domingo, 2 de mayo de 2021

Dilemas sociales en salida (3). Elogio de la democracia

Cuando se critica la democracia, tal y como hoy ocurre, no se está criticando la democracia sino la representatividad y la incapacidad para la participación directa. Ambos son errores de concepción, por situarse en planos en los que es probable que no se deberían colocar. Como ya dije el primer día, es muy importante situar la democracia en distintos niveles para no confundir partes y todos y repensar la relación y vinculación entre ambos. Propiamente hablando no hay desdoblamiento de personas sino grados de vinculación y funciones diferentes en relación a la persona y sus relaciones sociales. 

Para empezar, el problema de la representatividad se debería, a mi entender, convertir en el pensamiento hacia las partes y no dirigirlo hacia el todo. Es decir, el máximo representante de la democracia es el ciudadano concreto, la persona antes incluso de acceder al espacio público. La democracia que se concreta en instituciones es una democracia aparente si no se encarna en ciudadanos. 

Ya expliqué ayer que un sistema político encargado de controlar el poder es mucho más peligroso conceptualmente que aquel que comprende democracia como el desarrollo de la capacidad de las personas. Cambio "poder" por capacidad, por posibilidad, por desarrollo. Cambio "pueblo" impersonal por persona en relación y la configuración de las relaciones. Lo que busca por tanto la democracia es el desarrollo elevado de las personas y sus relaciones. 

Por otro lado, el problema de la participación, que se traduce en el deseo de asaltar el todo desde las partes para que se gobierne casi exclusivamente en favor de unos pocos y en detrimento de los demás, sin contemplar la humanidad en su conjunto o notar la tensión hacia ella, se vuelve a convertir en viable cuando se ejerce democráticamente en lo más cercano. 

La fortaleza, como virtud de la democracia, está en la proximidad y no en la representatividad lejana, en la extirpación de las propias capacidades. Si fuera así, la democracia sería limitante en lugar de posibilitante y todo se resolvería en leyes, que es la tendencia de las actuales democracias en crisis, por la incapacitación de los ciudadanos convertidos en menores de edad en lugar de ciudadanos comprometidos. 

La inteligencia, como virtud de la democracia, es la razón ampliada que descubre dos cuestiones fundamentales: que hay asuntos que afectan a todos, no a partes, y que por tanto todos deben de algún modo verse involucrados; y que solo la razón a través de la palabra puede alcanzar modos de diálogo propios de un doble lenguaje exigente: sin restar personalidad, aprender el lenguaje de lo común para hablar con otros. Camino este, como sabemos, que conduce propiamente a la paz y no se limita solo a quejarse de la violencia. 

La valentía propia de la democracia, que no es término medio entre unos y otros, es resolver en la cercanía y saber aproximar las desigualdades. De aquí que el espacio del todo que deriva de las partes, sea más un espacio de mediación simbólica que de conquista de partes, y su autoridad provenga más del ejercicio de esta acción que de ningún otro espacio de dignidad. No es finalidad, como en ocasiones se presenta en "campaña" (con su lenguaje bélico), sino medio para el proyecto común que reúne y no solo junta a las personas que viven en una misma sociedad. 

Existe también la paciencia democrática, para resistir sin salir de un marco pacífico de convivencia e insistir prudentemente en la dirección del bien. Algo que con frecuencia pasa desapercibido, salvo para quienes han vivido la guerra u otras formas de violencia, en las que se opta por estar al margen del sistema, fuera de la democracia para sembrar odio, división, miedo, coacción. Entonces las instituciones dejan de cumplir su función porque han sido asaltadas impacientemente por los totalitarismos haciendo del común un partidismo sin imparcialidad, una exageración de una parte que niega toda dignidad democrática al resto de los ciudadanos. La paciencia, como resistencia al mal, recurre incansablemente a la esperanza de un proyecto posible, no exento de sufrimientos y tensiones, en el que juntos pasa a ser una forma de convivencia. 

Tres son las ideas fuerza de la democracia, tal y como yo la entiendo, en su máxima expresión: capacidad para desarrollar la máxima posibilidad de la persona en la convivencia, no fuera de ella; capacidad para el diálogo racional o la razón dialogal, orientada a la verdad antes que a "los discursos" retóricos y convincentes, en la que los ciudadanos participan con un doble lenguaje propio y común, con un bilingüismo imprescindible socialmente para la propia comprensión y la comprensión del otro; y capacidad para la libertad y la acción, que no pueden entenderse ni vivirse plenamente sin el otro, es decir, libertad y acción para el acercamiento, para la cercanía, para la participación activa, para el cuidado mutuo. 

Tal y como yo lo veo, cuando se critica la democracia como hoy se despelleja y se critica, como forma de violencia -en el fondo es lo que es- contra los demás que no son parte o no pertenecen o no me pertenecen posesivamente, se habla de otra cosa distinta a lo que la democracia puede ser. Y entiendo que no tiene que ver tanto con votos y mayorías sino, una vez más, con personas, con ciudadanos, con la capacidad de las personas en tanto que personas y ciudadanos indisolublemente comprendidos, aunque en ejercicio en dimensiones de la convivencia realmente distintos y no equiparables salvo en reduccionismos obtusos. 

Es tiempo de pensar y vivir democráticamente a lo grande, mostrando que es posible todo esto que se dice. 


  

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