viernes, 4 de febrero de 2022

LISIS. Día 35. (Platón, 211d - 212b)

No se puede decir lo primero que se ocurra y, sin embargo, es la única manera de probar y examinar nuestra verdad. Mientras no se exponga lo que realmente se piensa, y se guarde a buen recaudo, se podrá imaginar que uno vive de una forma, pero sin consistencia. La consistencia la da la exposición y el diálogo, la prueba y no el juego. No son cosas de niños, pero cuándo iniciar en todo esto. Después, cuando la vida tenga ya un rumbo, quizá solo un acontecimiento fuerte sea capaz de mover algo las bases que nos vamos poniendo, y no tanto. Incluso un acontecimiento y un golpe brutal, se puede encajar o sufrir durante un tiempo para luego abandonarlo y recordarlo "a medias", sin que haya transformado aquello para lo que vino. Entre jóvenes, por otro lado, se va viendo cómo se asientan algunos principios y se reciben unos fundamentos, por la vía práctica, que no se han pensado. Ni siquiera se da tiempo para pensarlos. No sé si se tiene siquiera capacidad para pensarlos. Nada, que decimos que no se puede enseñar, y sin embargo se enseña, se ofrece y se obliga a asumir lo que es creído por muchos. La fuerza es la de los muchos. Conste. Los muchos, y no el diálogo y no la realidad, es la que fuerza un camino que transitar. 

Se invita a Menéxeno al diálogo. Habla Sócrates. 



Ahora mismo voy a hacerlo. Contéstame, Menéxeno, a lo que te pregunto. Hay algo que deseo desde niño, como otros desean otras cosas. Quién desea tener caballos, quién perros, quién oro, quién honores. A mí, sin embago, estas cosas me dejan frío, no así el tener amigos, cosa que me apasiona; y tener un buen amigo me gustaría más que la mejor codorniz del mundo o el mejor gallo, e incluso, por Zeus, más que el mejor caballo, que el mejor perro. Y creo, por el perro, que preferiría, con mucho, tener un compañero, a todo el oro de Darío. ¡Tan amigo de los amigos soy! Viéndoos a vosotros, a ti y a Lisis, me asombro, y os felicito porque, tan jóvenes, habéis llegado a poseer tal don, de una manera tan rápida y sencilla. Has logrado rápida y fácilmente que él sea tu amigo y tú, el suyo. Pero yo estoy tan  lejos de tal cosa que no sé de qué modo se hace uno amigo de otro. Por ello, dada tu experiencia, quisiera preguntarte sobre todo esto. 

Dime, entonces. Cuando alguien ama a alguien, ¿quién es amigo de quién, el amante del amado, o el amado del amante? ¿O no se diferencian en nada?

En nada, dijo, me parece que se diferencian. 

ἀλλ᾽ ἐρήσομαι, ἦν δ᾽ ἐγώ. καί μοι εἰπέ, ὦ Μενέξενε, ὃ ἄν σε ἔρωμαι. τυγχάνω γὰρ ἐκ παιδὸς ἐπιθυμῶν κτήματός του, ὥσπερ ἄλλος ἄλλου. ὁ μὲν γάρ τις ἵππους ἐπιθυμεῖ κτᾶσθαι, ὁ δὲ κύνας, ὁ δὲ χρυσίον, ὁ δὲ τιμάς: ἐγὼ δὲ πρὸς μὲν ταῦτα πρᾴως ἔχω, πρὸς δὲ τὴν τῶν φίλων κτῆσιν πάνυ ἐρωτικῶς, καὶ βουλοίμην ἄν μοι φίλον ἀγαθὸν γενέσθαι μᾶλλον ἢ τὸν ἄριστον ἐν ἀνθρώποις ὄρτυγα ἢ ἀλεκτρυόνα, καὶ ναὶ μὰ Δία ἔγωγε μᾶλλον ἢ ἵππον τε καὶ κύνα—οἶμαι δέ, νὴ τὸν κύνα, μᾶλλον ἢ τὸ Δαρείου χρυσίον κτήσασθαι δεξαίμην πολὺ πρότερον ἑταῖρον, μᾶλλον δὲ ἢ αὐτὸν Δαρεῖον—οὕτως ἐγὼ φιλέταιρός τίς εἰμι. ὑμᾶς οὖν ὁρῶν, σέ τε καὶ λύσιν, ἐκπέπληγμαι καὶ εὐδαιμονίζω ὅτι οὕτω νέοι ὄντες οἷοι τ᾽ ἐστὸν τοῦτο τὸ κτῆμα ταχὺ καὶ ῥᾳδίως κτᾶσθαι, καὶ σύ τε τοῦτον οὕτω φίλον ἐκτήσω ταχύ τε καὶ σφόδρα, καὶ αὖ οὗτος σέ: ἐγὼ δὲ οὕτω πόρρω εἰμὶ τοῦ κτήματος, ὥστε οὐδ᾽ ὅντινα τρόπον γίγνεται φίλος ἕτερος ἑτέρου οἶδα, ἀλλὰ ταῦτα δὴ αὐτά σε βούλομαι ἐρέσθαι ἅτε ἔμπειρον. 

