jueves, 6 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (7). Destino Universal de los Bienes y Solidaridad.

Puesta la persona lo primero, esclarecido el único camino por el que puede realizarse algo así, que no es otro método que el diálogo, queda abierto el camino hacia las relaciones. A mi entender, no puede entenderse sin la comprensión que la persona tiene de sí misma, que se ha llamado confusamente conciencia.

El primer punto importante es que toda persona tiene acceso a sí misma de un modo original y único. Y rápidamente se diferencia del mundo que le rodea, sin confundirse con él. Traspasada esa puerta, la distancia aparece. Y en el mundo, junto a las cosas, aparecen unas realidades a las que dar sentido y otras que se resisten a la dominación. Las primeras, las cosas sin más, pueden ser poseídas. Sin embargo, lo fundamental será siempre la orientación que se les dé. Las segundas, si bien muchas veces son tratadas indiferenciadamente como otras realidades sin más, disponen de la capacidad de imponerse y rebelarse, de mostrarse diferenciadamente y entrar en diálogo. 

Por eso creo que ambos principios, sobre el destino de los bienes y sobre la cuestión de los otros, deben entenderse como relaciones de un modo coordinado. Los bienes, sobre los cuales siempre hay sospecha, pueden adquirirse y disfrutarse para sí mismo, para enriquecer la propia vida, para engrandecerla. Ese sería su lugar ordenado, su auténtico destino. Pero a la par, pueden también tener un sentido mayor que ese, al dirigirse a la humanidad en su conjunto de modo directo o indirecto. 

Es aquí donde la solidaridad participa esencialmente en la ordenación de todo. Porque a diferencia de las cosas, los otros se presentan con una relación original que convoca a la pertenencia y solo perversamente a la rivalidad y el enfrentamiento. Con los otros compartimos la responsabilidad de todo. La palabra solidaridad, reducida penosamente a la ayuda al otro desde las propias migajas, realmente siempre significó pertenencia. De ahí que hoy quiera emplearse la fraternidad, la sororidad o la hermandad como mejor expresión de lo que se ha querido poner encima de la mesa. Compartimos con otros una común finalidad que nos obliga mutuamente, hasta el punto de ser no meramente una parte de un conjunto sino la humanidad concentrada en nuestra carne y huesos. 

Puede parecer una locura. Y lo es, dramática y exigentemente es así. Volvería a decir lo mismo que dije el otro día sobre los ideales y la necesidad de tener unos claramente identificados. Los bienes no son comunes, al menos no todos. El derecho a la propiedad privada, teñida bajo el signo del peor de los males, casi pecado original, resulta indiscutible desde el mismo momento en el que decimos que la persona es lo primero. Sin embargo, el mismo principio pide orden en todo lo demás, en lo secundario. Los bienes, algunos de ellos de todos y otros propios, son más que posesión, son orientación. Y con ellos, en el trato con los bienes, también revelamos la persona y su alcance. Por otro lado, solo es comprensible esto si se establece un vínculo entre la persona y sí misma que vaya más allá de sí misma en el rostro del otro, en el que el otro aparezca en cercanía y distancia. 

Las concreciones éticas nacen así desde la responsabilidad de los propios lazos y relaciones, también con las cosas y no solo con las personas. Hay una forma de espiritualización de las relaciones para el que el mundo es puro estorbo y no conlleva oportunidad alguna. A mi modo de ver, por solo saber situar la realidad en un único plano, en un único vínculo, en una única forma de relación sin diferenciación alguna. 



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