que esto se comprenda bien. Para no decir muchas tonterías fáciles. 

El mismo Aristóteles, que intuye que esto va mucho más lejos de lo que conviene a una razón prudente, acto seguido quiere frenar su extensión. Con qué argumento. Pues simplemente anota lo siguiente: 

No obstante, hay que establecer un límite en estas relaciones, pues extendiéndolas a padres, descendientes y amigos de los amigos, se iría hasta el infinito. 

Y, efectivamente, amigo viejo, así es y así debe ser. ¡No pongas puertas de conveniencia y control al amplio campo de la humanidad! Pero sigue con otras cosas. 

Se trata la autarquía, con moderación, en la autosuficiencia de lo básico y elemental, en relación con las cosas más bien. El peligro queda ahí identificado. En una moderación del uso de la realidad y del mundo, en una moderación de la relación finalista con las cosas que nos rodean y en la composición de una salvaguarda para lo fundamental. Es decir, autarquía respecto al mundo y, nuevamente, en nada en relación a la vida. La vida, la persona, el núcleo fundamental de la ética, queda muy al margen de todo esto. Y ahí, está claro, no hay autarquía alguna, sino vinculación, apertura y alianza. 

Repito una vez más la confusión que hay aquí entre más y mejor, entre cosas y vida. Y cómo aplica sin razón alguna, ni explicación, el término felicidad a unas y otras. Porque es manifiesto para él que, con semejante aparato intelectual, termina siendo la felicidad algo perfecto y suficiente, que prefiere entre los bienes el mayor, que presenta el mayor de los bienes -tomados como cosas- como el mejor. Lo cual, para nada es cierto. 

Continúa aclarando Aristóteles qué es eso de felicidad, pese a ser lo más reconocido por todos, lo más evidente, según él. Y engancha con la "función del ser humano". Si se conociera bien ésta, terminaría por ser evidente qué es la felicidad. Como si de una máquina se tratara, como si fuese un reloj, entonces la felicidad sería dar la hora en su justo momento, con acierto y sin desviación alguna. Para conocer lo específico del ser humano, para lo que haría falta una larga investigación de la que no nos puede despistar la afirmación histórica sobre la razón sin más, la razón desvalida y desgajada de lo humano, el mejor camino se ha dicho hasta la saciedad que es el conocimiento de uno mismo. Sin embargo, convendría añadir mucho más a semejante pobreza, aunque la preocupación inicial, eso sí, pueda ser uno mismo. Lo radicalmente humano en alguien que busca lo auténticamente humano con sinceridad no podrá encontrarlo finalmente en sí mismo, sino en el otro. Si no fuera así, no buscaría nada. El principio puede ser el propio conocimiento, en uno mismo. Pero ni de lejos eso será un final en atención al mismo principio de quien busca conocer lo que no sabe. 

Me agrada mucho, y lo digo más que hedonistamente, la expresión "captar esencias". Esa búsqueda es mucho más que la descripción infinita y cambiante de todo lo demás y pretende encontrar, confiadamente, lo que realmente fundamenta y otorga sentido. Ese es el conocimiento de la verdad que la verdad en verdad busca. 

Diría más, por lo que voy entendiendo, que no es lo mismo comprender la esencia de algo que la totalidad. Lo dejo por aquí apuntado, para que nadie se confunda. Que acercarse a la esencia de la realidad, sea cual sea, no es el conocimiento de todo lo que esa realidad es, puede ser y ha sido, es decir, no es el cerramiento y la clausura de la realidad, sino probablemente al revés, la apertura de quien conoce a una novedad no esperada del todo quizá y, también, la apertura de la realidad a sus posibilidades más propias. Conocimiento de esencias y amor tienen mucho que decirse como formas cercanas de una persona responsable en el mundo, inserta en la realidad, real como ellas. 



miércoles, 22 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,7 (Día 11)

Estábamos con los fines (que son, del otro lado, fundamentos y principios del obrar, o sus relaciones más intensas) y Aristóteles pervive en el giro antropológico (qué modernez) de la filosofía antigua griega. Con la necesidad inconfesada de dejar de hablar del mundo y de sus cosas y volverse sobre sí mismo para conocerse en algo más profundamente que la primera intuición o toma de conciencia. Ahora, alardeando de un interés muy profundo, quiere reconducir la conversación -y ya van varias veces que lo repite- a su origen, sin miramientos. 

Pero volvamos de nuevo al bien objeto de nuestra investigación e indiquemos qué es. 

Tal forma de expresarse merecería terminar con un "chimpún" sonoro, acústicamente equilibrado, a la par que denso. Hay que intentarlo, al menos intentarlo. Definir qué es el bien. Antes, si es posible, decir cómo se pretende llegar a él. Y, lo que es más importante todavía, no sustraerlo con la reflexión, como un ladrón en la noche, de la experiencia de las personas concretas de carne y hueso. No sea que las palabras provoquen una distancia y división inadecuada. 

Lo primero, que es diverso en cada arte. Hay un "bien" para cada una de ellas. Una perfección, por tanto. Algo que hace que lo que es sea lo que realmente es. Y, por lo que se ve, ya que requiere de nuestra participación y tarea, no se da por sí mismo automáticamente, directamente. ¿No será entonces algo que "se pone" más que algo que "se desvela"? En tanto que cabe preguntarse por el bien de cada una, ¿se tratan por separado o hay algún modo de proceder sobre sobre todas las formas de bien a la vez, como en su raíz o destino?

Lo que señala Aristóteles como diversidad es la diversidad de las acciones humanas. Todas ellas, que son muchas, se puede decir si son buenas o no, si son mejores o no, si se realizan acorde a lo que dicen ser y su objetivo o no. Y así sucesivamente. Aristóteles distingue, lo subrayo, las acciones humanas. Quizá porque es el tema de la Ética. Ya sabemos que Aristóteles dirá después que, como nada le parece uno, salvo el fin, las acciones serán también distintas unas de otras. Lo cual es muy razonable, evidentemente. 

Lo segundo, que lo mejor parece ser lo perfecto. Lo cual es evidente solo a la razón que se piensa y repiensa. Porque nada en lo concreto me lo dirá jamás, salvo como reclamo, como exigencia, como grito o como lamento. Pero queda ahí. Lo mejor será lo perfecto implica, a mi entender, más una tensión, y por eso se llama finalidad en cierto modo y lenguaje, que algo definido. Su fin precisamente es de una indefinición tal que queda siempre abierto. Lo cual choca, dicho sea de paso, con el totalitarismo de la razón que solo encuentra fenómenos de los que puede hacerse cargo y todo lo demás lo deja pasto baldío del que dice no querer nutrirse. Aristóteles, al menos aquí, es más honesto. Existe la posibilidad de refundarse en fuentes inagotables de sentido. Lo perfecto, el fin será uno como bien. Y eso es lo que buscamos. ¡Toda una confesión! 

