Estamos en un momento crucial del diálogo. Probablemente el corazón de la Defensa de Sócrates. Una intervención extensa que se puede dividir en puntos fundamentales: estar situado donde se elige o donde hemos sido colocados, especialmente por la divinidad, pero también por los que mandan; el quedarse en el lugar implica una misión, un servicio, una razón, que en el caso de Sócrates es la filosofía; la filosofía no es algo separado de lo demás, ni del Dios, ni de la comunidad, sino que sirve a ambos en obediencia; la pregunta de la filosofía transforma la cuestión de la vergüenza, porque lo vergonzoso es realmente no ocuparse primero de lo esencial, que es la vida, el alma; el cuidado del alma es la excelencia humana que no puede pasarse por alto, salvo que se viva sin "vergüenza", que es, en definitiva, una forma de piedad radical.
El texto de la Defensa -Apología- en versión de Miguel García-Baró.
Así es en verdad, atenienses. Cuando uno se ha situado en un lugar porque ha pensado que era el mejor, o porque le ha colocado en él quien le manda, me parece que es preciso afrontar ahí el peligro, sin calcular ni la muerte ni ninguna otra cosa que no sea el mal. Yo habría hecho cosas terribles, atenienses, si cuando quienes me mandaban me asignaron mi puesto, los jefes que vosotros habíais escogido par que mandaran sobre mí, tanto en Potidea como en Anfípolis y en Delión, me quedé donde me ordenaron, como los demás, y arrostré el riesgo de morir; pero cuando es el Dios el que me ordena, como pensé y lo acepté, que yo debo vivir como filósofo y debo examinarme a mí y examinar a los demás, entonces, por miedo a la muerte o a cualquier otra cosa, abandonara mi puesto. Esto sí que sería terrible, y con mucha verdad y justicia me hubiera debido en tal caso traer cualquiera ante el tribunal, porque sería que no creo que existen los dioses, ya que no hago caso de su oráculo, y temo la muerte y pienso que soy sabio sin serlo. Porque temer la muerte, atenienses, no es sino creer ser sabio no siéndolo, ya que es creer que se sabe lo que no se sabe. Nadie conoce la muerte ni sabe si no resultará ser el mejor de todos los bienes para el hombre, pero todos la temen como si supieran muy bien que es el mayor de los males. ¿Cómo no va a ser ésta la ignorancia más vituperable: creer saber lo que no se sabe? Yo, atenienses, seguramente es en esto en lo que me diferencio de la gente, y si en algo dijera que soy más sabio que otros, diría que es en esto: en que ya que no sé lo bastante sobre las cosas que hay en Hades, pienso que las ignoro; en cambio, que delinquir y desobedecer al que es mejor, tanto si es Dios como si es hombre, es malo y vergonzoso, esto sí lo sé. De modo que por males que sé que son males jamás temeré ni rehuiré lo que no sé si no resultará ser un bien. Así que, tanto si me absolvéis, sin prestar oídos a Ánito, que ha dicho que o bien habría habido que empezar por no conducirme hasta aquí, o, una vez que he venido, no queda otro remedio que hacerme morir, ya que os ha dicho que si escapo de ésta vuestros hijos se van a dedicar a lo que Sócrates enseña y se van todos a echar a perder por completo...; si me decís luego: "No vamos a hacer caso a Ánito, Sócrates, sino que te absolveremos, con la única condición de que jamás vuelvas a pasar tu tiempo en tu investigación y viviendo como un filósofo, de modo que si se te sorprende volviendo a las andadas morirás"... Si, como digo, fuerais a absolverme con esta condición, os tendría que hablar así: Yo, atenienses, os aprecio y os quiero bien, pero he de obedecer antes al Dios que a vosotros; así que mientras respire y sea capa de ello, no dejaré de vivir como filósofo y de exhortaros y conminaros, a cualquiera de vosotros a quien me encuentre, diciéndole lo que suelo: "Querido amigo, que eres ateniense, ciudadano del Estado más poderoso y más célebre por su sabiduría y su fuerza, ¿no te avergüenzas de cuidarte de tener todo el dinero posible, y de la reputación y los honores, mientras que no te ocupas en lo que hace a la sabiduría, la verdad y el alma, de cómo llevarlas a perfección, ni piensas en tal cosa?". Y si alguno de vosotros no está de acuerdo con estas palabras mías y dice que sí se cuida de este asunto, no lo soltaré sin más ni me marcharé, sino que lo interrogaré, lo examinaré y lo pondré a prueba, y si me parece que no ha alcanzado la excelencia, aunque dice que sí, lo vituperaré porque pospone lo que más vale a lo que vale menos y prefiere las cosas fútiles. Haré esto con cualquiera que me encuentre, joven o viejo, extranjero o ateniense, pero sobre todo con los atenienses, ya que m sois más próximos por la estirpe. Y es que esto es lo que me ordena el Dios, sabedlo bien, y por mi parte creo que para vosotros no hay mayor bien en el Estado que mi servicio del Dios. Porque voy de un sitio a otro sin hacer otra cosa que tratar de persuadiros, ya seáis jóvenes o viejos de que no os cuidéis del cuerpo ni del dinero ni antes ni con más empeño que del alma: de cómo será excelente; y os digo que la excelencia no procede del dinero, sino que es por la excelencia como la riqueza y todo lo demás llega a ser bueno para el hombre, tanto en lo que hace al o privado como en lo público. Si por decir esto corrompo a los jóvenes, lo que digo sería nocivo; y si alguien afirma que digo algo que no sea esto, su afirmación no vale nada. Después de todo lo cual os diría: "Atenienses, tanto si hacéis caso a Ánito como si no, tanto si me absolvéis como si no, yo no podré hacer otra cosa, aunque deba morir por ello muchas veces."