lunes, 6 de mayo de 2024

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 34. (Platón, 28d - 30c)

Estamos en un momento crucial del diálogo. Probablemente el corazón de la Defensa de Sócrates. Una intervención extensa que se puede dividir en puntos fundamentales: estar situado donde se elige o donde hemos sido colocados, especialmente por la divinidad, pero también por los que mandan; el quedarse en el lugar implica una misión, un servicio, una razón, que en el caso de Sócrates es la filosofía; la filosofía no es algo separado de lo demás, ni del Dios, ni de la comunidad, sino que sirve a ambos en obediencia; la pregunta de la filosofía transforma la cuestión de la vergüenza, porque lo vergonzoso es realmente no ocuparse primero de lo esencial, que es la vida, el alma; el cuidado del alma es la excelencia humana que no puede pasarse por alto, salvo que se viva sin "vergüenza", que es, en definitiva, una forma de piedad radical. 

El texto de la Defensa -Apología- en versión de Miguel García-Baró. 

Así es en verdad, atenienses. Cuando uno se ha situado en un lugar porque ha pensado que era el mejor, o porque le ha colocado en él quien le manda, me parece que es preciso afrontar ahí el peligro, sin calcular ni la muerte ni ninguna otra cosa que no sea el mal. Yo habría hecho cosas terribles, atenienses, si cuando quienes me mandaban me asignaron mi puesto, los jefes que vosotros habíais escogido par que mandaran sobre mí, tanto en Potidea como en Anfípolis y en Delión, me quedé donde me ordenaron, como los demás, y arrostré el riesgo de morir; pero cuando es el Dios el que me ordena, como pensé y lo acepté, que yo debo vivir como filósofo y debo examinarme a mí y examinar a los demás, entonces, por miedo a la muerte o a cualquier otra cosa, abandonara mi puesto. Esto sí que sería terrible, y con mucha verdad y justicia me hubiera debido en tal caso traer cualquiera ante el tribunal, porque sería que no creo que existen los dioses, ya que no hago caso de su oráculo, y temo la muerte y pienso que soy sabio sin serlo. Porque temer la muerte, atenienses, no es sino creer ser sabio no siéndolo, ya que es creer que se sabe lo que no se sabe. Nadie conoce la muerte ni sabe si no resultará ser el mejor de todos los bienes para el hombre, pero todos la temen como si supieran muy bien que es el mayor de los males. ¿Cómo no va a ser ésta la ignorancia más vituperable: creer saber lo que no se sabe? Yo, atenienses, seguramente es en esto en lo que me diferencio de la gente, y si en algo dijera que soy más sabio que otros, diría que es en esto: en que ya que no sé lo bastante sobre las cosas que hay en Hades, pienso que las ignoro; en cambio, que delinquir y desobedecer al que es mejor, tanto si es Dios como si es hombre, es malo y vergonzoso, esto sí lo sé. De modo que por males que sé que son males jamás temeré ni rehuiré lo que no sé si no resultará ser un bien. Así que, tanto si me absolvéis, sin prestar oídos a Ánito, que ha dicho que o bien habría habido que empezar por no conducirme hasta aquí, o, una vez que he venido, no queda otro remedio que hacerme morir, ya que os ha dicho que si escapo de ésta vuestros hijos se van a dedicar a lo que Sócrates enseña y se van todos a echar a perder por completo...; si me decís luego: "No vamos a hacer caso a Ánito, Sócrates, sino que te absolveremos, con la única condición de que jamás vuelvas a pasar tu tiempo en tu investigación y viviendo como un filósofo, de modo que si se te sorprende volviendo a las andadas morirás"... Si, como digo, fuerais a absolverme con esta condición, os tendría que hablar así: Yo, atenienses, os aprecio y os quiero bien, pero he de obedecer antes al Dios que a vosotros; así que mientras respire y sea capa de ello, no dejaré de vivir como filósofo y de exhortaros y conminaros, a cualquiera de vosotros a quien me encuentre, diciéndole lo que suelo: "Querido amigo, que eres ateniense, ciudadano del Estado más poderoso y más célebre por su sabiduría y su fuerza, ¿no te avergüenzas de cuidarte de tener todo el dinero posible, y de la reputación y los honores, mientras que no te ocupas en lo que hace a la sabiduría, la verdad y el alma, de cómo llevarlas a perfección, ni piensas en tal cosa?". Y si alguno de vosotros no está de acuerdo con estas palabras mías y dice que sí se cuida de este asunto, no lo soltaré sin más ni me marcharé, sino que lo interrogaré, lo examinaré y lo pondré a prueba, y si me parece que no ha alcanzado la excelencia, aunque dice que sí, lo vituperaré porque pospone lo que más vale a lo que vale menos y prefiere las cosas fútiles. Haré esto con cualquiera que me encuentre, joven o viejo, extranjero o ateniense, pero sobre todo con los atenienses, ya que m sois más próximos por la estirpe. Y es que esto es lo que me ordena el Dios, sabedlo bien, y por mi parte creo que para vosotros no hay mayor bien en el Estado que mi servicio del Dios. Porque voy de un sitio a otro sin hacer otra cosa que tratar de persuadiros, ya seáis jóvenes o viejos de que no os cuidéis del cuerpo ni del dinero ni antes ni con más empeño que del alma: de cómo será excelente; y os digo que la excelencia no procede del dinero, sino que es por la excelencia como la riqueza y todo lo demás llega a ser bueno para el hombre, tanto en lo que hace al o privado como en lo público. Si por decir esto corrompo a los jóvenes, lo que digo sería nocivo; y si alguien afirma que digo algo que no sea esto, su afirmación no vale nada. Después de todo lo cual os diría: "Atenienses, tanto si hacéis caso a Ánito como si no, tanto si me absolvéis como si no, yo no podré hacer otra cosa, aunque deba morir por ello muchas veces."




