miércoles, 10 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 10.

Había tan poca luz que esta vez prefirió fijarse en las estrellas. Desconsolada encontró reflejos de vida espesa que la envolvieron victoriosamente y el tiempo, su gran problema, se inclinó a su favor. Atisbó huellas. Caminó relatos. Redondeó páginas. Hirió llamas. Vistió la noche de locuras y no quiso romper su encanto, ni quebrantarse con su palabra. Escuchó los rayos que llegaban, abrió la puerta de su imaginación completa. Atentos surcos del universo sirvieron como pistas por las que bajaron nuevos puentes y siguió siendo ella. Se apoyó en lo que sabía para desconocer lo que esperaba. Rezó de modo extraño, como jamás lo había hecho. 


Bajó la vista molesta por las gotas que subían y con ellas robaban las almas. No quiso participar del encanto, ni la denuncia. Inundadas de trabajo las mentes de la gente blanquecían sin inquietudes ni desparpajos. Los solitarios juntos enmudecieron y presagiaron silencios ahorcados que impedían el movimiento desde el ser de la garganta. Idénticamente diferentes se copiaron originalmente. Sombras, muchas sombras de una misma humanidad que fueron. Compartían escenario sin tocarse dibujando montañas de cumbres sin altura. Lo divino les había dejado la herencia de su expulsión y el olvido. Se alargaron de orgullo cuando se largó de su presencia. No pudieron elevarse, pues no tenían corazón sino oquedad y anhelo desprotegidos.  

Se lee mejor al revés, cambiando las palabras de sentido. Entonces, en su negativo, que es el negativo del negativo, el positivo atrae por esperanza. Es absolutamente cierto e incuestionable que los llama, los engancha, los rescata. Hay que dar la vuelta a todo para comprenderlo. Su reclamo es locura. 


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