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lunes, 9 de enero de 2023

[Conticinio 1]. Una democracia fuerte y flexible

Lo que ocurre hoy en Brasil con el asalto al Capitolio ya no es novedad, porque tiene una referencia previa muy reciente en EEUU con solo dos años de diferencia. Aunque en muchas otras democracias occidentales -esto es casi una redundancia- las agitaciones públicas y sociales, la tensión y polarización han puesto muy en jaque su funcionamiento normal. 

Sin duda, es más que un acto simbólico. Se constata que habría que volver a leer las tesis de Ortega sobre la rebelión de las masas y que las emociones políticas que no pasan por la razón terminan deshilachando internamente la democracia. Como se recuerda desde los textos de Platón y Aristóteles, se trata de ciudadanos libres que asumen responsablemente el compromiso con el otro y la búsqueda del bien común a través del diálogo. La oración fúnebre de Pericles es una de las referencias fundacionales clásicas, que en su ideal niega todo lo que el pobre Tucídides tuvo que escribir previamente. 

La cuestión principal es que la democracia es posible. No de cualquier modo, pero es posible. No se puede enseñar, sino que se practica. No se puede imponer, sino regular. Y la clave de todo el asunto está en entender bien la participación de unos y otros, con las tensiones y conflictos que pueda generar, mirando en un horizonte común. Algo que habitualmente no consideramos es la necesidad de este horizonte, de esta mirada común a largo plazo, que puede ser envenenada por falsos ideales o quebrada por exigencias de pureza insólitas o por perfecciones sin fisuras que son imposibles. El sistema funciona con sus limitaciones y con sus fracasos, decepciones, corrupciones y todo lo demás. Pero la democracia aporta una situación social pacífica y consolidada que no se puede lograr por otro camino que no sea esa sana participación en la vida política. 

De lo que no cabe duda es de una paradoja asociada a nuestro siglo. La situación de bienestar ha conducido a desentenderse realmente de las cuestiones comunes, hasta que van llegando las crisis, que además se agolpan históricamente cada vez con menos tiempo entre sí. Crisis de calado, que destruyen muy rápidamente seguridades y provocan situaciones con difícil reparación. Cuando se ha querido participar, desde la condición posmoderna, la solución ha sido empeorar aún más el clima general, a través de la división dialéctica, del enfrenamiento y la acusación, sin alternativas reales de unidad social. Estas estrategias mediáticas de malestar, que dan soluciones rápidas y provocan emociones y pertenencias fuertes, ofreciendo una identidad que se resquebraja en el individualismo y anonimato indiferente a todo lo demás, reclutan masas de votos grandes entre los más heridos por las circunstancias. Razón por la cual, sin tener mucho más que perder y viendo las enormes desigualdades y diferencias, fragmentan y crean auténticas guerras políticas, con base cultural e ideológica. Ningún ámbito queda exento. Lo contamina todo. 

La solución a la tensión política históricamente ha sido la guerra. Ojalá no avance. No es que no la haya, que la hay. No verlo es estar ciego. Pero ojalá no avance y pueda retroceder a senderos de mayor tolerancia, encuentro y proyecto compartido. ¿De quién depende? De los ciudadanos, de que mayorías no permitan, ni consientan, su participación en estas guerras. Las leyes solo pueden ayudar marcando ciertos límites que los ciudadanos infantiles quieren superar sin comprender. Infantilizar la política y a los ciudadanos tiene consecuencias como estas de imprevisibles, que no se sabe en qué terminarán y pararán.

Siempre me costará creer que haya ciudadanos que quieran el enfrentamiento en lugar de la paz. O sea, tiene que haber algo más por medio que los divida. No valen las simples alusiones a la tensión y a la ideología. 

La democracia es fuerte en tanto que es flexible y es flexible en tanto que es fuerte. Como una buena estructura social. No perfecta, pero no frágil como quieren decir algunos, haciendo valer discursos torpes que minan aún más, que desprecian doblemente. Su fortaleza, a mi entender, está del lado de la importancia que adquiere el prójimo, el otro, incluso desconocido y débil. Su flexibilidad, también en mi opinión, viene de la mano de la razón y del diálogo, que cuando se dan refuerzan a su vez la importancia del otro. La razón no es una forma totalitaria de invasión de la realidad, sino precisamente su aceptación con límites y misterios. De esto último tendré que hablar más. Porque está claro que la ley entre humanos no es como una ley natural, que rige sin más y al margen de la libertad. El misterio está en la grandeza que parece haber desaparecido al considerar la realidad humana, traspasada como admiración al universo, al mundo, a esas otras cosas distinta de lo que somos. Hemos olvidado que el mundo es finito, por tanto requiere justicia. Y que lo infinito del alma humana solo puede darse del lado del amor. ¿Cómo se conjuga esto con la política? En primer lugar, considerándolo seriamente. En segundo lugar, realizándolo de algún modo, convirtiendo la ley no es la pasividad de un límite dentro del cual se debe vivir tolerante y pacíficamente, sino una norma, haciendo audible y aceptable un mandato de solidaridad común. Pero esto, para otro día. 



jueves, 6 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (7). Destino Universal de los Bienes y Solidaridad.

Puesta la persona lo primero, esclarecido el único camino por el que puede realizarse algo así, que no es otro método que el diálogo, queda abierto el camino hacia las relaciones. A mi entender, no puede entenderse sin la comprensión que la persona tiene de sí misma, que se ha llamado confusamente conciencia.

El primer punto importante es que toda persona tiene acceso a sí misma de un modo original y único. Y rápidamente se diferencia del mundo que le rodea, sin confundirse con él. Traspasada esa puerta, la distancia aparece. Y en el mundo, junto a las cosas, aparecen unas realidades a las que dar sentido y otras que se resisten a la dominación. Las primeras, las cosas sin más, pueden ser poseídas. Sin embargo, lo fundamental será siempre la orientación que se les dé. Las segundas, si bien muchas veces son tratadas indiferenciadamente como otras realidades sin más, disponen de la capacidad de imponerse y rebelarse, de mostrarse diferenciadamente y entrar en diálogo. 

