miércoles, 11 de enero de 2023

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 10. (Platón, 20c - 20d)

Siempre que quiero seguir la reflexión donde la dejé, sufro por lo que queda por decir de lo anterior. Así se simple y sencillo. Así de inagotable. E imagino a las innumerables buenas personas que están ahora y han estado y estarán leyendo esta misma página que a mí me ocupa. La lectura, lejos de ser solitaria, une con una ingente cantidad de seres humanos allende las fronteras de mí mismo y del tiempo. Es maravilloso cultivar y cuidar estos lugares comunes, sin el desprecio con el que se utiliza esta expresión, que nos facilitan el encuentro, el lenguaje y la comunicación, la visión en el horizonte. 

Tan es así que alguien ha dicho que toda la filosofía es comentario a Platón. Lo cual es una exageración, pero de esas frases contundentes que ayudan a pensar por su solidez. Sin duda ha sido pista de despegue para no pocos. 

Vuelvo a lo de ayer, a esa conversación reciente con Calias recordada por Sócrates a propósito de su defensa. Se unen, por cierto, su camino hacia el tribunal y su misma "defensa", que de defensa tiene poco por ahora. Más bien se trata de sacar a la luz nuevamente la cuestión decisiva que él ha encontrado. Y que, como en la exageración que encumbra a Platón por encima de todo lo demás, se tiñe de cierta ironía. Porque, a la vez, está queriendo enseñar algo que solo puede ser descubierto por quienes estén dispuestos a abrir los ojos y pensar, pero eso que está queriendo enseñar es que no se puede enseñar qué es ser un hombre bueno, qué es la bondad vivida. Quizá se puede hablar de la bondad lejana, maravillosa, de otro mundo, con elogios y palabras grandes y enormes. Pero hablar de la bondad que hay que vivir, de la bondad real, del ser buen hombre como buena persona que se dirige a sí mismo en la verdad y como buen ciudadano que se dirige a sí mismo con respeto hacia los demás y como buen hombre que igualmente entiende el mundo en el que vivimos y todas las demás bondades... eso es otra cuestión. Sin embargo, es fácil, que es la denuncia, cambiar esta bondad difícil y desconocida por otras cosas, que quizá decimos que son bondades, pero que realmente -realmente- no lo son: poder, prestigio, riqueza. Y todo lo que, acompañando a estas tres cuestiones, nos distancia de los demás lo suficiente como para tratarlos como cosas, como una cosa más entre el resto de cosas del mundo. Y así sucesivamente. 

Una cierta proximidad cura. Por eso, como aparecía un poco más atrás, se pone al  tribunal a dialogar entre sí, con el cercano. Y a dialogar no sobre maravillas, sino sobre lo visto y oído. Es decir, sobre aquello que es lo único que nos puede poner en la situación de dar testimonio de algo: haberla conocido, haberla -de esta manera- probado y hecho nuestra, encarnándola. Porque si no, se habla de lo que, en verdad, se desconoce vitalmente. Y este vitalmente es realmente. La única realidad que en verdad es verdad, que en verdad importa. No hay más camino para ser testigo que hablar de lo vivido. Por lo tanto, una cierta cercanía con el otro, sin las cámaras de hoy y sin la presión del juicio ajeno, nos cura y sana de la prisión del sí mismo y de la locura del idealismo que conocemos los que estamos en el siglo XXI, por mucho que se quiera rehabilitar tanto el pesimismo de la facticidad como el optimismo de escape de esta realidad por vía de la ataraxia o de la ciencia segura de todo, absolutamente todo, de todo incluso del misterio. 

Vuelvo al diálogo. Todos los que enseñamos sabemos que es posible enseñar. Pero enseñar no puede ser convertirse en alfarero del otro. Hay una enseñanza que sí es posible en dirección al bien, que es la que Sócrates está asumiendo en carne viva. La del maestro que dice que no ha llegado a la meta y que incorpora a otros a ese camino. Es decir, el maestro que es seguido por alguien cuando entra por amor en la caverna. Decir que el mundo es una caverna es decir muy poco, para la realidad que algunas personas vivan. Ya quisieran muchos vivir en una caverna cómoda viendo una televisión o solo pendientes de su móvil. El maestro entra en ese mundo en el que el joven puede empezar a vivir para, cuanto antes, aprovechar sus fuerzas para salir de allí en otra dirección. No puede llevarle el mundo de fuera al interior de la caverna. Pero puede invitarle a subir. No sin esfuerzo de su parte. 

Volviendo, al menos hacerse la pregunta sobre la diferencia de raíz que distingue, por comparación o por contraste o por incapacidad, al ser humano de cualquier cosa. Que no puede ser el escape continuo hacia el infinito como infinito, porque la carne lo impide. No es una diferencia ontológica, sino, como mínimo, dos. Y quién sabe qué palabra se puede poner a eso que sirva para orientar definitivamente la cuestión, para darle su horizonte de comprensión propio. Creo que, en parte, lo que busca Sócrates es eso y no otra cosa. No tiene la palabra, pero al menos sabe que no es tal o cual otra que comúnmente se utilizan, o en el modo como se tratan. Sin duda, lo fácil es decir que es una cosa, sin más, y resolver el problema por vía rápida. Eso conduce, ya lo sabemos, a donde nadie quiere vivir. Llamémoslo infierno, sin más. No otro, sino infierno. 

