lunes, 3 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (4). El ciudadano

Todo viene a parar aquí, en la persona concreta de carne y hueso. Y quizá todo lo demás no sean sino quimeras y esquemas montados en el aire. Elevar la condición de ciudadano personal, incluyendo sus relaciones, es lo decisivo. Saber, sin andarse con muchos miramientos, que la existencia democrática es exigente y que el estado del bienestar es simplemente hablar de circunstancias, y mejor aprender pronto a no perderse en ellas, ni a confundirse demasiado con ellas, ni a darles demasiada carta de entrada en todo esto. Porque una cosa es la vida y otra, bien diferente, es el mundo. 

La democracia exige -donde me quedé ayer- innumerables cualidades personales, que siempre se han llamado virtudes, y un compromiso con ellas. Por eso los ciudadanos están llamados a ocupar un lugar esencial en el sistema, que no puede ser degradado a la conciencia de votar un tres o cuatro veces en una década y, mucho menos, a ser obligados a seguir "a distancia" (sea de la forma que sea) los discursos de sus -mal llamados, como dije ayer- "representantes". En democracia no se puede representar nada, porque tal representación será entonces solo engaño y caerá en el juego de la retórica y la convicción de unos pocos sobre grandes masas de gente. 

Algo que no termino de comprender bien, en el sistema actual, es la posición de los partidos. Pero mucho menos aún la de innumerables personas que los defienden ingenuamente sin mayor miramiento, como si esto fuera pertenecer a un equipo de fútbol o como se alistaban en el ejército millones de personas para la guerra entre no se sabía bien qué intereses de otros. 

La posición madura del ciudadano, que comprende bien que no todo puede dilucidarse entre todos porque sería inviable, es la selección de un grupo de personas para que haga la tarea de mediar entre partes de la sociedad, que inconcebiblemente se sitúan después como "partidos" abocados al "partidismo" sin ejercer la única misión que se les había encomendado. Pero para mayor descrédito de la ciudadanía, culpando siempre a los otros. Es decir, incapaces de mediar, tal y como entiendo yo que es su papel y el ejercicio único de su servicio al conjunto de la sociedad. 

Dicho esto, ¿por qué entonces siguen siendo elegidos? Pregunto: ¿No es un ciudadano maduro el que, sin atarse a unos u otros, busca elegir a las mejores personas para una actividad tan exigente? ¿No somos capaces de encontrarlos, no los hay por ningún lugar? 

Es evidente que el sistema en su conjunto no sería necesario sin diversidad, que como dije el primer día, nace de la libertad. Y, queriendo ser libres, queremos por lo tanto, o al menos debemos asumir, la existencia de diversidad. Dentro siempre de lo razonable, de ahí el diálogo. 

En el planteamiento general, la mediación democrática entre personas no se cosifica. Porque los medios, entendidos como cosas, exigen también que las personas se sitúen a ese nivel ocupados por cosificar la realidad en lugar de vivirla. Los medios de comunicación son el gran ejemplo y se llaman precisamente así. Han convertido en cosa una realidad estrictamente humana y propia de las personas como es la razón y la palabra, de modo que, en el viaje por su realidad terminan degradando su situación en lugar de elevarla. Reiteradamente ocurre lo mismo, se repite la misma historia. Todo está en los medios, dicen los analistas y estrategas. Pero usándolos contra las personas. 

En términos generales, descubro en la sacramentalidad una idea muy diferente de la mediación que me ha llevado a considerar la democracia a este nivel. La idea de sacramentalidad, que el cristianismo emplea, no es una mediación cosificante sino vivifadora y vivificante, que eleva y no conlleva el trato con cosas. Esta es la idea general desde la que planteo que la democracia no puede ser mediadora si no es humanizante, si no se ejerce desde lo humano tan lejano de la burocracia y los planes, si no se lleva a cabo por personas con este talante y vocación en lugar de personas en puestos robotizados dentro de un sistema general y totalitario en el que las partes no participan de nada. 

El ciudadano es elevado en la democracia a una vida en projimidad de la que no solo no puede prescindir y necesita, sino que es su propia dignidad compartida y el empleo de toda su capacidad e ideal de vida puesta en acto en relaciones continuamente de alteridad. Vivir en sociedad juntos no es lo mismo que convivir y la democracia cree firmemente en la convivencia, en el intercambio, en la persona y busca establecer esta prioridad a través de la razón y el diálogo. 

Es por esto por lo que los ideales de la democracia, frágiles, no son utópicos sino concretos y el ciudadano es la pieza fundamental del sistema, que no puede criticar al sistema en tercera persona sintiéndose ajeno a lo que sucede, ni puede considerar el tú al margen de su propia vida. Evidentemente, tal ideal se realiza en la paciencia y la resistencia, en la continua renovación de sí mismo, si no espiritualmente hablando, muy próximamente a esa región de sí mismo a la que tenemos acceso de modo inmediato prácticamente, como intuición que no exige razonamiento a primera vista y, por tanto, diría que es "voz natural o familiar" de la que no se puede alejar nadie tanto como para dejar de escucharla. 

El ciudadano es primeramente y ante todo una persona, no dos. Con la amplia capacidad y razonabilidad de establecerse en realidades de diversa profundidad y alcance, sin tratar todo como lo mismo, sin tratar al otro como a sí mismo, sin tratar al otro sin novedad alguna. De ahí, pienso yo, que la cercanía entre unos y otros, que despierta pasiones siempre al inicio, pasa a una forma diferente con cierto tiempo.

También se comparte aquí esa experiencia madura de la intemperie y la desinstalación. La democracia, que se vulgariza en el "coger un sitio" (expresión sobre la dignidad como "tener un lugar propio el mundo") y llega a lo irrisorio en "ser de estos o aquellos", impide en el encuentro con las personas ser algo diferente a persona y tratarse contranaturalmente como miembros de grupos. Aquí, el sistema de partidos es donde más daño hace al conjunto de la población. Pero, del lado del ciudadano, diríamos que se trata más bien de intentar vivir atrapados en la humanidad sin salirse demasiado de ella hacia pertenencias cosificadoras. Lo cual supone que, de algún modo, la institución más humanizadora y la mediación institucional más humanizadora es la que recuerda permanentemente esta condición y no quiere atrapar y adueñarse de sus miembros sino, al contrario, les recuerda permanentemente su libertad responsable o su responsabilidad inherente. 

Una persona que camina, por el hecho de ser persona en un sistema democrático, es un ciudadano y está ejerciendo o no la democracia. Que es algo mucho más profundo que cumpliendo o no la ley. Una persona de carne y hueso, y no otra. Porque no puede haber otra diferente a la concreta, ni en las pertenencias, ni en las masas, ni en las mal llamadas representatividades. Una persona cuya vida está viviéndose no para restar vida, sino para encontrar más vida. 



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