Por eso creo que ambos principios, sobre el destino de los bienes y sobre la cuestión de los otros, deben entenderse como relaciones de un modo coordinado. Los bienes, sobre los cuales siempre hay sospecha, pueden adquirirse y disfrutarse para sí mismo, para enriquecer la propia vida, para engrandecerla. Ese sería su lugar ordenado, su auténtico destino. Pero a la par, pueden también tener un sentido mayor que ese, al dirigirse a la humanidad en su conjunto de modo directo o indirecto. 

Es aquí donde la solidaridad participa esencialmente en la ordenación de todo. Porque a diferencia de las cosas, los otros se presentan con una relación original que convoca a la pertenencia y solo perversamente a la rivalidad y el enfrentamiento. Con los otros compartimos la responsabilidad de todo. La palabra solidaridad, reducida penosamente a la ayuda al otro desde las propias migajas, realmente siempre significó pertenencia. De ahí que hoy quiera emplearse la fraternidad, la sororidad o la hermandad como mejor expresión de lo que se ha querido poner encima de la mesa. Compartimos con otros una común finalidad que nos obliga mutuamente, hasta el punto de ser no meramente una parte de un conjunto sino la humanidad concentrada en nuestra carne y huesos. 

Puede parecer una locura. Y lo es, dramática y exigentemente es así. Volvería a decir lo mismo que dije el otro día sobre los ideales y la necesidad de tener unos claramente identificados. Los bienes no son comunes, al menos no todos. El derecho a la propiedad privada, teñida bajo el signo del peor de los males, casi pecado original, resulta indiscutible desde el mismo momento en el que decimos que la persona es lo primero. Sin embargo, el mismo principio pide orden en todo lo demás, en lo secundario. Los bienes, algunos de ellos de todos y otros propios, son más que posesión, son orientación. Y con ellos, en el trato con los bienes, también revelamos la persona y su alcance. Por otro lado, solo es comprensible esto si se establece un vínculo entre la persona y sí misma que vaya más allá de sí misma en el rostro del otro, en el que el otro aparezca en cercanía y distancia. 

Las concreciones éticas nacen así desde la responsabilidad de los propios lazos y relaciones, también con las cosas y no solo con las personas. Hay una forma de espiritualización de las relaciones para el que el mundo es puro estorbo y no conlleva oportunidad alguna. A mi modo de ver, por solo saber situar la realidad en un único plano, en un único vínculo, en una única forma de relación sin diferenciación alguna. 



miércoles, 5 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (6). Los idealismos democráticos

Renunciar al ideal es quedarse con la desorientación y sin fin alguno. Creo que conviene decirlo, cuanto antes mejor, y no acomplejarse con esta queja y lamento. Porque, puestos a elegir, prefiero el ideal de la democracia como diálogo al que defiende que se llegará a la igualdad por medio de la dictadura o a la libertad dejando que las cosas funcionen por sí mismas. Por no hablar de otras mediocridades, sino las dos más grandes del siglo XX y XXI en las que muchos siguen afanándose, sin ir ni un paso más allá salvo dos o tres matices que no tocan el fondo. 

Es un ideal posible, que involucra a todas las personas, que no las deja igual, que comprende su libertad más allá del individualismo, que muestra un horizonte. Ofrece igualmente claves para comprender la vida y no ampararse en el mundo como funciona. De hecho, puestas así las cosas, que es algo que he querido hacer, no me he detenido en las críticas, en los análisis o en "las cosas funcionan así". 

Allí donde se mira y se debe mirar, sin apartarse demasiado. Una y otra vez. Y tal vez será algo que se pueda confundir con la locura, aunque será dejarse atrapar por la auténtica verdad posible, con nosotros y pese a nosotros. 

El ideal democrático es el ideal de la humanidad, no de sus condiciones. Es decir, la más sincera de las verdades que se puedan decir sobre las personas y no solo sobre sus circunstancias, sus estructuras de relación, sus entornos, sus mundos. Porque parece que se quiere cambiar más el mundo que vivir a fondo ser persona. Y esto es algo que solo puede hacer cada uno consigo mismo. Y donde ya no cabe la queja del otro, la apelación a los demás que hacen no sé qué otras cosas y andan todos los días en otras tareas. Es algo que obliga a cada cual, que tensa a cada cual y que es absolutamente personal, no circunstancial. La democracia no es ambiental sino personal. 

El ideal de la democracia es el ideal del ser humano, concreto y de carne y hueso. Y la política es una forma de la antropología y su ética correspondiente. Y nada más. Porque en el momento en el que se separen ambas, o una no nazca de otra sin ser posible su inversa, surge el discurso que quiere hacer de las personas algo controlable, algo convencible, algo dominable, en lugar de escuchable, acogible, respetable, digno hasta tal grado por sí mismo y no por mí que solo quepa el amor al prójimo. Que es la única democracia posible y real, el amor al prójimo.  





martes, 4 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (5). El diálogo

Realmente no trata del diálogo simplemente, sino de las personas en diálogo, del diálogo que envuelve las personas, de una educación para el diálogo. Mucho más que una conversación, un intercambio. Mucho más que el intercambio ideológico que, como en un partido de tesis, va de un sitio a otro pero corriendo solo por la línea de fondo sin acercarse jamás a su interlocutor, a su dialogante. 

La capacidad maravillosa de la palabra es que nos porta, nos expresa, nos saca de nosotros mismos, nos libera, nos dona. Y, por tanto, la escucha es acogida, recepción, llamada y alteridad. Que la palabra puede conectar con la vida, tanto en uno como en otro, aunque no de modos distintos. Que la palabra nos centraría, nos colocaría en la vida. Sin embargo, puede servir para todo lo contrario igualmente, con su ambigüedad, con su ocultamiento, con su reesclavitud, con su re-presión. Hablar vacíamente es vaciarse a sí mismo, oscurecerse. Cuando se habla de expresar la propia opinión se diría que, de lo que realmente trata el tema y su exigencia más alta, es hacer brillar con mucha fuerza en nosotros la vida que llevamos dentro. La palabra nos convierte en comprensibles para los demás, en acogibles para otros. Por tanto, la palabra no pueden ser simplemente palabras sino lo que portan las palabras cuando tienen vida en ellas, o, como mínimo, son reflejos de la vida. Y no es algo tan sencillo, por lo que palabra y silencio, conocimiento de uno mismo y de la propia ignorancia tendrían que ir juntas de la mano, aliadas sin fragmentación, simbióticamente ejercidas. 

