miércoles, 15 de septiembre de 2021

ÉTICA A NICÓMACO. Libro I, 3 (Día 04)

Para Aristóteles, en general para los griegos, el peso de las relaciones constituyentes de la persona es de tal densidad que el individuo queda supeditado a la comunidad y no somos capaces de comprenderlo en su singularidad sin ella. De ahí que, ajustados a esta lógica, la ética quede supeditada a la política. Algo que, espero, sorprenda a cualquier lector despierto. ¿Cómo es posible afirmar algo así? Y se me ocurren dos razones: una, nuestro excesivo individualismo, que no está haciendo justicia alguna a la persona en su conjunto, mucho menos a la humanidad; y dos, que haya cambiado tanto el término "política" que ya no sepamos de qué hablamos. 

Respecto a esto último, algún escritor malintencionado o ignorante repercute la categorización aristotélica para subrayar la importancia de la actual política. Pero, a mi entender y el de cualquiera que sepa lo mínimo, aquí no se dice esto ni de lejos. Ni se quiere decir. Para Aristóteles política significa, efectivamente, la construcción de relaciones encaminadas al bien común. Dentro de las cuales, efectivamente, está la ética. Lo cual le da un valor a la ética extraordinario, porque la sujeta a principios en el individuo que serán siempre mayores a ella misma. Y, por si fuera poco, aquí podemos intuir que la ética, en tanto que se supedita al bien común, tiene como punto de partida siempre y en todo caso el valor del prójimo y de la comunidad, del otro. 

Con todo, es discutible la proposición de Aristóteles. Pero no es discutible sin comprender lo que está diciendo. Y mucho menos "usable" para justificar lo injustificable. Si en política la orientación de las relaciones comunitarias busca el bien, en alguna de sus formas, eso implica efectivamente la ética personal de cada individuo, siendo la ética concreción del bien común. Y aquí tiene un sentido preciso, una deuda histórica y vital, pero sobre todo ontológica. No se comprende una persona aisladamente, como en un ejercicio teórico imposible, sino la persona en la comunidad. Y, a poco que se haya vivido en este mundo, es palmariamente evidente que el destino es común y que la vida de una persona está tan entrelazada con los otros que no hablamos de sinergias sino de convivencia, de vivencia compartida y mutua. Aristóteles, a mi entender, sitúa la cuestión en su radicalidad, aunque las palabras hoy se puedan comprender fatalmente. 

Haciendo gala de prudencia, el filósofo llamado irónicamente la inteligencia, no se adentra sin más en la cuestión. Dice antes que es una investigación que se puede dilucidar solo en lo posible, según lo permita su materia. Y aprovecho para hacer un pequeño excurso. En este arte, en la Academia, Aristóteles aprendió muy seguramente la importancia de los sentidos y de la percepción, de lo que por ahora se llamaba simple y llanamente "el ver", "lo visto". Y en esa apariencia de realidad se ahondaba por donde se podía para conocer la realidad en sí, es decir, su verdad. Con eso comienza todo. Con la superación de lo que se toma primeramente como evidencia y que, en verdad, dice poco porque queda mucho que investigar. No pongo ejemplos porque sobran. La razón comienza a trabajar a través de las posibilidades que la realidad misma ofrece, como ángulos presentes y puertas por las que se puede ir más allá de lo primariamente evidente. Algo así como una detención de sí mismo y de la naturalidad del juicio para proceder más pacientemente con el objeto, más distanciadamente, más hondamente. No sea que aquello que se está mostrando requiera de una contemplación de otro orden o de una consideración que, más allá de su presencia aunque en su presencia, exige. La razón accede ampliamente a la realidad, no por ampliarla, sino por su misma amplitud. De ahí que "materia" incumba a mucho más que lo que hoy, nuevamente, comprendemos como "materia". Su materia, su asunto, su realidad es mucho más amplia que su realización aquí y ahora, más que lo inmediatamente recibible de golpe. Aguarda algo más.

Ese viaje hacia la realidad, como Aristóteles bien ha aprendido, requiere rigor. No vale cualquier afirmación con afán de profundizar en la realidad para embellecerla. No vale cualquier "cosa", ni pegar a la realidad algo traído de fuera contaminándola. Se trata de "extraer", de ahí el rigor. O de "acceder", de ahí el método. Y, de paso, no toda realidad soporta el mismo método. Tiene sus posibilidades, no otras. Comprenderlo es respetar ya mismo su auténtica realidad, haber entendido y captado algo esencial. Proceso que, de forma natural, parece que es posible hacerlo porque se activan distintas potencias, capacidades, disposiciones en el ser humano. Algo que, de paso, nos dice mucho de su vínculo con la persona. Y, además, se afirma que, sea cual sea la capacidad que se activa, al ser esa capacidad humana y propia de la persona, la persona siempre tendrá acceso a ella a través de la conciencia de sí, es decir, de la reflexión que toda persona hace racionalmente sobre su vida, sobre sus experiencias, sobre sus vivencias. Esto es la conciencia, la razón. Y, para Aristóteles, es algo ontológico, no añadido, es la vida misma de la persona en la mejor consideración de ella. Darse cuenta, tomar conciencia y, de algún modo, tomar conciencia de la propia conciencia. 

Una separación de la realidad, aprovechando la realidad misma, que nos debería dar mucho más que pensar. 

