martes, 4 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (5). El diálogo

Realmente no trata del diálogo simplemente, sino de las personas en diálogo, del diálogo que envuelve las personas, de una educación para el diálogo. Mucho más que una conversación, un intercambio. Mucho más que el intercambio ideológico que, como en un partido de tesis, va de un sitio a otro pero corriendo solo por la línea de fondo sin acercarse jamás a su interlocutor, a su dialogante. 

La capacidad maravillosa de la palabra es que nos porta, nos expresa, nos saca de nosotros mismos, nos libera, nos dona. Y, por tanto, la escucha es acogida, recepción, llamada y alteridad. Que la palabra puede conectar con la vida, tanto en uno como en otro, aunque no de modos distintos. Que la palabra nos centraría, nos colocaría en la vida. Sin embargo, puede servir para todo lo contrario igualmente, con su ambigüedad, con su ocultamiento, con su reesclavitud, con su re-presión. Hablar vacíamente es vaciarse a sí mismo, oscurecerse. Cuando se habla de expresar la propia opinión se diría que, de lo que realmente trata el tema y su exigencia más alta, es hacer brillar con mucha fuerza en nosotros la vida que llevamos dentro. La palabra nos convierte en comprensibles para los demás, en acogibles para otros. Por tanto, la palabra no pueden ser simplemente palabras sino lo que portan las palabras cuando tienen vida en ellas, o, como mínimo, son reflejos de la vida. Y no es algo tan sencillo, por lo que palabra y silencio, conocimiento de uno mismo y de la propia ignorancia tendrían que ir juntas de la mano, aliadas sin fragmentación, simbióticamente ejercidas. 

Cuando, entre amigos muchas veces, defiendo el diálogo siempre se critica lo mismo una y otra vez. En seguida, alguno sale diciendo que hay personas con las que no se puede dialogar, porque no quieren dialogar, y que por lo tanto hay que lanzarse a las armas contra ellos, o algo muy parecido a comenzar una guerra entre bandos. Pero insisto entonces en lo de siempre: sin diálogo no hay democracia y no puede haber democracia sin diálogo; es como el cómo del qué, el camino para la meta. Si no hay diálogo, nunca se quiso ser demócrata. Si no se estaba dispuesto al diálogo, como posibilidad de ser refutado por otra persona que dialoga, entonces no hay democracia posible. Solo queda la guerra, el enfrentamiento, el odio, el bando, y todo lo que normalmente está presente en ella como mal, como juicio, como condena, como olvido, como violencia, como... 

Es el nudo gordiano que queda cubierto por un sistema que orienta generalmente hacia la totalidad lo que no puede medirse en esas alturas. Como sistema entiendo que hay una parte de corrección ante la imposibilidad de agrupar todas las posibilidades, que tiene un margen de error muy amplio, que soporta equivocaciones y equívocos, en el sentido de faltas, mermas, desorientaciones o errores. Incluso mala intención o maldades. 

Lo digo de otra manera, por si ayuda. Si el sistema funcionara por sí mismo, al margen de todo y todas las personas, sería un totalitarismo. Y escogemos democracia para huir de esa mala salida en la que nos privamos de la vida humana en libertad para condenarnos a no vivir jamás como tales sometidos al sistema que nos impondría su propio movimiento, inercia y "voluntad". En términos no propios de este ámbito, supondría un sistema que rompe, rasga la humanidad y la separa de sí misma, la divide complacientemente, casi con placer por comodidad, y la suprime, la aniquila. 

La grandeza del sistema democrático está en recordar la humanidad y humanizar continuamente las relaciones, sin que otra posibilidad se contemple como real o posible dentro de esta alianza y acuerdo. Por eso, señalar la diversidad en el origen no es abogar por cualquier mundo posible, sino por una forma concreta de persona, y cuyos límites no pueden ser fijados ni definidos por la ley en última instancia, sino que esta es un permanente rebote hacia la humanidad del otro para considerarla sin más miramientos. El sistema democrático, en el diálogo, es la forma social de amor al prójimo. Que se llamó así cuando todavía no estaba dicho todo en la historia, pero que ahora podemos entenderlo como el mejor de los sistemas sociales posibles. 

El diálogo es el encuentro, la proximidad. La única realmente posible. Por eso las palabras son más que palabras y tienen una capacidad que las desborda. Quien escucha, lo sabe. Sabe que está ante algo mucho mayor que lo que escucha. Es el misterio del otro, cuando no se enfrenta al suyo propio. 

Rebajar la relación a otra cosa diferente es deshumanizarse, negarse. Vivir más pendiente del miedo al otro que frente a la posibilidad, consciente y despierte, del encuentro, de la mirada, del reconocimiento, de la fraternidad. Porque, aunque se diga de muchas maneras, la concordia, el acuerdo es posible cuando es entre personas. Cansarse y ceder antes de tiempo, sin paciencia, sin resistencia, sin fortaleza ya no es cosa de otros, sino propia. Es mi propia vida la que va en ello. 



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