Cuando, entre amigos muchas veces, defiendo el diálogo siempre se critica lo mismo una y otra vez. En seguida, alguno sale diciendo que hay personas con las que no se puede dialogar, porque no quieren dialogar, y que por lo tanto hay que lanzarse a las armas contra ellos, o algo muy parecido a comenzar una guerra entre bandos. Pero insisto entonces en lo de siempre: sin diálogo no hay democracia y no puede haber democracia sin diálogo; es como el cómo del qué, el camino para la meta. Si no hay diálogo, nunca se quiso ser demócrata. Si no se estaba dispuesto al diálogo, como posibilidad de ser refutado por otra persona que dialoga, entonces no hay democracia posible. Solo queda la guerra, el enfrentamiento, el odio, el bando, y todo lo que normalmente está presente en ella como mal, como juicio, como condena, como olvido, como violencia, como... 

Es el nudo gordiano que queda cubierto por un sistema que orienta generalmente hacia la totalidad lo que no puede medirse en esas alturas. Como sistema entiendo que hay una parte de corrección ante la imposibilidad de agrupar todas las posibilidades, que tiene un margen de error muy amplio, que soporta equivocaciones y equívocos, en el sentido de faltas, mermas, desorientaciones o errores. Incluso mala intención o maldades. 

Lo digo de otra manera, por si ayuda. Si el sistema funcionara por sí mismo, al margen de todo y todas las personas, sería un totalitarismo. Y escogemos democracia para huir de esa mala salida en la que nos privamos de la vida humana en libertad para condenarnos a no vivir jamás como tales sometidos al sistema que nos impondría su propio movimiento, inercia y "voluntad". En términos no propios de este ámbito, supondría un sistema que rompe, rasga la humanidad y la separa de sí misma, la divide complacientemente, casi con placer por comodidad, y la suprime, la aniquila. 

La grandeza del sistema democrático está en recordar la humanidad y humanizar continuamente las relaciones, sin que otra posibilidad se contemple como real o posible dentro de esta alianza y acuerdo. Por eso, señalar la diversidad en el origen no es abogar por cualquier mundo posible, sino por una forma concreta de persona, y cuyos límites no pueden ser fijados ni definidos por la ley en última instancia, sino que esta es un permanente rebote hacia la humanidad del otro para considerarla sin más miramientos. El sistema democrático, en el diálogo, es la forma social de amor al prójimo. Que se llamó así cuando todavía no estaba dicho todo en la historia, pero que ahora podemos entenderlo como el mejor de los sistemas sociales posibles. 

El diálogo es el encuentro, la proximidad. La única realmente posible. Por eso las palabras son más que palabras y tienen una capacidad que las desborda. Quien escucha, lo sabe. Sabe que está ante algo mucho mayor que lo que escucha. Es el misterio del otro, cuando no se enfrenta al suyo propio. 

Rebajar la relación a otra cosa diferente es deshumanizarse, negarse. Vivir más pendiente del miedo al otro que frente a la posibilidad, consciente y despierte, del encuentro, de la mirada, del reconocimiento, de la fraternidad. Porque, aunque se diga de muchas maneras, la concordia, el acuerdo es posible cuando es entre personas. Cansarse y ceder antes de tiempo, sin paciencia, sin resistencia, sin fortaleza ya no es cosa de otros, sino propia. Es mi propia vida la que va en ello. 



lunes, 3 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (4). El ciudadano

Todo viene a parar aquí, en la persona concreta de carne y hueso. Y quizá todo lo demás no sean sino quimeras y esquemas montados en el aire. Elevar la condición de ciudadano personal, incluyendo sus relaciones, es lo decisivo. Saber, sin andarse con muchos miramientos, que la existencia democrática es exigente y que el estado del bienestar es simplemente hablar de circunstancias, y mejor aprender pronto a no perderse en ellas, ni a confundirse demasiado con ellas, ni a darles demasiada carta de entrada en todo esto. Porque una cosa es la vida y otra, bien diferente, es el mundo. 

La democracia exige -donde me quedé ayer- innumerables cualidades personales, que siempre se han llamado virtudes, y un compromiso con ellas. Por eso los ciudadanos están llamados a ocupar un lugar esencial en el sistema, que no puede ser degradado a la conciencia de votar un tres o cuatro veces en una década y, mucho menos, a ser obligados a seguir "a distancia" (sea de la forma que sea) los discursos de sus -mal llamados, como dije ayer- "representantes". En democracia no se puede representar nada, porque tal representación será entonces solo engaño y caerá en el juego de la retórica y la convicción de unos pocos sobre grandes masas de gente. 

Algo que no termino de comprender bien, en el sistema actual, es la posición de los partidos. Pero mucho menos aún la de innumerables personas que los defienden ingenuamente sin mayor miramiento, como si esto fuera pertenecer a un equipo de fútbol o como se alistaban en el ejército millones de personas para la guerra entre no se sabía bien qué intereses de otros. 

La posición madura del ciudadano, que comprende bien que no todo puede dilucidarse entre todos porque sería inviable, es la selección de un grupo de personas para que haga la tarea de mediar entre partes de la sociedad, que inconcebiblemente se sitúan después como "partidos" abocados al "partidismo" sin ejercer la única misión que se les había encomendado. Pero para mayor descrédito de la ciudadanía, culpando siempre a los otros. Es decir, incapaces de mediar, tal y como entiendo yo que es su papel y el ejercicio único de su servicio al conjunto de la sociedad. 