Lo tercero, que buscamos algo por sí mismo y no por otra realidad. A ese bien, que es el más perfecto de todas las otras perfecciones, como fin último, lo elegimos por sí mismo sin dudar. Y aquí, que alguien me perdone, pero Aristóteles se vuelve ya un ser de una hondura grande, que ojalá no abandonase jamás. Y ya que ha llegado aquí, lo que tendría que decirnos es, no especulativamente sino muy claramente, cómo es llega. ¿Cómo es Aristóteles que has hecho el largo recorrido que separa lo concreto de los bienes alrededor de los cuales decimos vivir y ese otro más bien deseado que poseído? ¿Cómo lo has hecho, por qué vía?

Un fin último. Lo deja ahí. Más allá del cual no cabe pasar. Estaría colmada esta vida y todas las posibles. Lo de ahora y lo de siempre. Finiquitada toda existencia. O sea, ese fin último se presenta al modo de un destructor de todo lo demás, a cuya sombra todo se vuelve insignificante, ridículo y poco o nada. De modo que, encontrado lo que se busca sin encontrarlo realmente, hay que ponerle nombre: felicidad. ¿Entonces, ya que lo conoces, no lo tienes? ¿Dónde lo has visto y no lo has atrapado para siempre? ¿No se deja coger, pero no nos lo dices? ¿Y cómo decir entonces a quien busca la felicidad sin tenerla, sabiendo que la hay y no puede alcanzarla? Nada. Sobre eso, nada. Solo el fin: felicidad. 

Pero bueno, Aristóteles, amigo y compañero. ¿Qué pasa con las personas que alcanzando honores, placeres y todo lo demás dejan de buscar más allá de todo eso? ¿Y qué pasa con tantas y tantas personas que dicen que son felices y a la mañana siguiente siguen buscando y buscando? ¿Qué fin último se alcanza el viernes para reiniciarse el sábado, o el lunes para volver a estar perdido el martes? ¡Ay, Aristóteles, amigo!

Dice que muchas cosas (honores, virtudes, placeres) los deseamos doblemente, por sí mismos y por otra cosa. ¿Acaso todos ellos hablan? O, vuelvo a decirlo, ¿no será la persona la que habla al tratar con todo ello, si es que habla, si es que piensa, si es que es reflexiva? Porque, insisto, conozco no pocos cuya vida se ve colmada con todo esto y, en principio, ni buscan, ni quieren buscar más. Por mucho que les diga y se les insista en que es algo frágil y perecedero, o que es todavía un peldaño para algo más. Peor aún, incluso si eres de lo más sincero y le dices que por ahí, probablemente por ahí, no hay fin último sino camino amplio donde cabe ya de todo, hasta el extremo de la mundanidad, y que no se cansarán de más y más olvidando toda posibilidad de algo distinto cualitativamente y mejor. Cualquiera va hoy y le dice a alguien así que todo eso no vale nada, aunque crea lo contrario. Cualquiera. Ya sabes lo que espera a quien quiera intentarlo. 

Lo último, con la autarquía, con la autosuficiencia, con el autopoder, con el autoprincipio-en-sí-mismo... etc. Difícil de traducir, lo comprendemos mejor casi en griego. Cuidado con el "sí mismo", que se dirá muy acertadamente, con hacerse a uno mismo como referencia de todo (lo demás y los demás). Cuidado, cuidado. Y, sin embargo, aquí esta filosofía y también la de su maestro y maestro, como se encaje bien, termina aquí. En creerse tan suficientes, tan poderosos, tan gloriosos que se oscurezca en las tinieblas toda otra realidad, esperanza y salvación. Así de claro. Autarquía que nos vuelve solitarios, encerrados y mezquinos, olvidadizos y encorvados. Autarquía que lleva el sello inconfundible del gran pecado, leído incluso desde fuera de la Biblia, porque es tan evidente a la humanidad que es deshumanizante que ningún despierto podrá negar la barbarie. Autarquía, sin nadie. Solo ante el peligro, como vida que se absolutiza. Eso, evidentemente, de felicidad tiene poco. Se consumirá a sí misma, consumiendo a otros. 



martes, 21 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,6 (Día 10)

Aristóteles ha comprendido algo bien, bastante bien de los platónicos. 

"Se puede suscitar una duda acerca de lo dicho, porque los argumentos (de los platónicos) no incluyen todos los bienes, sino que se dicen según una sola especie los que se buscan y aman por sí mismos, mientras que los bienes que los producen o los defienden de algún modo o impiden sus contrarios se dicen por referencia a éstos y de otra manera. Es evidente, pues, que los bienes pueden decirse de dos modos: unos por sí mismos y los otros por éstos."

La cuestión es tan amplísima que es imposible hacerse cargo de golpe de ello. Digamos, resumiendo mucho, que podríamos tratarlo como algo absoluto y algo relativo. Y lo relativo ya sabemos que puede ser de muchas maneras, otra vez. Lo absoluto, en principio, no. Y pide ser por sí mismo, independientemente de todo lo demás, aunque quepa relación con todo lo demás. Pero si es absoluto, lo debe ser por sí mismo. Si no, cae dentro de lo propiamente imperfecto en tanto que debe una parte de sí a otro. La búsqueda de lo absoluto, dado que nos encontramos tan familiarmente rodeados de todo lo relativo, es una pregunta clave para toda la filosofía. Si es posible, dicho en otros términos, frenar la cadena de relaciones y derivaciones, de deudas del ser de uno concreto en otro concreto pero absoluto. 

Tomando en serio lo que dice Aristóteles, sería algo así como: hay muchos bienes y, empiece casi por donde empiece, me llevarán a otros, no me dejarán quedarme en ellos, porque internamente, esencialmente, o bien derivan o bien relativizan su posición en la propia experiencia de quien lo vive. Es hermoso contemplar el mundo así. Como tanto movimiento. Porque serían, y esto ya sabemos que es uno de los grandes problemas de todo lo que dirán, sus esencias son dinámicas obligatoriamente, diga lo que diga a la hora de escribir.  

Fuera de Aristóteles. Como días atrás. ¿Qué es lo que realmente ocurre? ¿Qué muestra eso que vivimos inmediatamente? ¿Se trata de bienes? ¿Se trata de bienes que van más allá de sí mismos? ¿Refieren, piden ir hacia algo más? 

Es sorprendente la conexión, y no me canso de repetirlo, entre cosas del mundo y fines, que son bienes. Eso Aristóteles tiene que mirárselo bien. Y me encantaría disfrutar de su contemplación de lo bello. Puede estar más en lo cierto que yo mismo o decir algo sobre la relación entre mirar y mirada, que no deja por escrito y a lo que está incitando. A lo mejor su Ética es precisamente esta. La de lee, lee y que vaya calando. 

Continúa en la diferencia entre los bienes por sí mismos y por otros. Si hubiera muchos bienes "por sí mismos" se perdería el encanto, creo yo, de buscar entre los que van más allá, al ganar inmediatez. Lo que planteo a mis alumnos en clase, por decirlo claramente, es la conexión real de la persona con el bien más allá de todo lo demás y frente a todo lo demás. Es eso lo que empuja, en verdad, creo yo, a buscar bienes donde a lo mejor ni los hay, en un primer momento. Y albergar así la esperanza de algo mayor, de la posibilidad real de ese bien. Pero en esa búsqueda también sorprende lo contrario. El engaño y todo lo demás. 

Y vuelvo a decir que el hecho de decir que hay bienes, sin explicar qué es el bien, me parece una trampa de niños pequeños. Y si bien se decir como "ajuste" o "adecuación", es decir, como mera relación sin nada más, entonces creo que es todavía más perezosa la expresión del sabio antiguo que quiere separarse tanto tanto de su maestro que termina por darle la razón girando sobre la realidad. No puede ser algo, en verdad, de este mundo. Por mucho que quiera mundanizarlo. 




lunes, 20 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,6 (Día 09)

Vamos a criticar a Platón. Para Aristóteles, Platón y los suyos no han hablado ordenadamente y todo lo han mezclado. Y como lo han dicho todo "como dialogando" no han establecido una prioridad de lo fundamental respecto de todo lo demás. Y como "el bien" vale para todo y se aplica a todo, hay que tener claro de qué se está hablando. Porque no será lo mismo hablar del bien en sí mismo, que del bien en cuanto a cualidad de otra cosa en sí misma considerada, que de la relación entre otras cosas establecidas. Es más, hay que tener claro, bien claro, que una cuestión es relativa a la sustancia y otra muy diferente a la relación, que será como "accidente" en ella. Y, para Aristóteles, no es común, no se dice de la misma manera, no comparten nada. 

Lo dicho, que la palabra "bien" se dice de muchos sentidos (se dice de muchas maneras), por lo tanto es flexible. Y aquí el filósofo, ya que hay confusión, lo que prefiere es, en lugar de esclarecerla con rigor, casi negar su realidad en alguno de los modos en los que se dice. Pero, como conviene ver, lo que está haciendo es aplicar un criterio. Criterio que, a la postre, niega. No sé bien por qué motivo, porque parece aplicarlo y negar, de ese modo, la existencia de una "noción común universal y única". 

Es más, como conocimiento y realidad van unidas, de una única realidad deriva un único conocimiento. Y esta es su forma de comprender, de modo reducido la realidad, pues al hablar de modo oscuro de la participación o no entender la prioridad del bien sobre todo lo demás, a los diferentes conocimientos de las diferentes realidades no aplica una idea mayor de bien, porque ha quedado desarmado frente a su investigación, que a buen seguro hubiera podido adquirir por la vía por la que comienza su conocimiento con un poco más de finura. Con todo, Aristóteles está tan al inicio de ciertas investigaciones que es asumible que sus primeros pasos no puedan llegar más lejos. Pese a que los hubiera podido adquirir y profundizar en la Academia. 

Vuelve sobre aquello que es "considerado en sí mismo", la "cosa misma" para criticar que sea posible porque no tiene duración, o algo así, o no puede encontrar la relación entre lo universal y lo concreto, lo general y lo individual. Ahí, en ese viaje, se pierde. Porque prefiere andar al revés. Como si los platónicos partieran precisamente de eso, tal y como seguimos explicando hoy, aunque eso no sea filosofía platónica. 

A los pitagóricos sí les da mayor credibilidad por su teoría de los números y tener el uno como prioridad y establecer el uno como origen. No el uno de la totalidad, sino el uno concreto, lo concreto que parte de los sentidos como noticia de que "algo hay". Sin embargo, sobre esto, es tan escaso lo que dice que solo los alaba en comparación con los platónicos. Poco más. ¿No eran los platónicos suficientemente estrictos? ¿Qué vivió el joven Aristóteles junto a su maestro?





domingo, 19 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I,6 (Día 08)

Ahora vamos a comprobar cómo ha comprendido Aristóteles a su maestro Platón. El que ha escrito el título nos avisa de la refutación del platonismo. Y a mí me da por pensar, sin más, en la distancia que ya hay respecto de Sócrates, a quien el macedonio ya ni nombra. El olvido parece ser grande y grave. Ha quedado como mero horizonte de realidad dentro de las posibilidades otorgadas a Aristóteles para que diga algo con cierto sentido. Y, sin embargo, Aristóteles cree pensar por sí mismo más que todos los demás. ¡Veremos! 

Lo dice así (traducción Gredos): 

Quizá sea mejor examinar la noción del bien universal y preguntarnos qué quiere decir este concepto, aunque esta investigación nos resulte difícil por ser amigos nuestros los que han introducido las ideas. Parece, sin embargo, que es mejor y que debemos sacrificar incluso lo que nos es propio, cuando se trata de la verdad, especialmente siendo filósofos; pues, siendo ambas cosas queridas, es justo preferir la verdad. 

Evidentemente, estos amigos tan queridos son los primeros filósofos, Platón y los suyos, que hacen de esta tarea una especie de escuela u oficio. Y, por lo que se ve, lo hacen bien. Pues no temen salirse de la tradición en la que han crecido para buscar alternativas mayores. Estamos solo en los albores y el despertar y ya los cimientos parecen ser sólidos. Lejos de la repetición idolátrica tratan de preferir la verdad a cualquier otra opción. Y si fuera realmente así, sería verdaderamente maravilloso y una escalera hacia la vida plena firme como ninguna otra. 

Esta actitud honrosa, por la que Aristóteles se separa de los más cercanos, con todo lo que hubo detrás de su salida del círculo platónico a la muerte de Platón, es precisamente una forma de homenaje a su maestro. Probablemente el mejor. Sea como sea, preferir la verdad. Éste es el destino de los filósofos. Y no por ello dejar de considerar amigos e incluso familia a los amigos. 

Quiere ir directamente a examinar la noción de bien universal y preguntarse qué significa eso. La noción de bien universal. La de "lo mejor" de lo mejor, más allá de lo cual no se puede pensar ningún bien. Sin más, el bien en sí mismo. Y se llama -puede que malamente- "universal", porque está vinculado con todo lo real, con la totalidad y cada parte, pero no de igual modo. 

Curiosamente, se invierte el planteamiento respecto de su maestro. Y quien parece que es un idealista se vuelve un realista y a la inversa. Ahora Aristóteles quiere examinar partiendo de la idea de "lo mejor", del "bien en sí mismo", porque es, en verdad, lo más atractivo que puede hacer de entre todo lo que ha aprendido en la Academia probablemente respecto de todas las cuestiones tratadas. Todo termina en ello. Y no digamos si lo que quiere es investigar la ética y la política. Pero, hago notar, Sócrates no hacía eso. No se plantaba aquí o allá con este o aquel sabio para preguntarle por el bien perfecto, sino que conversando sobre asuntos del todo diversos llegaba, porque siempre llegaba allí, a la pregunta por el bien. 

