viernes, 30 de abril de 2021

Dilemas sociales en salida (1). Todos y partes.

Tal y como yo lo veo -aunque no solo yo-, la sociedad hoy enfrenta se enfrenta a retos profundos. Ya hemos pasado en otros momentos grandes cambios como humanidad. Se habla de cambios de paradigma de calado. Lo que no tenemos claro es desde dónde los miramos o qué capacidad tenemos para abordarlos. La debilidad de la raíz, el punto de partida, es notorio. Como un salto en el ritmo que nos pilla a contrapié. Con influencias directas notables de otros modelos sociales. 

Tengo la convicción firme de que la dinámica histórica no es automática e independiente. Dicho más suavemente, la historia no se escribe sola, ni es fabricable. Aunque la acción humana está siempre involucrada en ella. Es decir, que no "llegan novedades" del futuro impuestas, sino que son fruto de la acción humana, cuya razón debe intervenir y, de hecho, interviene. Lo cual no quiere decir que todas las personas participen en ello. Ni mucho menos. Para una gran mayoría se trata de mera imposición sin su concurrencia directa, aunque sí indirectamente o por omisión o por mera aceptación resignada del designio decidido por otros. No es fácil. 

El punto de partida hoy, en cuanto abro los ojos y me pregunto por la sociedad, creo que debe ser la diversidad real que existe en el mundo Occidental. Es en el que vivo y al que miraré primeramente. No es poco señalarlo como el dato de partida de esta reflexión y supongo que en otros análisis, como he leído, condiciona gran parte del pensamiento y salidas posteriores. No miro a Occidente caprichosa e individualmente, sino históricamente y en conjunto. 

Hablo de diversidad en el sentido de formas de vida diferentes que se dan sincrónicamente y comparten ámbitos, en todas las dimensiones de la persona. El Occidente construido sobre la tradición de Jerusalén-Atenas-Roma ha involucrado progresivamente la libertad como factor fundamental sin el cual la dignidad no puede ser comprendida, ni la vida humana se considera tal. Dicho lo cual, comprender que la libertad aquí ha llegado a emparentarse semánticamente con el derecho y su ámbito, esto es, adquiriendo ciertos límites generales dentro de los cuales es aceptable socialmente una forma de vida y distinguiendo de esta manera la forma de vida y la persona misma. 

Diversidad y separación no son lo mismo, no hay identidad directa, ni la una exige la otra. Es más, convendría reparar en lo que no es separable realmente y que, cuando se ha intentado alguna vez, lo que se ha producido es la exclusión o el exterminio. Hay intentos de separación que, aunque sutiles, revelan que la sociedad no es solo un espacio en el que las personas se encuentran seguras respecto de la naturaleza, sino que se enfrentan a la humanidad en su complejidad y a la maldad en no pocas ocasiones. Llegando a casos extremos, en los que no puedo detenerme y que espero que quien lea esto entienda perfectamente. 

La configuración de las ciudades ha sido decisiva para esta comprensión y vivencia de uno mismo en una sociedad de identidades múltiples y relaciones de pertenencia limitadas y elegidas a su vez, a la par que permitiendo la movilidad, el cambio, el contraste con otros, la búsqueda de una cierta novedad en el marco de una sociedad de progresivo consumo, oferta-demanda, búsqueda de sentido. 

Desarraigados de una tradición global común que servía de punto de partida, ahora se ha desplazado esta prioridad socialmente hacia lo contrario. El mundo rural, sin grandes contrastes y repetitivo generación tras generación, de ritmo lento y poco acostumbrado a lo diferente, hacía que la diversidad originaria de cada individuo tuviera escasa repercusión sobre el conjunto y la escasez de posibilidades uniformara en muchos aspectos a la vida de los ciudadanos a lo común. 

Por lo tanto, la gran pregunta ahora no es sobra individualización y fragmentación de la sociedad, sino más bien lo contrario: ¿Es posible un proyecto común que englobe a toda la sociedad?

