jueves, 4 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 4.

Teresa despertó aburrida ignorándolo. Después del despertar, venía el aseo. Luego la costumbre. No hacía falta ni mirar la agenda. Se incorporó en su ayer o mañana. Nunca nadie preguntó qué eran realmente los cuadros de colores llamados días, ni por qué eran siete, ni por qué los nombres, ni para qué los nombres si todo era igual. Homologado, homogéneo, homolítico. Palabras y raíces como piedras. Todo el día partido en líneas segmentadas y violadas, regulares y muy ordenadas. Siendo todos lo mismo, no había razón para comparar nada con nada. Estando todo calculado y pesado, se violaba sin descanso el contenido. La victoria estrangulaba, terminó venciendo. 

Como un castigo, anticipó el dolor de la pared que solo a ella parecía fusilarla. Las casillas carcelarias de las horas, aunque iguales desde fuera, engullían las personas con distinta densidad. Teresa miraba alrededor y solo veía lo mismo. Si eran horas viscosas, movedizas, ahogantes, duras, nadie lo decía. El invento de las horas democratizó la realidad. Una hora sin lo único humano es una hora y nada más. Y todos pensaban en horas. Semejante ignorancia convertía todo en tan pacífico como moribundo. 

De nuevo, Teresa quedó clavada en un instante duradero hablando con tablas y manchas, usando palabras extrañas y ajenas. Diez segundos de intemperie cayando (cayendo y callando a la vez) fuera del recuadro de lo obligado, involucrada en un cubo que la envolvía con lo nuevo y la protegía con aristas de lo común. No supo verse en una, sino en todas. La torsión y el ángulo se construían más allá de sí, y ni se desgajaban, ni se caían. Su imperfección y deformidad no atentaban contra nada, daban testimonio impuro y simbiótico del contagio de lo más cercano e íntimo. Parecían bailar sin música. Paradoja estética antiplana. En esa corriente de vida, sin confundirse, fue comprendida en lo que miraba como única.

Controló el impulso por abrir los brazos y siguió adelante con el resto de su hora. Teresa quedó marcada. Contra la no-inteligencia no había dialéctica. Resistió apretando los dientes y sin mascullar. Destapó la boca finalmente y dejó salir la esperanza con un grito apabullante. A buen seguro al llegar la tarde, su impacto se fue a la basura de los sentimientos en la limpieza interior cuando la noche levantó su mazo. 





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