 

domingo, 5 de mayo de 2024

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 33. (Platón, 28b - 28d)

En ausencia de interlocutor directo, Sócrates trae consigo la pregunta en torno a su actividad cotidiana, que ahora le acarrea tantos problemas y que es tan poco clara para sus conciudadanos. Al menos en mi caso, soy partidario de comprender la posición de sus rivales desde la ignorancia de lo que Sócrates es y hace y no tanto desde la maldad directa hacia él y hacia la filosofía. 

Dice así Sócrates: 

Quizá alguien diga: "¿No te avergüenzas, Sócrates, de dedicarte a tal ocupación que por ella bien puede ser ahora que te vayas a morir?" A quien dijera esto, le contestaría yo estas justas palabras: "No hablas como se debe, amigo, si piensas que tiene que calcular las posibilidades de vida o muerte el hombre que vale algo. Este hombre, cuando actúa, sólo debe mirar si lo que hace es justo o injusto; si es la obra propia de un hombre bueno o la de uno malo. De acuerdo con lo que dices, serían hombres carentes de valor todos los semidioses que murieron en Troya incluido el hijo de Tetis, que despreció tal riesgo al compararlo con la maldad, cuando su madre, que era una diosa, estando él deseando matar a Héctor, le habló así, según creo: "Hijo mío, si vengas la muerte de tu amigo Patroclo y matas a Héctor, tú mismo morirás, pues en seguida después de la de Héctor está dispuesta tu muerte." Al escucharla, él tuvo en poco la muerte y el riesgo, porque temía mucho más vivir siendo cobarde y sin vengar a los amigos; y respondió: "Muera yo en seguida, tras haber hecho justicia con el injusto, y no me quede aquí, cubierto de ridículo, junto a las naves cóncavas, como peso muerto de la tierra." ¿Crees que pensó en la muerte y en el riesgo? 

ἴσως ἂν οὖν εἴποι τις: ‘εἶτ᾽ οὐκ αἰσχύνῃ Σώκρατεςτοιοῦτον ἐπιτήδευμα ἐπιτηδεύσας ἐξ οὗ κινδυνεύεις νυνὶ ἀποθανεῖν;’ ἐγὼ δὲ τούτῳ ἂν δίκαιον λόγον ἀντείποιμιὅτι ‘οὐ καλῶς λέγεις ἄνθρωπεεἰ οἴει δεῖν κίνδυνον ὑπολογίζεσθαι τοῦ ζῆν  τεθνάναι ἄνδρα ὅτου τι καὶ σμικρὸν ὄφελός ἐστινἀλλ᾽ οὐκ ἐκεῖνο μόνον σκοπεῖν ὅταν πράττῃπότερον δίκαια  ἄδικα πράττεικαὶ ἀνδρὸς ἀγαθοῦ ἔργα  κακοῦφαῦλοι ’ γὰρ ἂν τῷ γε σῷ λόγῳ εἶεν τῶν ἡμιθέων ὅσοι ἐν Τροίᾳ τετελευτήκασιν οἵ τε ἄλλοι καὶ  τῆς Θέτιδος υἱόςὃς τοσοῦτον τοῦ κινδύνου κατεφρόνησεν παρὰ τὸ αἰσχρόν τι ὑπομεῖναι ὥστεἐπειδὴ εἶπεν  μήτηρ αὐτῷ προθυμουμένῳ Ἕκτορα ἀποκτεῖναιθεὸς οὖσαοὑτωσί πωςὡς ἐγὼ οἶμαι: ‘ παῖεἰ τιμωρήσεις Πατρόκλῳ τῷ ἑταίρῳ τὸν φόνον καὶ Ἕκτορα ἀποκτενεῖςαὐτὸς ἀποθανῇαὐτίκα γάρ τοι,’ φησί, ‘μεθ᾽ Ἕκτορα πότμος ἑτοῖμος’ — δὲ τοῦτο ἀκούσας τοῦ μὲν θανάτου καὶ τοῦ κινδύνου ὠλιγώρησεπολὺ δὲ μᾶλλον ’ δείσας τὸ ζῆν κακὸς ὢν καὶ τοῖς φίλοις μὴ τιμωρεῖν, ‘αὐτίκα,’ φησί, ‘τεθναίηνδίκην ἐπιθεὶς τῷ ἀδικοῦντιἵνα μὴ ἐνθάδε μένω καταγέλαστος παρὰ νηυσὶ κορωνίσιν ἄχθος ἀρούρης.’ μὴ αὐτὸν οἴει φροντίσαι θανάτου καὶ κινδύνου;’

