viernes, 5 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 5.

Crujió el mundo y se escuchó rápidamente en el alma de los habitantes de la pequeña comunidad. Teresa vivió señalada, como los que se fueron antes que ella. Sin lágrimas, sin anticipadas despedidas. Era la rareza de la circunstancia, por todos conocida, la desembocadura se iba haciendo angosta y rigurosa. 

No hay tiempo perdido, sino solo abandonado. Las migajas que reparte se dan con extremada equitatividad. Dolorosa e injusta. Sin capacidad de más, la restricción y la obligación definen las imposibilidades futuras. Teresa ya lo tenía en el paladar en forma de desagradable bocado y no conseguía tragar con todo, ni vomitar. Destruida su rutina y su patria, no supo seguir sin regresar. 

Sobre las líneas que dibujaron su mundo golpeó primero el fuego y luego sonó la conciencia rompiendo el cielo. Desde muy lejos, kilómetros de tormentos ennegrecieron el ambiente que ya no tenía pulso. El dedo que giraba en espiral para encontrar el norte quiso guardar sus hermanos protegiéndolos y terminaron olvidados hacia el sur. Dejaron de mirar a Teresa, porque fue la única que permaneció erguida para siempre, con corazón resistente no abandonó a los suyos y, ella recuperó la memoria de los olvidados a los que nadie quiso salvar. 

Pestañeó y salió del cuadro de arena y una mota empañó con una lágrima poderosa los labios. Teresa se desconoció una vez más en tan solo veinte segundos. Lo justo en el abismo que la incordiaba cada día en las paredes que para ella eran más ventanas que espejos. 

Ansiaba que alguien cogiera su mano y tirara de ella hacia dentro, para volver a la línea de la que todos huían descalzos y ensangrentados. Prefirió ser indiferente a cualquier escena y se empujó a sí misma al margen de todos los demás, aunque nadie testificara su movimiento. 


 

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