viernes, 14 de octubre de 2022

APOLOGÍA DE SÓCRATES. Día 3 (Platón, 18a - 18b)

Quiero retomar con fuerza el comentario personal del diálogo por dos razones. La primera, por escribir algo, por pensar escribiendo. La segunda, por no dejar algo a medio empezar y tener un compromiso diario más que sea constante en el interés y el trabajo. Veremos hasta dónde llego con ambas. Porque me martillea la idea de que no hay que escribir tanto y porque la constancia por la constancia es como la coherencia por la coherencia, que es motivo de barbarie y no de cultura. La cultura es abierta, la barbarie es cerrada. Hoy es el aniversario de Arendt y había que recordar que, aunque ella sea famosa por la crítica y el análisis del totalitarismo, la raíz de este aviso es mucho anterior. Quizá la crítica dio pie incluso a que los que ni sabían que eran totalitarios empezaran a pensar que podían serlo y que era maravilloso serlo. Es lo que tiene el poder, el animal político amasando poder y no sabiduría. 

En esta APOLOGÍA amanece Sócrates tomando la palabra y dirigiéndose a los atenientes. En tanto que refuta la posición anterior dejándola como mentirosa y disponiéndose él a decir toda la verdad, es fácil comprender que lo previo ha sido la acusación fundada en palabras, argumentada con razones. El acusador siempre procede de la misma manera, pensando ya en lo que quiere lograr de quien puede sentenciar. No es el juez, porque no tiene la última palabra, pero se parece mucho a él o quisiera parecerse a él en eso. 

Sócrates habla como tiene que hablar la defensa. Es lo esperado y lo que toca. Nadie se puede extrañar. Tanto si es verdad o no lo que dice, es lo que debe hacer un defendido. Ya dije ayer que con la salvedad de que sea inocente. Porque lo primero que resuena en su alegato es que la palabra se puede utilizar en múltiples direcciones y que no hay una correspondencia entre lo que se dice y la verdad. Quizá si la pueda haber, dicho sea de paso, entre lo que se dice y la propia percepción o interés, pero nada asegura que esto sea la verdad. 

De algún modo, según se expone, la verdad se vive. La posee quien la vive. A los demás esta verdad es ajena. Pero tienen que juzgar. ¿Cómo? ¿En qué se apoyarán? Y los atenienses tenían un sistema basado en algo muy simple: dos ojos ven mejor que dos. Está claro. Cuantos más están de acuerdo más verosímiles es que estén en relación con la verdad. Pero, claro, esto tampoco es tan directo. Por muchas personas con ceguera que juntes y sean capaces de hablar no verán. O, por poner otro ejemplo, por muchos franceses que juntes no sabrán qué dice o está diciendo un finlandés si cada uno de ellos solo tiene su lengua materna aprendida. Esto sirve entonces para poner todo patas arriba. Conviene quedarse con la falta de correspondencia entre la palabra y la verdad, y que esta ruptura, disociación y diabólica connivencia es imprescindible. 

Quedan las palabras, que no es poco. Queda la capacidad de expresarse y hablar. Queda la capacidad, por lo mismo, de ser atendido, escuchado y comprendido. En caso de que no se comprenda, tendrán que dialogar formulando preguntas. Así hasta que, al menos, se comprenda a quien habla y por qué dice lo que dice. Para eso es el tribunal. Y el tribunal, como la asamblea, tiene tiempo. Han hecho por disponer del tiempo necesario. 

Lo que a un tribunal le preocupa, fundamentalmente, es la justicia. No la verdad, tampoco las palabras. Al tribunal se acude para dilucidar algo y se aclaran fundamentalmente las relaciones de los individuos con la ley. No es para arreglar problemas que puedan surgir entre ellos, sino con la ley. ¿Quién puede ir al tribunal? Cualquiera. ¿Por qué? Porque sea acusado o porque se acuse a sí mismo. Aquí lo dejo. Porque es probable que no haya muchos casos de lo segundo. Se convierte el tribunal en un lugar, por tanto, de relación entre personas bajo un mismo código, que se han comprometido a cumplir y vivir según una ley. 

