sábado, 15 de octubre de 2022

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 4 (18b - 18e)

Está claro que Sócrates, aunque no quiera participar en el juicio como alguien experto en el tema, conoce bien las formas y cómo dirigirse a la asamblea. En este momento de su intervención está golpeando duramente los prejuicios (nunca mejor dicho, puesto que estamos en el momento del juicio) de los oyentes, algunos de los cuales hunden sus raíces en la -se podría decir así- debilidad y excesiva exposición de la infancia y juventud. Los prejuicios son lo que se combate en este juicio. Se quieren dejar a un lado para que pueda hacerse un juicio limpiamente. Lo cual es realmente interesante. 

Una diferencia más en este paralelo que está exponiendo. Por una parte, lo dicho y lo mentado genera una opinión siempre, se representa de algún modo. En ocasiones, no directamente, sino indirectamente. Sin ceñirnos a lo que se dice exactamente, hacemos composición de lugar, de modo que tal o cual cuestión cuadra más en tal o cual contexto general. O sea, que mentado algo se tiende a colocar en un ambiente determinado, en un entorno o en una situación que también tiene su aportación y modifica la realidad que se percibe. Si decimos "jirafa" rápidamente se darán varios escenarios posibles y, de igual manera, varios colores, que se verán mejor o peor en tal o cual momento. Pero no tiene sentido que nadie se imagine "jirafa" en una habituación oscura y sin luz donde no se es capaz siquiera de distinguir forma y fondo, figura e imagen, apariencia y realidad.

Es lo que, al parecer, Sócrates denuncia que le ha ocurrido a él. Los oyentes comúnmente infieren de él algo que no es real por el hecho de exponer determinadas ideas en determinados diálogos. Fuera de contexto, la realidad se pervierte. Pero esto es aprovechado por el arte de la sofística para hacerse a sí misma más sabia combatiendo a los otros, en general, y especialmente a quienes pueden aportar algo distinto o contra ella. En el caso de este juicio, el tema es que de lo que Sócrates dice la gente puede inferir que no cree en los dioses, que no es piadoso, que no respeta la divinidad o que trae alguna nueva y propia bajo la manga fruto de su cosecha personal. 

Esto ocurre por la debilidad del oyente normalmente. Queda dicho también. Si fuera de otro modo, el oyente podría participar levantando la mano y haciendo alguna pregunta, o simplemente alzando la voz y criticando lo que se dice. Pero ocurre cuando todo está tan desprotegido y virgen que cada palabra que cae es casi una novedad de la que no se sabe bien cómo defenderse o cómo protegerse. Simplemente se van asimilando, se van recibiendo por la autoridad de quien las dice, en este caso el maestro sofista o el artífice de comedias o teatro o el personaje aplaudido por el éxito en la ciudad. El caso es que existe este momento en la vida y todos podemos reconocer el nuestro. Y ese reconocimiento, que es justamente lo que Sócrates está aquí queriendo que cada cual de sus oyentes trabaje consigo mismo y se diga a sí mismo, es una toma de conciencia que ya nos separa inmediatamente de lo que pensamos como incrustado en nuestro natural proceder. Estas palabras, bien oídas, son la esencia de la crítica a todo pensamiento común, a toda opinión general. No es que esté "fuera" y pulule por la polis caminando entre baldosas de piedra o los espacios públicos de reunión, sino que está en cada cual. Esta es la auténtica cuestión. 

Sin embargo, no se exime a nadie de responsabilidad. Esto sucedió así porque se da un "dar crédito", un "asentir fiducial", un "ponerse de acuerdo". Y, desde entonces, será punto de partida para todo lo demás. El grupo, en tanto que se está en un momento de máxima necesidad de pertenencia social, hará o hace el resto permanentemente para que esto siga siendo así. Y lo dominante sea lo común y no, en realidad, lo verdadero, lo justo, lo bueno, lo bello. Algo que, por cierto, en Sócrates está siempre presente. La filosofía debe buscar un "volverse a poner de acuerdo" saliendo de la convicción y prejuicio previo. Y cómo lo hace. Con preguntas, con insistentes preguntas, con preguntas inquietantes y que van de un sitio a otro haciendo chocar lo que entre sí tiene el alma de aceptado a pesar de ser contradictorio o frágil o débil. 