Me parece que Aristóteles, que comprendió realmente bien algunas cosas, aquí va a "patinar", por querer vivir sin tener ideas de las cosas y reconocer al mismo tiempo que las tenemos aún sin saber de dónde vienen realmente. Pero eso para mañana. 




sábado, 18 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMADO. Libro I,5 (Día 07)

Ahora que Aristóteles había dicho algo interesantísimo, vuelve a lo de antes y toma lo fundamental como una desviación. ¡Qué larga se me va a hacer la lectura como esto siga así!

Pero sigamos hablando desde el punto en que nos desviamos. No es sin razón el que los hombres parecen entender el bien y la felicidad partiendo de los diversos géneros de vida.  

Repite lo de antes, efectivamente, para enfatizar los distintos modos de vida. Como si fueran un hecho de partida irrefutable que hay grupos de personas o modos de proceder en la vida diferentes realmente, clasificables y aplicables a personas concretas. Esto no sabemos, por preguntar a Aristóteles algo, si lo hace de manera inductiva o deductiva, o meramente recoge del refranero popular de su región o de Atenas esta idea: hay personas distintas, con distintos modos de vida. La pregunta se las trae. Las respuestas, ¡uy, las respuestas! 

Personas, sí. Realmente hay personas distintas. Me parece que es un dato de partida innegable. Que haya grupos de personas o que las personas sean clasificables me parece de una complejidad y riesgo infinitamente mayor, porque tal investigación nace con alguna intención, supongo, y para hacer asociaciones o separaciones existe algún criterio. Que es, precisamente, lo que muchos tienen claro que debe hacer la ética. Sin embargo, Aristóteles aquí no lo aclara. Solo dice que hay géneros de personas, en modo abstracto, o que existen realmente esas ideas a las cuales responden las personas concretas de carne y hueso. En ambos casos, un problema difícil de resolver. O lo que está queriendo decir es que la persona concreta se relaciona con modos también concretos, por abstractos que se digan, de los cuales recibe o a los cuales se entrega. O algo así. Pero tomados como realidades alcanzables, descriptibles y considerándolas bajo el paraguas de una razón que actúa de ese modo y permite ser descubierta por la razón precisamente viviendo de ese modo. 

Aristóteles parece tener claro que hay tres tipos de personas, tres grupos de personas si llegan a organizarse. El vulgo, los que buscan honores y los contemplativos. Nombrados así, provoca un cierto rechazo. Pero serían, a su parecer, los que identifican el bien con el placer, los que eligen una vida de apariencia y reconocimiento, y los que están frente al bien con una vida, se diría, propia de los dioses. 

Los primeros son la "generalidad", como si se tratara del ambiente natural en el que se nace. Los segundos fundan la política, son mejor dotados y activos y buscan este aplauso y gloria humana. Los terceros, de los que de momento calla, están en otra situación que no es ni la primera, ni la segunda. 

Casi se diría que los primeros tienen ética a semejanza de las cosas y son dominados por las leyes de la naturaleza. Los segundos, por darle la vuelta, se involucran en las leyes que las personas se dan a sí mismas en las sociedades y las dominan a su vez, más que ser dominadas por ellas. Y los terceros, dicho más a las claras, ni viven en lo natural, ni viven realmente entre la gloria de los suyos. 

Esta distinción, cuya radicalidad intenta comentar y matizar a propósito de los comerciantes y gente de negocios, que parecen una mezcla, solo sirve a mi entender para dos cosas. Una es ver la relación de las personas con la realidad en una doble dirección: de lo que la persona recibe y de lo que la persona hace, y la preguntar por dónde está y dónde podría o debería llegar. La otra es mucho más simple y no se ha nombrado: aquí no hay relativismo de ningún tipo, nada da igual y todo se presenta desde un realismo y una objetividad que espanta, sin matiz alguno. 

Evidentemente, respecto de lo último, no es que Aristóteles carezca de prudencia, sino que el combate de relativismo no puede hacerse desde la grosería de las taxonomías fáciles. Lo que hay aquí, tomado tal cual, es un insulto a muchas personas y otorga una excelencia a otras que quizá, a mi entender, tampoco sea para tanto. Una madre que empeña su vida por sacar a sus hijos adelante con sufrimiento y trabajo, aunque no lea ningún libro, ni tenga tiempo para contemplar, es un ejemplo de ética y política de primer orden. Y, sin embargo, fácilmente caemos en no considerar la variedad y riqueza de lo real humano empleando categorías y sistemas cerrados y ordenados que son la antesala del totalitarismo puro y duro. 

No creo que esté en el ánimo de Aristóteles decir algo así directamente, pero su situación de partida es la que es, y está claro que piensa dentro de una sociedad con divisiones marcadas en las que solo hombres libres tienen consideración ética y política en última instancia. Sobre lo cual, a mi humilde entender, habría que estar permanentemente alerta. 



viernes, 17 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO, Libro I,4 (Día 06)

Quedan cosas por decir siempre. Una razón capaz de, leyendo, llegar a las cosas en compañía de quien las escribió es una razón amplísima. De alguna manera, mientras se lee, cabe en ella esa relación tan inmensa. Una razón estrecha se quedará pensando en la explicación de tal o cual palabra, en este giro o en aquel otro, sin rozar siquiera la realidad. Hay quienes leen saliendo fuera, hay quienes leen esclavizándose dentro. La virtud de quien lee restringiéndose es el máximo respeto por el escritor. Aunque no sé si al escritor de cosas serias le hubiera agradado realmente esa actitud. 

Ojo a la distinción, y no seamos precipitados en ponerle palabras que hayamos creído comprender antes tan rápidamente. Puede parecer muy evidente y no serlo. Si lo fuera, supongo que cualquier persona en su día a día, en lo más cotidiano, procedería con exquisita pulcritud en ello. Y no es difícil mostrar lo contrario. Es más, dando por supuesto que exista un auténtico razonamiento, que muchas veces no lo hay, luego llega además la confusión sobre la forma de razonar de tal o cual persona. 

La distinción es sencilla. Unos razonan para llegar a los principios, que se supone que no tienen, precisamente para alcanzarlos, y otros razonan desde los principios ya adquiridos, extrayendo conclusiones de ellos. Nuestra razón puede proceder de esos dos modos y habitualmente lo hace, casi sin preguntar. Aunque también sabemos, porque hemos ido más allá de Aristóteles, que quizá lo más común sea una especie de síntesis de ambos. Lo destacable, en lo que ahora concierte al texto y al interés de partida del filósofo, es la existencia de principios. Algo en lo que, si es posible detenerse un poco, invitaría a todos a considerar bajo la pregunta que más se adecúe a su situación. ¿Hay principios realmente? ¿Cómo se llega a ellos? ¿Qué dicen los principios de sí mismos, si pueden decir algo? ¿Qué relación tiene ese principio con las "cosas concretas" y prácticas de cada día? ¿Cambian o no? ¿Se cogen y se dejan? ¿Qué tiene que ver todo esto conmigo?