Dicho esto, ¿por qué entonces siguen siendo elegidos? Pregunto: ¿No es un ciudadano maduro el que, sin atarse a unos u otros, busca elegir a las mejores personas para una actividad tan exigente? ¿No somos capaces de encontrarlos, no los hay por ningún lugar? 

Es evidente que el sistema en su conjunto no sería necesario sin diversidad, que como dije el primer día, nace de la libertad. Y, queriendo ser libres, queremos por lo tanto, o al menos debemos asumir, la existencia de diversidad. Dentro siempre de lo razonable, de ahí el diálogo. 

En el planteamiento general, la mediación democrática entre personas no se cosifica. Porque los medios, entendidos como cosas, exigen también que las personas se sitúen a ese nivel ocupados por cosificar la realidad en lugar de vivirla. Los medios de comunicación son el gran ejemplo y se llaman precisamente así. Han convertido en cosa una realidad estrictamente humana y propia de las personas como es la razón y la palabra, de modo que, en el viaje por su realidad terminan degradando su situación en lugar de elevarla. Reiteradamente ocurre lo mismo, se repite la misma historia. Todo está en los medios, dicen los analistas y estrategas. Pero usándolos contra las personas. 

En términos generales, descubro en la sacramentalidad una idea muy diferente de la mediación que me ha llevado a considerar la democracia a este nivel. La idea de sacramentalidad, que el cristianismo emplea, no es una mediación cosificante sino vivifadora y vivificante, que eleva y no conlleva el trato con cosas. Esta es la idea general desde la que planteo que la democracia no puede ser mediadora si no es humanizante, si no se ejerce desde lo humano tan lejano de la burocracia y los planes, si no se lleva a cabo por personas con este talante y vocación en lugar de personas en puestos robotizados dentro de un sistema general y totalitario en el que las partes no participan de nada. 

El ciudadano es elevado en la democracia a una vida en projimidad de la que no solo no puede prescindir y necesita, sino que es su propia dignidad compartida y el empleo de toda su capacidad e ideal de vida puesta en acto en relaciones continuamente de alteridad. Vivir en sociedad juntos no es lo mismo que convivir y la democracia cree firmemente en la convivencia, en el intercambio, en la persona y busca establecer esta prioridad a través de la razón y el diálogo. 

Es por esto por lo que los ideales de la democracia, frágiles, no son utópicos sino concretos y el ciudadano es la pieza fundamental del sistema, que no puede criticar al sistema en tercera persona sintiéndose ajeno a lo que sucede, ni puede considerar el tú al margen de su propia vida. Evidentemente, tal ideal se realiza en la paciencia y la resistencia, en la continua renovación de sí mismo, si no espiritualmente hablando, muy próximamente a esa región de sí mismo a la que tenemos acceso de modo inmediato prácticamente, como intuición que no exige razonamiento a primera vista y, por tanto, diría que es "voz natural o familiar" de la que no se puede alejar nadie tanto como para dejar de escucharla. 

El ciudadano es primeramente y ante todo una persona, no dos. Con la amplia capacidad y razonabilidad de establecerse en realidades de diversa profundidad y alcance, sin tratar todo como lo mismo, sin tratar al otro como a sí mismo, sin tratar al otro sin novedad alguna. De ahí, pienso yo, que la cercanía entre unos y otros, que despierta pasiones siempre al inicio, pasa a una forma diferente con cierto tiempo.

También se comparte aquí esa experiencia madura de la intemperie y la desinstalación. La democracia, que se vulgariza en el "coger un sitio" (expresión sobre la dignidad como "tener un lugar propio el mundo") y llega a lo irrisorio en "ser de estos o aquellos", impide en el encuentro con las personas ser algo diferente a persona y tratarse contranaturalmente como miembros de grupos. Aquí, el sistema de partidos es donde más daño hace al conjunto de la población. Pero, del lado del ciudadano, diríamos que se trata más bien de intentar vivir atrapados en la humanidad sin salirse demasiado de ella hacia pertenencias cosificadoras. Lo cual supone que, de algún modo, la institución más humanizadora y la mediación institucional más humanizadora es la que recuerda permanentemente esta condición y no quiere atrapar y adueñarse de sus miembros sino, al contrario, les recuerda permanentemente su libertad responsable o su responsabilidad inherente. 

Una persona que camina, por el hecho de ser persona en un sistema democrático, es un ciudadano y está ejerciendo o no la democracia. Que es algo mucho más profundo que cumpliendo o no la ley. Una persona de carne y hueso, y no otra. Porque no puede haber otra diferente a la concreta, ni en las pertenencias, ni en las masas, ni en las mal llamadas representatividades. Una persona cuya vida está viviéndose no para restar vida, sino para encontrar más vida. 



domingo, 2 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (3). Elogio de la democracia

Cuando se critica la democracia, tal y como hoy ocurre, no se está criticando la democracia sino la representatividad y la incapacidad para la participación directa. Ambos son errores de concepción, por situarse en planos en los que es probable que no se deberían colocar. Como ya dije el primer día, es muy importante situar la democracia en distintos niveles para no confundir partes y todos y repensar la relación y vinculación entre ambos. Propiamente hablando no hay desdoblamiento de personas sino grados de vinculación y funciones diferentes en relación a la persona y sus relaciones sociales. 

Para empezar, el problema de la representatividad se debería, a mi entender, convertir en el pensamiento hacia las partes y no dirigirlo hacia el todo. Es decir, el máximo representante de la democracia es el ciudadano concreto, la persona antes incluso de acceder al espacio público. La democracia que se concreta en instituciones es una democracia aparente si no se encarna en ciudadanos. 

Ya expliqué ayer que un sistema político encargado de controlar el poder es mucho más peligroso conceptualmente que aquel que comprende democracia como el desarrollo de la capacidad de las personas. Cambio "poder" por capacidad, por posibilidad, por desarrollo. Cambio "pueblo" impersonal por persona en relación y la configuración de las relaciones. Lo que busca por tanto la democracia es el desarrollo elevado de las personas y sus relaciones. 

