miércoles, 5 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (6). Los idealismos democráticos

Renunciar al ideal es quedarse con la desorientación y sin fin alguno. Creo que conviene decirlo, cuanto antes mejor, y no acomplejarse con esta queja y lamento. Porque, puestos a elegir, prefiero el ideal de la democracia como diálogo al que defiende que se llegará a la igualdad por medio de la dictadura o a la libertad dejando que las cosas funcionen por sí mismas. Por no hablar de otras mediocridades, sino las dos más grandes del siglo XX y XXI en las que muchos siguen afanándose, sin ir ni un paso más allá salvo dos o tres matices que no tocan el fondo. 

Es un ideal posible, que involucra a todas las personas, que no las deja igual, que comprende su libertad más allá del individualismo, que muestra un horizonte. Ofrece igualmente claves para comprender la vida y no ampararse en el mundo como funciona. De hecho, puestas así las cosas, que es algo que he querido hacer, no me he detenido en las críticas, en los análisis o en "las cosas funcionan así". 

Allí donde se mira y se debe mirar, sin apartarse demasiado. Una y otra vez. Y tal vez será algo que se pueda confundir con la locura, aunque será dejarse atrapar por la auténtica verdad posible, con nosotros y pese a nosotros. 

El ideal democrático es el ideal de la humanidad, no de sus condiciones. Es decir, la más sincera de las verdades que se puedan decir sobre las personas y no solo sobre sus circunstancias, sus estructuras de relación, sus entornos, sus mundos. Porque parece que se quiere cambiar más el mundo que vivir a fondo ser persona. Y esto es algo que solo puede hacer cada uno consigo mismo. Y donde ya no cabe la queja del otro, la apelación a los demás que hacen no sé qué otras cosas y andan todos los días en otras tareas. Es algo que obliga a cada cual, que tensa a cada cual y que es absolutamente personal, no circunstancial. La democracia no es ambiental sino personal. 

El ideal de la democracia es el ideal del ser humano, concreto y de carne y hueso. Y la política es una forma de la antropología y su ética correspondiente. Y nada más. Porque en el momento en el que se separen ambas, o una no nazca de otra sin ser posible su inversa, surge el discurso que quiere hacer de las personas algo controlable, algo convencible, algo dominable, en lugar de escuchable, acogible, respetable, digno hasta tal grado por sí mismo y no por mí que solo quepa el amor al prójimo. Que es la única democracia posible y real, el amor al prójimo.  





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