Alguno puede considerar que esto es una broma de mal gusto y que se exagera. Pero entonces abres los ojos, ves lo que ocurre en "el mundo" y con tantas personas de un lado a otro, con los millones y millones de habitantes del mundo, y, a lo mejor, lo mejor es darle una vuelta. No he preguntado antes, pero sería igualmente interesantísimo reflexionar sobre si es posible tomar por principio algo que no es tal o si es posible torcer un principio a placer y domesticarlo para que se acomode a uno mismo. Y más preguntas de este tipo. 

Hasta ahora, sin citar a Platón, aunque estando el maestro del maestro más que presente, se ha dedicado a exponer los fines y el fin de los fines y los medios para el fin y la confusión entre ambos, etc. Hasta ahora, nada de Platón. Pero ahora sí. Y lo dice claramente. Como si fuera con él con quien aprendió algo tan intenso y claro, una vez que se repara en ello. Este problema se lo debe a Platón. 

Platón suscitaba, con razón, este problema e inquiría si la investigación ha de partir de principios o remontarse hacia ellos, así como si en un estadio, uno ha de correr desde los jueces hacia la meta o al revés.  

La comparación es extraordinariamente buena. Así como el lenguaje en imágenes, igualmente platónico. La deuda con el maestro no termina de pagarse nunca. El caso es que, lo que hacía Platón, era causar problemas. Algo que puede chocarle a más de uno y no debería ser así. Sócrates, por donde se inició todo, era así. Un tábano, una mosca molesta y burro preguntón e incansable amante del prójimo, al que veía sumido en una ignorancia que el propio amigo ignoraba. Y era algo tan fundamental como lo que se está exponiendo aquí, porque hasta este punto llega la confusión: cuál es la dirección y sentido del razonamiento, si es que hay tal razonamiento. 

Un camino eleva y otro desciende. Uno universaliza y otro concreta. Uno busca y el otro ya ha encontrado. Y no sabemos bien, de todas estas metáforas, qué hace cada cual. Porque un razonamiento hacia el principio puede ser elevarse o profundizar. Porque un razonamiento desde el principio, lo mismo. Y así con todos. Siguiendo al mismo maestro de Aristóteles, donde tendríamos que parar un rato es en no dar por supuesto de primeras que hay tales principios, sin más. E intentar definir qué son. Insisto. Porque puede ser que no los haya, y trabajemos aquí con la razón mientras está entre nubes de nada y menos. 

No olvidemos, sin embargo, que los razonamientos que parten de los principios difieren de los que conducen a ellos.

Por ahora, vamos a fiarnos de Aristóteles y a no olvidar esto. Como tampoco olvidemos la pregunta por los mismos principios. Y como tampoco hay que olvidar que sabemos, porque lo sabemos, que lo más probable es que el camino puro de subida y descenso solo sirva para una primera clarificación teórica, mientras que la realidad enseña que, en su complejidad, vivimos a la vez de ambos, sin saber bien en qué medida trabajamos con uno y otro. Como tampoco olvidemos, por el hecho de llamarse "principios", de dónde pueden venir tales principios, si se sostienen a sí mismos o si son sostenidos, etc. etc. etc.

A renglón seguido, Aristóteles pide calma y comenzar pedagógicamente por lo más simple, por lo fácil, por aquello que no ofrece dificultad alguna y es directamente visto y compartido, casi tocado. Si es que esto existe. 

No hay duda de que se ha de empezar por las cosas más fáciles de conocer; pero éstas lo son en dos sentidos: unas, para nosotros; las otras, en absoluto. Debemos, pues, quizás, empezar por las más fáciles de conocer para nosotros. Por esto, para ser capaz de ser un competente discípulo de las cosas buenas y justas y, en suma, de la política, es menester que haya sido bien conducido por sus costumbres. Pues el punto de partida es el qué, y si esto está suficientemente claro no habrá ninguna necesidad del porqué. Un hombre así tiene ya o puede fácilmente adquirir los principios. (Y luego cita a Hesíodo, que viene a decir que "pienses por ti mismo" o te dejes aconsejar bien, aunque lo segundo es peligroso porque no piensas por ti mismo.)

Yo no soy muy listo, pero Aristóteles aquí dice algo que se retuerce tan hacia sí mismo que es tautología de Perogrullo o un principio en sí mismo que se justifica por sí mismo y nada más. Porque expone lo siguiente: quien quiera aprender, que venga aprendido de casa. Y tan hondamente ha calado esto que llega hasta nuestros días y los profesores se lo creen a pie juntillas y protestan cuando no se da. O sea, que lo que hay que hacer es, por decirlo como su maestro lo dijo, "dar a luz" la verdad en quien ya la posee. ¿O no está diciendo esto Aristóteles, pese a que todo lo que luego diga querrá ser negarlo?

En algo le doy la razón. Para entrar en determinados asuntos hay que venir de casa aprendido y es mejor no enseñar cosas de mucho calado a quien no tiene un fundamento ético que asegure con qué dirección va a usar todo lo que va a recibir. Algo que, pese a ser la madre de muchas verdades, y el posible secreto mejor guardado de la educación, no se dice jamás, por pudor o por no contradecir a la masa: es mejor no enseñar nada al egoísta, al injusto, al cruel, al enemigo de la humanidad del otro. Si lo cumpliéramos, la educación, ahora sí, sería un auténtico motor del verdadero progreso social. No dar conocimientos a quien no está éticamente fundamentado en la verdad y el bien, porque, de lo contrario, los usará para conducir a la humanidad entera a mayores cotas de egoísmo, de sufrimiento y de sinsentido. Pero no lo diremos. Porque no queremos esto. Y no lo queremos porque no distinguimos nada de nada, pero nada en absoluto, entre el conocimiento práctico y el conocimiento teórico, y creemos que van de la mano cuando, en verdad, esto jamás se ha dado, ni se dará. 

Pero Aristóteles lo dice y hay que agradecerle, pese a que lo hace a escondidas y como niño pequeño detrás de su maestro, que así haya quedado por los siglos de los siglos. Hasta que lleguen los bárbaros y quemen todo su nombre, toda su historia y jamás nadie tenga ocasión de volver a leer lo que dijo. 

Y creo, sinceramente, que, en Ética, esta cuestión no se plantea honestamente, porque no se entiende siquiera. O porque el profesor de turno recibirá un exceso de preguntas para las que no tenga respuestas, y se verá que, por el camino que sea o de forma muy directa y evidente, ha llegado a un principio -precisamente a un principio- del cual ha extraído una conclusión práctica que habría que valorar, cogiendo el camino de regreso a ese principio para, si hubiere posibilidad real de ello, comprobar que llega tan lejos y no se queda a medio camino de nada. Lo cual ya es pedir que alguien haga el esfuerzo de llegar a un principio que no había considerado y que juzgue si es bueno o malo, para lo cual debería volver sobre el bien y el mal, que están más allá, y considerar a su vez si de el bien y el mal proceden tales principios y se generan tales decisiones, siendo buenas para todos y no para unos pocos. 

Esto es realmente la Ética. Y comienza con Sócrates. Hasta Aristóteles lo sabe. 