En lo evidente, aquí se tratan dos asuntos. Frente a la mirada que pueden tener otros sobre Sócrates, y lo que Sócrates debería vivir al sentirla, está la mirada que el propio Sócrates tiene de su vida, que puede reflejarse en distintos horizontes y caminos. Dicho sencillamente, o bien estar pendiente de los demás o bien moverse por uno mismo. Aunque ese por uno mismo sea más bien por aquello en lo que se fija que por una suerte de egoísmo brutalizado. 

Cuesta entenderlo, pero imagino que la pregunta inicial tiene también una contraparte, o de lo contrario es muy simple. De esta manera, además de sentir vergüenza se podría sentir orgullo por lo que otros piensan de uno mismo. La hipoteca es grande, porque en realidad lo que ocurre es que el principio de toda sabiduría, el origen mismo de la filosofía como interrogante del ser humano sobre sí mismo convertido en pregunta se deja en mano de otros, para que ellos opinen d algo que, en verdad, está muy lejos de sus posibilidades determinar. Vergüenza u orgullo son las dos alternativas que quedan planteadas. Y a Sócrates le ha caído encima la vergüenza según otros, o eso debería sentir. Pero parece que no es de esto de lo que se trata. 

Sócrates (auto)responde sin dejar tiempo siquiera para pensar y pone, como ejemplo y modelo, al mismo Aquiles, la literatura fundamental y vertebradora del pensamiento griego, el semidios por excelencia que dio su vida por amor en la guerra de Troya. Lo que Sócrates refleja es demoledor. Alguien que mire a la muerte es indigno de la vida. Solo en el horizonte del bien se puede comprender el ser humano y su grandeza, solo con ese norte es vivible la existencia con ímpetu, con libertad, con razón. Lo demás son menudencias ridículas propias de algo más bajo que el ser humano, aunque el ser humano comúnmente se mantenga en esa posición cómoda, agazapado entre defensas e inmóvil dentro de un grupo de seguridad fuerte. El tema que refleja es qué hay que sea decisivo en el horizonte de la propia vida que nos va haciendo ser de esa manera. Si hay justicia, seremos buenos. Si hay injusticia, malos. Ni más, ni menos. Así de claro queda todo expuesto para quien guste comprender lo que está pasando. A Sócrates no le preocupa lo más mínimo, y no es solo por la situación o la edad, otra cosa que no sea la justicia. Es lo que intentará defender en el tribunal como lo propio de todo hombre libre ateniense, o todo hombre que se precie de su condición. 

Enclavado, por eso mismo, en esa situación va a postular algo incluso más serio. Quien mira la muerte debería considerar su vida precisamente en ese horizonte. Y así tomarla en serio, sin quedarse pendiente de la muerte y su petrificante mirada. Al contrario, volver más sobre sí si cabe para encontrar fuerza en el ser viviente, en lo que se mueve, en lo que tiene horizonte, en lo que rechaza que todo sea ese final. Si hay horizonte es porque hay vida. Si se puede echar la mirada lejos es porque hay vida. Y entonces la muerte no tiene tanta razón como se supone que debería tenerla. Solo pensando en serio la vida es cuando la muerte muestra su realidad. 

Junto a la muerte, otro invitado: el riesgo. El riesgo sí es para la vida. Los riesgos, si acaso, porque son muchos los precipicios, curvas, cuestas, baches del camino. Los riesgos son amenazas, como Meleto y Ánito, que han quedado orillados y superados. Pero ahora queda el tribunal entero, la asamblea de Atenas a la que hay que convencer con un argumento que no pueda rechazar y que hable de la justicia, del bien y de la vida. Y que lo haga con suficiente elocuencia para quedar claro y brillante a los ojos de todos, con atractivo insuperable, como muestra clara para todos del aviso dado. 