Algo peculiar, si lo pensamos bien, es nuestra incapacidad para asistir directamente a la justicia. Aunque la busquemos. Necesitamos una mediación y esta mediación será siempre humana. Uno de los nuestros. Alguien que no está fuera de la ley y la convivencia, sino dentro de ella. Uno o varios. Uno o muchos. Da igual. Pero no es la justicia misma. Sino que alguien se pone a ejercitar la justicia como si fuera la justicia misma. Y corre el riesgo de querer sustituirla de algún modo, siendo como es alguien que está bajo la ley y no sobre ella. Pero su conocimiento de la justicia debe ser tal que, según parece, tiene mejores oídos que nadie para escucharla. Incluso puede escuchar cosas nuevas. 

Para qué hablan entonces, se podría pensar, los que acusan y son acusados, si se tiene que oír solo a la justicia. Fácilmente se comprende que es para establecer si, en lo que está ocurriendo, hay algo que se salga de los márgenes que quedan prescritos. Pocas veces la ley es un "sí" y la inmensísima mayoría es un "no", un límite que no debe cruzarse, ni del que se debe salir. En pocos casos, muy contados, la ley es un "mandato positivo". Lo normal es que sea un "aviso negativo", una "orientación que marca un horizonte". De modo que, por lo mismo, la mayoría vivirá siempre dentro de los márgenes sin requerir positivamente a la justicia, ni verse en un tribunal. ¿Ha escuchado a la justicia? No. Ha recibido la justicia a través de las costumbres, las tradiciones, las formas de vida. Es su modo de aprender sencillamente qué es la injusticia y que lo justo es responder de la misma manera positiva como se recibe en el desarrollo de la vida en común. 

Dice Sócrates querer proceder con orden. Un orden curioso, no temático, sino personal. Primero los primeros, y los últimos los últimos. Un orden que atiende por tanto a la persona. Y usará en él las palabras comunes, su modo de expresarse habitual. De modo que, al menos esto, se podrá comprobar por parte de todos los que le han escuchado alguna vez por Atenas. Que, a tenor por la fama, debían ser todos o prácticamente todos de forma directa. Esto se puede comprobar. 

πρῶτον μὲν οὖν δίκαιός εἰμι ἀπολογήσασθαι ἄνδρες Ἀθηναῖοιπρὸς τὰ πρῶτά μου ψευδῆ κατηγορημένα καὶ τοὺς πρώτους κατηγόρουςἔπειτα δὲ πρὸς τὰ ὕστερον καὶ τοὺς ὑστέρους

Vemos ahora, en negativo, la parte del juicio que no leemos en el diálogo. Dice que ha tenido muchos acusadores: κατήγορος. Tiene su gracia que esta sea la palabra empleada, relacionada con el juicio y que tan buena fortuna ha hecho a lo largo de la historia de la filosofía. Pero estos acusadores, conocidos desde antiguo, son personas que, según Sócrates, no dicen ninguna verdad. ¿Qué dicen? Mejor, ¿qué hacen? Son, por supuesto, personas temibles, a las que tener miedo. Los antiguos mucho más que los de ahora, los de Ánito. 

ἐμοῦ γὰρ πολλοὶ κατήγοροι γεγόνασι πρὸς ὑμᾶς καὶ πάλαι πολλὰ ἤδη ἔτη καὶ οὐδὲν ἀληθὲς λέγοντεςοὓς ἐγὼ μᾶλλον φοβοῦμαι ἢ τοὺς ἀμφὶ Ἄνυτον, καίπερ ὄντας καὶ τούτους δεινούς:

Tenemos que pensar esta relación mucho mejor. Porque no es la justicia, según parece, algo que se deba tener. Sino que son otros. Entre los muchos otros, los acusadores, que son juzgadores prematuros y sentencian antes que el tribunal, porque, si no, no lo llevarían ante el tribunal. Los que juzgan son los peligrosos. En ese sentido hay que tener miedo. No por ellos, sino probablemente por lo que puedan hacer con su sentencia. No por la palabra, sino por la acción. Son personas de acción, no de discurso. 

