lunes, 28 de febrero de 2022

LISIS. Día 41. (Platón, 212d - 213a)

De dónde viene Sócrates es la pregunta con la que comienza este diálogo. Sin más, un encuentro fortuito en la calle, rodeando las murallas, y ahora se las ve hablando de la amistad y del amor. La precisión con la que tratamos en ocasiones estas palabras viene precisamente de que alguien como él las problematizara. Es difícil comprender la evolución que han tenido. Aunque hay varias, no hay que pensar que se tratan con la finura con la que alguien, después de siglos de recorridos, puede pensarlas. Es más, quizá tanta vuelta nos sitúe de modo ignorante ante lo que vivimos, como en un juego dialéctico más que en la verdad y la realidad. 

Menéxeno intenta decir lo que puede y lo que le parece más sensato según el momento. Ya se encarga su interlocutor de hacer memoria de lo que va ocurriendo. Si en un diálogo tan breve hay contradicción, no digamos a la hora de vivir "de verdad". Parece que aquí está permitido todo, pero se trata de tomar la palabra para asegurar la vida. No al revés. Ya le ha avisado Sócrates de que ahora parece distinto lo que dice a lo que antes ha dicho. A ver qué hace. 

Seguimos. 

No hay, pues, amigo de los caballos, si los caballos no le aman, ni amigos de las codornices, ni amigos de los perros, ni del vino, ni de la gimnasia, ni del conocimiento, si el conocimiento, a su vez, no le corresponde. O ama cada uno a estas cosas no siendo en verdad amigos, y el poeta se ha confundido cuando dice: "Feliz aquel que tiene por amigos a sus hijos y tiene caballos de pezuña única y un huésped extranjero."

Al menos a mí no me lo parece, dije. 

Entonces, ¿a ti te parece que dice verdad?

Sí. 

O sea, el amado es amigo del amante, al parecer, oh Menéxeno, ya le ame o le odie. Es lo mismo que pasa con los niños que acaban de nacer que aún no aman, o con aquellos que odian si son reprendidos por su madre o por su padre, y que, incluso en el mismo momento en que odian, son extraordinariamente queridos por sus progenitores. 

A mí me parece que es eso lo que pasa. 

οὐδ᾽ ἄρα φίλιπποί εἰσιν οὓς ἂν οἱ ἵπποι μὴ ἀντιφιλῶσινοὐδὲ φιλόρτυγεςοὐδ᾽ αὖ φιλόκυνές γε καὶ φίλοινοι καὶ φιλογυμνασταὶ καὶ φιλόσοφοιἂν μὴ  σοφία αὐτοὺς ἀντιφιλῇ φιλοῦσι μὲν ταῦτα ἕκαστοιοὐ μέντοι φίλα ὄνταἀλλὰ ψεύδεθ᾽  ποιητήςὃς ἔφη—“ὄλβιος παῖδές τε φίλοι καὶ μώνυχες ἵπποι

καὶ κύνες ἀγρευταὶ καὶ ξένος ἀλλοδαπός;

οὐκ ἔμοιγε δοκεῖ, ἦ δ᾽ ὅς.

ἀλλ᾽ ἀληθῆ δοκεῖ λέγειν σοι;

ναί.

τὸ φιλούμενον ἄρα τῷ φιλοῦντι φίλον ἐστίν, ὡς ἔοικεν, ὦ Μενέξενε, ἐάντε φιλῇ ἐάντε καὶ μισῇ: οἷον καὶ τὰ νεωστὶ γεγονότα παιδία, τὰ μὲν οὐδέπω φιλοῦντα, τὰ δὲ καὶ μισοῦντα, ὅταν κολάζηται ὑπὸ τῆς μητρὸς ἢ ὑπὸ τοῦ πατρός, ὅμως καὶ μισοῦντα ἐν ἐκείνῳ τῷ χρόνῳ πάντων μάλιστά ἐστι τοῖς γονεῦσι φίλτατα.

ἔμοιγε δοκεῖ, ἔφη, οὕτως ἔχειν.