Es importante resaltar que vida y muerte no aparecen en mano de Sócrates, no entra dentro de sus posibilidades y cálculos. Pero sí que está, sin embargo, la oportunidad de referirse al bien y a la justicia. 



sábado, 4 de mayo de 2024

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 32. (Platón, 28a - 28b)

A partir de aquí comienza un largo discurso de Sócrates. Desaparecen, en su juicio, los acusadores. Y se queda él solo hablando en un monólogo que incluye a otros, especialmente a los atenienses presentes en el juicio. En principio, lo que se espera aquí es una defensa extensa de sí mismo. Es lo razonable. Sin embargo, nada más empezar enuncia una condena sobre Atenas y la humanidad entera.

Atenienses, me parece que no se necesita prolongar la defensa respecto de que no he delinquido conforme a la acusación de Meleto, sino que ya basta. A propósito de lo que antes dije, sobre que he suscitado mucho odio, sabed bien que es verdad. Esto es lo que me va a condenar, si me condena, pero no Meleto ni Ánito: la calumnia y la envidia de la gente. Seguro que ya antes ha condenado a muchos otros hombres buenos y seguirá condenándolos. No será nada raro que la cosa no pare en mí. 

ἀλλὰ γάρ ἄνδρες Ἀθηναῖοιὡς μὲν ἐγὼ οὐκ ἀδικῶ κατὰ τὴν Μελήτου γραφήνοὐ πολλῆς μοι δοκεῖ εἶναι ἀπολογίαςἀλλὰ ἱκανὰ καὶ ταῦτα δὲ καὶ ἐν τοῖς ἔμπροσθεν ἔλεγονὅτι πολλή μοι ἀπέχθεια γέγονεν καὶ πρὸς πολλούςεὖ ἴστε ὅτι ἀληθές ἐστινκαὶ τοῦτ᾽ ἔστιν  ἐμὲ αἱρεῖἐάνπερ αἱρῇοὐ Μέλητος οὐδὲ Ἄνυτος ἀλλ᾽  τῶν πολλῶν διαβολή τε καὶ φθόνος δὴ πολλοὺς καὶ ἄλλους καὶ ἀγαθοὺς ἄνδρας ᾕρηκενοἶμαι δὲ καὶ αἱρήσειοὐδὲν δὲ δεινὸν μὴ ἐν ἐμοὶ στῇ.

Como se ve, el tema es delicado. Da por concluido el juico y sentencia doblemente: por un lado, se exculpa; por otro, se condena. Sale inocente de las palabras de Meleto y Ánito, porque con ellos ha podido dialogar. Pero no puede liberarse de la irracional condena que le va a imponer la ciudad, con quien no puede entrar en conversación, ni análisis, ni examen. A ellos no llega porque son entidades que no tienen carne, no tienen huesos, no dialogan. Algo así como los dioses de los que se ha hablado. Están pero no se sabe dónde y es difícil escapar. Según Sócrates, ese "ente" ya ha emitido su juicio y sentencia, que proviene del odio. Y lo sabe, quizá, no por un espíritu especial del que disponga a diferencia de otros allí presentes, sino porque ya ha condenado a muchos otros con antelación. 

Es más, lo que Sócrates defiende es que el odio se ha dividido en dos: la calumnia y la envidia de la gente. En el primer caso se trata de una palabra, de un prejuicio, porque no aparece en el juicio. Y el segundo tema es más bien una disposición hacia el otro en contraste con uno mismo. Ninguna de las dos miden, como podríamos pensar, a Sócrates con la Ley de la ciudad, ni con la piedad debida a los dioses. Más bien son la imposición que sufre quien se singulariza, como bien sabemos. Sin salir de la norma común, aunque sea para cumplir la Ley, no hay condena de la ciudad. 

Lo que sorprende más en el texto, de todos modos, puede ser la definición que hace de sí como "hombre bueno", dentro de un grupo de "hombres buenos" que en la historia han estado presentes de modo parejo y que han sufrido igualmente el odio de la ciudad, o de la comunidad. Sorprende porque no es habitual en la literatura platónica encontrar a un Sócrates tan singular y confesante de la bondad. Al menos con palabras. Quizá recuerda los primeros diálogos, donde la cuestión de la justicia y la injusticia están más presentes que en otros. Y, por si sirve de aviso, aunque él esté ahora en el centro de esa historia está seguro de que seguirá. Se muestra bajo un realismo desesperanzado en el que su propio testimonio será inútil, pues la crueldad continuará a pesar de todo. ¿Qué sentido tiene entonces su muerte, si no tiene un carácter ejemplarizante para otros? Puede que sea este signo, en la literatura platónica, un carácter de su humilde heroicidad. Al menos en él, y por lo que a él corresponde, la injusticia no avanzará en el mundo. Será en otros, pero no en él.