Por otro lado, el problema de la participación, que se traduce en el deseo de asaltar el todo desde las partes para que se gobierne casi exclusivamente en favor de unos pocos y en detrimento de los demás, sin contemplar la humanidad en su conjunto o notar la tensión hacia ella, se vuelve a convertir en viable cuando se ejerce democráticamente en lo más cercano. 

La fortaleza, como virtud de la democracia, está en la proximidad y no en la representatividad lejana, en la extirpación de las propias capacidades. Si fuera así, la democracia sería limitante en lugar de posibilitante y todo se resolvería en leyes, que es la tendencia de las actuales democracias en crisis, por la incapacitación de los ciudadanos convertidos en menores de edad en lugar de ciudadanos comprometidos. 

La inteligencia, como virtud de la democracia, es la razón ampliada que descubre dos cuestiones fundamentales: que hay asuntos que afectan a todos, no a partes, y que por tanto todos deben de algún modo verse involucrados; y que solo la razón a través de la palabra puede alcanzar modos de diálogo propios de un doble lenguaje exigente: sin restar personalidad, aprender el lenguaje de lo común para hablar con otros. Camino este, como sabemos, que conduce propiamente a la paz y no se limita solo a quejarse de la violencia. 

La valentía propia de la democracia, que no es término medio entre unos y otros, es resolver en la cercanía y saber aproximar las desigualdades. De aquí que el espacio del todo que deriva de las partes, sea más un espacio de mediación simbólica que de conquista de partes, y su autoridad provenga más del ejercicio de esta acción que de ningún otro espacio de dignidad. No es finalidad, como en ocasiones se presenta en "campaña" (con su lenguaje bélico), sino medio para el proyecto común que reúne y no solo junta a las personas que viven en una misma sociedad. 

Existe también la paciencia democrática, para resistir sin salir de un marco pacífico de convivencia e insistir prudentemente en la dirección del bien. Algo que con frecuencia pasa desapercibido, salvo para quienes han vivido la guerra u otras formas de violencia, en las que se opta por estar al margen del sistema, fuera de la democracia para sembrar odio, división, miedo, coacción. Entonces las instituciones dejan de cumplir su función porque han sido asaltadas impacientemente por los totalitarismos haciendo del común un partidismo sin imparcialidad, una exageración de una parte que niega toda dignidad democrática al resto de los ciudadanos. La paciencia, como resistencia al mal, recurre incansablemente a la esperanza de un proyecto posible, no exento de sufrimientos y tensiones, en el que juntos pasa a ser una forma de convivencia. 

Tres son las ideas fuerza de la democracia, tal y como yo la entiendo, en su máxima expresión: capacidad para desarrollar la máxima posibilidad de la persona en la convivencia, no fuera de ella; capacidad para el diálogo racional o la razón dialogal, orientada a la verdad antes que a "los discursos" retóricos y convincentes, en la que los ciudadanos participan con un doble lenguaje propio y común, con un bilingüismo imprescindible socialmente para la propia comprensión y la comprensión del otro; y capacidad para la libertad y la acción, que no pueden entenderse ni vivirse plenamente sin el otro, es decir, libertad y acción para el acercamiento, para la cercanía, para la participación activa, para el cuidado mutuo. 

Tal y como yo lo veo, cuando se critica la democracia como hoy se despelleja y se critica, como forma de violencia -en el fondo es lo que es- contra los demás que no son parte o no pertenecen o no me pertenecen posesivamente, se habla de otra cosa distinta a lo que la democracia puede ser. Y entiendo que no tiene que ver tanto con votos y mayorías sino, una vez más, con personas, con ciudadanos, con la capacidad de las personas en tanto que personas y ciudadanos indisolublemente comprendidos, aunque en ejercicio en dimensiones de la convivencia realmente distintos y no equiparables salvo en reduccionismos obtusos. 

Es tiempo de pensar y vivir democráticamente a lo grande, mostrando que es posible todo esto que se dice. 


  

sábado, 1 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (2). Democracia y democracias

El problema de todos y partes, enunciado en la entrada anterior, no quisiera que se pensara desde el inicio como un esquema simple y sencillo, sino en una dirección concreta. 

Por un lado, la necesidad de gestionar, cuidar y respetar la libertad personal y la diversidad resultante dentro de un orden social. Por otro, la necesidad de diferenciar espacios privados, públicos, y entender el desarrollo de construcciones sociales en los que estos espacios se gestionan de otro modo, o incluso desaparecen, o sufren tensiones. En tercer lugar, pensando en la dimensión de altura y concreción de un proyecto social y antropológico que se articule entre ambos, con sus dos grandes direcciones: la persona y las relaciones. Y, en cuarto lugar, para empezar, considerando con mayor detalle la relación entre todos y partes desde la pertenencia, construcción y vinculación, es decir, midiendo en qué grado hay independencia o no de las estructuras respecto de las personas y por qué se produce esa distancia. 

Como estamos en un contexto democrático, adelanto unos pasos hacia un tema relevante que considero planteado abiertamente, que hoy es motivo de crisis quizá por la reducción en su recepción. 

En no pocas ocasiones, se presenta la democracia con dos opciones y desde ahí se entiende la actual articulación. Poco se dice de la "democracia" como poder del pueblo más allá de su traducción etimológica, sin justificación alguna de parte de nadie y sin comprender lo que se está diciendo. Es más, dada la notable confusión creada, termina por ser algo así como el poder de la masa, de una colectividad, de la suma de las fuerzas o su multiplicación. Y no digamos de otras interpretaciones que se hacen, en las cuales, examinadas con un poco de detalle, rápidamente aparecen fuerzas diferentes de gestión de estas masas y colectivos, a los cuales quedan sometidas las inteligencias, voluntades y deseos de las personas que participan en ellas y, cómo no, los otros a los que comúnmente se enfrentan porque, en su visión, lo que hay realmente de fondo es el "poder" como "fuerza" primitiva de lucha de unos contra otros. 

