jueves, 2 de mayo de 2024

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 30. (Platón, 26e - 27b)

El siguiente momento, que ahora emprendemos, está conectado a lo anterior. En principio, la acusación de Meleto -el preocupado- contra Sócrates es una mezcla de dos: que él es impío y no venera a los dioses de la ciudad, y a ningún dios propiamente; y que corrompe de este modo a los jóvenes a los que enseña. 

El tema es que Meleto, hablando como habla, están hablando más de sí que de Sócrates y de lo que él sostiene con su vida. Como toda afirmación, ya sabemos, se sostiene con la vida de un modo particular. Luego, al hablar de Sócrates, en realidad está hablando de cómo él recibe o ha recibido a Sócrates, si es que lo ha recibido y no se lo está inventando, como le parece a Sócrates. Es muy desagradable esa sensación en la que otro habla de ti y tú ni te ves en lo que dice, como si todo fuera una terrible confusión y estuviera hablando de otros; lo que pasa es que aquí se andan "jugando" la vida a precio de discursos convincentes. Y será muy doloroso llegar al final, si es que hay final en el final programado. 

Toma la palabra Sócrates y dice: 

Eres hombre sin fe, Meleto, y me parece que no te crees ni a ti mismo. Atenienses, este hombre me parece que realmente está lleno de soberbia y necesita reprimenda y que ha sido como por esa soberbia y esa falta de disciplina, y por su juventud, por lo que me ha acusado como lo ha hecho. Creo, en efecto, que es como si hubiera propuesto un enigma a uno al que ha querido probar: "¿reconocerá acaso Sócrates el sabio que estoy bromeando y que me contradigo, o conseguiré engañar tanto a él como a los demás que nos escuchan?". Porque a mí me resulta evidente que se está contradiciendo a sí mismo en su acusación, ya que viene a decir: "Sócrates delinque no venerando a los dioses pero venerando a los dioses". Hacer esto es propio de uno que está jugando. 

Ved conmigo, atenienses, por qué me resulta evidente que eso es lo que está diciendo. Tú, Meleto, contéstanos. Vosotros, como os pedí desde el principio, acordaos de no protestar si hablo del modo que suelo. 

A partir de aquí se inicia un típico diálogo socrático dentro de este diálogo socrático. Luego veremos. Pero Sócrates ha dado la vuelta lo dicho, puesto que son palabras de Meleto. Es Meleto el que está siendo impío hablando como habla. Se ha convertido en un incrédulo, en hombre sin fe (esperanza). Tan exagerada es la situación que, según Sócrates, Meleto no se cree ni a sí mismo. Como si este fuera, como ocurre con el conocimiento propio y la sabiduría, el primer paso para poder creer algo. Es decir, hay que creer que el creer va en serio y no es una mera nebulosa. Ser "apistos" no es un término suave, sino fuerte, con densidad y pesado. Aquí no lo lanza Sócrates sobre Meleto, sino Meleto sobre sí mismo. Y Sócrates solo recoge, del discurso, los restos de la escaramuza. 

La cuestión entonces, por salvar a Meleto, es que Meleto esté siendo un bromista que quiere ser descubierto. ¿Es Meleto un comediante que juega con la muerte de Sócrates, con la muerte en general, con aquello que tan temido será y será tratado como lo más serio entre lo serio, con aquello que no se puede negar salvo querer quedar como un estúpido a ojo de todos? Es lo que está proponiendo Sócrates a Meleto, como vía de escape: que reconozca que está siendo un niño, un comediante encubierto, un ser poco preocupado por las palabras. 

Lo que en todo juicio debe contar es la evidencia. Palabra que se está repitiendo mucho, pero en dirección contraria a la acusación y contra el mismo acusador. Lo que a Sócrates le resulta evidente, y así comparte en todos sus diálogos, es la contradicción, que debería volver al ser humano humilde y temeroso. En lugar de eso, no pocos, al ver la contradicción, elevan el requerimiento más arriba y suben el tono de voz volviéndose "soberbios" (hibris), tan típico de la juventud. Es decir, de la inmadurez, como si quisiera decir que en lugar de ir hacia adelante y avanzar dan marcha atrás y retroceden al tiempo de su tontería e ignorancia. Ante la oportunidad de la contradicción manifiesta en el diálogo se ven dos caminos posibles: reconocerla o negarla. Como no se puede negar por vía de la argumentación misma, salvo que se añada más leña al fuego, hay que irse fuera de la razón, hacia lo irracional, hacia la soberbia. El camino racional, por duro que parezca, es reconocer la contradicción y abrazar la paradoja. Esto es, dar marcha atrás en la argumentación y profundizar en ella para madurar, sin volver a la juventud absurdamente, porque en ese tiempo solo el ímpetu mueve las palabras que no tienen contenido ni experiencia. 

No está solo. Sócrates tiene testigos. Y reclama su atención. No para sí, sino para la argumentación, para que no huyan de ella, para que piensen en lo que está ocurriendo y no se dejen llevar por vanidades. Mucho menos, en su deseo, que se vuelvan soberbios como Meleto, indiferentes a toda realidad y con ignorancia de sí y de otros. 

Y a Meleto le vuelve a pedir que se someta a examen, que permita que lo que está diciendo sea comprobado, visto con claridad y detenimiento. Porque a Sócrates le parece que habla de otro y que lo que dice no tiene ningún sentido. 




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