jueves, 12 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 11. (Platón, 20d - 20e)

Hay conversaciones insulsas y otras definitivas. Resulta indiscutible que vivimos de palabras. Lo normal es pensar en las que recibimos, que nos impactan. Pero del mismo modo las que decimos sobre otros, o para otros. No se borran y además tienen la cualidad de no ser fácilmente olvidables, ni de poder pasar por ellas como si no tuvieran valor alguno. Para bien o para mal, están ahí. Tan sencillo es recordar lo que no quisiéramos haber dicho como lo que no quisiéramos haber escuchado. No es una paradoja, sino la realidad. Y lo inolvidable tiene otro valor que destacar: ha sido comprensible, aunque no se desentrañe su esencia hasta más adelante. Por eso podemos quedarnos con palabras en el corazón y guardarlas para luego. 

En este diálogo Sócrates ha mencionado a Calias y luego se ha dirigido hipotéticamente al tribunal rescatando de ellos una pregunta que no ha sido formulada en alto, pero que el filósofo -vamos a llamarlo así- atiende. "Como si" hubiera sido dicha, sin haber sido dicha, el núcleo de la cuestión se revela como justo. Insisto: si hubiera sido dicha la pregunta, el tribunal habría preguntado justamente, ajustadamente, adecuadamente, pertinentemente. Sería la mejor pregunta, porque de eso trata la justicia, que se puede hacer. La mejor, la más prudente, la más buena. O, de otro modo, la pregunta excelente, la pregunta por antonomasia. Una pregunta que diría abierta y sinceramente que no comprende a Sócrates, porque Sócrates se ha salido de la norma comprensible y hace cosas que resultan extrañas. Es un genio o un loco. En ambos casos, peligroso para que las cosas sigan como están, que es lo que muchas veces se dirime en los tribunales. 

Una palabra que no he estudiado aquí, pero que ha aparecido antes en el diálogo con Calias, es excelencia. La famosa "areté" que, siendo inconmensurable, no me detengo mucho a analizar. Doy por supuesto que se sabe que en gran medida toda la vida, y también la filosofía socrática, va sobre eso. Ahora se conecta esta excelencia con el preguntar adecuado y justo, que no es ni más ni menos que lo que Sócrates ha hecho interrogando tan brevemente a Calicles. Pues bien, ahora comienza el periodo en el que el interrogatorio pasa a ser con el tribunal. Y es algo raro e inusual, porque no se puede hablar realmente con una masa sino dando un discurso. Pero un diálogo se me antoja imposible. Ni en clase, diría yo. Menos aún en un momento tan decisivo, como a vida o muerte. Pues bien, comienza el diálogo en esta circunstancia tan especial sin saber por dónde continuará. La apertura es su signo más propio. Si no, no sería diálogo. 

Ahora entra en materia sobre su sabiduría. Y lo llama así sin ambages, ni ambigüedades. Su sabiduría, siendo algún tipo de sabiduría, puede recibir el título común de sabiduría igual que otras muchas cosas que se llaman con el mismo nombre común, general y abierto, en relación con quien sabe algo. Sin más, quien sabe algo es sabio en ese algo y por tanto es "sabio". Si no se diferencia sobre qué o en qué grado, si es que existen, todos podrían decir que son sabios en algo porque todos los que viven saben muchas cosas. Alguien que sabe que dos más dos son cuatro es sabio. Alguien que doma caballos es sabio. Alguien que cocina es sabio. Alguien que habla, sin más, es sabio también. Se trata en primer lugar de esto, de que Sócrates sabe algo y, por eso mismo, se le llama sabio. 

Inmediatamente, como es natural ahora, que están examinando el tema, se dan cuenta de que no todo es lo mismo. Existen diferentes niveles, grados. Se pueden hacer apuntes, anotaciones. Al menos dos asuntos son principales. El relativo a qué se sabe y el relativo a cómo se sabe. Luego, pero solo luego, se puede preguntar si eso que se sabe sirve para algo o no, y qué hace quien sabe con el saber que tiene. Tres preguntas como mínimo, que darán para mucho más. 