Y uno no sabe, lo digo para terminar, si quiere encontrarse por la vida a personas con principio o sin ellos, sobre todo cuando no tienen ni un ápice de revisión de sí mismos, cuando se desconocen o no se preguntan nada de nada en absoluto. Porque si dicen tener principios y obran en consecuencia, quizá puede ser lo peor de lo peor. Y si no los tienen, cabe esperar cualquier cosa.  En esto suelo, sinceramente, preferir a su maestro, siempre. Y que principios-principios, pocos, y mucha revisión y conocimiento de sí mismo, en una actitud de verdad absoluta. 





jueves, 16 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 4 (Día 05)

En el final del punto anterior, si quisiéramos, estaríamos una vida completa. ¿Adultos para la ética? ¿Adultos de carácter para la política y la ética? Si nos dejamos llevar por los sabios de la descripción natural, no dejaríamos de encontrar problemas. Pero parece que Aristóteles lo tiene más claro que muchos otros. Y sabe ver a la legua quién sí y quién no. Aquel paréntesis termina así: 

Y baste esto como introducción sobre el discípulo, el modo de recibir nuestras enseñanzas y lo que nos proponemos. 

καὶ περὶ μὲν ἀκροατοῦ, καὶ πῶς ἀποδεκτέον, καὶ τί προτιθέμεθα, πεφροιμιάσθω ταῦτα. 

Se sabe creando escuela de "escuchantes", de jóvenes que van a prestar atención a las enseñanzas. Y los pone en camino. Este es el modo en que se debe recibir una enseñanza. Lo cual es sorprendentemente interesante. Porque, y es una gran verdad, con el hecho de estar resulta insuficiente, con la propia exposición a la enseñanza no se consigue gran cosa. 

Algo que, como he dicho ya anteriormente, deberíamos considerar mejor. No versa sobre el "trato con las cosas", sino de la persona que trata con ellas. Algo moderno, pensará alguno. Y sin embargo es viejo. El caso es que el maestro tiene una intención con la que el discípulo debe alinearse. Idea pedagógicamente potente, si es que fuera posible hacer tal cosa, si es que fuera imputable el esfuerzo al alumno y no al profesor. O no tiene cada uno que hacer esfuerzo: quien enseña, ser claro y trasparentar la verdad, en la que se supone que vive, más que poseerla; y quien recibe, mostrarse disponible. ¿Cómo puede conocer el alumno la disposición en la que debe estar, el método, si no conoce todavía qué debe saber? ¿O sí lo sabe y lo único que tiene que hacer el maestro es clarificar el camino? 

Lo dejamos para Aristóteles, cuando pueda responder. 

Volviendo al tema, el maestro quiere mostrar rápidamente el horizonte hacia el que tiende la Política, el bien que persigue por tanto. Afirmando que 

todo conocimiento y toda elección tienden a algún bien

ἐπειδὴ πᾶσα γνῶσις καὶ προαίρεσις ἀγαθοῦ τινὸς ὀρέγεται 

deja claro una vez más que vincula muy especialmente a la persona con el bien, y no cualquier cosa, como una piedra o un árbol. De verdad, que ojalá fuera así. Que la acción por sí misma y la acción por sí misma respondieran tan automáticamente a la cercanía del bien. Y no estuvieran tan enredados, sin saber, entre fines y medios, sobre todo cuando los medios suplantan fines y condenan toda posibilidad de racionalidad por vía de la acción rutinaria y esclavizada dentro del tiempo.

Sigamos. Para Aristóteles, la "Política", que es una palabra cercana y que todos conocen, por lo que les afecta fundamentalmente, es de sobra sabida a qué se dedica. Es más, todos están de acuerdo en ello, en la "Palabra": felicidad. Por supuesto, todos admiten además que vivir bien y obrar bien es lo mismo que ser feliz. 

ὀνόματι μὲν οὖν σχεδὸν ὑπὸ τῶν πλείστων ὁμολογεῖταιτὴν γὰρ εὐδαιμονίαν καὶ οἱ πολλοὶ καὶ οἱ χαρίεντες λέγουσιντὸ δ᾽ εὖ ζῆν καὶ τὸ εὖ πράττειν ταὐτὸν ὑπολαμβάνουσι τῷ εὐδαιμονεῖν:

Julián Marías traduce: "Casi todo el mundo está de acuerdo." Tanto entre la "multitud" como entre "refinados", parece que hay una proporción similar. Y la mayoría, salvo excepciones, tiene clara la palabra a la que últimamente se dirige la política y la ética, por lo mismo. Y el nombre es "felicidad". Me quedo con ganas de ver qué pasaría si nos colocásemos entre los que niegan que esto sea así y que dudasen sobre la vinculación entre política y felicidad. Pero está claro, y comparto algo más importante con Aristóteles: toda acción tiene una dirección. Lo cual revela que hay una intención. Y, cómo no, esa atracción, sea conocida o no, no se la da la persona a sí misma. De tal forma que todos podemos comprendernos unos a otros, no solo a través de la palabra, sino también de la acción. Lo que se hace, se hace por una razón. Y esa razón ve más por ella misma que lo que muestra en su actuar concreto. La inmediatez es la gran enemiga del horizonte, porque lo desvirtúa, hace perder la referencia. 

Ojalá, dicho lo anterior, la reflexión sobre el horizonte fuera más profunda. Y no se hablara de la "felicidad" de modo tan ligero como dándola por supuesta o creyendo que sabemos de qué hablamos. Se lo debemos, en parte, a Aristóteles, que intenta hacer tema de ello, pese a que se revele escurridiza e inapropiada cualquier definición que se dé con intención de llegar a poseerla más que a captar la esencia. Sigamos ahí. En la búsqueda de lo suyo esencial. 

La tensión hacia la "felicidad" revela, al mismo tiempo, no solo dónde están puestos "los ojos", por así decir, sino los ojos mismos. Los pone en marcha, los excita, los despierta. Y, siendo fin último de la persona, por tanto nos habla de la persona en primera instancia. Queriendo, ya que el otro polo del hilo que lanza la intención es imposible clarificar, al menos conociendo este primero, que parte, según parece, de la persona misma y que está presente ante sí misma cuando busca la felicidad, cuando la tematiza. ¿Qué ocurre en la persona cuando se habla de "felicidad"? Sería una pregunta adecuada. Porque la misma palabra, no desconectada o vaciada de realidad, trae consigo contenido. 

Mucho más, ¿por qué alguien, y con qué derecho, dice estar buscando "felicidad"? ¿Ha hecho algo para ello? ¿Es neutral? ¿Es simple destino, como el rayo que escupe su fulgor o el trueno que revienta? 

Aristóteles ha metido a toda la humanidad en el mismo saco. Mejor dicho, a casi toda la humanidad. Daría igual la condición, menos en esos casos raros que viven de otra manera, al margen de la felicidad o aceptando la infelicidad. Pero bueno. Algunos seguro que se han quedado aquí en la lectura de la Ética, como en el debate entre la razón y la irracionalidad, para luego descubrirse los irracionales pensando como los racionales. ¿Infelicidad querida? Estupidez suma. Sea lo que sea, al menos saber lo que no deseamos por sí mismo. 