Creo sinceramente que la cuestión del "poder" está pensada desde la "naturaleza" como fuerza, sin más. En sentido humano considero que hay una dimensión abierta más allá de lo meramente "natural", que entendemos como capacidad, posibilidad y desarrollo mucho más interesante. Reconozco, sobre esta diferencia, no haber leído muchas referencias. Es más, se habla extraordinariamente poco y, dándolo por supuesto sin ofrecerlo a la auténtica reflexión de las personas, hay un gran interés manipulador e ideologizante. 

Lo dicho, por aclarar lo que se pueda a medida que construimos este pensamiento, el poder del pueblo es la capacidad de la humanidad, lo cual cabe etimológicamente igual y no lo sitúa conceptualmente en el ámbito natural o de la violencia y el enfrentamiento. 

Sobre los diversos sistemas, no democráticos, también habría que hacer consideraciones más detenidas, pero será en otro momento. Por ahora, mirar la democracia como se presenta habitualmente y en la que somos educados no pocas veces desde la negatividad e insuficiencia, movilizando emociones y afectos, más que desde la propia realidad y realización, llamando a la racionalidad. Si el poder del pueblo es capacidad de la humanidad, está claro que queda directamente relacionado con la capacidad racional, en sentido amplio, de las personas y que, dicha capacidad, es desarrollable y ejercitable. Relación que no puede pasarse por alto, ni dejarse a un lado sin más como dicha y entendida, sino que debe estar presente en todo el proceso y desarrollo. 

Sigamos. La democracia se presenta en una doble dirección: directa y representativa. Reduzco mucho, pero no hay mucho más en el análisis social, y todo queda comúnmente del lado de uno u otro, si es que no son lo mismo en el fondo, y de cómo articular lo segundo, una vez considerado lo primero como insuficiente para la organización democrática en sus asuntos más amplios. 

Por democracia directa se entiende, y sobreentiende, que personas democráticamente cultivadas y con intereses democráticamente cuidados ejercen su derecho de elección de modo directo, de modo activo y pasivo. 

Por democracia representativa se explica que, ante la imposibilidad de participar todos directamente, por contingencias de todo tipo, las comunidades se organizan como democracias directas hacia dentro de ellas mismas, pero eligen un representante que será la voz, ya no de todos, para que junto a otros representantes y entre ellos como una democracia directa, se decidan los asuntos de una amplitud tal que, afectando a todos, no pueden organizativamente dar cabida a todos. 

A poco que se piense, lo que se ve es que ambos son lo mismo y que una parte continuamente va restando o haciendo cesión del poder. Tal y como se habla comúnmente. Y el acento se reitera sobre el poder de la mayoría, de ahí que la democracia olvide progresivamente el conjunto, "el pueblo" y "la humanidad". Es una organización que da de baja permanentemente a unos para dar de altas a otros o que se comprende a sí misma como reparto, y en esa medida igualmente deshumanizante. Porque no cuida la capacidad de las personas sino que la va limitando en las reiteradas elecciones y con personalismos. 

Desde mi punto de vista, para que la democracia siga teniendo sentido y encuentre su camino en el siglo XXI, hay que dar un paso atrás en la cuestión antropológica y abrir el debate sobre la persona. Solo así se puede entender todo lo que después se diga y se proponga. 

Pensando en la democracia, en sentido amplio, hay otra posibilidad a considerar. Es la capacidad, el poder de las personas para situarse en planos diferentes de la realidad y considerar racionalmente las cuestiones que nos afectan desde diversas perspectivas. Aquí sí que hay una auténtica fuerza humana y humanizante. Y este sería el poder no reductible a la naturaleza, que condena a la persona a vivir sometida simplemente a leyes y normas de un tipo limitante, impuestas y recibidas sin conexión real con su individualidad y concreción humana. O se considera de este modo o todo será siempre una u otra forma de totalitarismo "directo" o "representativo", sin intervención alguna de personas, ni para la humanidad. 

Dicho rápidamente, el sistema democrático exige de las personas que sean capaces de situarse racionalmente en planos diversos de la realidad y vivan en ámbitos con valores diferentes, pero integrados. Es decir, que activa y pasivamente actúen en favor de la persona que son y la humanidad en su conjunto sin dividirse, pero como dos modos de participación y pensamiento. Por un lado, aquello que les afecta personalmente, pero también dejándose pensar en relación con otros. Por otro, aquello que afecta a todos, donde otros son agentes activos igualmente, no en igualdad real, no en ensimismamiento de ningún tipo. 

De ahí que, a mi entender, llamar a la democracia "representativa" es poco menos que reducirla a individualismo, a partes y a conflicto entre partes, lo cual es claramente una forma de totalitarismo difuminado con conceptos, pero totalitarismo al fin y al cabo. Y la elección, y la libertad individual se enfrenta una y otra vez a otros, en lugar de participar con otros en la construcción de la sociedad. 

A esta forma de democracia, la llamo capacidad "mediadora", en la que la supuesta totalidad no revierte ni termina sobre sí misma, sino que simbólicamente se establece en conexión con las personas sin restar fuerza a las partes, de modo que empieza y termina en la capacidad que la humanidad tiene en las personas concretas, sin deshumanizarlas, sin dividirlas, sin hacer de la sociedad estamentación alguna, sino simple y llanamente "mediación" y constituyendo el ámbito propio de lo público en su constitución y sistema personal. 



viernes, 30 de abril de 2021

Dilemas sociales en salida (1). Todos y partes.

Tal y como yo lo veo -aunque no solo yo-, la sociedad hoy enfrenta se enfrenta a retos profundos. Ya hemos pasado en otros momentos grandes cambios como humanidad. Se habla de cambios de paradigma de calado. Lo que no tenemos claro es desde dónde los miramos o qué capacidad tenemos para abordarlos. La debilidad de la raíz, el punto de partida, es notorio. Como un salto en el ritmo que nos pilla a contrapié. Con influencias directas notables de otros modelos sociales. 

