martes, 9 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 9.

Se colocó y pensó como línea que termina y empieza. Se creyó única en sus límites y sin mucho contorno. Realmente, una especie de resbalón y quebranto. Da igual si fue un adulto harto de todo, una mujer iluminada o un crío aburrido, como ella frente a la castigada pared. Dio igual si fue primero, después, en medio, si tachó o fue tachada. Dará igual para generaciones venideras. Daría igual qué se hiciera con ella. Ocupaba su espacio, peleaba por él, se suspendía y resistía al conjunto y no quería ser mirada así. Reivindica su lugar intemporal, ya que estaba ahí. Reivindicó distancia y quiso protegerse de abusones, acorraladores, agitadores bulímicos e inconformistas que querían más. Reivindicará que se fijen tanto en ella que la tomen en serio, pero será imposible. Se colocó frente a la vida y pensó que no tenía ni color, ni tono, ni grosor suficiente para llamar tanto la atención. A nadie importa una línea, dure lo que dure. Ni el punto, ni la superficie, ni la pirueta. Estalló de pasión por sí misma. 

No se puede mirar de lejos el mundo, no se puede salir de él. El tiempo es débil, se vence a sí mismo, se muerde las uñas empezando por los pies y se rasca la cabeza haciendo herida sin ser capaz de escapar. Sin agobios, caminante, es un juego y nada más. Gigantesca ludoteca, paseo entretenido, sin lugar donde mirar, en ocasiones solo, en otras acompañado o reunido, despejado el horizonte o mirando la espalda. Siendo mirado. Lo que no es posible, de ningún modo pese al juego, es salir y mirarse desde arriba. Eso es capricho de dioses que a las personas está absolutamente cerrado. Ahí termina el juego, liberado. 


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