καί μοι εἰπέ: ἐπειδάν τίς τινα φιλῇ, πότερος ποτέρου φίλος γίγνεται, ὁ φιλῶν τοῦ φιλουμένου ἢ ὁ φιλούμενος τοῦ φιλοῦντος: ἢ οὐδὲν διαφέρει;

οὐδέν, ἔφη, ἔμοιγε δοκεῖ διαφέρειν.

Voy por partes. Empieza sin preámbulos, aunque esto es un preámbulo. Si se recuerda lo que ocurrió antes, esta conversación realmente ya estaba iniciada. Menéxeno se ha perdido todo lo que Lisis ha dicho. Quizá Lisis ahora comprenda de nuevo las palabras, puesto que le sirve de repaso, y se vea a leguas de distancia de su compañero. Pero veremos qué sucede. Sócrates retoma el asunto casi donde lo dejó, con memoria. Entonces todo era de todos, los amigos eran uno porque lo compartían todo. Muy por encima de todo lo demás se valoraba la relación, el ser ellos únicos y diferentes de todo lo demás en una alianza extraña con el otro. Al menos así quedó. Más o menos. 

Sócrates sí hace preámbulo. Está claro. No va tan rápido como quiere el joven y expone larga y calmadamente el problema. Aquí están dichas ya muchas cosas. Muchas. Tanto que marea un poco vérselas en una conversación de precisión con una intervención tan cargada de sentidos, afirmaciones y derivadas, en la que Sócrates aparece por sí mismo y no dejando al aire las afirmaciones. Hace una descripción de sí mismo que le hace vivir la amistad. O, al menos, así parece. Va con menos prisa de la que parece, aunque corriendo. Esto viene de antes. 

Segundo, se interpela a Menéxeno directamente, como en tantos otros lugares de los diálogos. Se pide que se conteste a lo que se pregunta y nada más, que se afiance en la dinámica y fuerza de la lógica de las preguntas y respuestas. Y se quede ahí, en las respuestas. Y, aunque no aparece en la traducción, se refiere repetidamente al amor, al eros, a la pasión. De esto van a hablar. 

Junto al amor, el deseo. Junto a esa forma de amor, que cada vez tengo más claro que oculta lo que no dice, porque hablamos del amor sin saber qué es realmente y la palabra nos engaña haciéndonos creer que sabemos algo que no sabemos, el deseo. Sócrates dice que él, desde niño, desea cosas que otros no desean. O sea, que se separa no solo de las cosas, sino de sus congéneres. En este punto, conviene recordar su singularidad, que está mediada por la pluma de Platón. O no, y que sea un recuerdo vivo de algo que el mismo Sócrates dijo de sí. Estamos en la palestra, el lugar de los niños, por lo que Sócrates se remonta y se sitúa en la conversación como ellos, haciendo evidente con su recuerdo lo que para otros está escondido o oculto. En esta primera etapa de la vida, que luego el mismo Sócrates reconoce que se va aplacando, aparecen deseos que impulsan en el alma misma movimientos, por tanto decisiones, por tanto acciones, por tanto búsquedas. La insatisfacción consigo mismos hace que se busque lo diferente de sí y, en esta salida de sí, se encuentran, en ocasiones, con el otro, amigo de sí mismo, con un vínculo que los completa y satisface, que los realiza, que los recibe, que no los separa de sí sino que ofrece unidad y calma. A esta relación de encuentro, que se llama amistad a diferencia del eros divino, se accede participando y no solo siendo movido o recibiendo. De esto va el asunto. 

Sócrates se ve agitado en su infancia por lo que otros no eran agitados. Insisto, más allá de lo mítico, entre niños y jóvenes en la escuela se nota ampliamente esta diferencia. La equiparación común de la infancia bajo idénticas categorías es una traición mayúscula y un sometimiento. Sócrates da muestra de su diferencia respecto de otros. Qué le hizo desear lo que otros no deseaban, o no desear lo que otros deseaban, o desear algo que otros también deseaban aunque no lo supieran, o no desear lo que otros tampoco deseaban. Dónde está el origen, no lo dice. Queda ahí. Solo reconoce en él, en el conocimiento de sí mismo, quizá ahora con retrospectiva y en el diálogo, una diferencia. Se conoce más fácil a diferencia. Y hay que ser valiente, más en ciertas edades, para verse diferente. Si la diferencia rompe la unidad, la unidad luchará contra la diferencia. Pero ahí queda dicho. 

Se habla de cosas. De posesiones. De poderes. El deseo desea poseer. Y entre las cosas se citan caballos, perros, oro y honores. Si el deseo desea lo similar, lo que se dice de quien desea caballos es algo diferente de quien desea riqueza y honores. Aunque tanto caballos como perros, igual que oro y honores, será igual una búsqueda de posesión de lo diferente. Pero está claro que lo que más se omite en este deseo es la persona que desea y el otro similar a uno mismo, que no se desea. Y para qué se desea tanto y ciertas riquezas y honores. Y por qué envuelven estos deseos a toda una generación, salvo excepciones, en toda la historia por igual. Y de dónde viene su raíz, de posesión y de poder. Pues no se dice. Solo se constata entonces y se puede constatar igualmente ahora. Personas enteras volcadas, en el momento de desplegarse en el mundo, sobre el mundo mismo, atraídos por el mundo mismo con ávido ánimo de posesión. Salvo en lo que significa de diferencia respecto de otros. Porque tanto la riqueza como el honor son formas de separarse de los demás, de distinguirse, de hacerse únicos. 

Sócrates dice que todo eso a él le daba igual, le dejaba frío, sin moverle. Es preciosa esta comparación. Todo eso que a otros provocaba no tenía nada que ver con él. Sin embargo, mientras no "padecía" ese deseo, sí amaba profundamente la amistad. Y ponía en ello y aparece dicho, el amor más amor de todos los amores y la voluntad, más que el deseo. El deseo se diferencia, perdón si me equivoco, de la voluntad en que el deseo es más bien una pasión y en la voluntad interviene la persona por sí misma, que se conoce a sí misma y se mueve a sí misma. Es movida la persona, efectivamente, pero en un querer más que en un deseo, aunque siempre acontezca en ella algo diferente. Pero mientras el deseo obliga a quien no se domina a sí mismo, la voluntad es una persona que comienza a vivir por sí misma, siendo responsable de sí misma, lo cual no es poco decir. Y entre los jóvenes se puede ver, quizá más que entre los adultos que ya dan por supuesta su propia gobernanza y autonomía, es decir, su libertad. Los jóvenes tienen, viven mejor dicho, este momento de desear su libertad que saben que no tienen del todo. Conste que aquí Menéxeno está en desventaja, porque Lisis ya sabe algo que él ignora que ignora. 

Mañana sigo por aquí. Que hay mucha tela que cortar. Y es un párrafo bellísimo. 

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