Tengo que seguir. Ahora Sócrates hace que en boca de los del tribunal aparezca una pregunta. Hay salida si preguntan y no solo sentencian. Cuál es la pregunta. 

Posiblemente alguno de vosotros querría intervenir preguntándome: 

"Pero, Sócrates, ¿a qué te dedicas? ¿De dónde han surgido estas calumnias contra ti? No habría habido rumor en tu contra, ni se diría de ti lo que se dice, si no hicieras nada distinto de lo que hace la gente. Dinos de qué se trata, para que no tengamos que estar haciendo sobre ti cada cual sus conjeturas." Me parece que el que hable así dice lo que es justo y, por mi parte, procuraré mostrar qué es lo que ha producido este renombre de sabio, esta calumnia. Escuchadme. 

ὑπολάβοι ἂν οὖν τις ὑμῶν ἴσως: 

ἀλλ᾽ Σώκρατεςτὸ σὸν τί ἐστι πρᾶγμαπόθεν αἱ διαβολαί σοι αὗται γεγόνασινοὐ γὰρ δήπου σοῦ γε οὐδὲν τῶν ἄλλων περιττότερον πραγματευομένου ἔπειτα τοσαύτη φήμη τε καὶ λόγος γέγονενεἰ μή τι ἔπραττες ἀλλοῖον  οἱ πολλοίλέγε οὖν ἡμῖν τί ’ ἐστινἵνα μὴ ἡμεῖς περὶ σοῦ αὐτοσχεδιάζωμεν.’ ταυτί μοι δοκεῖ δίκαια λέγειν  λέγωνκἀγὼ ὑμῖν πειράσομαι ἀποδεῖξαι τί ποτ᾽ ἐστὶν τοῦτο  ἐμοὶ πεποίηκεν τό τε ὄνομα καὶ τὴν διαβολήνἀκούετε δή.

La pregunta es sencilla, pero luego se enrevesa. Simplemente es una pregunta por lo que hace, por su acción, por su dedicación, por su comportamiento. No por su utilidad, producción o algo así. Simplemente por lo que hace. Pero, a continuación y rápidamente, se enreda con un juicio. Algo hay, dicen, porque cuando el río suena, agua lleva. Dicho de otro modo, no es claro qué hace Sócrates, hay dudas razonables sobre su comportamiento. Esas dudas provienen, nada más y nada menos, de no ser como uno de tantos, de no ser uno más, de su singularidad. Y lo nuevo, si es nuevo realmente, tiene algo de incomprensible, pide esfuerzo. La novedad de Sócrates es su gran problema. Para sí, por supuesto. Pero también para otros, que no saben qué hacer con él y por qué no entra en el juego establecido en el que se hace "como si, como si" esto o aquello. Demasiado adulto entre niños, demasiado pensamiento entre sensibles. No se sabe qué hacer con Sócrates y hay dudas, o sospechas. De su mano puede venirse todo abajo, ese maravilloso mucho creado en Atenas de privilegios, poderes y fuerzas amenaza con derrumbarse. De hecho, de derrumbará en breve, pero no se podrá acusar a Sócrates directamente de ello. Quizá otros estén vaciando la democracia ateniense a un ritmo enorme e invisible, más invisible que sus palabras. 

Esto de las "conjeturas", que son como "chismes", dividen la comprensión, porque los habitantes dicen querer comprender, sin estar dispuestos a hacer el esfuerzo tan cansado y penoso de dialogar con Sócrates. 

Será ironía probablemente, pero cuando dice que es "justo" hablar así creo que se está burlando de ellos, poniendo en primer plano su ignorancia. Una vez más. Una ignorancia que es lo más normal del mundo, pero que incomoda, según parece. Una ignorancia que puede ser punto de partida, y quizá "medio" prudente en el que vivir siempre a medida que se sabe más que no se sabe y lo que falta por saber, pero donde cuesta instalarse o es tal la precariedad de la vida allí que se opta fácilmente por refugiarse en otros mundos hechos más a la medida de las cosas que de los seres humanos. Será ironía, insisto. Pero traer a colación la palabra "justicia" en medio de su defensa, y decir que lo justo es la pregunta y no la respuesta, es mucho más de lo que de primeras suele pensarse. El justo hace preguntas, más que aportar sentencias. El justo sabe de la novedad, de la singularidad, de la diferencia, más que de lo repetido siempre, lo universal aplastante de toda libertad humana, de la amalgama informe de masa en la que termina siendo tantas veces la ordinaria convivencia en bajo el dominio de "lo social", "lo supuestamente democrático". 

Ahora bien, la llamada a la singularidad, tan románticamente usada, no tiene de bonito más que lo que supone hablar de ella como algo único e irrepetible para las tazas de café de la mañana. Lo de la singularidad es, en parte, un peligro para la vida de la ciudad. Nuevamente, dos tensiones. Lo uno y lo común, lo singularidad y lo común. Me reitero en la palabra común, de mala manera. Dónde está la clave entonces. En no pertenecer a ninguno de esos dos mundos solamente. En ser parte singular finita de una humanidad con algo de infinito. O algo así. En vivir el tiempo como eternidad, sin que deje de ser tiempo, ni avanzar rápidamente a una eternidad que solo pueda ser recibida. 

Y termina diciendo: "Escuchadme." ¿No es esto un maestro? ¿De qué y cómo? ¿De sí mismo?



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