Entre estos antiguos están, según Sócrates, los maestros de muchos de los que están presentes en el juicio. O sea, ¡cuidado! Cualquier persona razonable se da cuenta en este punto de que Sócrates no está teniendo una estrategia muy buena. Porque acaba de decir, de una u otra manera, que todos ellos están contaminados con enseñanzas falsas. Cuando eran "unos niños" esos maestros "los convencieron" para que aceptaran sus enseñanzas. Lo cual, según leo yo, en este momento es casi una oportunidad de reconciliación entre sí. Porque el acusado Sócrates está, de alguna manera, disculpando a los discípulos de sus acusadores antiguos que ahora se han vuelto acusadores más feroces que sus propios maestros y lo han llevado al tribunal. ¡Ojo a la relación y a la exculpación! ¡Eran niños! ¡Pero ahora no! ¡Ahora pueden escuchar y hablar por sí mismos! 

Sócrates está buscando la confrontación de forma muy directa. Ya se ha repetido más de una vez que "no hay verdad" en ellos, en sus palabras al menos. ¿Entonces mienten? Sí. ¿Por qué mentían? Gran tema. 

ἀλλ᾽ ἐκεῖνοι δεινότεροι, ὦ ἄνδρες, οἳ ὑμῶν τοὺς πολλοὺς ἐκ παίδων παραλαμβάνοντες ἔπειθόν τε καὶ κατηγόρουν ἐμοῦ μᾶλλον οὐδὲν ἀληθές,

Qué decían estos maestros. Lo siguiente. Primero, que Sócrates es un sabio. Segundo, que piensa en los fenómenos del cielo e investiga las cosas de la tierra. Tercero, que hace fuerte el discurso más débil. Y, sobre todo, como consecuencia: Sócrates reniega de los dioses. 

ὡς ἔστιν τις Σωκράτης σοφὸς ἀνήρτά τε μετέωρα φροντιστὴς καὶ τὰ ὑπὸ γῆς πάντα ἀνεζητηκὼς καὶ τὸν ἥττω λόγον κρείττω ποιῶνοὗτοι ἄνδρες Ἀθηναῖοιοἱ ταύτην τὴν φήμην κατασκεδάσαντεςοἱ δεινοί εἰσίν μου κατήγοροιοἱ γὰρ ἀκούοντες ἡγοῦνται τοὺς ταῦτα ζητοῦντας οὐδὲ θεοὺς νομίζειν.

Todo tiene su relevancia, porque conecta a Sócrates con la filosofía anterior a él y contemporánea, como uno más entre un grupo nutrido de "intelectuales" y "maestros" que se ganan la vida con enseñanzas de todo tipo, sobre todo prácticas. La fundamental, diría yo, es la retórica. No la capacidad de hablar y expresarse, sino de transformar discursos, de valerse de las palabras en su diferencia y distancia con la verdad para hacer de la verdad algo más débil todavía, mucho más débil. Por lo tanto, también el bien. Su conexión con el tema religioso es, desde el punto de vista griego y no de las religiones en general, un asunto de pertenencia a una comunidad y legislación, más que una relación personal con lo divino o una existencia religiosamente hablando al modo actual o judeocristiano. Conviene hacer la aclaración, que luego todo se mezcla. 

Son temibles, insisto, porque sentencian. Pero siempre ha sido así. Tampoco hay que darle mayor importancia, mientras se pueda seguir hablando y buscando la verdad, sin tenerla. 



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