Tengo la convicción firme de que la dinámica histórica no es automática e independiente. Dicho más suavemente, la historia no se escribe sola, ni es fabricable. Aunque la acción humana está siempre involucrada en ella. Es decir, que no "llegan novedades" del futuro impuestas, sino que son fruto de la acción humana, cuya razón debe intervenir y, de hecho, interviene. Lo cual no quiere decir que todas las personas participen en ello. Ni mucho menos. Para una gran mayoría se trata de mera imposición sin su concurrencia directa, aunque sí indirectamente o por omisión o por mera aceptación resignada del designio decidido por otros. No es fácil. 

El punto de partida hoy, en cuanto abro los ojos y me pregunto por la sociedad, creo que debe ser la diversidad real que existe en el mundo Occidental. Es en el que vivo y al que miraré primeramente. No es poco señalarlo como el dato de partida de esta reflexión y supongo que en otros análisis, como he leído, condiciona gran parte del pensamiento y salidas posteriores. No miro a Occidente caprichosa e individualmente, sino históricamente y en conjunto. 

Hablo de diversidad en el sentido de formas de vida diferentes que se dan sincrónicamente y comparten ámbitos, en todas las dimensiones de la persona. El Occidente construido sobre la tradición de Jerusalén-Atenas-Roma ha involucrado progresivamente la libertad como factor fundamental sin el cual la dignidad no puede ser comprendida, ni la vida humana se considera tal. Dicho lo cual, comprender que la libertad aquí ha llegado a emparentarse semánticamente con el derecho y su ámbito, esto es, adquiriendo ciertos límites generales dentro de los cuales es aceptable socialmente una forma de vida y distinguiendo de esta manera la forma de vida y la persona misma. 

Diversidad y separación no son lo mismo, no hay identidad directa, ni la una exige la otra. Es más, convendría reparar en lo que no es separable realmente y que, cuando se ha intentado alguna vez, lo que se ha producido es la exclusión o el exterminio. Hay intentos de separación que, aunque sutiles, revelan que la sociedad no es solo un espacio en el que las personas se encuentran seguras respecto de la naturaleza, sino que se enfrentan a la humanidad en su complejidad y a la maldad en no pocas ocasiones. Llegando a casos extremos, en los que no puedo detenerme y que espero que quien lea esto entienda perfectamente. 

La configuración de las ciudades ha sido decisiva para esta comprensión y vivencia de uno mismo en una sociedad de identidades múltiples y relaciones de pertenencia limitadas y elegidas a su vez, a la par que permitiendo la movilidad, el cambio, el contraste con otros, la búsqueda de una cierta novedad en el marco de una sociedad de progresivo consumo, oferta-demanda, búsqueda de sentido. 

Desarraigados de una tradición global común que servía de punto de partida, ahora se ha desplazado esta prioridad socialmente hacia lo contrario. El mundo rural, sin grandes contrastes y repetitivo generación tras generación, de ritmo lento y poco acostumbrado a lo diferente, hacía que la diversidad originaria de cada individuo tuviera escasa repercusión sobre el conjunto y la escasez de posibilidades uniformara en muchos aspectos a la vida de los ciudadanos a lo común. 

Por lo tanto, la gran pregunta ahora no es sobra individualización y fragmentación de la sociedad, sino más bien lo contrario: ¿Es posible un proyecto común que englobe a toda la sociedad?

Alguno se preguntará qué necesidad hay de esto, poniendo aún más en crisis la sociedad democrática occidental. Alguno habrá llegado a esta pregunta como sobresaltado o pensando que es mejor que cada uno haga lo que quiera con su vida. Alguno estará ahí. Pero me gustaría hacerle pensar sobre lo siguiente: vivimos juntos, pero no es posible vivir solo juntos y que luego cada uno se vaya por donde quiera. Hay cuestiones que afectan a todos, las relaciones son constituyen de forma esencial y hemos llegado a la conclusión de que, si queremos que sea viable, todos participen. 

Aquí es donde llega la democracia, como mejor sistema posible, vinculado a lo mejor de la persona. No creo que sea el mejor de los males o el peor de los bienes, sino lo mejor de lo mejor, lo más humano. Algo que intentaré comentar próximamente, pero vaya por delante mi convicción, que razonaré en los días sucesivos. 

Entiendo que hay asuntos que se sitúan con profundidad en distintos órdenes y planos de realidad. La superficialidad de muchos análisis políticos impide ver esto. Por no hablar de las noticias y debates mediáticos. Ser capaz de atisbar la realidad en distintos niveles es propio de la persona y ejercitarse en ello es necesario. Vamos a ver, como digo en mis clases, si a mi hijo le pido que separe números y pares, me dirá que es imposible. Si le digo que separe números e impares, igual. Pero si descubre que sí se puede poner orden en partes, sin que dejen de ser partes de un todo, comprenderá que los números aceptan categorías distintas de orden separable. Lo mismo sin introduzco además letras. Ya tendríamos tres planos. O más signos, igual. 

Resulta espeluznante ver cómo se enfrenta muchas veces a ciudadanos entre sí, incapaces de llegar a entenderse, por colocar en el mismo plano cuestiones que son diferentes y, por lo tanto, estar situados ante un problema sin salida, porque el problema no existe salvo en la razón limitada y primaria de la sinrazón. 

A donde quiero llegar, en esta primera mirada, es que no todo participa de igual modo en la misma realidad. Llevado al terreno social, existe la posibilidad de considerar partes y todo, estudiar la relación entre partes y de partes con el todo, cómo unas construyen a otras permitiendo que sean en una globalidad ordenada. Cuando esto no sucede, como diré más adelante, se abrazan partidismos o totalitarismos por exageración, extralimitación, deshumanización, irracionalidad. 

Lo primero, por poner un punto claro desde el que mirar, es la existencia de partes y pertenencias múltiples en una sociedad organizadas a su vez en relaciones que globalizan o que humanizan. En lo humano, esta jerarquía de todos y partes tiene dos claras tensiones siempre presentes, que impulsan la amplitud de la razón y la acción humana. Por un lado, "hacia arriba" sería la tensión "hacia la humanidad". Por otro lado, "hacia abajo" sería la tensión "hacia la persona". A lo primero llamamos humanización, a lo segundo personalización. No son opuestas, sino movimientos que confluyen. Y están presente en todo. Desde lo más pequeño, hasta lo más elevado. Además, afectan a una única realidad que es la persona, ella misma persona y a su persona como concreción y vínculos con la humanidad que realiza de modo individual. 