A estas diferenciación se le llama "clase", tipo o, sin más, "qué". O sea, de qué estamos hablando y con qué se puede comparar o de qué se debe separar para no confundir. Poner orden, como primer camino para enterarse de algo. Y la respuesta de Sócrates está a la altura del oráculo de Delfos que recordará a continuación. Su sabiduría debe ser la propia del hombre. Lo cual apunta en tres direcciones separadas. Primero, sobre el tema. Que no es la naturaleza del hombre, ni la naturaleza general. Sino sobriamente dicho "del hombre". Segundo, que debe ser la propia del hombre en tanto que propiedad, la que le corresponde, la que más se ajusta a ser hombre por tanto. Y tercero, descolgado de lo anterior, que su intención no fue ser sabio, sino más bien ser hombre. Quien sabe algo se vuelve aquello que sabe y actúa en consecuencia. Por eso el título viene después de y no antes de. A todas luces nadie es sabio de primeras, sino de segundas, después de haber vivido. 

Ya veremos cómo se formula esta sabiduría más detalladamente, pero de momento tenemos a Sócrates confesando (irónicamente) que, por supuesto, él es sabio de algo tan común y general en la ciudad como ser hombre. Se podría hacer un tratado entero sobre esto si no fuera porque, una vez que alguien se dedica a ello, la realidad queda tan abierta siempre que resulta inabarcable e infinita. La ambigüedad queda servida. Quien sabe es al mismo tiempo lo sabido. Sin embargo, la sabiduría es sobre algo. Y nadie se trata a sí mismo como algo. No es un qué, sino un quién. Y con saber esto se sabe tanto y de un modo tan desbordante que, muy probablemente, sea lo que le corresponde a todo ser humano que se vuelve sobre sí en algún momento decisivo. Se dice poéticamente y no poéticamente, que el ser humano se vuelve pregunta de sí mismo, pregunta absoluta, que no acepta ser disuelta, perdida o menospreciada. Demasiada pregunta para quien sale del polvo y queda en cenizas. 

Esta sabiduría contrasta con la de los sofistas nombrados anteriormente y muchos otros. El sofista, presentado por Sócrates con mayor ironía, no es un hombre cualquiera, no es un ciudadano más de la ciudad, ni un hermano en la comunidad. Tiene una sabiduría que le distingue notablemente. Lo suyo es algo más, algo mayor a la sabiduría humana. O sea, deben ser revelación de la divinidad, como mínimo. O una especie de ángeles. Pero identificar tal sabiduría es conocerla como lo que es, luego es estar por encima de ellos un peldaño más. 

Mientras tanto, Sócrates se rebaja y rebaja. No niega ser sabio, pero al modo del ser humano y nada más. Alguien que sabe que es ser humano, podríamos decir. Alguien que sabe lo que implica decididamente ser humano y no va más allá. Reducción, limitación, vuelta atrás. No paso adelante sobre otros, y mucho menos contra los demás, sino ajustarse a la medida. Un saber que se mide a sí mismo como ser humano. ¡Nada más y nada menos! 

Por si no queda claro, Sócrates dice no tener la sabiduría que es algo más que lo humano. Aunque apunta a Delfos. A lo que se ha dicho en Delfos. A lo que el amigo le dijo que se había dicho en Delfos. Y que él investigó e investigó, como para llevar la contraria o para demostrarse a sí mismo lo que no era. Cuando decía en el primer párrafo que somos palabra, y que es innegable, me refería precisamente a esto. Y quizá el "logos" y la "razón" sea lo más humano que tenemos, aunque el mero hecho de ser humano no se agote en sí mismo y deba permanecer, para siempre en el tiempo, abierto a la eternidad. 



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