Sin embargo, dice que si se toma por "rigor" algo esencial se puede uno contentar con buenos resultados rápidamente, aunque no se llegue en todos los campos a la expresión absoluta de todos los puntos que se deberían contemplar en la reflexión. El rigor, desde el inicio, sienta las bases. Y esto es importantísimo, porque proceder de otro modo es errar desde el principio y confundirlo todo. Creo que Aristóteles deja abierta la puerta a considerar que sus conclusiones pueden no ser todas adecuadas, pero el principio sí que lo es. Es ahí donde ha puesto rigor, en la fundamentación. Aunque quizá no el suficiente. La metáfora que pone del alfarero ha sido muy usada en la antigüedad y hoy. Con delicadeza, bajo la costumbre, con un saber que se nutre de la experiencia, con resultados propios de un experto. Y en atención a la realidad, pero transformándola. ¡Ojo!

El respeto que tiene Aristóteles por "la naturaleza" es tal que considera que el mal casi es la desviación de ella. Lo cual también es muy discutible. Tanto qué se entiende por "natural" como por "no natural". Y aquí discrepo de él, por lo mismo que él ha dicho antes sin decir del todo, y es que el fin no se alcanza naturalmente sino por el trato de la vida con la naturaleza. Es ahí donde aparece la cuestión y no en lo natural. Pero esto sería para un largo trabajo. En algo en lo que sí coincido, sin embargo, es en que la realidad no siempre se muestra, ni se actúa (actualiza), ni aparece como lo que realmente es. Incluso más diría yo. Siempre está la dificultad de lo natural como convención o tradición. 

Aristóteles prefiere por tanto hablar de lo general, de lo semejante. Tan profundo es el tema, tan hondo como para perderse en él. Aunque lo que él dice como general es de una concreción primera extraordinaria. ¿Será que lo dice solo irónicamente? Se vincula a lo genérico de tal modo que sorprende que sea llamado "realista". 

Juzgamos bien aquello que conocemos. Tenemos un buen juicio, un juicio apodíctico cuando tiene conocimiento y parte del conocimiento, al menos general, de su realidad. Permite una mayor y mejor captación de su realidad. Permite, el conocimiento de partida, enfrentarse a la realidad de otro modo, situándose ante ella con poder. Si es que alguien lo posee. Siempre se puede objetar eso: si es que alguien lo posee sobre estas cosas que aquí tratamos. Y no es una afirmación que contradice a Aristóteles, pues me parece que es cierto lo que dice, pero, una vez más, lo que dudo es de su concreción y que Aristóteles, al margen del modo de escribir de su maestro que siempre encarnó el discurso en una realidad precaria, pueda nombrar alguien que conoce realmente todo de la realidad que aquí quiere trabajar. Esto simplemente es una precaución. Para no ir demasiado rápido y convertirnos al aristotelismo sin haber pensado realmente lo que supone. 

Atención, que lo siguiente conviene escucharlo. 

El joven no es discípulo apropiado para la política, ya que no tiene experiencia de las acciones de la vida, y la política se apoya en ellas y sobre ellas versa; además, por dejarse llevar por sus sentimientos, aprenderá en vano y sin provecho, puesto que el fin de la política no es el conocimiento, sino la acción; y es indiferente que sea joven en edad o de carácter, pues el defecto no está en el tiempo, sino en vivir y procurar todas las cosas de acuerdo con la pasión. Para tales personas, el conocimiento resulta inútil, como para los intemperantes; en cambio, para los que encauzan sus deseos y acciones según la razón, el saber acerca de estas cosas será muy provechoso. 

Sin lugar a dudas, es así. Quienes lo saben, se aprovechan de los jóvenes y de su ignorancia para conducirlos según sus apetencias. Pero no respetan su vida. Aquí dice, en positivo, que el joven es alguien que debe vivir. Primero vivir. No tomar decisiones por encima de sus posibilidades, sino vivir su vida. Darse cuenta, por tanto, de lo que implica vivir y de cómo se vive y qué ocurre cuando se vive. Y, siempre lo he pensado y así vivo, intentar descubrirle al propio joven que puede verse a sí mismo y examinarse a sí mismo, antes que nada. Porque por temperamento y dejándose llevar sin dominio de sí mismo, lo común en él será la mera exterioridad. Hay que enseñar al joven lo contrario, la interioridad, es decir, su responsabilidad en la vida. No más sentimientos, ni emociones, sino su responsabilidad con los sentimientos, las emociones. No a hacer cosas y cosas, sino a comprender su acción y las implicaciones y consecuencias de su acción, es decir, su responsabilidad con su propia acción. Y así con cada cosa, especialmente con los pensamientos. Y que descubra que vive según piensa, según la orientación que ha recibido de la razón. 

Respetar al joven. No implicarlo en lo que no puede comprender. No implicarlo en las decisiones de la ciudad. Y joven significa joven. Con el detalle que añade, para todo lector. Que no es edad, sino carácter juvenil. A los jóvenes de carácter, aunque ya no tengan edad pero que siguen ahí, convendría igualmente respetarlos y dejarles que jueguen con lo suyo. Mientras, los mayores, que se puedan dedicar a los asuntos importantes. Algo que, me temo, otro de los grandes filósofos leyó con más optimismo -si cabe- que el viejo macedonio. Creyó que vivía el momento en el que todos, sin excepción, pasaban a ser mayores de edad. 





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