Por lo siguiente, Aristóteles bien puede entrar en el grupo de clasistas. Si alguien lo protesta es que no se conoce a sí mismo y su historia, o que carece de todo amor al prójimo. 

Pero acerca de qué es la felicidad, dudan y no lo explican del mismo modo el vulgo y los sabios. 

Es preciosa esta observación. Entre palabras, que despejan el camino, y realidades que, como tales, se quiere alcanzar, no siempre -o casi nunca- hay conexión total. Al menos en determinadas cuestiones, determinados ámbitos, determinados aspectos, determinados conjuntos. En la escritura se ve claramente que hay ya niveles de relación y semejanza, en cómo reflejan la comunicación usando letras o símbolos. Hay planos diferentes a los que cuesta dar coherencia sistemática. La verdad sería la medida de su proximidad. Una palabra dicha puede no indicar lo mismo. Las palabras son dudosas. En todo. En esto también. 

Habría dos clases, rápidamente dichas: los muchos y los sabios. ¡Qué rápido ha olvidado el discípulo al maestro! Los genéricos y los específicos respecto a la humanidad. Unos más toscos, todavía entre masas. Otros más separados de esa inmediatez de la vida. Y lo secunda con ejemplos, que a buen seguro muchos pueden criticar. Porque los segundos de Aristóteles viven, o bien despreocupados de todo ello y como locos, o bien lo tienen ya asegurado y, con ello, tendrían que justificar que pueden alcanzar algún tipo de bien -en sus palabras, felicidad-. 

Cuando se ponen ejemplos tan claros y directos, como queriendo enseñar, comienzan los problemas. Dudo pronto de las dudas de Aristóteles. Aquello visible y manifiesto, que es precisamente su asentamiento más fuerte en el realismo, ahora se desprecia del lado de los de vida trazada gruesamente. Como si a los segundos no les tuviera que preocupar, porque son más finos que ninguno de ellos. Y, perdonad que haga la pregunta, yo pensaba que los finos eran precisamente los que más se podían ocupar de los detalles de la vida en atención a algo mayor, y no meramente por las cosas mismas. Pero no porque no traten con ellas o por no darlas importancia, sino porque son consideradas relativamente y siempre en atención a algo mayor. Si no, de la propuesta de Aristóteles, se puede desprender perfectamente el desprecio de toda la realidad, porque la virtud es mayor y no tiene carne. 

Pero algunos creen que, aparte de toda esta multitud de bienes, hay algún otro que es bueno por sí mismo y que es la causa de que todos aquellos sean bienes. 

ἔνιοι δ᾽ ᾤοντο παρὰ τὰ πολλὰ ταῦτα ἀγαθὰ ἄλλο τι καθ᾽ αὑτὸ εἶναι, ὃ καὶ τούτοις πᾶσιν αἴτιόν ἐστι τοῦ εἶναι ἀγαθά. 

Perdón por el jaleo del día. Había que problematizar. Si no, pienso que no se comprenderá nada de Aristóteles. Sin discutir con él, haciendo esquemas, no se comprende nada de lo realmente importante. Que está en conexión bastante clara en muchos puntos con su maestro. A quien ha tardado en citar. Sin duda, para querer continuarlo, es decir, creyendo superarlo. 










miércoles, 15 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 3 (Día 04)

Para Aristóteles, en general para los griegos, el peso de las relaciones constituyentes de la persona es de tal densidad que el individuo queda supeditado a la comunidad y no somos capaces de comprenderlo en su singularidad sin ella. De ahí que, ajustados a esta lógica, la ética quede supeditada a la política. Algo que, espero, sorprenda a cualquier lector despierto. ¿Cómo es posible afirmar algo así? Y se me ocurren dos razones: una, nuestro excesivo individualismo, que no está haciendo justicia alguna a la persona en su conjunto, mucho menos a la humanidad; y dos, que haya cambiado tanto el término "política" que ya no sepamos de qué hablamos. 

Respecto a esto último, algún escritor malintencionado o ignorante repercute la categorización aristotélica para subrayar la importancia de la actual política. Pero, a mi entender y el de cualquiera que sepa lo mínimo, aquí no se dice esto ni de lejos. Ni se quiere decir. Para Aristóteles política significa, efectivamente, la construcción de relaciones encaminadas al bien común. Dentro de las cuales, efectivamente, está la ética. Lo cual le da un valor a la ética extraordinario, porque la sujeta a principios en el individuo que serán siempre mayores a ella misma. Y, por si fuera poco, aquí podemos intuir que la ética, en tanto que se supedita al bien común, tiene como punto de partida siempre y en todo caso el valor del prójimo y de la comunidad, del otro. 

Con todo, es discutible la proposición de Aristóteles. Pero no es discutible sin comprender lo que está diciendo. Y mucho menos "usable" para justificar lo injustificable. Si en política la orientación de las relaciones comunitarias busca el bien, en alguna de sus formas, eso implica efectivamente la ética personal de cada individuo, siendo la ética concreción del bien común. Y aquí tiene un sentido preciso, una deuda histórica y vital, pero sobre todo ontológica. No se comprende una persona aisladamente, como en un ejercicio teórico imposible, sino la persona en la comunidad. Y, a poco que se haya vivido en este mundo, es palmariamente evidente que el destino es común y que la vida de una persona está tan entrelazada con los otros que no hablamos de sinergias sino de convivencia, de vivencia compartida y mutua. Aristóteles, a mi entender, sitúa la cuestión en su radicalidad, aunque las palabras hoy se puedan comprender fatalmente. 

Haciendo gala de prudencia, el filósofo llamado irónicamente la inteligencia, no se adentra sin más en la cuestión. Dice antes que es una investigación que se puede dilucidar solo en lo posible, según lo permita su materia. Y aprovecho para hacer un pequeño excurso. En este arte, en la Academia, Aristóteles aprendió muy seguramente la importancia de los sentidos y de la percepción, de lo que por ahora se llamaba simple y llanamente "el ver", "lo visto". Y en esa apariencia de realidad se ahondaba por donde se podía para conocer la realidad en sí, es decir, su verdad. Con eso comienza todo. Con la superación de lo que se toma primeramente como evidencia y que, en verdad, dice poco porque queda mucho que investigar. No pongo ejemplos porque sobran. La razón comienza a trabajar a través de las posibilidades que la realidad misma ofrece, como ángulos presentes y puertas por las que se puede ir más allá de lo primariamente evidente. Algo así como una detención de sí mismo y de la naturalidad del juicio para proceder más pacientemente con el objeto, más distanciadamente, más hondamente. No sea que aquello que se está mostrando requiera de una contemplación de otro orden o de una consideración que, más allá de su presencia aunque en su presencia, exige. La razón accede ampliamente a la realidad, no por ampliarla, sino por su misma amplitud. De ahí que "materia" incumba a mucho más que lo que hoy, nuevamente, comprendemos como "materia". Su materia, su asunto, su realidad es mucho más amplia que su realización aquí y ahora, más que lo inmediatamente recibible de golpe. Aguarda algo más.