Alguno se preguntará qué necesidad hay de esto, poniendo aún más en crisis la sociedad democrática occidental. Alguno habrá llegado a esta pregunta como sobresaltado o pensando que es mejor que cada uno haga lo que quiera con su vida. Alguno estará ahí. Pero me gustaría hacerle pensar sobre lo siguiente: vivimos juntos, pero no es posible vivir solo juntos y que luego cada uno se vaya por donde quiera. Hay cuestiones que afectan a todos, las relaciones son constituyen de forma esencial y hemos llegado a la conclusión de que, si queremos que sea viable, todos participen. 

Aquí es donde llega la democracia, como mejor sistema posible, vinculado a lo mejor de la persona. No creo que sea el mejor de los males o el peor de los bienes, sino lo mejor de lo mejor, lo más humano. Algo que intentaré comentar próximamente, pero vaya por delante mi convicción, que razonaré en los días sucesivos. 

Entiendo que hay asuntos que se sitúan con profundidad en distintos órdenes y planos de realidad. La superficialidad de muchos análisis políticos impide ver esto. Por no hablar de las noticias y debates mediáticos. Ser capaz de atisbar la realidad en distintos niveles es propio de la persona y ejercitarse en ello es necesario. Vamos a ver, como digo en mis clases, si a mi hijo le pido que separe números y pares, me dirá que es imposible. Si le digo que separe números e impares, igual. Pero si descubre que sí se puede poner orden en partes, sin que dejen de ser partes de un todo, comprenderá que los números aceptan categorías distintas de orden separable. Lo mismo sin introduzco además letras. Ya tendríamos tres planos. O más signos, igual. 

Resulta espeluznante ver cómo se enfrenta muchas veces a ciudadanos entre sí, incapaces de llegar a entenderse, por colocar en el mismo plano cuestiones que son diferentes y, por lo tanto, estar situados ante un problema sin salida, porque el problema no existe salvo en la razón limitada y primaria de la sinrazón. 

A donde quiero llegar, en esta primera mirada, es que no todo participa de igual modo en la misma realidad. Llevado al terreno social, existe la posibilidad de considerar partes y todo, estudiar la relación entre partes y de partes con el todo, cómo unas construyen a otras permitiendo que sean en una globalidad ordenada. Cuando esto no sucede, como diré más adelante, se abrazan partidismos o totalitarismos por exageración, extralimitación, deshumanización, irracionalidad. 

Lo primero, por poner un punto claro desde el que mirar, es la existencia de partes y pertenencias múltiples en una sociedad organizadas a su vez en relaciones que globalizan o que humanizan. En lo humano, esta jerarquía de todos y partes tiene dos claras tensiones siempre presentes, que impulsan la amplitud de la razón y la acción humana. Por un lado, "hacia arriba" sería la tensión "hacia la humanidad". Por otro lado, "hacia abajo" sería la tensión "hacia la persona". A lo primero llamamos humanización, a lo segundo personalización. No son opuestas, sino movimientos que confluyen. Y están presente en todo. Desde lo más pequeño, hasta lo más elevado. Además, afectan a una única realidad que es la persona, ella misma persona y a su persona como concreción y vínculos con la humanidad que realiza de modo individual. 

Me parece fundamental considerar lo anterior, cuantas veces sea necesario. Porque si no, el esquema de todos y partes no tiene sentido alguno más allá de palabras vacías que no analizarían nada o sin conexión con la realidad, que no se puede comprender sin su profundidad. 

Volviendo a lo anterior, el esquema de todos y partes permite ir reuniendo, más que disgregando y permitiendo a su vez la comprensión de la diferencia. Entendemos socialmente que la libertad, en cuanto tal, en cualquier dimensión o aspecto de la vida que se considere, genera por sí misma y en cuanto a sí misma una amplitud de posibilidades en crecimiento continuo, cuyo límite desconocemos en la primera consideración inmediata. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario