viernes, 7 de mayo de 2021

Algo superfluo

Alguien que habla así de lo que escribe, "algo superfluo". A quien no le importa de vez en cuando usar otros nombres, aunque no pasa desapercibido. Y que tiene una pluma densa movida por una libertad capaz de adentrarse en la existencia. Alguien que responde con pasión, que no apaga lo encendido, que enciende mucho al límite de oscurecerse y que no teme la contestación, pese a la incomprensión y casi el olvido marginal. Alguien que pasea, que se aleja, que se agarra de tal modo a la originalidad de la vida que la explora, como se adentra cualquier conquistador en mundos nuevos, como Quijote no sufre al abandonar la cordura, como la noche abraza en lo desconocido. Alguien que va de aquí para allá, que escribe a dos manos casi dos libros a la vez, que toma notas, que rompe apuntes, que lo deja aquí y allá a la vez y todo revuelto para que cada cual encuentre aquello que pueda hacerse el servicio de lo edificante, de las palabras inspiradoras, de la tinta que no adormece, de la frase que no busca consolar, de la que no se queda a medias y procura llegar hasta el final en lo que nota, siente, piensa. Alguien que no sacude más de lo necesario y no ahorra la crítica a quien puede ir más lejos. Alguien que se puso en la intemperie o fue colocado allí sin ser preguntado. Alguien para quien jamás tiene todo el sentido y todo es a la par ridiculez, engaño y espanto, trampantojo para el ojo y el espíritu, confusión e impostura de lo más alejado. 

Alguien como Kierkegaard. En sus Discursos de todo tipo. A caballo entre mundos. A quien se pinta ingenuamente desesperado, cuando es lo contrario, cuando eso solo es un torpe espanto que ni hay que olvidar, ni hay que dejar pasar de largo. Caballero de la fe allí donde toca dar el salto. 



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