A diferencia de aquella situación antigua, en la que el auditorio era o bien niño o bien joven, ahora ya son adultos y pueden juzgar. Se deja en el anonimato a todos los sofistas, menos a uno: al comediante. Quizá para dejar claro, pero solo quizá, que este juega doblemente con malicia: por un lado, la minoría de edad de los oyentes, aunque sean adultos o digan serlo; por otro, el género literario que utiliza, que desprotege a los oyentes, haciéndoles que pasen, precisamente, a la minoría de edad y se rían de esto o aquello a conveniencia del que ha escrito discursos previamente pero no los vive, es decir, del engaño del escenario que convierte a todos en espectadores, esto es, menores de edad realmente en los asuntos de la democracia. Aquello era así, pero ahora hay un juico. Entonces había anonimatos, pero hoy hay delante rostros y palabras que se están diciendo y viviendo al momento. 

 δὲ πάντων ἀλογώτατονὅτι οὐδὲ τὰ ὀνόματα οἷόν τε αὐτῶν εἰδέναι καὶ εἰπεῖνπλὴν εἴ τις κωμῳδοποιὸς τυγχάνει ὤνὅσοι δὲ φθόνῳ καὶ διαβολῇ χρώμενοι ὑμᾶς ἀνέπειθονοἱ δὲ καὶ αὐτοὶ πεπεισμένοι ἄλλους πείθοντεςοὗτοι πάντες ἀπορώτατοί εἰσιν: οὐδὲ γὰρ ἀναβιβάσασθαι οἷόν τ᾽ ἐστὶν αὐτῶν ἐνταυθοῖ οὐδ᾽ ἐλέγξαι οὐδέναἀλλ᾽ ἀνάγκη ἀτεχνῶς ὥσπερ σκιαμαχεῖν ἀπολογούμενόν τε καὶ ἐλέγχειν μηδενὸς ἀποκρινομένου.

Entre los anónimos convocados al juicio como prejuiciadores están aquellos que usan dos malas artes: la envidia -intención torcida- y la diabólica -tergiversación, calumnia, engaño, mentira-. Queda claro y no se puede apelar a nada. Si estas dos cuestiones no quedan fuera, muy fuera, del juicio, todo estará perdido. Si se dan cita y toman carta de ciudadanía en el espacio público, no se podrá hacer nada digno de aquel ideal de convivencia que impulsó la democracia. Porque sería como dejar entrar al egoísmo o a la apariencia. Ambas, dicho sea de paso, se presentan aquí como nativas usuales del ágora e, incluso, con un espacio privilegiado. No se han expulsado, ni de lejos. Pero quizá el juicio pueda ser un momento y tiempo sin ellas, sin prejuicios de este orden, que a la razón sencilla y sincera repulsan fríamente. 

No está claro que no estén legitimadas por el mismo sistema que impone que la palabra se use solo para la convicción, en lugar de para el diálogo. Son dos caminos, supongo que se ve de lejos, diametralmente opuestos. 

Dice la traducción de Gredos que, en esta situación, en la que no se puede convocar como testigos siquiera a los prejuiciadores, aunque deberían de algún modo de ser juzgados y este juicio los juzgará y sentenciará también sobre ellos algo, esta situación es como luchar contra sombras. Algo del todo curioso y singular. Está subrayado para guiar un poco más. Porque el tema es, efectivamente, que no están y, sin embargo, son los primeros. Como una especie de causa lejana que lleva a comprender la situación actual y, sin los cuales, no se puede comprender nada, ni juzgar con acierto. La estrategia es, por lo tanto, desprenderse de ellos combatiéndolos primero, para después ir a lo menor, según Sócrates, que es la opinión actual de la asamblea. Aunque será ésta, y no aquellos, los que sentenciarán. El tema es delicado, como mínimo. Y las pretensiones muy elevadas. 

Creo que hay un esfuerzo por singularizar la asamblea que queda pendiente de hacer y que todavía no está hecho. Se habla a la masa. Lo cual no es habitual en los diálogos platónicos. No hay nadie, sino sombras, y da esa impresión de imprecisión precisamente. Queda dar el paso a la situación habitual en la que aparecen preguntas, respuestas y unas a otras se van enredando. De momento está todo claro y la exposición es meridianamente comprensible para cualquiera. Esto no es más que el escenario del drama que está a punto de suceder. 



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