Me parece fundamental considerar lo anterior, cuantas veces sea necesario. Porque si no, el esquema de todos y partes no tiene sentido alguno más allá de palabras vacías que no analizarían nada o sin conexión con la realidad, que no se puede comprender sin su profundidad. 

Volviendo a lo anterior, el esquema de todos y partes permite ir reuniendo, más que disgregando y permitiendo a su vez la comprensión de la diferencia. Entendemos socialmente que la libertad, en cuanto tal, en cualquier dimensión o aspecto de la vida que se considere, genera por sí misma y en cuanto a sí misma una amplitud de posibilidades en crecimiento continuo, cuyo límite desconocemos en la primera consideración inmediata. 



sábado, 27 de marzo de 2021

Leyendo REPÚBLICA de Platón (15)

Comienzo en 338d hasta 338d

Los textos de Platón están organizados por números para citar con más facilidad los textos y comprobar rápidamente las referencias. Se llama clasificación de Stephanus. Comienza el volumen I por Eutifrón y le sigue Apología. En el II se encuentra República antes de Leyes. Las páginas que citamos del volumen II, por lo tanto, tienen los mismos números que Protágoras en el I y la carta VII en el III. Tiene su encanto y es del todo irrelevante. Algo así es lo que hace Trasímaco con Sócrates, habla de cualquier cosa, no del tema. 

A la claridad con la que Sócrates entiende lo que está diciendo Trasímaco, este joven de vida sofista responde con una tipología de Estados. "¿Acaso no sabes que en algunos Estados el gobierno es tiránico, en otros democrático y en otros aristocrático?" Con pereza, vamos a analizarlo. ¿Dónde quiere llegar? 

εἶτ᾽ οὐκ οἶσθ᾽, ἔφη, ὅτι τῶν πόλεων αἱ μὲν τυραννοῦνται, αἱ δὲ δημοκρατοῦνται, αἱ δὲ ἀριστοκρατοῦνται;

Diferenciar entre Estado y poder, por un lado, y dividir el ejercicio de ese poder en tres entre los que elegir va a ser costoso de entender. Una organización de personas independientes de otras en las que el poder se ejerce de una u otra manera, como simple constatación. El primer despliegue es importante, entre personas y poder. O la aparición del poder, al margen de las personas. Habría que considerarlo, si es o no ajeno al ser humano y su condición, y qué tipos de poder existirían. No se dice nada más. Así que todo son dudas. Un supuesto extraordinariamente común y brutal. 

Dado que hay un poder que ordenar y afecta a las personas, ¿cómo hacer? Tres opciones para no reducir a dos, que a lo mejor sería lo que habría que considerar. En las dos primeras, depende de un número: uno o todos. Si es uno, tiranía (sin el sentido que tiene hoy, probablemente). Si es todos, democracia (tampoco con un sentido actual, probablemente). Uno y todos irreconciliables en principio. Muy matizables en su ejercicio. Uno puede ejercer el poder en beneficio de todos y todos no tienen necesariamente que ejercer su poder en beneficio de todos, ni de lejos. No haré repaso histórico. Lo doy por probado. 

El tercero en discordia tiene un problema conceptual mayor. Aristocracia es el gobierno de los mejores. Y Trasímaco usa la palabra de mayor densidad y preocupación socrática: la excelencia, el bien. Diluído entre varios, pero el bien destacado por encima de otros, como si fuera medible al bondad, como si existiera una regla en "poder" (perdón por usar esta palabra aquí y de este modo divergente) de alguien capaz a su vez de reconocer el tamaño de la bondad de otros. ¿Quién tendrá más grande su bondad? ¿Le damos el poder o lo coge él por su bondad? En el primer caso, democracia (representativa). En el segundo, tiranía (compartida). 

En este dilema estamos inmersos y lo estaremos siempre. No cabe salirse de él, ni distancia suficiente como para valorarlo externamente. Todo el que habla lo hace dentro de una sociedad. Si habla, a lo mejor se trata de una tiranía benevolente. Si no habla, a lo mejor es una democracia excluyente. No hay salida global, salvo por el lado de la persona. Imagino. 

Sócrates afirma conocer la diferencia entre unas y otras "organizaciones". Cualquiera, probablemente. Según el ámbito social, el plano en el que nos movamos, estaremos bajo una u otra, o ejerceremos como parte de una u otra. Se dan ampliamente en la sociedad. ¿O no es así?

Un paso más. Hay distintas organizaciones. Ya estamos de acuerdo. Trasímaco ahora introduce su idea principal, la cuestión que le preocupa. ¿Quién tiene el poder? Sin haber dicho lo que significa todavía esto. En forma de pregunta: ¿Y no es el gobierno el que tiene la fuerza en cada Estado?

οὐκοῦν τοῦτο κρατεῖ ἐν ἑκάστῃ πόλειτὸ ἄρχον;

En el griego de su época, "poder" se dice "principio". Un término muy conocido en las originales búsquedas de la filosofía: arjé, arché... como se quiera. Esta palabra puede reconocerse arriba en "demo-cracia" o "aristo-cracia". 

Sin más, en serio, para no seguir analizando sin preguntar lo que quiero preguntar: ¿Existe esta "arjé" o es una invención humana perversa, a la que por desgracia nos hemos acostumbrado? No me lo callo: Si existe esta "arjé", ¿es apropiable por alguien o más bien es una farsa en la que alguien dice "ser el arjé" engañando a todos los demás, que escuchan borregamente? ¿No será un exceso, una idolatría y nada más, reflejo de la maldad aunque se acompañe de la palabra "aristós", y sea el anticoncepto en estado puro? Entonces, ¿qué queda? ¿Una utopía, un ideal irrealizable, una locura, una fantasía? ¿O la mayor de las claridades posibles: el "arjé" no es de este mundo?

No digo más. Veremos por dónde avanza mañana Sócrates.