Necesito salir de los términos para verlo de otro modo. La amistad qué es. O antes, qué le ocurre a la persona para no bastarse a sí misma y andar, como a tientas, buscar asiento. Y que no le valga cualquier cosa, de las muchas que hay por ahí, y requiera un diálogo con otro, una relación con otro semejante. Porque Sócrates aquí anda con un "amor" por algo que es solo interés, curiosidad, preocupación, atención particular, cariño o similares. A los caballos se los ama, pero de un modo especial de amor. Y Menéxeno podría haber protestado y haber dicho que no todo es lo mismo. Porque se supone, por su misma experiencia, que el amor al otro es bien distinto al amor a tantas otras cosas o a la vida misma en ellas o a nuestro reflejo en ellas. No verlo, como no se ve, es natural. 

Porque el amor no se ve venir como amor. Como tampoco es fácilmente identificable en uno mismo. Por salir de nuevo de los términos en los que trata Sócrates el tema, se podría decir de muchas maneras diferentes esta "filía" respecto de unos y de otros. Quizá haya un amor específico de unos y otros y lo interesante sea ver cómo ese ímpetu en uno mismo hacia fuera de sí en todos ellos se mueve de forma diferente. De tal modo que solo hablemos del amor como una salida de sí mismo que busca asiento fuera, que lo pretende al menos, pero que no se da de igual modo en unos y en otros. En otras personas, en otros semejantes parece que es más fácil trasmitir y comunicar ese amor porque el otro, igualmente en nuestra situación y con su carne propia, buscará lo mismo. Parece que ambos comprenderán igualmente la situación, pero no es así. 

En el caso final que trata es evidente. El amor no se muestra melosamente como amor, porque el amor no es eso. El amor para mostrarse como amor tendrá que aparecer como algo distinto al amor mismo. De modo que la otra persona no ve ante sí amor alguno, sino algo diferente hacia lo que el amor mueve. El ejemplo de los padres con los hijos puede servir de paradigma, aunque con sus limitaciones. En esa relación no se dan más que presupuestos y obligaciones que no se saben cómo vivir. De hecho, lo más original es que un padre y una madre no sepan cómo amar a quien deben amar. En otros casos, fuera de este paradigma original, ambas personas suelen hacer camino con la pretensión de que ambos entienden lo que están viviendo y cómo hacer lo que deben hacer para amarse. No solo se trata de huir estrategias contra los egoísmos varios y sus muchas limitaciones y fracturas, sino de descubrir qué es amar juntos. 

En lo que no cedería, pero Menéxeno se ve arrollado por la situación, es a la confusión de todo bajo la palabra amor y a que el amor sea inútil y no haga nada, no provoque nada, no afecte de ningún modo. Por ingenuo que sea. El que ama se transforma en amante. El que se pretende como ser amado tiene también que hacer algo para recibirlo, y no siempre se responde rápidamente ante lo que sucede en la vida. Bien pudiera ser que coja por sorpresa que alguien nos ame. Bien pudiera ser que, a diferencia del amor, no hay tal ímpetu por "dejarse amar", por la pasividad. Precisamente porque lo propio de la vida es un dinamismo que excede a la persona y la saca fuera. El vacío que deja un dejarse amar pasivo totalmente, en el que la persona no es, ni aparece, ni se le espera, es terrible. En la mera pasividad no hay recepción del amor. 

Por lo tanto, perdón por lo que voy a decir, el amor a las cosas y a otros seres, en tanto que no reciben amor en tanto que amor, no son equiparables a la persona que ama y que se ve en la obligación de responder a quien la ama. 

Sorprende igualmente que la respuesta al amor pueda ser el odio. Pero es verdad. 

No puedo comentar algo importante, que solo anoto: el amor a la sabiduría. Añado que los casos son distintos. Y que ahora así, quien ama a la sabiduría se ve amado por la sabiduría en tanto que se transforma en una especie de amigo de ella, en un cercano a ella. A diferencia de otras realidades. Y vuelvo a repetir que el problema no es la reciprocidad, sin más, sino la capacidad de acoger el amor en tanto que amor. A la sabiduría se le supone distinguir lo verdadero de lo falso, por tanto reconoce el amor en tanto que amor venga como venga y de quien venga. 




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