La memoria, de tanto recordar y recordar, termina asimilando y absorbiendo sin dejar rastro de realidad o diferencia. Se coloca tan intensamente sobre la víctima que evita todo rayo de luz y todo movimiento en salida. Solo tolera el negro hasta ser pesadamente vacío. Y con semejante poderío sigue avanzando en la historia. Es entonces cuando mastica la sopa, que es su mismo veneno.
Quienes lo han visto, lo saben. Temen hacer cualquier gesto petrificándose y resistiendo. Se acomodan y así dicen luchar. Se envuelven en sus trapos para no ser detectados. Acuerdan pactos de indiferencia para no mirar a otro lado. Se dejan acompañar como animales. No se salen, son correctos. No se desvían encarnando rectitud. Se ajustan a los plazos y escuchan de este modo el tiempo. Se acurrucan infantilmente con miedo a casamientos. No se enganchan, ni son enganchados. Ni caen, ni levantan. Quedan permanentemente tan en el medio que el bien no les templa el ánimo, ni reciben su aliento. Con el invierno no saldrán y así es como murieron.
Hermano y amigo, Antonio. Hoy no iba a escribir. Me he acordado tanto de ti ayer y hoy que no se me olvida que un día tuvimos tan claro el aprecio y libertad que nos movía que supimos que, en este mundo, seríamos incapaces de vivir en la misma casa. No mermó ni un ápice nuestra fraternidad, nuestro mutuo amor y nuestra amistad profunda. La casa que compartíamos era el mundo a la espera de las moradas eternas del Padre. No has muerto, lo sé; has recibido más Vida, con ese "más" tintineante del maestro Ignacio de Loyola. Reza por los que todavía somos peregrinos.
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