Ese viaje hacia la realidad, como Aristóteles bien ha aprendido, requiere rigor. No vale cualquier afirmación con afán de profundizar en la realidad para embellecerla. No vale cualquier "cosa", ni pegar a la realidad algo traído de fuera contaminándola. Se trata de "extraer", de ahí el rigor. O de "acceder", de ahí el método. Y, de paso, no toda realidad soporta el mismo método. Tiene sus posibilidades, no otras. Comprenderlo es respetar ya mismo su auténtica realidad, haber entendido y captado algo esencial. Proceso que, de forma natural, parece que es posible hacerlo porque se activan distintas potencias, capacidades, disposiciones en el ser humano. Algo que, de paso, nos dice mucho de su vínculo con la persona. Y, además, se afirma que, sea cual sea la capacidad que se activa, al ser esa capacidad humana y propia de la persona, la persona siempre tendrá acceso a ella a través de la conciencia de sí, es decir, de la reflexión que toda persona hace racionalmente sobre su vida, sobre sus experiencias, sobre sus vivencias. Esto es la conciencia, la razón. Y, para Aristóteles, es algo ontológico, no añadido, es la vida misma de la persona en la mejor consideración de ella. Darse cuenta, tomar conciencia y, de algún modo, tomar conciencia de la propia conciencia. 

Una separación de la realidad, aprovechando la realidad misma, que nos debería dar mucho más que pensar. 

Sin embargo, dice que si se toma por "rigor" algo esencial se puede uno contentar con buenos resultados rápidamente, aunque no se llegue en todos los campos a la expresión absoluta de todos los puntos que se deberían contemplar en la reflexión. El rigor, desde el inicio, sienta las bases. Y esto es importantísimo, porque proceder de otro modo es errar desde el principio y confundirlo todo. Creo que Aristóteles deja abierta la puerta a considerar que sus conclusiones pueden no ser todas adecuadas, pero el principio sí que lo es. Es ahí donde ha puesto rigor, en la fundamentación. Aunque quizá no el suficiente. La metáfora que pone del alfarero ha sido muy usada en la antigüedad y hoy. Con delicadeza, bajo la costumbre, con un saber que se nutre de la experiencia, con resultados propios de un experto. Y en atención a la realidad, pero transformándola. ¡Ojo!

El respeto que tiene Aristóteles por "la naturaleza" es tal que considera que el mal casi es la desviación de ella. Lo cual también es muy discutible. Tanto qué se entiende por "natural" como por "no natural". Y aquí discrepo de él, por lo mismo que él ha dicho antes sin decir del todo, y es que el fin no se alcanza naturalmente sino por el trato de la vida con la naturaleza. Es ahí donde aparece la cuestión y no en lo natural. Pero esto sería para un largo trabajo. En algo en lo que sí coincido, sin embargo, es en que la realidad no siempre se muestra, ni se actúa (actualiza), ni aparece como lo que realmente es. Incluso más diría yo. Siempre está la dificultad de lo natural como convención o tradición. 

Aristóteles prefiere por tanto hablar de lo general, de lo semejante. Tan profundo es el tema, tan hondo como para perderse en él. Aunque lo que él dice como general es de una concreción primera extraordinaria. ¿Será que lo dice solo irónicamente? Se vincula a lo genérico de tal modo que sorprende que sea llamado "realista". 

Juzgamos bien aquello que conocemos. Tenemos un buen juicio, un juicio apodíctico cuando tiene conocimiento y parte del conocimiento, al menos general, de su realidad. Permite una mayor y mejor captación de su realidad. Permite, el conocimiento de partida, enfrentarse a la realidad de otro modo, situándose ante ella con poder. Si es que alguien lo posee. Siempre se puede objetar eso: si es que alguien lo posee sobre estas cosas que aquí tratamos. Y no es una afirmación que contradice a Aristóteles, pues me parece que es cierto lo que dice, pero, una vez más, lo que dudo es de su concreción y que Aristóteles, al margen del modo de escribir de su maestro que siempre encarnó el discurso en una realidad precaria, pueda nombrar alguien que conoce realmente todo de la realidad que aquí quiere trabajar. Esto simplemente es una precaución. Para no ir demasiado rápido y convertirnos al aristotelismo sin haber pensado realmente lo que supone. 

Atención, que lo siguiente conviene escucharlo. 

El joven no es discípulo apropiado para la política, ya que no tiene experiencia de las acciones de la vida, y la política se apoya en ellas y sobre ellas versa; además, por dejarse llevar por sus sentimientos, aprenderá en vano y sin provecho, puesto que el fin de la política no es el conocimiento, sino la acción; y es indiferente que sea joven en edad o de carácter, pues el defecto no está en el tiempo, sino en vivir y procurar todas las cosas de acuerdo con la pasión. Para tales personas, el conocimiento resulta inútil, como para los intemperantes; en cambio, para los que encauzan sus deseos y acciones según la razón, el saber acerca de estas cosas será muy provechoso. 

Sin lugar a dudas, es así. Quienes lo saben, se aprovechan de los jóvenes y de su ignorancia para conducirlos según sus apetencias. Pero no respetan su vida. Aquí dice, en positivo, que el joven es alguien que debe vivir. Primero vivir. No tomar decisiones por encima de sus posibilidades, sino vivir su vida. Darse cuenta, por tanto, de lo que implica vivir y de cómo se vive y qué ocurre cuando se vive. Y, siempre lo he pensado y así vivo, intentar descubrirle al propio joven que puede verse a sí mismo y examinarse a sí mismo, antes que nada. Porque por temperamento y dejándose llevar sin dominio de sí mismo, lo común en él será la mera exterioridad. Hay que enseñar al joven lo contrario, la interioridad, es decir, su responsabilidad en la vida. No más sentimientos, ni emociones, sino su responsabilidad con los sentimientos, las emociones. No a hacer cosas y cosas, sino a comprender su acción y las implicaciones y consecuencias de su acción, es decir, su responsabilidad con su propia acción. Y así con cada cosa, especialmente con los pensamientos. Y que descubra que vive según piensa, según la orientación que ha recibido de la razón. 

Respetar al joven. No implicarlo en lo que no puede comprender. No implicarlo en las decisiones de la ciudad. Y joven significa joven. Con el detalle que añade, para todo lector. Que no es edad, sino carácter juvenil. A los jóvenes de carácter, aunque ya no tengan edad pero que siguen ahí, convendría igualmente respetarlos y dejarles que jueguen con lo suyo. Mientras, los mayores, que se puedan dedicar a los asuntos importantes. Algo que, me temo, otro de los grandes filósofos leyó con más optimismo -si cabe- que el viejo macedonio. Creyó que vivía el momento en el que todos, sin excepción, pasaban a ser mayores de edad.