martes, 2 de febrero de 2021

Duermevelas y vigilancias. Día 2. Teresa se rompe

Teresa se rompió. Tres faltas de atención un mismo día detectadas rápidamente. Con toda naturalidad, en el calendario apareció su última semana. No supo desembarcarse de la imagen de la madera colgada en la pared y, desde entonces, entendió que no era su mundo. 

La humanidad se defendió de la inteligencia artificial creando una anti-inteligencia en forma de depósito de identidades. Fija e inamovible. Memoria permanente capaz de repetirse cíclicamente, casi mes a mes. Lo que no cuadraba, debía ser borrado de la imagen. 

Llegó el mensaje puntualmente, como cada domingo en las tres horas destinadas para que cada uno esté consigo mismo en la soledad. Esas tres horas previas a deshacerse de sí mismo. Teresa lo recibió como todos. Sin sobresaltos, sin sorpresa. Formaba parte del mundo con el que había pactado la humanidad entera una apacible calma. Su compromiso era firme. Dentro de un mes sería repuesta por otra Teresa a quien no conocía y que continuaría en su lugar. Todo estaba pensado y calculado. Incluso estos errores se podían anticipar. 

Teresa cometió su segundo error y quiso esconderlo cuando un cuadro avisó de que había sido visto más del tiempo establecido. Se detuvo excesivamente en los detalles, los comparaba moviendo los ojos de un sitio a otro. El cuadro notó que buscaba algo en él y dio aviso rápidamente para que la No Inteligencia hiciera lo que sabe hacer. 

Teresa se fijó por primera vez en su espalda. En la suya propia. Se preguntó qué verían de ella quienes la miraban por detrás. Cómo sería su ropa, su cuerpo. Después se dividió junto con el mundo dibujado, entre lo de dentro y lo de fuera, entre el marrón y el azul claro, entre la pared plana y las minúsculas olas del mar que agitaban todo suavemente. Por último, se sintetizó y envolvió imaginándose como las cortinas de dentro que se movían con el aire de fuera, sin saber si seguir dentro o bailar fuera. Y la escena cayó en el vacío porque no había más rostro que el suyo. Odió por un segundo insuficiente y placentero la tierra que pisaba, para mojarse con el tiempo. Quiso refugiarse en su instante y perderse en él. Llegó tarde, quedó a la intemperie encerrada en su hora. Tocaba cambiar de actividad. 

Aquel día fue demasiado intenso. No estaba preparada para tanto sobresalto. 



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